Blogia
En Tierra Firme

El pez alérgico al agua

EL PEZ ALÉRGICO AL AGUA

No encontraba la inspiración por ninguna parte, así que encendí la televisión. Al menos en Navidad la programación variaba un poco, no de contenido, sino de forma. Los logotipos de las cadenas aparecían cubiertos de nieve y la publicidad mostraba su lado más altruista acordándose de los juguetes de los niños. El resto continuaba igual; programas vulgares para gente vulgar.

Empecé a recordar que antes había otro tipo de televisión, cuando yo volvía del colegio hacían dibujos animados. Ahora los niños se encontraban con programas como A tu lado, en el que salían personajes infames insultándose, acusándose de tomar drogas o de prostituirse. A finales de los años setenta, posiblemente hacían mejores programas, por ejemplo A fondo; un programa donde entrevistaban a “las primeras figuras de las ciencias, las artes y las letras”. Descubrí las entrevistas en Internet gracias a programas de intercambio de ficheros donde había gente sensata que compartía material de calidad. Encontré entrevistas a Salvador Dalí, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges... ¿Y ahora qué? Encendía la televisión y tan sólo veía entrevistas al último expulsado de Gran Hermano, de La casa de tu vida, o de Operación triunfo. Lo peor no era eso, lo peor era ver a las masas seguir esas entrevistas como si en sus comentarios encerrasen el sentido de la vida. Todo eso era normal en España. Luego había gente que todavía se preguntaba por qué había fracaso escolar. En Japón, uno de los programas con más audiencia del país era el de un matemático que ponía problemas a los telespectadores y daba clases de matemáticas de una forma clara y divertida. Me pregunté qué pasaría si emitiesen aquí algo parecido, más de uno se echaría las manos a la cabeza preguntándose cómo hacen un programa tan malo sin que salga ningún famoso de pacotilla contando su miserable vida. Aunque igual si lo presentase Bertín Osborne tendría éxito. ¿Quién sabe?

Permanecí sentado un buen rato, las imágenes televisivas seguían sucediéndose ante mí. Sólo me movía para levantar el mando a distancia y hacer zapping. Mientras tanto, me rondaban muchos pensamientos desconcertantes por la cabeza. Mucha gente me decía que utilizaban la televisión como una vía de escape para evadirse de la realidad, pero yo no me lo creía. Aunque en ocasiones hiciesen buenos contenidos, la mayoría de las veces esa vía de escape se convertía en un desagüe fecal pero al revés. Yo no era el único que así lo creía, mucha gente opinaba lo mismo y se indignaba de la misma manera. ¿Y la publicidad? ¡Ay, la publicidad! Querían hacerte creer que no tenías nada, intentaban generarte infelicidad y necesidad. “Compra este perfume y la chica caerá rendida ante ti”, “el coche de tu compañero de trabajo es mejor que el tuyo y tú eres un desgraciado por eso”, “si no compras este teléfono de última generación serás un cavernícola con tu teléfono obsoleto”, “con esta comida de perros tu perro será fuerte y tú más feliz por eso”, “compra esta ropa y serás superguay”. Todo me parecía un mercadillo para idiotas y, aun así, luego veía a la gente alardear de su coche o comprándose esa ropa para ir a la moda. Enseñaban sus teléfonos para compararlos con los de sus amigos para así ganar una especie de reputación vanidosa. Era horrible. A menudo escuchaba conversaciones banales en las que tenía que hacer grandes esfuerzos para contener las arcadas, sobre todo cuando se comportaban como pavos reales desplegando sus plumajes y hablando de sus televisiones de plasma, teléfonos de última generación, de las joyas que se ponen en las bodas o cuando una parejita presumía de su futuro yerno que estaba trabajando de ingeniero y cuya posición económica era excelente. Todos pavoneaban con sus pertenencias. Frecuentemente se olvidaban de la verdadera utilidad de las cosas, no se acordaban de que los teléfonos eran para hablar, los relojes para señalar la hora y los coches para desplazarse. Había gente que se compraba coches carísimos y no tenían ningún sitio a donde ir, como mucho iban al trabajo para pagarse su propio coche. A veces creía que yo no tenía nada en común con nadie. Me preguntaba si algún día harían una propaganda que dijese: “No compres nada, no te creas nada, despréndete de todo lo que tengas y dedícate a la vida asceta y contemplativa en la orilla del río Ganges”. No soportaba ver más televisión, así que la apagué y me fui.

Bajé las escaleras y salí a la calle. Era Navidad, pero extrañamente no caían copos de nieve por ninguna parte, no había trineos paseando por el cielo, ni estrellas resplandecientes que deslumbraban a unos transeúntes absortos con la boca abierta ante el fenómeno. Tampoco me crucé con ningún calvo que repartiera suerte con su mirada. Absolutamente nada. Todo era igual que siempre. Lo único que cambiaba eran las luces parpadeantes que habían colocado en los comercios, no sé si para adornar o para llamar la atención de los que van con sus pagas dobles de diciembre en busca de regalos para la familia. Todo me resultaba extraño, no entendía nada. A veces me decían que no respetaba los gustos de los demás, que siempre creía tener la razón, que hablaba con demasiada prepotencia y seguramente llevaban razón, no tenía derecho a opinar sobre los gustos y forma de vida de los demás, los coprófagos también tenían cabida en el mundo.

Me di cuenta de que estaba paseando sin saber a dónde me dirigía. Di media vuelta y tomé el mismo camino de siempre para ir al bar de Paco, un sórdido tugurio que difícilmente superaba alguna inspección de sanidad. Allí hablaría con Henry, un vividor al que le dieron una paga por invalidez a raíz de un accidente laboral que tuvo. Se limitaba a pasarse todo el día en el bar bebiendo y jugando a las máquinas tragaperras. En su casa ya nadie le esperaba para cenar, su mujer lo abandonó. Pese a eso jamás perdía la sonrisa. Era de esos borrachos que reían cuando bebían y no de los que lloraban. Me gustaba hablar con él.

Llegué al bar y abrí la puerta. Entré y allí estaba Henry, sentado en la barra y bebiendo cerveza. Me acerqué a un taburete libre que había a su lado y me senté sin decirle nada. Henry bebió un trago de cerveza, dejó el vaso en la barra y sin mirarme dijo:

- ¿Qué tal, Alex?

- Es sorprendente, sin mirarme me has reconocido.

- Te he visto reflejado en ese espejo –dijo mientras señalaba al espejo mugriento que estaba situado detrás de la barra–. ¿Qué quieres tomar?

- Nada.

- ¡Camarero! –levantó el brazo como si llamase a un taxi–. Ponle una cerveza a mi amigo y otra para mí.

- Siempre haces lo mismo.

- Por cierto, Alex... feliz Navidad.

- Déjate de pamplinas, desear la felicidad a alguien es desearle la muerte en vida. Prefiero que me digas que descanse en paz.

- ¿Ya empiezas con tus tonterías?

- No es ninguna tontería, eso de ir deseando la felicidad gratuitamente sin saber ni lo que es me parece una irresponsabilidad muy grave. Ahora en Navidad la gente se desea la felicidad una a otra sistemáticamente. En la televisión te lo desean antes de pasar a publicidad y en todas las propagandas. Hasta en las bolsas de plástico de los comercios aparece el dichoso “Feliz Navidad”. Nadie te pregunta antes si eres feliz, ni saben si lo eres, sólo te lo desean y lo esperan sin más. Como quien tira una bolsa de basura al contenedor y espera que por la noche pase el camión a recogerla.

- ¿Pero qué tiene de malo desear la felicidad? –preguntó con su habitual sonrisa cínica. Esa sonrisa que expresaba que le hacía gracia lo que decía y, a la vez, sabía que yo estaba completamente equivocado.

- ¿Qué tiene de malo? ¿Alguna vez has pensado cómo sería una persona completamente feliz? Imagina por un momento que un genio de la lámpara de Aladino le concede a alguien su tan ansiado deseo de ser feliz. ¿Cómo sería esta persona? Esta persona sonreiría ante todo, estaría muy bien los primeros días, sentiría un bienestar sin igual y tendría todas las necesidades saciadas. ¿Pero qué pasaría cuando empezasen a suceder desgracias a su alrededor? Se moriría un ser querido y sería feliz. Lo continuaría siendo si le despidiesen del trabajo o, incluso, si lo metiesen en la cárcel. Esa persona nunca lucharía por nada, porque nada le haría más feliz de lo que está. Lo podrían enterrar vivo, vejar, torturar, someterlo a cualquier tipo de escarnio y el hombre seguiría feliz como un idiota. Esa persona nunca lloraría cuando fuese el momento de llorar, nunca más se estremecería viendo alguna terrible noticia del telediario. Todos se apiadarían de él por ser un feliz desgraciado e inconsciente. Lo que te quiero decir, Henry, es que los que aspiran a ser felices en este mundo no quieren ver las desgracias de las que se compone la vida, quieren cerrar los ojos a la realidad. Creo que no se puede ser feliz mientras estemos viviendo en este mundo imperfecto. No se puede tener conciencia de las injusticias del mundo y ser feliz. De vez en cuando te puedes olvidar de que la vida es una mierda, reírte y ser feliz un rato, pero no durante toda tu vida. Muchísimas veces me sorprendo cuando pregunto a alguien a qué aspira en la vida y me dicen “quiero ser feliz”, creyendo ser modestos por estar pidiendo poco y, a la vez, creyendo que esa meta es inalcanzable. ¡Pues claro que lo es! ¿Nunca has oído hablar del sufrimiento de ser feliz?

- ¿Pero qué forma tan maquiavélica tienes para enfocar las cosas? –dijo Henry–. Siempre estás igual. Eres un retorcido. Sabes bien que la felicidad no es eso, la felicidad es luchar por lo que quieres dentro de las desdichas. Estoy harto de decirte que eres sumamente pesimista y eso no es bueno. ¿Sabes? Está probado estadísticamente que los pesimistas se mueren antes.

- Eso es discutible, estimado Henry. Por si no lo sabías, los optimistas son los únicos que se suicidan.

- ¿Cómo te atreves a decir semejante barbaridad?

- No es ninguna barbaridad; sólo se suicidan aquellos optimistas que dejan de serlo, en un momento u otro pueden perder su razón de ser. Sin embargo, los pesimistas que no han encontrado un motivo para vivir, ¿por qué lo iban a encontrar para morir? En el crack del 29 se suicidaron en masa todos aquellos que tenían todo su optimismo depositado en sus acciones. ¿Cuántos mendigos asqueados de la vida se suicidaron en el 29?

- Eso es un disparate. Yo no sé de dónde te sacas esas cosas –. Parecía realmente disgustado con lo que decía, se le había ido la sonrisa de su rostro.

- No lo digo yo, eso lo leí en un libro de Emily Ciorán. Era un filósofo rumano, aunque yo lo considero más bien un poeta.

- Deberías dejar de leer esos libros. Acabarán volviéndote loco. No dicen más que una sarta de burradas. Eres joven y no puedes pensar así. Lo que deberías hacer es leerte el libro que te recomendé, seguro que se te quita ese pesimismo de la cabeza y enfocas la vida de otro modo.

- ¿Qué libro?

- El de ¿Quién se ha llevado mi queso?

- Ya me lo leí y antes de terminarlo ya sabía cuál era la moraleja.

- ¿Ah, sí? – preguntó muy interesado – ¿Y qué conclusión sacaste?

- Que para ser feliz tienes que ser una rata descerebrada y no un liliputiense que piensa. No me vuelvas a recomendar más libros de esa infraliteratura barata, por favor.

- ¡Dios santo! ¡No hay forma con este chico! –dijo lamentándose. Cogió la cerveza y se la bebió entera de un trago. Respiró y añadió: –No tienes remedio.

- Lo sé –respondí.

Entonces se abrió la puerta del bar y apareció Luis.

- Hola, Alex –me dijo.

- Hola, Luis, qué sorpresa verte por aquí –contesté.

- Te estaba buscando, sabía que te encontraría aquí.

- ¿Cómo lo has sabido? ¡Si he salido de casa sin saber a dónde iba!

- Siempre estás aquí.

- ¡No puede ser! ¿Me estoy convirtiendo en un asiduo del bar?

Luis era uno de mis mejores amigos. Se podía hablar con él, era una persona profunda. Escribía poemas y lo hacía realmente bien, aunque no era de esos que escribían un poema rimando amor con dolor y decían llamarse poetas. Su vida, su pensamiento y su corazón tenían madera de auténtico poeta. Para él, escribir era algo más que una necesidad.

- Alex. ¿Me acompañas a un sitio? Así mientras hablo contigo.

- ¿Cómo no? –le respondí.

Me despedí de Henry y le dije que tendríamos que retomar la conversación otro día. Salimos de allí y caminamos.

- ¿Cómo estás, poeta? – le pregunté.

- Ya sabes que no me considero poeta.

- Sí, pero escribes unos poemas increíbles, si a tus dieciocho años escribes así, ¿qué harás cuando tengas treinta?

- No lo sé, de todas formas desprecio bastante lo que hago. No me gusta.

- Mira, yo sé que tú vales mucho, no he visto a nadie de tu edad escribir esos sonetos tan perfectos, con rima perfecta y que transmitan tanto. ¡Ya me gustaría a mí escribir como tú lo haces!

- Gracias por decirme eso, de verdad. Pero escribir es algo secundario, no le doy importancia, nada tiene importancia. Observo lo que hago y todo me parece absurdo, lo único que pasa en mi vida es que envejezco cada día un poco más y me da la sensación de que no hago nada útil.

- Por eso no te preocupes, Luis, recuerda que en esta vida sólo los mediocres se dedican a hacer cosas útiles.

- Sí, pero no se puede vivir de la poesía, nada de eso me va a dar de comer. Hay que trabajar o estudiar algo, haciéndolo o no, seguiré sintiéndome un desgraciado. No me gusta ningún trabajo, y eso de estar estudiando cosas que no me interesan... no sé cómo explicarlo... Carlos Edmundo de Ory dijo una vez: "La física nuclear no me ayuda a comprender por qué lloro por amor." Pues eso mismo pienso yo, aprender cosas innecesarias no me ayuda en nada.

- Qué genio. La verdad es que queda muy poca gente como tú.

- ¿Y de qué sirve? Sólo somos los raros, los colgados de la vida, los que no tenemos futuro. Si preguntas a alguien qué es la belleza te miran raro y te dicen que estás “rayado” o que no estás bien de la cabeza. Creen que te calientas la cabeza por tonterías, que piensas demasiado. Fíjate lo que dicen: ¡pensar demasiado!

- Sí –contesté–. A veces he contado algún problema que me atormentaba a alguien y para ayudarme me han dicho “no pienses en eso”, y se quedan tan anchos. ¿Es que es tan fácil dejar de pensar? ¿Es que uno puede hacer que su corazón deje de latir en cualquier momento? Vivimos en un mundo donde te enseñan a no pensar y, si lo haces, te miran mal. A través de los medios de comunicación están idiotizando a la gente, cuanto más idiotas estén, más propensos a consumir estarán, sólo les importa tu dinero. Tienen estudiado todo, saben hasta cuántos pasos das cuando entras a un supermercado, te colocan los productos estratégicamente para incitarte a consumir. A medida que pasa el tiempo me doy cuenta de que este mundo no dista de aquel que creó George Orwell en 1984 o del Mundo feliz de Aldous Huxley

- Menos mal que hay alguien que me entiende –dijo Luis.

- Por cierto, ¿has escrito algo últimamente?

- Sí, no puedo parar de escribir. Sabes que es algo superior a mí. Pero a veces me da la sensación de que no soy yo el que escribe, sino que es ella la que escribe.

- Los hay que sin sus musas no hubiesen sido nadie. Fíjate en Gala para Dalí, en Yoko Ono para Lennon... sin ellas nunca hubiesen alcanzado el equilibrio.

- Pero ellos tuvieron suerte, no como yo... –no dije nada, permanecimos en silencio un rato. Sólo se escuchaban nuestros pasos y el ruido del tráfico, entonces Luis preguntó: –¿Y tú has escrito algo?

- Estoy intentando escribir un cuento de Navidad pero no puedo... Parece que siempre hay que sacar una moraleja positiva de todo y los buenos tienen que acabar casándose con la amada. En la vida real, tu mejor amigo se va con tu novia por muy héroe que seas. Además, creo que sobre la Navidad ya todo está dicho..., está muy visto eso de criticar a la sociedad de consumo, la hipocresía del mundo o relatar cómo es la Navidad de un pobre que intenta sobrevivir mientras otros niños ricos se divierten con los juguetes que les ha regalado Papá Noel.

- ¿Sabes qué dijo una vez el gran poeta Benjamín Prado?

- Dime.

- “Que algo ya se haya dicho, no significa que no pueda volver a decirse por primera vez”

- Me fascinas. ¿Por qué siempre tienes respuesta para todo?

Me sonrió y no respondió. Nos habíamos quedado parados en un semáforo en rojo, los coches pasaban de un lado a otro. Una chica se situó a mi lado esperando a que el semáforo se pusiese en verde, llevaba una bolsa en la mano. Parecía ausente ¿Qué pensaría?

- Oye, Luis, ¿Se puede saber a dónde vamos?

- Al centro comercial, tengo que comprar unas cosas.

Cruzamos la calle y fuimos directos al centro comercial. Nos mezclamos entre todo el río de multitud que entraba al centro comercial, mientras hablábamos de la hipocresía del mundo y de lo incomprendidos que nos sentíamos.

Cuando estábamos en la cola de la pescadería reparé en un salmón que había expuesto.

- Mira ese salmón –dije–. ¿Tanto nadar contracorriente para qué? ¿Para acabar frito?

- Ese salmón nunca ha nadado contracorriente, ahora los crían en piscifactorías.

- ¿Qué? –grité conmocionado– ¡No puede ser! ¿Entonces a qué se dedican esos salmones? ¡Sus vidas no tienen sentido!– los que estaban en la cola me miraban como si estuviese loco.

- ¡Tampoco te pongas así, hombre! Que te estás poniendo pálido y todo... –vio que me estaba poniendo realmente enfermo– Oye, de verdad, que tienes muy mala cara ¿Estás bien?

Me encontraba muy mal, pero ya conocía esos síntomas. Alcé la vista y vi un letrero colgado en el que ponía Bon Nadal que no mejoraba mucho la situación, pero al menos no me planteaba las mismas dudas.

- Tengo alergia a algo –dije–, pero los médicos todavía no han conseguido averiguar a qué.

En la megafonía apareció una voz femenina que decía:

- Aproveche las ofertas exclusivas de Navidad. Hoy en Hiperfour puede encontrar el salmón por sólo seis euros el kilo, recuerde, seis euros el kilo. Sólo en Hiperfour. Porque en Hiperfour... pensamos en ti.

11 comentarios

Verdad o Reto -

...y pensar que ahora estàs frente al Ganges, què envidia

vantrox -

interesante un poko realista, le tiras mucho ala realidad social...es bueno saber el punto de vista de otra persona y saber q ay muchos mundos aperte de los nuestros gracias....un año mas tarde la opinion se hace saber-... de mexiko...donde el sol kema duro y baja despacio hermosillo....Son

monocamy -

Hum... no sé... No estoy del todo de acuerdo con otros comentarios. Cada uno tiene su estilo propio, no hay por qué \"ceñirse\" a un supuesto estilo adecuado.

Por ejemplo, a mí me gusta escribir textos elegantes, en cuanto a gramática. Y, sin embargo, visito muchos blogs en los que se usa un lenguaje coloquial (con expresiones burdas, tacos, onomatopeyas, etc...) y no son necesariamente menos interesantes.

Cada uno tendrá su público ¿no? y unos dirán \"oh, qué bien escribes\" cuando es elegante y otros dirán \"qué texto más directo, como si charláramos, me encanta\" cuando es un lenguaje de jerga.

O no???

;)

A por ellos Fredyyyyyyyyy

nqlf -

no te desanimes, pero escribe más por necesidad q por ambición.y lee mucho,intentando entender como y porque se escribe.
para ser un relato corto creo q dices demasiadas cosas sueltas, para un hilo conductor debil, y creo q abusas del diálogo. me ha gustado el final,pero no creo q merecieras ganar.animo

Alicia -

Es un texto predecible, no muy ameno y no contiene nada que te haga pensar . Demasiado vulgar para ganar un concurso, pero si eso va a hacer que dudes de ti mismo...la inseguridad es mal enemigo.
Has escrito cosas mejores en tu blog que estas.

Fenix -

Sigue buscando como en los rasca y pica. Si el eje está podrido, otros concursos como los de modelos dan fe de ello.

Liala

En Tierra Firme -

Aviso a navegantes: Si he puesto el nombre del certamen, y he hecho alusiones directas, es para que aquellos que busquen en google información sobre lo que pasó que les aparezca mi página.

La Salvaje Primitiva -

Ahh, excepto la nº1, si no se queda no sabe el resultado final, ni se hubiese dado cuenta qué rodea a todo este mundillo de \"concursos\". Es un buen aprendizaje ;)

La Salvaje Primitiva -

Hago mías las palabras del anterior comentarista.
Aviso: Este texto identifica al autor de En Tierra Firme. Se podrán borrar todos los nombres alusivos al mismo, pero el título del texto, lo delatará sobre otros anteriores. Ojo!!!

Rosicky -

Un par de incisos...

1 - Si no te gustaba la ceremonia para qué te quedaste...

2 - A mí me gusta tu texto... Los premios no hace mejor o peor un escrito... Sólo son premios...

3 - No estoy de acuerdo con Su... Y la poesía social española es un gran ejemplo de ello... Triunfó ante todas las adversidades del franquismo y ante la poca popularidad que tenía (los novísimos se empeñan en decir que fue un auténtico fracaso porque hablaba del pueblo pero no para el pueblo... A mí no me parece que haya sido un fiasco porque veo a gente que la sigue leyendo 40 años después...)

Un abrazo amigo y ánimo ya ganarás algo... Estoy seguro de ello :)

Su -

Fredy, sinceramente lo primero que hice fue leer el relato y después el post. Me llamó la atención el título y como ví que a partir de ahí la cosa tenía sentido por si sola, me puse a leer. A medida que bajba imaginaba que sería para un concurso, y sin saber si era tuyo o de otro, pensaba... que no ganaría.

Demasiada carga social, demasiadas verdades, demasiado criticar lo que la sociedad nos quiere imponer.

Por desgracia eso sólo se les consiente a los escritores consagrados, y muchas veces, ni eso :`(

No dejes de escribir porque un concurso de instituto no te haya reconocido ¿vale?

Un abrazo