Madrid. Capítulo 2
Lo primero que vi al entrar fueron a dos gogos bailando sobre el podium situado en medio de la pista central.
Sólo llevaban un pequeño calzoncillo que tapaba lo mínimo. La discoteca estaba repleta. La mayor parte de la gente se congregaba en la pista central o estaban agolpados en la barra. Aproximadamente había unos veinte tíos por cada tía. Esto iba a ser peor de lo que me pensaba.
Tenía que aguantar. A lo largo de mi vida he pasado muchos malos ratos. He trabajado mucho, he tenido que ver las horas pasar una tras otra hasta que llegase el momento de mi liberación. Cuando curraba me sentía así, por lo tanto hoy iba a ser como uno de esos días: puro trámite. Estaría allí metido con mis amigos, sobre todo con Salva, que encima que me había ofrecido alojamiento no iba a estar diciéndole dónde teníamos que ir o no. No tenía derecho a quejarme. Además, yo no conocía Madrid y no podía irme a ninguna parte. Soportaría lo que fuera necesario.
Decidieron ponerse a bailar en medio de la pista central. Yo apenas me movía, yo era el más muermo que estaba metido allí dentro. No quería llamar la atención a nadie. Quería ser invisible, no quería existir durante unas horas. Los hombres comenzaron a bailar entre ellos y algunos se besaban. Las luces rojas me hicieron imaginar que yo era como Dante y había descendido a los infiernos para observar de primera mano cómo pecaba el ser humano en ese tugurio de mala fama. Un buen periodista debe meterse en la boca de lobo para extraer todo el jugo y dar mayor realismo a sus crónicas, debe estar en plena guerra para contar a través de sus ojos lo que pasa. Pero yo sólo era un idiota que se creía poeta y soñaba con ser periodista que estaba metido en una discoteca de maricones.
Sentía asco de mí mismo, yo, que siempre había defendido a ultranza los derechos de los homosexuales me estaba convirtiendo en un homófobo, tenía miedo de que me hicieran algo, pensaba que me iban a violar y que, para colmo, me iba a gustar. Pero a medida que iba pasando el tiempo me di cuenta de algo: no veía que los homosexuales se liaban mucho más que los heterosexuales en cualquier discoteca. Es más, incluso podía decir que eran más recatados. Además, había una similitud entre las discotecas que conozco y esta: jamás iba a ligar con nadie. Hecho que me consoló en ese momento. Y todo tiene una sencilla razón: Por lo que pude ver, todos los gays se cuidan muchísimo más, la mayoría iban al gimnasio, tenían una ropa que se notaba que habían elegido de forma muy selecta. Tenían clase. Y yo sólo era un barrigón que iba con mis vaqueros y zapatillas. Por suerte no me arreglé mucho para salir.
Salva y Diego se fueron a pedir su consumición. Yo me quedé con el excompañero de piso de Salva, el que se ponía a llorar cuando él se iba. Intenté no intercambiar ni una sola palabra con él. Se me notaría en mi cara el desagrado.
Me fijé que de las pocas chicas que había, la mayoría estaban situadas a pie de los podiums mirando a los gogos. Había una que estaba mirando fijamente a un gogo con cara de ninfómana salida, intentaba provocarle mostrando su escote y dejando caer los tirantes de su vestido para que se asomaran mejor sus dos enormes globos. Con la mirada le estaba diciendo: “quiero que me folles, quiero que dejes de ser maricón y aproveches tu cuerpo para joder a una tía como yo, sé que te la puedo poner dura, mírame, ¿Ves mi cara? Quiero que te corras en ella”. Los gogos les seguían bastante el juego, las miraban, les dedicaban sonrisas, pero no bajaban. No lo entendía. Supongo que muchos de los homosexuales que trabajaban allí lo eran porque ya estaban hartos de perforar coños.
Tenía que aguantar. A lo largo de mi vida he pasado muchos malos ratos. He trabajado mucho, he tenido que ver las horas pasar una tras otra hasta que llegase el momento de mi liberación. Cuando curraba me sentía así, por lo tanto hoy iba a ser como uno de esos días: puro trámite. Estaría allí metido con mis amigos, sobre todo con Salva, que encima que me había ofrecido alojamiento no iba a estar diciéndole dónde teníamos que ir o no. No tenía derecho a quejarme. Además, yo no conocía Madrid y no podía irme a ninguna parte. Soportaría lo que fuera necesario.
Decidieron ponerse a bailar en medio de la pista central. Yo apenas me movía, yo era el más muermo que estaba metido allí dentro. No quería llamar la atención a nadie. Quería ser invisible, no quería existir durante unas horas. Los hombres comenzaron a bailar entre ellos y algunos se besaban. Las luces rojas me hicieron imaginar que yo era como Dante y había descendido a los infiernos para observar de primera mano cómo pecaba el ser humano en ese tugurio de mala fama. Un buen periodista debe meterse en la boca de lobo para extraer todo el jugo y dar mayor realismo a sus crónicas, debe estar en plena guerra para contar a través de sus ojos lo que pasa. Pero yo sólo era un idiota que se creía poeta y soñaba con ser periodista que estaba metido en una discoteca de maricones.
Sentía asco de mí mismo, yo, que siempre había defendido a ultranza los derechos de los homosexuales me estaba convirtiendo en un homófobo, tenía miedo de que me hicieran algo, pensaba que me iban a violar y que, para colmo, me iba a gustar. Pero a medida que iba pasando el tiempo me di cuenta de algo: no veía que los homosexuales se liaban mucho más que los heterosexuales en cualquier discoteca. Es más, incluso podía decir que eran más recatados. Además, había una similitud entre las discotecas que conozco y esta: jamás iba a ligar con nadie. Hecho que me consoló en ese momento. Y todo tiene una sencilla razón: Por lo que pude ver, todos los gays se cuidan muchísimo más, la mayoría iban al gimnasio, tenían una ropa que se notaba que habían elegido de forma muy selecta. Tenían clase. Y yo sólo era un barrigón que iba con mis vaqueros y zapatillas. Por suerte no me arreglé mucho para salir.
Salva y Diego se fueron a pedir su consumición. Yo me quedé con el excompañero de piso de Salva, el que se ponía a llorar cuando él se iba. Intenté no intercambiar ni una sola palabra con él. Se me notaría en mi cara el desagrado.
Me fijé que de las pocas chicas que había, la mayoría estaban situadas a pie de los podiums mirando a los gogos. Había una que estaba mirando fijamente a un gogo con cara de ninfómana salida, intentaba provocarle mostrando su escote y dejando caer los tirantes de su vestido para que se asomaran mejor sus dos enormes globos. Con la mirada le estaba diciendo: “quiero que me folles, quiero que dejes de ser maricón y aproveches tu cuerpo para joder a una tía como yo, sé que te la puedo poner dura, mírame, ¿Ves mi cara? Quiero que te corras en ella”. Los gogos les seguían bastante el juego, las miraban, les dedicaban sonrisas, pero no bajaban. No lo entendía. Supongo que muchos de los homosexuales que trabajaban allí lo eran porque ya estaban hartos de perforar coños.
Al cabo del rato vi a un tío que no paraba de mirarme. Mal asunto. Pero de pronto me acordé de las palabras de Salva: me dijo que le gustaba jugar con ellos y mostrar lo que no era solamente para divertirse. Entonces comencé a mirarlo yo también, quería saber qué pasaba, aunque sabía que me estaba metiendo en un marrón. Comenzamos un juego de miraditas completamente descaradas. Yo me reía, el tío se pensaba que me hacía gracia, pero me reía de la absurda situación, yo haciendo juegos de nenas en ese lugar. Era para matarme. Si algún amigo se enterase de lo que estaba haciendo seguramente me dejaría de hablar o cuando fuese conmigo iría siempre con el culo pegado a la pared. Por no hablar de todos esos personajes de mi clase que piensan que ser homosexual es la mayor deshonra que puede haber para una familia y para una persona, como si fuera una enfermedad terminal. Eso no lo contaría a nadie, sería mi ruina. Hasta que me cansé de aquel absurdo juego y ya no le miré más. Se iba a quedar con las ganas. Que le den.
El tiempo avanzaba (no, aunque parezca mentira no retrocedía). Estaba acusando el cansancio del viaje. La noche anterior no había dormido y los pies comenzaban a dolerme. Quería irme a casa pero no podía. Era como un niño pequeño llorando a su mamá en medio del peor antro del universo. Necesitaba sentarme o iba a morirme.
- Salva. Voy a los asientos de allí a sentarme. Necesito descansar un poco.
- Yo te espero aquí.
Me acerqué a los asientos que estaban en el lateral. Tenían forma de media luna. Todos los sitios estaban ocupados menos uno donde estaban dos chicas sentadas en un extremo. Me senté en medio del semicírculo. Mis pies por fin descansaban y mi culo estaba a salvo. De pronto se acercó una borracha y se sentó a mi lado. No le hice mucho caso, pero pronto comenzó a reírse sola, echaba la cabeza hacia atrás y no dejaba de reír. Me quedé mirándola para ver qué le pasaba. Ella se giró y al verme comenzó a reírse más.
- No quiero ni imaginar lo que estarás pensando de mí – me dijo.
- Nada, no pienso nada.
- Es que como estoy aquí sola riéndome, te pareceré patética.
- No, que va. Me parece bien que te rías.
- ¿Qué haces aquí?
- Descansar, tengo los pies molidos. ¿Y tú?
- También descanso. Estoy echa polvo.
- ¿Sabes? Es la primera vez que vengo aquí y a un lugar como este.
- ¿Y?
- Estoy muy sorprendido. Es que yo soy de pueblo y ver todo esto me deja un poco estupefacto.
- ¿Sí no?
- Sí
- ¿Y esperas que me crea este rollo?
- Te estoy diciendo la verdad. ¿No me crees?
- Pues claro que no. Menudo cuento me estás soltando para excusarte de que estás aquí.
- ¡Es verdad! He venido porque un amigo me ha traído.
- Y yo también estoy aquí para acompañar.
- ¿De verdad no me crees? Puedes preguntarle a él que está ahí enfrente bailando.
- No tienes por qué demostrarme nada. Tú eres libre de decir lo que quieras y yo de pensar lo que quiera.
- Sí, pero yo te digo la verdad joder. Yo no tengo por qué mentirte.
Comenzó a reírse de nuevo como una loca.
- Qué fuerte los tíos. Ya no sabéis qué decir.
- Joder, que es verdad. Yo en mi vida he estado en un sitio así. Y ya que estoy pues veo por curiosidad lo que hay, cómo es, me gusta meterme en la boca del lobo. Me gusta estar en el cielo y en el infierno.
- ¿Y esto es el cielo o es el infierno?
La pregunta me había pillado por sorpresa. Si decía que era el infierno igual se sentía ofendida. Posiblemente era una lesbiana despechada que me tiraría la copa por la cara si le dijese lo que pensaba del lugar. Decidí ser prudente y decir:
- No lo sé, la verdad. Sólo sé que todo esto para mí es nuevo y muy sorprendente.
- ¿Sorprendente por qué?
- No lo sé, me gustaría entender qué hay en la cabeza de la gente, qué es lo que quieren y por qué son así.
- Mira a tu alrededor. ¿Qué ves?
Eché un vistazo y lo único que veía era a mucha gente.
- A mucha gente.
- Fíjate bien. La mayoría están solos.
- Es cierto – observé.
- Vienen aquí para estar solos y bailar. Quieren olvidarse de lo que hay ahí fuera. Quieren desconectar. ¿No te das cuenta?
- Tienes toda la razón del mundo.
- ¿Qué tal si te quitas los prejuicios y sales a bailar un rato? Intenta divertirte tú también.
- Si yo intento divertirme, pero no es mi lugar.
- Es increíble que alguien como tú esté en este lugar. Creo que eres la única persona normal que hay aquí.
- No sé si eso me consuela.
- Bueno amigo, me voy a ir, ya he descansado suficiente. Ha sido un placer hablar contigo. Y lo dicho, sal ahí y diviértete tú también.
- Gracias, el placer ha sido mío. Por cierto. ¿Cómo te llamas?
- Cristina. ¿Y tú?
- Fredy.
- Encantada – nos dimos dos besos – espero verte más tarde.
- Lo mismo digo.
Se levantó del asiento, y se perdió entre la gente con un paso desequilibrado. No la volví a ver.
Inmediatamente, se acercó un tío al sofá y se sentó en el mismo sitio en el que estaba Cristina. No le dirigí la mirada, pero por el rabillo del ojo veía que no paraba de mirarme descaradamente esperando un gesto por mi parte. Era el momento ideal para levantarme e irme. Y así lo hice.
Todavía conservaba el ticket de consumición en el bolsillo. Al principio tenía miedo de ir a la barra solo. Pero me di cuenta de que la gente era inofensiva, era gente normal que lo único que quería era distraerse un rato con la música. Les dije a mis amigos que iba a la barra a pedir y caminé hacia la barra. Esquivé a la gente que se interponía en mi camino, observaba las caras de la gente, ¿y si algún conocido había ido a Madrid y nos encontramos allí? ¿Cómo le iba a explicar que no era lo que parecía?
La barra estaba abarrotada de gente y me costó bastante hacerme un hueco para pedir. Sólo había un camarero pero no tardaría mucho en atenderme a mí. Me apoyé tranquilamente en la barra y me puse a pensar mientras esperaba. En ese momento ya tenía claro que iba a hacer un relato con todo lo que me estaba sucediendo y comencé a pensar cómo lo contaría. Cuando de pronto, un tío se acercó por detrás de mí para pedir y me restregó todo su paquete por el culo. ¡Mierda! Reaccioné enseguida poniéndome firme y de lado. ¡Qué horror! Con el descuido de la barra puse el culo en pompa y un hijo de puta se acercó y arrimó la cebolleta. ¡Me cago en su madre! Sentí un asco indescriptible. Me dieron ganas de empujarle y de pegarle un puñetazo. Pero era imposible hacerlo. Si lo hiciese todos vendrían a pegarme a grito de “¡hay un heterosexual entre nosotros!”, “¡hay un topo!” y me matarían. Era una sensación horrible. Ahora sé lo que siente una mujer cuando un tío se le acerca en una discoteca y le refriega todo su material ¡Qué repugnancia! En mi vida había he hecho algo así, pero sabiendo el asco que ocasiona ni se me pasaría por la cabeza. Aunque bueno.... sé de muy buena tinta que a muchas chicas les gusta sentir eso y por eso van tanto a las discotecas.
Mi copa y yo salimos a salvo de aquel infierno. Eran casi las ocho de la madrugada y la discoteca iba a cerrar. En ese tiempo había visto todo tipo de personas allí dentro: chulos, maricones, violadores, asesinos, pijos, locos, travestis, transexuales, sacerdotes de incógnito, gordos de 200 kilos vestidos de mujer, de todo.
Anunciaron que iban a cerrar. Había pasado cuatro horas dentro de ese antro y pude sobrevivir. Por fin nos iríamos a casa a dormir. Por fin podría descansar. Por fin me alejaría de los homosexuales. Por fin podría dar rienda suelta a mi orgullo heterosexual. ¡Aleluya!
Salimos de la discoteca y la luz del día nos deslumbró. Volví a mirar al cielo y vi de nuevo la bandera de 20 minutos.
Al fin estaba fuera de ese ignominioso lugar. La discoteca Ohm, tenía el nombre el mantra más sagrado, el primer sonido de la creación. En aquel lugar uno podía creer que Dios era gay. Más de un budista habrá entrado a la discoteca pensándose que se trataba de un templo sagrado y habrá salido con un curioso escozor en el ano.
- Bueno chicos, ¿Qué hacemos ahora? – preguntó Salva.
En ese mismo momento pasó un relaciones públicas por nuestro lado y nos dio unas invitaciones para un after. Diego se quedó mirando la tarjeta.
- ¿Qué tal si vamos a este sitio? Está cerca –dijo Diego.
- Me parece bien –dijo Salva.
- Sí, debe estar bien.
Hijos de puta. Aún tenían fuerzas para ir a un after y yo estaba muerto. Claro, como ellos no acababan de hacer un viaje y no pararon de meterse coca durante toda la noche aún tenían ganas de más. Yo creía que me iba a morir. Pensaba que me iba a ir a casa y ahora resulta que querían ir a un after. Pero bueno, al menos ya habíamos salido de aquel espantoso lugar, en el after al menos habrían mujeres... ¿O era otro local de ambiente?
- Oye Salva –le dije por lo bajo mientras caminábamos hacia el after – ¿El sitio al que vamos también es de gays?
- Sí.
No contesté.
11 comentarios
javier -
Se vé, claramente que te ha llamado siempre el tema "gay", y que como muchos otros, no lo aceptas.
Chico, la verdad es que creo que volverás a ir a ese u otro lugar de ambiente y que te animarás a salir del armario.
Ojalá sea eso, porque de lo contrário, nene estás enfermo y no deberias salir a la calle para nada.
Es lamentable, pero cierto. Chico Tienes un grabe problema.
MANU -
HOMOSEXSUAL: Sujeto cuya afectividad y deseos eróticos se dirigen hacia individuos de su propio sexo.
david -
yani -
Celia -
Me has hecho reir mucho, gracias!
Un saludo!
triskel -
Carol -
Besos
Alicia -
Es interesante la contradiccion entre defender algo a capa y espada y cuando te ves rodeado de la situacion defendida, te sientes en peligro constante ... no seria que defendias a los gays para llevar la contraria al gobierno anterior del PP? o por creerte moderno y sin una mente estrecha?
No creo que seas un homofobo, lo que te falta es costumbre, ni mas ni menos. Yo creo que la situacion se vuelve normal para uno cuando le rodea y no viendola una vez al anho (que no ano! :D ). Quizas si tuvieras amigos gays y estuvieras con ellos a diario o semanalmente, los entenderias mas, pero no se puede entender algo que no se tiene cerca,por lo menos no tan facilmente.
jajajajajaja, Aun me estoy riendo con algunas de tus expresiones!!!
En Tierra Firme -
Rosicky -
Divertida y entretenida historieta, con tus típicos fallos raros :D Jejeje, pero eso no importa...
La verdad no tengo fuerzas para decir algo constructivo. Probaré mañana. Hasta entonces, un abrazo, genio!! :D
En Tierra Firme -