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En Tierra Firme

Diario de exilio

Diario de un exiliado. Capítulo 7. Un día cualquiera

Diario de un exiliado. Capítulo 7. Un día cualquiera

Me levanto confuso. Nunca sé bien dónde estoy. Lo primero que veo al despertarme es a Dalí, que me atraviesa con su mirada hipnótica desde el póster. Muchas veces me siento intimidado por él.

Me revuelvo en la cama. No tengo nada que hacer. He dormido más o menos bien, pero seguiría durmiendo. Escucho la puerta de casa. Alguien se ha ido. Debe ser tarde. Creo que ha llegado el momento de despertarme.

Miro la hora del teléfono y de pronto recuerdo que alguien me ha despertado con un mensajito a las cinco de la madrugada. ¿Lo habré soñado? Miro los mensajes para comprobarlo y efectivamente. Marcos, el de las gafas pasta y Amelie, me ha escrito diciendo que hoy hay partido a las tres de la tarde. ¿De verdad me ha mandado un mensaje a esa hora o es que mi móvil recibe los mensajes cuando le da la gana?

Son las 12. Anoche me acosté con una idea firme en la cabeza: conseguir el Football Manager y acabar de arreglar el ordenador. Lo tuve que formatear porque mi ordenador era un nido de virus. No guardé el Football Manager, pero he decidido que no voy a descargármelo, voy a comprármelo original. Es el juego al que más viciado estoy y lo mínimo que puedo hacer por la industria es comprármelo. Sólo cuesta 20 euros.

Otro objetivo del día es ir a la universidad. Configurar la conexión wiffi y descargarme un buen antivirus antes de que comience a llenarse el ordenador de mierda.

Desayuno tranquilamente un vaso de leche con un tercio de vaso lleno de nesquik. Veo un rato a Patricia Conde. Este programa parece que estén todo el día emitiéndolo en La sexta. Sea la hora que sea siempre estará puesto el “Sé lo que hicisteis”.

Me arreglo en dos minutos. Vaqueros y camiseta. Salgo a la calle, cojo el coche y me voy directo al centro comercial. Hay una tienda de videojuegos bastante grande. Por el camino pienso en cuando iba a ese centro comercial cuando me pelaba clases del instituto. También pienso en la película que vi anoche y trato de encontrarle significado. Era la película “Los idiotas” que hacen estos del dogma 95. Al principio estas películas me ponen muy nervioso. Estoy demasiado acostumbrado a ver películas con buena fotografía y cuando veo a estos hacer una película con una cámara de video me frena mucho. Pero por otro lado es bueno, demuestran que tan sólo con una cámara de mierda y unos cuantos actores son capaces de hacer una buena película. La película trata de un grupo de gente que se hace pasar por idiotas para burlarse de la gente, para no pagar en restaurantes y para luchar contra la vergonzosa clase media. En cierto momento me entusiasmé con la idea de combatir contra mi propia clase media, que son seres completamente ridículos… pero como siempre estás ideas se me van a los cinco minutos.

Llego a la tienda de videojuegos. Busco en las estanterías. No veo nada. Le pregunto a la chica que está allí si tienen el Football manager y me dice que no. Como es mujer no me fío de su criterio, puede que sea una dependienta ridícula que han contratado y no sabe distinguir entre el FIFA y el PRO. Le pregunto si tiene el juego para cualquier otra consola y me dice: No tengo el Football manager 2008 para ninguna consola. Entonces percibí que sabía de lo que hablaba.

Me voy a otro centro comercial. Allí hay otra tienda de videojuegos más pequeña. No veo nada por las estanterías y le pregunto al chico de la tienda que tiene pinta de gay. Mira en el ordenador y ¡eureka! Todavía le queda uno. Me lo da y entonces saboreo lo que es la felicidad. Por fin podré pegarme una buena viciada, por fin podré empezar una liga en condiciones y por fin, al ser original, podré jugar una liga on line, lo cual es lo más friki que puedo hacer en la vida.

Vuelvo a casa. Recojo el ordenador. Me voy a la universidad. Tengo que conseguir un antivirus como sea. Como sabía que mis compañeras de piso estaban por allí preparando un trabajo me fui a ver si tenían algún antivirus a mano. Pero me recomienda que me descargue el Avast, que hay una versión que puedes utilizar un año. Decido pasar olímpicamente de tener un antivirus con fecha de caducidad y comienzo a investigar. Busco con el Ares alguna versión con crack de Kaspersky, pero hay tantos y son archivos tan pequeños que estoy seguro que son virus. Lo mejor en estos casos es descargarse las cosas del emule. Así que me bajo el Emule, busco, pero no consigo conectar a ningún servidor. No sé si es por mi incompetencia absoluta o porque tienen el emule vetado en la universidad.

Decido bajarme una versión de prueba del kaspersky y cuando llegue a casa ya me bajaré algún código de activación. Es el antivirus que más me gusta. Suele estar callado ahí bajo y no jode demasiado.

Vuelvo a casa. Me pongo a probar el Football manager… y en fin… para qué contar más. No puede haber un juego más perfecto. Ahora he elegido al Barcelona, quiero tener dinero para fichajes, podría haber elegido al Madrid, pero es que a ese equipo no lo puedo ver ni en pintura pixelada de videojuegos.

Ya son las 14 y poco. Tengo que comer algo antes de irme a jugar a fútbol. Así que decido hacerme una lasaña al microondas. Me la como, reposo un rato, veo la tele y a las 15 decido llamar a Marcos para asegurarme que el mensaje de anoche se refería a hoy. Me contesta con una voz de dormido que no es normal. Le pregunto qué hace durmiendo y me dice que anoche se pasó haciendo el tonto toda la noche. “¿Pero qué hiciste?” pregunté, “Hablar y ver la tele”. Al final me dice que necesita dormir. Que se ha acostado a las diez de la mañana y necesita dormir un poco. Es de ese tipo de personas que necesita dormir diez horas para ser persona.

Me visto, me pongo las botas de fútbol sala y me voy a la pista. No somos bastantes. Falta gente. Nadie tiene el teléfono móvil para llamar a gente y hacemos jugar a dos niños que estaban allí con la pelota. Nos lo pasamos bien un rato. Una vez más dejo asombrado a todo el mundo que me ve jugar con mi estilo de juego directo, de samba brasileña y mi control de balón que el mismísimo Maradona envidiaría.

Estamos una hora jugando y nos echan. Tienen que jugar partido de liga. Decido volver a casa y antes de ducharme pongo otra vez la partidita del fútbol. Es un vicio demasiado bueno…

No me funciona bien la conexión a Internet y me paso más de una hora configurándola. Eso mientras mis compañeras de piso y su grupo estaban haciendo una exposición a toda la clase de un trabajo que tenían que hacer que era un coñazo.

No sé lo que es la felicidad, pero cuando uno gana al fútbol, cuando uno juega al Football manager, cuando siente la alegría completa del balón entrando en la portería… uno está seguro de tocar la felicidad con los dedos. Abrazarla debe ser una pasada.

Diario de un exiliado. Capítulo 6. Chamullar, tranzar y coger

Marcial y yo estábamos sentaditos en la terraza de la cafetería de la universidad. Pegaba un Sol impropio de Enero. Habíamos acabado un examen y necesitábamos relajarnos de la tensión acumulada durante todo un día de estudio y para ello lo mejor era tomar una cerveza.

– Uhh, qué paja, y pasado mañana otro examen –dijo Marcial llevándose la mano a la cara mientras se frotaba un ojo.
–Ya ves –tomé un trago de cerveza.
– Encima tengo que limpiar la casa, está hecha un quilombo.
– Uff, pues yo ni te cuento, por mi habitación pasean unas pelusas que parecen rastrojos del oeste.
– Y la mía, mis pelusas son tan grandes que ya tienen nombre y me llaman papá.

Desde que estoy aquí suelo juntarme bastante con Marcial. Tiene un gran defecto y una gran virtud: es argentino, no digo más. A su vez él se junta con toda una colonia de argentinos que invaden los rincones de las cafeterías y se les reconoce a kilómetros porque siempre llevan un termo y un vaso lleno de unas hierbas que en principio pesábamos que eran alucinógenas, pero se trataba de mate, una infusión a la que todos los argentinos son adictos de forma enfermiza.

Si hay algo que les sobra a los argentinos es lengua. Tienen una capacidad para hablar descomunal, todo aquel que conozca a un argentino sabrá qué estoy diciendo. Suelen hablar de muchas cosas, pero hay ciertos temas de conversación que es necesario que salgan cada vez que conversamos, como si fuera algo protocolario. Entre esos temas están, Maradona y sí mismos.

Lo primero que aprendí de ellos es que en Argentina no se conduce, se maneja; que toda disertación posible que pueda suscitar si algo es bueno se reduce a tener onda o no, y, sobre todo, que en Argentina ni se liga, ni te enrollas con nadie ni follas, allí se chamulla, se tranza y se coge.

A nuestra mesa se incorporó otro compañero de clase. Marcos, de él sólo diré que lleva gafas de pasta y tiene un poster de Amelie colgado en su habitación, sobran los descalificativos... digo, los calificativos. Mientras comentábamos algunas anécdotas del examen y demás Marcial saltó:

– Mirá que mina! ¡Que orto que tiene! ¡La parto!

Casualmente la chica se sentó en la mesa de al lado, a un par de metros de nosotros.

– Ahh, ¡Pero si esta es la turca calientapollas! –dijo Marcos.
– ¡Pará boludo! que te puede oir.
– Qué va, hombre, si estas erasmus turcas no se enteran de nada y esta en lo poco que lleva aquí ya se ha ganado la fama de calientapollas.
– ¿Cómo es eso?
– Nada, esta estuvo el otro día tonteando toda la noche con Fran, al final se fueron juntos y cuando él le tiró le habló de su novio, después de haberle estado dando bola toda la noche.
– Bueno, pero se trata de Fran, igual se inventó la historia de su novio, Fran le tira a todas las tías habidas y por haber, así que eso no es ninguna novedad.
– No, no, que el novio vino una vez aquí el novio y yo lo vi, es un gordo asqueroso. Cuando estuvo aquí estuvieron en una fiesta en la que al parecer discutieron y el tío pasaba de ella y ella estuvo llorando todo el rato, la trataba fatal.
– No puede ser, pero como una mina así está con un gordo que la trata mal, si podría levantarse al flaco que quisiera
– Pero es que a las tías les encantan los cabrones, cuanto más lo seas más les atraerás, ¿no ves que son todas unas guarras?

Entonces llegó Emanuela, otra argentina adicta al mate. Había ido a propósito a casa a buscar el termo.

–¿Qué tal chicos?
–Bien, aquí estamos, hablando de mujeres –dije.
–Sí, no entiendo, mirá esa mina de ahí detrás –ella se giró descaradamente– ¡Disimula un poco cuando mires! Esta con un flaco que es un gordo asqueroso que la trata mal.
– Es que tu eres un pelotudo, no sabes como tratar a una mujer, precisamente ayer hablaba de eso con una amiga –decía mientras comenzó a cebar el primer mate de la tarde.
– Y que decíais.
– Mientras nos cambiabamos tuvimos una charla de estas de chicas, en las que hablabamos bien claro de lo que nos gusta.
– ¿Y qué os gusta? – preguntó Marcial muy interesado.
– Pues dijimos muchas cosas, pero todas coincidimos en una: A las tías nos encanta que nos follen como a putas y nos traten como a princesas.

– Uhh, boludo –dijo marcial girándose hacía mí –pero yo no puedo ser así, a mí me sale ser romántico y bueno. De Emanuela tenemos que aprender mucho.
– Ni que lo digas.

Y así trancurrió la tarde...

Marcial es fanático de los Beatles, se encarga de recordarnos casi a diario que los Beatles son el nexo de unión entre culturas, entre estilos de música y entre gente de distinta ideología, pues, según dice, no hay persona en el mundo a la que no le gusten los Beatles. Emmanuela siempre está hablando de sexo. Marcos es el típico gafas de pasta que pasa más tiempo en fnac que en casa. Y yo... soy yo.

– Chicos, –dijo Emmanuela– he visto un vuelo por 30 euros a Italia, ¿Nos vamos?
– Sí, necesitamos ir a algún sitio cuando acabemos los examenes –dijo Marcos.
– Pues sí, vamonos. Fredy, vente, no seas pelotudo –dijo Marcial.
– Bueno... no sé... –contesté.

No me preguntéis cómo. Pero acabo de preparar la maleta y esta tarde parto a Italia. He comprado un cuaderno en el que escribiré un diario de viaje. Pronto se reanudará un nuevo capítulo de las crónicas viajeras.

Diario de un exiliado. Capítulo 5. Llamada de socorro.

Diario de un exiliado. Capítulo 5.  Llamada de socorro.

Me gusta ser dios de mi universo. Ser el creador de un firmamento. Me gusta dejar las huellas impregnadas en la arena de una playa.

Fredy (Soy tan egocéntrico que me autocito)


Por fin tengo la necesidad vital de escribir. Me encanta oír el ruidito del teclado cuando las palabras fluyen. Hoy no tengo nada que contar, sólo vengo aquí a desahogarme. Estoy en un momento vital extraño. Mi disfunción del sueño me impide llevar un ritmo de vida normal. Hay días en los que duermo dos horas al día, otros que no duermo, y otros en los que me paso el día durmiento. Por las noches me quedo jugando al football manager, es mi único bálsamo y remedio eficaz para dejar de pensar. Jugar sirve para centrifugar mi cerebro. La felicidad que me aporta el juego es imposible de describir, sólo alguien que ha estado viciado alguna vez de forma obsesiva sabrá de qué hablo. El secreto de esta felicidad estriba en que cuando juego mi mente se aleja de la realidad, no pienso, no soy consciente y dejo de existir. Me sumerjo de lleno en un mundo virtual, en una realidad paralela que hace que me olvide de la mierda de vida. Jugar es lo mismo que abrir una puerta de luz al exterior y salir de esta vida.

Ahora mismo son las 9:45 de la mañana. Es un momento extraño para escribir, pues siempre suelo hacerlo de noche. Pero ya no tengo control sobre mis días. De vez en cuando tengo que ir a la universidad para hacer un trabajo de publicidad. Tan sólo controlo la hora para ir a las reuniones del grupo, el resto del tiempo es caótico.

Me estoy dejando arrastrar. He soltado otra vez las riendas de mi vida. Los caballos que tiran de mi carro trotan a sus anchas por una llanura muy pesada. No tengo proyectos de futuro ni de presente. De nuevo acecha la falta de ilusión y de inquietud. ¡Mentira! me interesa leer y escribir, nada más. Esto de sacarse una carrera es sólo una excusa para hacer lo que me da la gana. Tendré un título que seguramente no utilizaré en mi puta vida porque me cago en las enseñanzas y en los que me digan cuatro profesores imbéciles. No estoy aquí para aguantar tonterías, no estoy aquí para agobiarme, no estoy aquí para convertirme en algo que no soy ni que nada tiene que ver conmigo. Las carreras sólo sirven para metamorfosear a las personas. Cuando terminas pasas de ser alguien con identidad a ser una profesión. Pedro dejará de ser Pedro para ser “El arquitecto”, Paloma dejará de ser Paloma para ser “la enfermera”, la del SEAT blanco, la que trabaja en el hospital, la que está casada con el primo de Juan, que es cuñado del Paco, que estuvo liada antes con el Tony ¿Sabes quién te digo? Esa que su padre tiene una ferretería en el carrer del Mar, que su hermana está casada con Vicente y antes iba con el grupito de la Paqui y que año pasado fue fallera mayor de la falla del Port, ¿No saps qui dic, che? Una que viu en front de la casa de la cultura que té una filla xicoteta de tres anys que va a la escolaica i està casà en el germà del marmolista que ara s´han comprat un xalet ahí en el brosquil i té una terra en la que planta napicols i taronges i que va tindre un accident en la moto l´any pasat i es va trencar la cama i la varen ingresar ahí en La Ribera i li varen dir que igual li tallaben la cama ¿No la coneixes? Si, que el seu germà treballa en Favara que ara s´ha comprat un Ford blau i fa dos semanes es va tintar el monyo(...)

¿Y yo dejaré de ser yo para convertirme en un “Comunicador audiovisual”? Y una Polla. Mi destino es convertirme en quien quiero ser, lo demás me importa una mierda.

Cambiando de tema, ahora trabajo de vez en cuando en un teatro. Me contratan cada vez que hay una obra en la que hace falta gente para montar escenarios, focos, altavoces... No está mal el trabajo, aprendo cosas y me sirve para tener algún dinero extra y poco más.

Echo de menos mis buenas ideas. Me pregunto qué coño hago. No sé dónde dejé a ese Fredy que escribía tres historias diarias. Necesito proyectos vitales. Necesito meterme en algo gordo. He de alejarme de la gente que no me aporta nada, o lo que es lo mismo: he de alejarme de la gente, a secas. Quiero ser poeta, cantautor y sinvergüenza.

Me siento un poco prisionero de mis palabras y de los lectores. Necesito crearme un nuevo blog en el que poder cagarme en la puta madre de todos. Necesito hablar de forma anónima y que algún internauta me dé la razón en lo que digo, de lo contrario acumularé el veneno dentro y me volveré loco. Los artistas no escribimos para triunfar, escribimos por necesidad. No sé dónde leí que los locos somos unos genios porque canalizamos nuestro desequilibrio mental en forma de arte. Pintamos, escribimos o hacemos música para equilibrar la balanza y volver a la cordura, expulsamos el mal, las flores del mal, y crecen en un lugar imaginario donde todo el día hay tormenta, sol, arcoiris, lunas y nieve. Con el arte hasta las miserias más profundas, hasta la locura más insólita, cobra un sentido trascendental.

Aunque ahora lo único que me interesa es jugar al football manager o jugar a fútbol sala. Es mi único incentivo vital.

Vuelvo con más fuerza, con más rabia y más desquiciado que nunca. Que suenen las trompetas, el Apocalipsis ha llegado.

Diario de un exiliado. Capítulo 4. Follarse a una perra

Diario de un exiliado. Capítulo 4. Follarse a una perra Las dos perras jugaban entre ellas. Los tres estábamos en silencio mirándolas jugar. Jorge dijo:

– Oye, ¿A que están buenas las perras? Son muy guapas. Yo me las follaría. Si fuera un perro no lo dudaría ni un segundo. ¿Te imaginas ser un perro? Si te gusta una perra, la montas y ya está, sin preguntar y sin tonterías. Y cuando acabas te vas y no dices ni adiós.

Yo me reía del comentario pero Marc le dio la razón.

– ¡Pues claro que están buenas! ¿Qué no las ves? Si cuando las saco a pasear todos los perros se la quieren follar. ¿No has visto lo guapa que es? ¡Ven aquí guapa! ¡Ven!

La perra se acercó y comenzó a abrazarla.

– ¡Ay que guapa es mi niña y que buena estás!

Yo alucinaba con ellos. Estaba de visita en su casa. Siempre estoy allí metido. Me encanta estar con ellos. Son los típicos tirados a los que nadie les hace caso. No sé si es por su aspecto de hippies con rastas o por su actitud pasota ante todo. La cuestión es que ellos dos viven juntos y yo siempre voy de visita a su casa. Me apalanco mucho allí, pero ellos me reciben bien. Tuve la suerte de caerles bien y ellos a mí. Y eso no es fácil, pues clasifican a toda la gente de dos formas: o les caes bien o les caes mal. Lo que me gusta de ellos es su espontaneidad, la naturalidad, la sinceridad y lo viscerales que son. Tienen ese punto de desequilibrio mental que les hace más interesantes que la gente normal. Se puede decir que es de la poca gente AUTÉNTICA que he conocido últimamente.

A Marc lo conocí el primer día de clase y me cayó bien. Lo sorprendente de él es que tiene aspecto de pasota, la mirada de loco y continuamente se está cagando en todo. Parece ignorante, pero luego lo conoces te das cuenta de que siempre está leyendo, que está muy cultivado y que te habla de Cortázar o de Eduardo Mendoza como sus escritores favoritos.

A Jorge también lo conocí el mismo día. Tiene aros en los lóbulos, otro en el tabique nasal y por su pinta parece un grunge o un metalero. Pero luego descubres que le encanta la música hardcore y pincha en raves y discotecas de prestigio. Siempre está riéndose y se le va bastante la cabeza.

Ese día Marc se había sacado el carnet de conducir. Así que decidimos irnos a una taberna cercana para celebrarlo con unas cervecitas.

– Yo no voy –dijo Jorge– no tengo pasta.
– Yo te invito, que hoy tengo dinero y soy rico.

Tenía 50 euros y cuando tengo dinero de sobra no me importa invitar a la gente. Llegamos a la tasca y nos pedimos unas cervezas. Allí había más gente con la que Marc había quedado. Por una de esas casualidades de la vida estaba allí un chico que tocaba conmigo en un grupo que teníamos hace unos años. Nos alegramos de vernos y ese casual encuentro fue motivo para tomar unas cervezas más.

–Me alegro mucho de verte Fredy –dijo el que era el batería del grupo– si hay algo que me arrepiento durante este tiempo es de no haber seguido tocando contigo. Tu música es un poco popera y tú eres bastante capullo. Pero me caes de puta madre.

El chico ya llevaba un rato en la tasca y llevaba un pedal bastante más avanzado. Ya estaba en la fase de exaltación de la amistad. Yo sólo llevaba tres cervezas. Entonces alguien pidió cazallas para todos, para brindar por la amistad y por el carnet de Marc. Nos bebimos las cazallas, hicimos las muecas de asco y continuamos con más cerveza.

Jorge ya se había puesto filosófico. Estaba hablando de mujeres.

– No entiendo por qué nos tenemos que complicar la vida cuando nos gusta una tía. Yo tengo un problema y es que cuando me gusta alguna no quiero hablar con ella porque luego me olvido de que quería follármela y acabamos siendo colegas y ya estoy harto. Lo peor que puedes hacer es ser colega de alguien que te gusta porque luego no haces nada. Yo quiero follármela y ya está. Echar un polvo y punto. Sin tonterías. ¿Por qué la gente es tan hipócrita? ¿Por qué no puedes ir y decirle a una: oye, me gustas y quiero follar contigo? ¡Es todo una puta mierda!

Yo tan sólo me limité a darle la razón.

Nos acabamos la cerveza y de nuevo pidieron otra cazalla. Yo no quería pero no iba a hacer el feo de no beber. Me daba angustia oler la cazalla desde que una vez me piqué con un amigo para ver quién se bebía más chupitos seguidos. No recuerdo mucho de aquella noche. Sólo sé que al día siguiente me desperté con ropa, con el cinturón puesto, tapado y cuando pregunté a mis padres por qué estaba así me dijeron que me encontraron tirado en el suelo de mi habitación con una sábana sin desdoblar sobre mi espalda. Al parecer mi primo durmió esa noche en mi cama y no le importó demasiado que yo estuviese en el suelo y me tiró una sábana para que me tapara.

El secreto para beber cazalla es engullirla y llevarla directamente al estómago, sin que pase por la boca, de lo contrario me produce angustia.

Al otro lado de la mesa Marc hablaba con el batería sobre la amistad y la falsedad.

– Mi padre me dijo una cosa que se me quedó grabada en la cabeza–decía Marc con ímpetu –en la vida siempre podrás contar a los amigos de verdad con una sola mano. ¡Y tiene toda la razón!

Pedimos otra cerveza más. Marc ya estaba muy pedo. Decía que no quería beber más. Contó que en la última cogorza que pilló se puso a caminar por encima de los coches y cuando se subió encima de una furgoneta se resbalo y se cayó desde arriba. Por poco se mata. Estuvo cojo durante unas semanas. Luego no podía volver a casa y se puso a potar en un portal. Unos que pasaban por allí vieron la papilla que había echado y uno de ellos dijo “¡Mira! ¡Ha potado fideos!” Entonces Marc se cabreó y cogió un poco de potado con las manos y se la tiró sobre el gracioso de los fideos. Después de eso se cayó al suelo y no recuerda más.

- ¡Lo que más me fastidió era que dijera que eran fideos! –decía Marc– ¡Eran espaguetis que ya estaban triturados por el estómago!

Jorge seguía con sus divagaciones sobre las relaciones entre mujeres y hombres. Comenzó a decirme qué chicas de clase le ponían y me habló de una que le ponía en especial. Me la describió y entonces adiviné quién era. Le dije que yo podía conseguir su número y dárselo.

– ¡Vale! ¡Vale! ¡Si me lo consigues la llamo ahora mismo!

En ese momento trajeron otra ronda de cazallas. Yo ya no sabía cuántas habíamos bebido.

– Mira Jorge, yo te consigo el número, pero con una condición. Si la llamas le tienes que decir abiertamente que quieres echar un polvo con ella.

– ¡Vale! ¡Sí! ¡Sí! ¡Lo voy a decir! De puta madre. Lo digo y me voy a quedar muy a gusto. Necesito decirlo. Quiero quitarme ese trabe. Me da igual lo que diga. Si dice que no le diré: ¡pues tú te lo pierdes cagá! ¡Dame el número!

Hice una llamada y pregunté el número de la chica en cuestión.

– Ahí lo tienes. Llama.

Llamó y habló:

– ¿Hola? Soy Jorge, el de clase, ¿sabes quién soy no? (...) Pues nada, que te he llamado porque me apetece que vengas. Estamos aquí unos colegas y yo, me apetece verte. ¿Qué haces? (...) ¿En tu casa con unos amigos? Pues tú haz lo que quieras, o te lo montas con ellos o te lo montas conmigo, lo que quieras. (...) ¿Quién habla ahora? Ahh, Luis, pues nada, aquí llamando a tu amiga, a ver si le pego un polvo o qué. (...) Pásame con ella. (...) Bueno, yo estoy aquí, si quieres vente, si no... tú te lo pierdes. (...) Vale (...) vale (...) pues hasta luego.

Colgó.

– Dice que se lo pensará y que me llamará si le apetece. JAJAJAJA. Me da igual que no llame. Si no llama mañana la veré y le diré: ¡cagá! Yo ya me he quedado muy bien diciéndolo. JAJAJAJA.

Entonces sonó el teléfono de nuevo. Empezamos a aplaudir, vitorear y reírnos. Yo ya me estaba muriendo de risa. Así que Jorge lo coge y dice.

– ¿Qué pasaaaaaaaaaaaa?? (...) Ah, papá (...) Nada, nada, bien –se salió fuera y siguió hablando. Al poco rato entró de nuevo.

–Nada tío, no va a llamar ¡Pero me la suda! Es más, si me la follo me dará igual que se corra o no, que es ella la que me tiene que hace la faena a mí, que para algo la he llamado.

Al rato volvió a sonar el teléfono. Miramos el número.

– ¡Es ella! ¡Es ella!

Otra vez empezaron las risas y el cachondeo.

–¡Eres el puto amo! ¡A partir de hoy vas a ser mi ídolo!

Se fue fuera a hablar y al rato entró.

– ¡Que se viene! ¡Va a venirse! –dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

Entonces nos chocamos la mano y decidimos pedir una ronda más. Al cabo de tiempo el dueño del bar nos echó de allí. Salimos del local literalmente a cuatro patas, pues en la calle nos pusimos a pelearnos, a hacer volteretas, a tirarnos por el suelo, a jugar con las perras y a perseguirnos. En cierto momento se tiraron por el suelo en medio de la carretera y nos pusimos a hacer un montoncito. Hacía tiempo que no me tiraba al montoncito con tanta gente. Pero tuvimos la mala fortuna de que pasaba la policía en ese momento y paró. Algunos llevaban sustancias prohibidas en los bolsillos. Otros tenían mucho más que una pequeña cantidad, pues para pagarse el piso y los estudios tienen que vender cierta cantidad al mes. Pero por suerte eran policías enrollados y cuando les dijimos que estábamos jugando con las perras se tranquilizaron y se subieron al coche, nos dijeron que pensaban que pasaba algo malo porque estábamos por el suelo. Se fueron y, afortunadamente, no registraron a nadie.

Llegamos a otra tasca. La chica a la que había llamado llegó. Seguimos bebiendo. Yo ya estaba muy mareado. Vi que ellos dos no se enrollaban y decidí intervenir. Me acerqué a ellos y les dije: daros un besito. Y ella dijo que no, que nos lo diéramos él y yo. Sin dudarlo nos dimos un pico y le cedimos el testigo. Le tocaba. Así que se dieron un besito y comenzaron a enrollarse.

Mi alcoholismo llegó a tal punto que comencé a beberme las copas que vi en la barra sin dueño aparente. No me importaba mucho, si me hubiesen dicho algo tenía previsto decir que me había confundido de vaso.

Al rato me senté en la terracita con más gente, nos pusimos a hablar de diversos temas intrascendentales como de paellas, cohetes y demás cosas de las que hablamos los valencianos.

No tardamos mucho en irnos. Nos metimos seis personas más dos perras en un coche como pudimos y fuimos a parar a casa de Jorge y Marc. Yo me puse a mirar el correo en sus ordenadores y la gente comenzó a marcharse para seguir la fiesta en otro sitio. Jorge y la chica se metieron en la habitación y entonces decidí largarme con el resto de gente. Pero como estaba cerca de casa preferí subir y acabar la noche en ese momento antes de que tuvieran que llevarme entre dos personas.

Llegué a casa, me puse el pijama, me metí en la cama, me puse a escribir un poco antes de acostarme, y justo cuando iba a conciliar el sueño el timbre comenzó a sonar repetidas veces, parecía que el que llamaba tenía parkinson, eran las 4 de la madrugada y había gente durmiendo en casa. Me levanté extrañadísimo preguntándome quién era. Abrí la puerta y eran Luís y Carlos. Venían borrachísimos y buscaban a María, la chica que se había largado con Jorge. Les dije que lo mejor era no buscarla, que se había perdido por ahí.

– ¡Pero si acabamos de hablar con ella! Dice que está en casa de Jorge y que está cerca de aquí, pero como no sabemos dónde vive pues hemos venido aquí.

Les dije dónde era, llamaron, y por supuesto no contestaron y volvieron a mi casa. Luís comenzó a decirme:

– Fredy, ganas mucho en pijama, que lo sepas.
– Gracias.

En una bolsa llevaban una botella de vodka prácticamente vacía. Me dijeron si tenía algo para mezclar y saqué coca-cola.

– Uy, nos cuidas muy bien, Fredy, eso es que me quieres poner facilón está noche– dijo Luís.
– No creo...
– ¿Pero tú eres gay?
– Yo no soy nada.
– Ay, yo creía que eras gay.
– Pues vaya halago.

Ambos empezaron a beber. La tele estaba apagada.

– Oye, pon porno, ¿No tienes porno? –preguntó Carlos.
– Enciende la tele, suele haber un canal porno por ahí –contesté.

Encendieron y no encontraron nada.

– Menuda mierda, no tienes porno. ¿No tienes porno en el ordenador? ¡Saca el ordenador! –insistió Carlos.
– No, no, paso.
– ¿Pero tienes porno gay o hetero? –preguntó Luís– ¡Anda! ¡Si tienes un póster de Dalí! ¿Sabes que yo soy fan de Dalí? ¿Sabes que mi padre es pintor?

Estuvieron un rato más allí hasta que dieron por imposible sintonizar un canal porno y se cansaron.

– Bueno, ya que no sabemos donde está María pues nos vamos. Ya nos veremos –Dijo Carlos.
– Venga, adiós, que vaya bien.
– ¡Que te vaya bien a ti! –Dijo Luís– Espero que tengas porno en el ordenador... porque si no...

Cerré la puerta de casa. Fui a acostarme y todo me daba vueltas y vueltas y vueltas y más vueltas...

Diario de un exiliado. Capítulo 3. A todo el mundo le gusta que le abracen y que le besen

Salimos de clase. Un compañero me invita a tomar una cerveza en su casa. Camino con él por la calle.

ANDRES

Tío, tío, qué buena estaba la nueva chica de clase. ¿Tú te has sentado con ella no?

FREDY

Sí. Se ha puesto a mi lado.

ANDRES

Qué buena está tío. Me la follaría por todos lados. ¿Qué te ha dicho?

FREDY

Nada, que está aquí por una beca que le han dado. Que es de Asturias, que se ha matriculado en varias asignaturas y poco más.

ANDRES

Joder tío, menos mal que luego se ha puesto a tu lado. Cuando la tenía a mi lado no podía mirarla bien para ver lo buena que estaba. Es que si la cojo la reventaba.

FREDY

Veo que te gusta mucho...

ANDRES

Claro tío ¿Qué no has visto lo buena que está?

FREDY

Sí, sí, está bien...

ANDRES

Me la quiero follar.

FREDY

Pues dile algo, igual quiere.

ANDRES

Sí, ya veremos... ¿Tú por qué no le tiras?

FREDY

Yo no, yo ya paso de las tías, son todas unas calientapollas hijas de puta. Yo soy más inteligente y tengo cosas más importantes de las que preocuparme que de meter un absurdo palo en un agujero de una imbécil.

ANDRES

Si ya... que me lo voy a creer. A todo el mundo le gusta que le abracen y que le besen. Tú no vas a ser menos.

No contesté. Tenía razón. Seguimos avanzando unos pasos.

ANDRES

¡Pero tío! ¡Qué buena está joder! ¡Me la follaría ahora mismo!

FREDY

Joder, pues no sé, dile algo. Igual te la ligas.

ANDRES

Ya, ¿Pero qué quieres que le diga?

FREDY

No sé, invítala a tu casa o algo, igual te la follas.

ANDRES

¡Pero tío! ¿Tú estás loco o qué?

FREDY

¿Qué pasa? ¿He dicho algo raro?

ANDRES

¡Tío! ¡A mi casa no!

FREDY

¿Por qué?

ANDRES

¿Cómo quieres que me la lleve a casa si vivo con mi novia?

Continuamos avanzando un poco más hasta llegar a su casa. Al abrir estaba ella, que se levantó y le recibió con un “hola cariño ¿qué tal te ha ido el día?”, “bien”, contestó él, “muy bien”.

Diario de un exiliado. 2ª temporada. Cap. 2. ¿A cuántos te has cargado?

Diario de un exiliado. 2ª temporada. Cap. 2. ¿A cuántos te has cargado?
Ya ha empezado el curso y parece que fue ayer cuando me matriculé en bachillerato. Estaba acojonado por lo que podía pasar en el piso. Tenía miedo de esas criaturas terrestres llamadas mujeres. Pero ahora estoy tranquilo. He descubierto que son personas civilizadas. Mucho más civilizadas que yo. Ahora el piso rebosa vida. La nevera esta llena. Se limpia. Se hacen cosas normales. Se compra lo que hace falta. No hay ni punto de comparación con la pesadilla del año pasado. No hacen competiciones por ver qué compresas son más absorbentes (que yo sepa). Se ha hecho un plan para que cada uno limpie una parte de la casa cada semana. Hay buen rollo. Vemos películas. Celebramos fiestas. Hacemos las cosas que se hacen en un piso de estudiantes normal y corriente. Todo esto ha empezado bien.

Este curso puede ser interesante. Las asignaturas de este año están más enfocadas a la publicidad y a la teoría de la comunicación, también tenemos una asignatura de expresión musical. Creo que aprenderé mucho. Intentaré contar aquí muchas cosas de las que aprendo, puede interesar a algún ávido lector (como todos los que leen esto).

Aunque tengo a algunos profesores lamentables. Tenemos al profesor más difícil de toda la carrera. No me ha gustado nada. Tiene buenos ideales, pero no tiene ninguna credibilidad. Un buen profesor de comunicación audiovisual debe saber comunicar. Que se sepa toda la teoría no me sirve de nada. Que nos dé toda una panzada de apuntes tampoco. Un buen comunicador debe saber comunicar, debe despertar interés, debe hacer que sus alumnos estén despiertos durante toda la clase y hacerla interesante. Este lo único que consigue es que bostecemos, que nos aburramos, que queramos irnos y que, al final, nadie quiera ir a su clase.

En la universidad abundan este tipo de profesores. Son esos profesores que se creen que por suspender al 90% de la gente tienen más prestigio. Sé de buena tinta que muchos profesores se preguntan entre ellos: “¿A cuántos te has cargado?” y si contestan que han suspendido a muchos parece que lo miren con más respeto. Entre ellos critican a esos profesores que aprueban a toda la clase sólo por haberse esforzado. No es que quiera que me den las cosas hechas, a mí no me gusta que me regalen nada en ese sentido porque el objetivo es aprender. Pero no me gusta que estos profesores se consideren “duros” o “buenos” sólo por suspender a mucha gente. Señores: si habéis suspendido a mucha gente no es porque seáis más buenos o más prestigiosos, sino porque no habéis conseguido transmitir lo que queréis a vuestros alumnos y no habéis inculcado nada. En vez de sacar pecho cada vez que digáis que habéis suspendido a 80 personas deberíais estar llorando y tomaros esa cifra como un auténtico fracaso personal. Cuando son tantos los suspendidos no sólo han fallado los alumnos. Os escudáis diciendo que la mayoría son idiotas, pero no es así, la mayoría se esfuerza y estamos aquí porque queremos. Papá y mamá ya no nos ponen el bocadillito en la mochila y nos obligan a venir a clase.

Pero lamentablemente seguirán existiendo los profesores pedantes. Estos que tienen la autoestima tan baja que tienen recordar todos los días que han escrito unos cuantos libros que son un auténtico tostón, o que el autor del manual que estamos estudiando es amigo suyo, o que el autor de la teoría de la comunicación más respetada fue compañero suyo en la facultad. ¿A nosotros qué nos importa eso? ¿Es que se creen que por ser amigos de un autor u otro tienen más prestigio? ¿Creen que por ser amigos de algún “famosillo” ya les pertenece parte de esa “fama” y “genialidad”?

Limitaos a enseñar, a prepararos clases interesantes y a procurar que la mayoría de gente aprenda lo que tiene que aprender.

Os dejo con esta parrafada, que ya copié en su día aquí, de la película Lugares comunes de Adolfo Aristarain.

“Mostrar no es adoctrinar, es dar información pero dando también, el método para entender, analizar, razonar y cuestionar una información. (...)Si alguno de ustedes es un deficiente mental y cree en verdades reveladas, dogmas religiosos o doctrinas políticas, sería saludable que se dedicaran a otra profesión, a predicar en un templo o desde una tribuna. Si por desgracia siguen en esto, traten de dejar las supersticiones en el pasillo antes de entrar al aula.
No obliguen a sus alumnos a estudiar de memoria, no sirve. Lo que se impone por la fuerza se rechaza y en poco tiempo se borra. Ningún chico será mejor persona por saber de memoria en qué año nació Cervantes. Pónganse como meta hacerlos pensar, que duden, que se hagan preguntas.”

Diario de un exiliado. Segunda temporada. Capítulo piloto. Las compresas absorbentes.

Fui a hablar con la casera e intenté explicarle la situación.

– Verás, no quiero vivir más aquí porque...
– No importa lo que sea –me interrumpió –el año que viene el piso será tuyo. Confío plenamente en ti y te veo un chico responsable. Búscate a otros dos compañeros de piso y ya está.
– Sí, pero es que yo lo que quería decirle...
– Que no te preocupes. Sé que en ti puedo confiar.
– Bueno... pero es que yo tampoco estoy seguro de vivir aquí el año que viene.
– Mira, yo no quiero que se queden ellos. Si quieres te dejo el piso más barato. Si es por el dinero no hay problema. Me gustaría que te quedaras.

La casera estaba medio sorda. Tenía que repetirle tres o cuatro veces las cosas para que se enterase de lo que digo. Aunque en realidad entendía lo que le daba la gana. Su oído era selectivo.

Cuando volví al piso fui a decirles a mis compañeros que el año que viene ya no estarían en el piso. Que me lo quedaría yo. Pero el rastafari, antes de que le dijera nada, me comentó que este año se iría a vivir a otro piso con unos amigos. Luego el Corama me dijo que quería irse a vivir con sus amigos. Todo estaba solucionado sin que yo tuviese que decir nada. Tan sólo tenía que buscar unos nuevos compañeros.

Así que a final del curso colgué un cartel en el panel de la universidad que decía así:

Se buscan 2 compañer@s para compartir piso. Interesados enviad un email a: entierrafirme@hotmail.com o llamad a este número de teléfono: XXXXXXX

Al día siguiente recibí la llamada de dos chicas. Quedé con ellas para enseñarles el piso. Abrí la puerta y vi a dos conocidas que iban a mi clase. Estuvieron viendo el piso, las habitaciones, estudiaron las ventajas y desventajas y me dijeron que se lo pensarían. Parecían serías y normales.

Al día siguiente me llamaron y me confirmaron que querían quedarse en el piso. Yo todavía tenía la oportunidad de decirles que ya era tarde o inventarme cualquier historia. Pero me dieron buenas vibraciones y les dije que sí, aunque tenía un poco de miedo porque yo no sé convivir con chicas. No sé qué hábitos tienen, ni qué pasa por sus mentes. Jamás en mi vida he entendido a una sola mujer y nunca se me había ocurrido convivir con ninguna. No sé qué piensan, ni lo que dicen, ni lo que hacen. Para mí son una especie desconocida de otro planeta que hablan en otro idioma: el idioma de las sutilidades.

Supuesto imaginario en el que se refleja el concepto que tiene Fredy de las mujeres:

Interior. Atardecer. Dos chicas están en la sala de estar y no saben qué hacer.

Chica 1: Me aburro.
Chica 2: Yo también.
Chica 1: ¿Qué podemos hacer?
Chica 2: ¿Qué tal si sacamos nuestras compresas y comparamos cuál es la más absorbente?
Chica 1: ¡Vale! ¡Hace tiempo que no comparo con nadie mis compresas!

Ambas buscan en sus bolsos sus respectivas compresas y las abren.

Chica 2: ¿Qué echamos en las compresas? ¿Agua?
Chica 1: No, en el bolso siempre llevo un frasco de líquido azul porque soy muy aficionada a la comparación de compresas. En mi bolso nunca falta el frasquito de líquido azul, las pastillas de la regla, alguna pastilla del día después, un consolador, unas esposas y una barra de labios.
Chica 1: Pues tía, igual que yo, pero la diferencia es que yo nunca llevo frascos de líquido azul.
Chica 2: Venga, echa el líquido sobre mi compresa.

La chica número uno echa el líquido azul sobre la compresa de la chica número dos en un escenario completamente blanco.

Chica 1: ¡Oh! ¡Qué absorbente! Creo que a partir de hoy compraré tu marca de compresas.


No sé si tengo una imagen acertada de las mujeres. La verdad es que no sé si ha sido buena idea vivir con tías. Tengo pesadillas, sueño con una casa que se inunda de un líquido azul que me ahoga. Es como la escena de El resplandor pero en vez de sangre sale líquido azul para comparar compresas.

Veremos qué pasa.

Diario de un exiliado. Capítulo 17. Ardiente

Lo peor que podía ocurrir ocurrió: el Rastafari se echó novia.

Era la típica imbécil sin personalidad con la cara llena de piercings que llevaba rastas en la cabeza, en los sobacos y seguro que hasta en el coño. Pero no eran unas rastas normales, sino de las que sólo pueden formarse cuando alguien no se lava el pelo en un año. Era realmente asquerosa, por eso mismo hacía buena pareja con el Rastafari.

Debería haberme alegrado cuando me la presentó si no fuera porque la noche anterior estuvieron follando a grito pelado sin dejarme dormir. Yo intentaba conciliar el sueño y cuando creía que por fin iba a dormir comenzaban de nuevo: venga el ruidito del colchón, los golpes contra la pared, los gemidos y los múltiples orgasmos en estéreo. Yo tapaba mi cabeza con la almohada pero no podía dejar de escucharlos. Me levanté y pasee por la habitación para pensar qué hacer. Por un momento quise llamarles a la habitación, ¿pero qué iba a decir a dos personas que están follando como conejos? Disculpad ¿podéis follar con un poco más de discreción? Es que no puedo dormir. Pero no hubiese sido buena idea.

Así estuvieron durante toda la semana. Yo trataba de permanecer en el piso el menor tiempo posible. Siempre que podía me quedaba en casa de algún compañero a dormir. Se pasaban día y noche follando. A veces hasta se lo montaban en el cuarto de baño. Parecían tener la receta del viagra en su sangre. Creo que les daba morbo que les escucharan, otra explicación no me cabe en la cabeza. Entre polvo y polvo salían de la habitación sonrientes, medio en pelotas y se bebían mi botella de agua de la nevera. Yo los miraba y pensaba que el futuro de la Tierra a largo plazo estaría lleno de rastafaris fumaporros. Dentro de 1000 años, en las típicas fotos en las que aparece un mono que evoluciona hasta el homo sapiens sapiens aparecerá un eslabón más: el rastafari fumosapiens marihuanensis. En momentos así uno piensa que la eugenesia y el exterminio no es una opción tan descabellada como parece.

Pero llegó el día de San Juan. Fui con los amigos a comprar bebida para el botellón nocturno. Cuando volví a casa todo estaba lleno de humo y de gente . Tenía miedo. Cada vez que el rastafari montaba una fiesta sucedía algo paranormal. El humo era exagerado. Pensé que se estaban haciendo un submarino con una cachimba del tamaño de un botafumeiro. No conocía a la mayoría de gente que estaba allí, algunas caras me sonaban del día que el rastafari montó la fiesta en la que me robaron la tarjeta de la cámara. Nadie me decía nada. Todos estaban bebiendo o fumando. De pronto se acercó uno que no sabía quién es.

- ¿Tienes papel? –me pregunta.
- No, no tengo papel. ¿Se puede saber qué está pasando aquí?
- Nos hemos comido setas. Estoy de un buen rollo que flipas. Todavía quedan unas cuántas raciones. ¿Quieres? En serio tío, te da un buen rollo... yo estoy de puta madre ahora mismo.
- No, no, gracias... es que me tengo que ir ahora mismo a la playa.

Salí de la cocina y entré en el comedor. Entonces vi al Rastafari junto a un montón de chusma y su novia multiorgásmica. Todas las mesas y sillones estaban apartados. Mire hacia arriba y había una mancha negra en el techo. En el centro del comedor había un montaña de ceniza.
 


- ¿¿Pero qué coño es esto??
- ¡¡Fredy!! –dijo el rastafari– ¡nos hemos comido setas y hemos hecho una hoguera!

Me quedé de piedra.

- ¿Una hoguera? –pregunté.
- Sí, sí. Carí –dijo girándose hacia donde ella estaba la multiorgásmica–. Enséñale a Fredy el video que hemos grabado. –Se volvió a girar hacia mí– Ahora verás que cafrá.

Ella se levantó y se acercó con su cámara digital. Me puso el video que acababan de grabar. Y... en fin... ¿para qué les voy a contar? Me quedé tan impresionado que le pedí que me lo copiara para luego poder colgarlo. Le he puesto música para darle un mayor patetismo a la escena. Vean, vean:
 
 
Al acabar de ver el video no sabía qué hacer. La gente ya estaba flipando demasiado con las setas y decidí irme a la playa aunque faltaba una hora para el botellón. Pasé la noche de San Juan consternado. Al saltar las olas deseeé con todas mis fuerzas que se incendiara el piso y se murieran todos. Pero volví a casa y todos los amigos del Rastafari seguían allí, algunos en coma etílico tirados por el suelo, otros durmiendo en el sofá, otros en la terracita del balcón hablando de cómo rentabilizar el THC de una planta...

Al día siguiente llamé a la casera.

- ¿Oiga? Soy Fredy, quería hablar con usted.
- Sí, dime.
- La última vez que vino a cobrar nos preguntó si queríamos seguir en el piso el año que viene.
- Sí.
- Yo quería decirle una cosa: el año que viene o sen van mis dos compañeros o me voy yo.
- ¿Por qué no vienes aquí y lo hablamos?
- Vale.

Y me fui a hablar con la casera.

Diario de un exiliado. Capítulo 13. Si yo tuviera una escoba...

Lo que más me fastidia de barrer es esa rayita de mierda que es imposible subirla al recogedor. Barres hacia un lado, barres hacia el otro, pero no hay forma, siempre permanece la puta rayita de polvo en el suelo. Lo que correspondería hacer con esa rayita es meterla debajo de la alfombra y sanseacabó, pero lo que hago es abrir la habitación de alguno de mis compañeros y de un escobazo meto la mierda para adentro y que les jodan, ya que no limpian al menos que se traguen lo que ensucian.

Y es que he tenido que barrer porque la situación en el piso es cada vez más insostenible. Por el pasillo pasean pelusas tan grandes como los hierbajos resecos que ruedan por las llanuras de las películas del oeste. La cocina apesta a perro muerto y desde hace unos días habitan unas moscardas que parecen murciélagos. Aquí ya no se puede vivir. Si viniese un inspector de sanidad y viese en qué condiciones vivimos se moriría de un infarto.

Para colmo el rastafari hace cada vez cosas más extrañas. Un día encontré milagrosamente un vaso limpio y cuando fui a llenármelo de agua vi en el fondo una cosa redonda con patas. Era una araña y me dio mucho asco.

- ¿Qué coño hace una puta araña en este vaso? – grité al verla.

Entonces apareció el rastafari por la puerta.

- ¡No la toques! -dijo preocupado mientras me quitaba el vaso de la mano- la he dejado ahí dentro para que se muera de hambre. Es para un trabajo de clase.

Había olvidado que el rastafari estudia ambientales y estos tienen que hacer ese tipo de cosas tan extrañas. Ahora cada vez que cojo un vaso me aseguro de que no me estoy tragando algún bicho de los que colecciona el energúmeno este. Seguro que ya me he bebido más de uno y ahora dentro de mi cuerpo habitan bichos de todas clases que se alimentan del poco cerebro que tengo y llegará algún día que se lo terminen todo y me acabe convirtiendo en una persona normal, con coche, mujer, hijos e hipoteca.

Las votaciones para el concurso de 20 minutos están llegando a su fin. No seáis hijos de puta y votadme antes de que se acabe haciendo click aquí . Recordad que si lo hacéis estaréis contribuyento a una buena causa .

Diario de un exiliado. Capítulo 12. La cena de mierda

Hoy he asistido a una cena de mis excompañeros de trabajo. Hacía mucho tiempo que no los veía y que no me iba a tomar unas cervezas con ellos. Lo malo que me he sentido fuera de lugar, como si no pudiera integrarme en sus estilos de vida. He hecho todo lo posible por comentar con ellos viejas anécdotas, por hablarles de mi nueva vida, pero es inútil. Entre ellos y yo hay un abismo.

Ellos hablaban de sus proyectos de vida, de las casas que se han comprado, de las reformas de cocina que se han hecho, de lo que han subido sus viviendas durante los últimos meses, de los negocios que están pensando montar y de los hijos que han tenido. Esas conversaciones a mí no me interesan lo más mínimo y soy incapaz de participar en ellas, no sé hablar de esas cosas porque, entre otras cosas, yo no tengo propiedades y no hago nada de eso.

Me sentía un inútil junto a ellos, como si fuera una persona que no se acaba de integrar en el mundo. Como un idiota que todavía sigue estudiando y no tiene proyectos de vida a los 24 años. Ellos se han casado o tienen un relaciones estables y yo sólo puedo hablarles de mi vida de estudiante, de lo que estoy aprendiendo, de cine, de videojuegos, de televisión y de frikadas por el estilo que no le interesan a nadie. Desde que dejé el trabajo para poder estudiar siento que me he convertido en un deshecho social, en alguien raro que no promete nada, que no resulta interesante a las personas aparentemente normales simplemente porque no tengo la cartilla del banco llena. Ellos hablan de sus propiedades, como si lo que poseyeran formara parte de sus vidas, como si eso les hiciese mejores personas. Y a mí me gusta hablar de experiencias vitales, de sensaciones, de sentimientos; en definitiva: me gusta mantener conversaciones interesantes. Me gusta que me hablen de cosas que desconozco y aprender, yo sólo quiero estar con personas auténticas que no estén alienadas.

Me gustaría poder escapar de aquí. Siento que he defraudado al mundo (aunque puede que el mundo me haya defraudado a mí). Quiero ser escritor y he de hacer algo por conseguirlo. Todavía no me arrepiento de haber dejado ese trabajo fijo, gracias a eso no me he convertido en una mierda de persona que sólo piensa en casarse y comprar una puta casa. Prefiero seguir siendo así, un bohemio que camina sin rumbo y que quiere llevar una vida artística, aunque para los ojos de los demás no resulte más que un introvertido idota que no tiene nada que decir, que se eclipsa en conversaciones aburrídisimas. Quiero seguir adelante. Si hubiese continuado con ese puto trabajo de vendedor de teléfonos me hubiese convertido en uno de ellos. Desprecio a todos aquellos que sólo sirven para pagar hipotecas y para contar cuántas letras tienen para pagar a final de mes, sólo preocupan del próximo coche que se van a comprar, creen tener unas vidas plenas y en realidad son esclavos de sí mismos, de sus coches y de sus posesiones. Yo no quiero ser así.

Me gustaría ir a la India y ver cómo es el mundo allí. Sé que allí la gente no vive bien, pero me gustaría verlo. Sé que hay miseria. Sé que hay hambre, sé que los orfanatos están llenos de niños. Pero desde que una amiga fue y vio todo aquello le cambió la vida. Me encantaría descubrirlo y verlo con mis propios ojos.

Mi amiga dice que cuando entró al orfanato no tenía intención de coger a ningún niño. Que iba sólo a dejar unos medicamentos que había comprado para donarlos. Pero vio a un niño de apenas un año que estaba llorando. Entonces ella lo cogió y el niño dejó de llorar al instante. Se agarró a ella y se tranquilizó. Después ella no pudo deshacerse de él, era un niño que no tenía madre, un niño que vivía con otros niños que no tenían padres. Estuvo durante dos horas con ese niño en brazos y nunca olvida el momento en el que tuvo que volver a dejarlo donde estaba repleto de felicidad porque alguien le había prestado atención. Me contó que durante mucho tiempo estuvo llorando recordando a aquel niño... y ahora cuando lo cuenta todavía se emociona
.... yo quiero llenarme de sensaciones así. Esas son las experiencias vitales que quiero experimentar. Quiero aprender de la vida y saber apreciar lo que tengo. Quiero organizar un viaje a la India para este verano. Aunque lo difícil será reunir todo el dinero que me hace falta para poder realizarlo. Pero no puedo quedarme más tiempo aquí, viviendo como un puto pijo niño de papá, no quiero ser uno más: uno de esos que quiere sacarse una carrera para alcanzar una estabilidad y luego hablar de los coches y pisos que se han comprado. No. Si yo comencé a estudiar comunicación audiovisual es porque quiero transmitir a la gente lo que siento, porque quiero dar voz a las personas olvidadas, porque quiero viajar por los países recónditos de África, porque quiero ser corresponsal de una guerra y contar lo que allí ocurre, quiero hacer algo por el mundo, quiero mostrar a través de mis ojos las cosas que ocurren. No soy uno más. Soy alguien grande. Y así no me voy a quedar. Creedme.

Diario de un exiliado. Capítulo 11. El ludópata

Diario de un exiliado. Capítulo 11. El ludópata
Mi vida es mucho más lamentable que antes. Me he aficionado a las partidas nocturnas de poker y también llevo unos días yendo al casino. Suelo jugar al poker en casa de un compañero de la facultad que organiza las partidas. Me encanta jugarme el poco dinero que tengo, cuando no tienes nada hay poco que perder.

En el casino también me divierto. Esta semana ha sido la primera vez que he ido a uno y lo cierto es que me ha encantado. Entré jugándome cinco euros y acabé con treinta. Me fui contentísimo a casa, como si me hubiese emborrachado. Ahora entiendo lo que contaba Dostoyevski en El jugador . Cuando lo leí no entendía la mentalidad de un jugador, pero ahora lo sé porque lo puedo experimentar en mis carnes. Lo primero que hago al salir del casino es pensar en cuando voy a volver. La sensación de ver caer la bolita en tu numerito, tu color o tu docena no se puede comparar con nada. Tenéis que probarlo, seguro que se os quitan todas las penas que tengáis.

También llevo una viciada descomunal al Pro Evolution Soccer 6 , ahora mismo soy invencible. Gano a todos los impresentables que juegan contra mí. Desde aquí quiero retar a cualquier mortal que crea que pueda ganarme , seguro que a los pocos minutos de comenzar la partida se arrepentirá de haberlo hecho y se ira con el culo escaldado a su puta casa.

La ruleta es una droga. No quiero ni imaginar cómo será el hipódromo, desde que leo a Bukowski tengo ganas de ir a uno. Si ya me emociono cuando veo caer la bolita en mi número el día que mi caballo entré el primero en la línea de meta me volveré loco. Y no quiero hacelo por el dinero, sino por diversión. Intentaré apostar a los caballos antes de que se acabe el curso.

Y hasta aquí todo por hoy. Mañana más.

Diario de un exiliado. Capítulo 8. Las lágrimas de mis padres

Estas Navidades volví a casa, como el de la propaganda. Al llegar, mi madre me recibió con una fingida indiferencia, pero cuando le di un beso supe que se alegraba de verme y de tenerme en casa. Sé que está triste y que me echa de menos. Aunque no me lo diga se lo noto; siento cuando llora, cuando sufre y cuando está alegre. Sé que cuando se acuesta piensa en mí y me recuerda cuando era pequeño y le daba muchos besitos al llegar a casa después de trabajar. Cada vez que se pone melancólica me habla de esos momentos.

Durante las primeras noches que estuve fuera me asaltaron esos recuerdos a mí también. Su pena me llegaba a través de sueños, y, aunque resulte paradójico, durante este tiempo que he estado fuera he sentido a mi madre más cerca que nunca. He percibido su amor dentro de mí con una intensidad muchísimo más fuerte de lo habitual y he comprendido toda sus pena. Ella ahora se ve mayor y vieja porque ve que su hijo pequeño se ha ido de casa. Se preocupa mucho por mí. Cada vez que me llama me pregunta si he comido, si he pasado frío o si estoy estudiando mucho... a mí me agobia un poco, pero es que una madre siempre ve y trata a su hijo como si fuese pequeño, aunque tenga cuarenta años.

Una madre es lo más grande del mundo y el amor por sus hijos no se puede comparar ni con toda la grandeza del universo. Por eso me alegro de estar unido a ella a través de ese cordón umbilical invisible y mágico que no nos separa desde que salí de sus entrañas.

En cambio, con mi padre chocaba. Él fue el principal motivo por el que me marché de casa. Él quería que hiciese otra cosa. Me recriminaba cualquier gasto que hacía, aunque fuera con mi propio dinero, no me escuchaba nunca, no quería comprender que quería estudiar, que quería hacer una carrera, que quería luchar por un sueño, que quería aprender a escribir, que a mí un trabajo bien remunerado no me hacía feliz si no hacía lo que yo quería.

Sin embargo, él que siempre se quejaba de lo que gastaba ahora en navidades me ha comprado un portátil y una cámara que no merecía. Me sentí muy mal cuando me dio esos regalos. Ellos han tenido que estar trabajando durante dos meses para pagar esos malditos regalo. Ella trabaja limpiando la mierda de los váteres en una estación de tren y él se rompe la espalda trabajando todos los días de panadero por un sueldo de mierda. ¿Cómo me iba a sentir cuando me dieron esos regalos? Yo que no pego palo al agua, yo que me dejé un trabajo fijo porque quería estudiar, yo que abandoné una vida estable por el sueño de poder dedicarme al cine o a la literatura.

Debería alegrarme por haber recibido esos regalos, pero no, soy así de idiota. Ahora temo defraudarles de nuevo, siento una enorme presión y para colmo, creo que suspenderé todo y confirmaré, una vez más, que soy un inútil. Le pregunté a mi padre por qué me había hecho esos regalos y me confesó que lo hizo porque ha estado bastante tonto durante el tiempo que he estado fuera. No lo entiendo.

Ahora ya me he vuelto a ir al piso de los horrores. Cuando mi padre me llevó a la estación de tren, me invitó varias veces a que me quedase un día más, pero le dije que no. En el fondo se siente culpable de mi marcha.

Cuando estábamos despidiéndonos en la estación vi que sus ojos estaban empañados. Le pregunté si estaba llorando y entonces se giró y me dijo que era un idiota. Estaba escondiendo sus lágrimas. Era tarde y tuve que cruzar el anden. Él me miraba. Nos separaba la vía. El tren se acercaba. Le hice un gesto con la mano que no fue correspondido y el tren se cruzó entre los dos. Se abrieron las puertas y me senté al lado de la ventana. Él todavía me estaba mirando. El tren partió y me siguió mirando triste hasta que me alejé y le vi dar media vuelta cabizbajo antes de perderlo de vista.

Entonces comprendí que haberme marchado de casa al menos ha servido para algo: para que mi padre, por fin, me apoye y desee lo mejor para mí... aunque me duelen muchísimo sus lágrimas.

Diario de un exiliado. capítulo 6. Mi nombre

Es sorprendente: toda la clase sabe cómo me llamo. Todos se dirigen a mí y me dicen: Fredy esto, Fredy lo otro. Sin embargo, yo tan sólo me sé el nombre de tres o cuatro personas. Incluso hay gente que me llama por mi nombre sin que nunca les haya dirigido la palabra. Yo no sé cómo lo hacen, no entiendo cómo pueden tener tanta memoria. Cuando me presentan a una persona nunca consigo retener su nombre, se me olvida a los dos segundos. Seguramente se deba al profundo desprecio que siento por la raza humana.

Pero intento encontrar alguna explicación a todo y lo que mi mente paranoica intuye, es que todos saben mi nombre porque siempre me critican a las espaldas. Los nombres de los más criticados se aprenden enseguida. Seguramente hablarán de lo retrasado que soy, de lo raro que soy o de lo hijo de puta que parezco.

Sin embargo, mi mente delirante considera que todo el mundo sabe mi nombre porque soy el que más destaco, el más atractivo, el que mejor habla y el que tiene el paquete más grande. Las mujeres cuchichean a mis espaldas y suspiran por mí en cuanto me ven. Se pelean por mí y discuten por saber a cual de ellas les he dirigido una mirada, cuando yo sólo estaba mirando una mosca que volaba. Ellas lo disimulan y no se atreven a decirme nada porque me ven como algo imposible. Es normal, ellas se infravaloran y se preguntan: ¿Cómo el gran Fredy va a fijarse en mí si él podría tener a todas las que le diese la gana? Y claro, después prefieren intentarlo con seres mucho más inferiores que yo y que están a la altura de sus posibilidades. Y por ello no me como ni un rosco.

Mis delirios de grandeza también me dicen que los tíos no me hablan porque me ven como al competidor más fuerte. Creen que les voy a quitar a sus novias y las alejan de mí por miedo a que me vean y se enamoren de mí. Se creen que a mí me van a interesar las tías vulgares como ellas.

 

           ¡Que olviden mi nombre!