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En Tierra Firme

La operación. Capítulo I

La operación. Capítulo I

Fue muy difícil dar el paso y operarme. Aquello ya no tenía otro remedio. Me armé de valor, comenté el problema a mis padres y días más tarde fui al médico y le dije:

- Tengo que operarme.

- ¿De qué?

- De fimosis.

- Muy bien... Acompáñame. – Cada vez que alguien decía esa palabra me acordaba de “sorpresa sorpresa”.

Le seguí hasta a la camilla.

- Bájate los pantalones.

- Vale. – Nunca antes había sido tan sumiso.

Me bajé los pantalones y los calzones. El doctor se ajustó las gafas y miró aquello como si no hubiese visto una polla en su vida. ¿Es que él no tenía una? Me preocupaba porque miraba demasiado. Entonces me dijo:

- Ahora vengo.

No sabía a donde coño iba. Miré como estaba y dudé entre subirme los pantalones o esperar tal cual y que se me ventilase. Decidí que se ventilara y estuve con la chorra fuera esperando. Al rato volvió con otro médico.

- Míralo tú porque yo no sé.

¡Menudo incompetente! El nuevo médico me inspeccionó y me sometió a tocamientos impuros. No quería pensar mal y dudar de su profesionalidad, pero no podía evitarlo.

- Pues sí, sí. – Decía.

Yo pensaba ¿Sí qué? ¿¿SÍ QUÉ?? ¿Me quedaría estéril? ¿Me la cortarían? ¿No tendría remedio?

- Bueno, ya está. Te voy a mandar al urólogo.

aHizo el papeleo para el urólogo y allí estuve días después.

- Bueno ¿Qué te pasa?

- Pues eso.

- Pues eso ¿Qué?

- Joer.. pues eso.

- Pero es que yo no sé qué es eso.

¿No lo tendría apuntado en el papel o es que quería afrontarme?

- Que tengo fimosis.

- Ah, muy bien. Acompáñame. – Otra vez la melodía.

Le acompañé.

- Bájate los pantalones.

Ya empezábamos otra vez. Tocamientos, inspección, manoseos, excitación por su parte...

Volvimos a la mesa y me dijo:

- La operación será en 2 meses.

Pasó el tiempo y cuando ya casi me había olvidado de todo, recibí una carta del hospital indicando la fecha de la operación. Sería una tarde a las 6. Las noches anteriores las pasé fatal. Pensé en las probabilidades de quedarme inútil, pensé en lo doloroso que sería. Llegué incluso a escribir varias poesías hablando del dolor, del sufrimiento, de amputaciones y de supervivencia en tonos dramáticos. También pensé en redactar un testamento. Pero si hoy por hoy soy inútil escribiendo por entonces lo era todavía más y era incapaz de escribir más de una línea.

Mis padres me llevaron al hospital. Me daba la sensación de estar camino del matadero. Nos sentamos en la sala de espera del quirófano. Todos los que había allí eran viejos. Dijeron mi nombre y fui al mostrador. La chica se cercioró de que era yo y con su rotulador fosforito subrayó en su lista mi nombre y, a continuación, otra palabra que me estremeció al leerla: Circuncisión.

Me acompañaron adentro, mis padres me despidieron como si no me fuesen a ver nunca más en la vida. Un simpático joven me acompañó hasta un vestidor. Me dio una bata azul, y me dijo: Quítate toda la ropa y ponte esto. Me quité todo y me puse aquella bata que no me tapaba nada. Allí en el vestidor había un viejo que me daba muy mala espina. Estaba quieto y con la mirada perdida mirando al frente. No se movió ni un segundo ni para mirarme. No se inmutó en ningún momento. Parecía un muñeco de un museo de cera. Estaba ensimismado. Todo se hacía cada vez más escatológico. Finalmente guardé mi ropa en una taquilla y salí. Allí me esperaba el chico con una gran sonrisa y una camilla. Me dijo que me acostase en ella. Me llevó por los pasillos llenos de luces como si se pasease con el carrito de la compra. Durante el trayecto en camilla, dentro de los límites de mi campo de visión, veía a enfermeras, enfermeros, médicos.. Todos parecían salidos de una película de médicos asesinos que traficaban con los órganos de los pacientes a los que mataban a conciencia. Me miraban como si fuesen gente buena que me iban a ayudar, pero dentro de ellos había demonios que se reían con una carcajada cavernosa. Era como estar dentro de la casa del terror, o dentro de una pesadilla donde todos parecen buenos pero sabes que te van a hacer algo malo. Entonces me empezó a hablar:

- ¿De dónde eres?

- De Culebra.- Le dije.

- ¿Ah sí? Tengo allí un apartamento.

- Mira que bien...

No me importaba una putísima mierda lo que dijera, el tío sería nuevo trabajando y estaría aplicando los conocimientos de psicología para pacientes que le dieron en la universidad. Se creía que estaba idiota. Sabía que esas eran las típicas charlas para tranquilizar a los pacientes, y estaba seguro de que no tendría ningún apartamento en mi ciudad. Cuando trabajé en el hotel de botones, siempre preguntaba a los clientes de donde eran. Independientemente del sitio que me dijeran siempre respondía que tenía familia allí, que era un lugar precioso y que había muy buenos vinos por allí. De este modo, la propina siempre era mucho más generosa.

a

El chico de la camilla me llevó a una sala que parecía un parking de camillas. Vio un aparcamiento libre entre dos camillas y me encajó allí en medio. A mi derecha se encontraba un hombre de 40 años, parecía sano. A izquierda había un hombre con un gotero que estaba moribundo. Me preguntaba de qué iban a operar a toda esa gente. Seguro que todos esos tenían enfermedades mucho peores que la mía, pero no me consolaba lo más mínimo. Estaba nervioso. No me gustaba el panorama. Veía a los médicos pasar de un lado a otro. Habían unas puertas en las que ponía: Quirófano 1, Quirófano 2. En eso que pasó una enfermera, me vio y se fue. De pronto pasó otra y lo mismo. Luego me dio la impresión de que todas las enfermeras pasaban sólo para mirarme. Incluso vi a una, que se asomó a la puerta, me miró y se metió para adentro. Era como si se dijeran las unas a las otras que fuesen a verme. Llegué a la conclusión de que cada vez que había uno que se operaba de fimosis se extendía el rumor e iban a verlo. También cabía la posibilidad de que me estuviese volviendo paranoico. De pronto, vi a una enfermera, y me pareció que era mi vecina. ¡Se enterarían todos de que me iban a operar! ¡No!

Imaginé que cada vez que subiese en el ascensor de casa y que me cruzase con algún vecino y se reiría de mí diciendo: “¡Se ha operado! ¡Se ha operado!” Y harían bromas absurdas sobre la operación.

Al cabo del rato llegó mi San Martín. Un camillero me metió por la puerta donde ponía quirófano. Otra vez estaba en el trenecito del terror acostado. Entré en una sala, toda llena de aparatos, y allí estaba el urólogo que me inspeccionó hacía dos meses. Me dio la bienvenida mientras se ponía unos guantes de látex en la mano. Y de no haber llevado mascarilla apostaría que tras ella había una gran sonrisa con un diente centelleante. En ese momento me dieron ganas de saltar de la camilla y salir corriendo. Renunciaría a una sexualidad satisfactoria para toda mi vida. No me importaría el hecho no poder meterla en condiciones. Bueno... pensándolo mejor sí que me importaba. Me quedaría.

Me pusieron en la camilla, vino una enfermera, me clavó la aguja de un gotero en la mano. En el dedo, me pusieron una especie de pinza para indicar mis constantes vitales. Me colocaron una sábana verde por encima. La máquina empezó a emitir pitiditos con las constantes vitales. Se encendió un gran foco sobre mí y entonces pensé en la luz que ven los que han tenido experiencias cercanas a la muerte. En la película de Ghost salían los espíritus metiéndose por ese foco. Tendría una salida fácil en caso de que las cosas saliesen mal.

De pronto apareció una mujer que se situó a mi derecha. También con el gorrito y la mascarilla. ¡Me iba a operar también una mujer! El que tenía a mi izquierda, el urólogo, saco una aguja. Mi pene ya estaba dispuesto a ser tratado. Me dijo:

- Te voy a poner la anestesia. Esto te va a doler un poco...

Entonces se dirigió con la aguja hacía mi desamparada polla. No quise mirar nada de lo que me hiciesen. Miré a la luz. Y sentí el peor pinchazo que me han dado jamás en mi vida en la parte posterior de mi pene. Era como un clavo traspasándome. No emití ningún gruñido, ni gemido, ni nada. Solo miraba la luz para ver por dónde aparecía Dios.

- ¿Sientes algo?

- Sí.

Metió otra inyección.

Y otra.

Tres pinchazos mortíferos en distintos puntos de mi geografía más sensible y en la luz no aparecía nadie. 

 


9 comentarios

teven -

creo que tengo fimosis y que pronto me operare

monocamy -

Ayyyyy.... ¿pero cómo se me ocurre entrar aquí justo hoy que me sentía cachondín? se me han vaciado los conductos cavernosooooooooo!!

Ammm.. ahora que lo pienso... el hecho de que esté cachondín y haya venido a tu blog no necesariamente guarda relación directa eh? :O

:PP

Cora -

Qué miedo me da que te digan: "te va a doler un poco". Cuando realmente duele un poco dicen "no te va a doler", así que cuando ya avisan antes me acojono...

scape95 -

Ufssss... ¡qué agobio!!!!!! XDD

laceci -

Yo también creía que no se podía ser feliz, pero te aseguro que es posible, lo mejor es esperar que las cosas ocurran, no buscarlas...

Rosicky -

Me anestesiaron después¿? eso si que hubiese dolido... había una coma antes de después, y anestesiaron quería decir completamente xD

Un abrazo!

Su -

Buenísimo, me encanta la ironía con que cuentas las cosas...

Un beso

Rosicky -

Esto es cierto¿?¿? Qué dolor... A mí me operaron cuando era muy pequeñito y me anestesiaron después, los peores días son los posteriores...

Me he partido el culo con la historia y con tus sarcasticos y maquiavélicos comentarios y observaciones :)

Un abrazo genio!!!

Espero la segunda parte pronto... me alivia las heridas :) Mu bien narrado, engancha :)

Otro abrazo :)

Espero que estés mejor!!! y que te haya salido bien el examen!! ;)

Desconocida -


Muy bien contado . Tal como lo haces se puede sentir lo que viviste en esa situación .
Un saludo .