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En Tierra Firme

Trabajando

¿Te gusta leer? Capítulo 5


Tenía que ir a trabajar. Me dirigí hasta el coche y vi que había una moto aparcada en doble fila que no me dejaba salir. Era una Harley y yo no quería quitarla por si se me caía. Supuse que su propietario estaría dentro de la peluquería que había enfrente y fui a buscarle. Caminé hacia la puerta de la peluquería y divisé a través del cristal a dos chicas hablando. Ellas vieron que me acercaba y me miraron. Una de ellas se inquietó ante mi llegada y cuando vio que yo iba a entrar, rápidamente se abalanzó hacía la puerta, echó el cerrojo y dio unos pasos atrás sin dejar de mirarme aterrorizada como si fuese Jack Nicolson en “El resplandor”.
                                                                                                     
 
 



Me pregunté si la acción de la chica estaba provocada por mi cara de asesino o por lo feo que soy.

- Oye. ¡Sólo quiero preguntar si la moto esa de ahí fuera es vuestra! – dije a través del cristal.

La otra chica, que parecía más calmada, me abrió la puerta y me indicó que la moto era del chico de la tienda de al lado. Fui a la tienda de al lado y el chico retiró la moto.

Ya llegaba tarde, no puedo remediarlo. Aunque en realidad me importa un comino (por no decir una mierda). No hace mucho llamé a la empresa para decirles que me pagasen la gasolina, les dije que me gastaba mucho dinero en ir y volver al trabajo y que eso me lo deberían pagar en una dieta de viaje. Les faltó poco para reírse de mí. Desde entonces decidí llegar tarde a propósito, si mi jornada laboral empieza a las cinco de la tarde yo salgo de casa a esa hora. Desplazarme al trabajo entra dentro de la jornada laboral y por lo tanto siempre llego media hora tarde. Soy justo con el trato que me han dado y, por suerte, a mis compañeras no les importa que llegue a la hora que me dé la gana. Como soy un refuerzo no requieren mi presencia allí y pueden arreglárselas a solas. De hecho, la chica que está allí me dice una hora antes de acabar que si quiero que me vaya, o me dice que llegue tarde y duerma tranquilo la siesta, incluso hay mañanas que me dice que no es necesario que vaya, dice que no le importa, como por las mañanas y a última hora no hay mucho trabajo puedo irme y no pasa nada. No hace falta que me lo diga dos veces, cuando me lo dice me voy al instante. Me agrada que me deje marchar pronto y que no le importe, aunque pienso que en realidad lo hace porque mi presencia le resulta desagradable y cuando me voy puede chatear mejor en messenger sin que yo la moleste. Bien por ella y bien por mí. A mí me pagan lo mismo aunque no vaya. De algún modo debo cobrar la gasolina que no me quieren pagar.

Hay una compañera de trabajo que detesto, trabaja en otra compañía y cada vez que la veo intento huir de ella. No soporto sus conversaciones, siempre que hablo con otra persona viene ella a dar la puntilla, cuenta su caso sobre lo que estamos hablando o nos da su opinión sin que nadie se la pida. De algún modo quiere sentirse protagonista en todo momento, se cree que es una tía interesante y que todo lo que dice es de interés general. No tía, te equivocas, cada vez que hablas es para soltar mierda por la boca, estoy harto de que me hables de tus jodidos hijos, ¿No sabes hablar de otra cosa? ¿Por qué la gente tiene que hablar de sus hijos y presumir de ellos? Yo no soporto que mis padres hablen de mí ni para bien ni para mal. A mí me importa un carajo si tu hijo se caga, si mea, si dice una tontería o si le vas a comprar un vestidito supermono. ¡No me interesa! Intentas justificar tu vida teniendo un hijo porque en tú vida has hecho nada. Los hijos son prolongaciones de uno mismo, se aman, se quieren y se les cuida, pero sólo porque son parte de ti, ¿Pero qué pasa si te odias a ti mismo? Yo lo que no entiendo es que haya gente que se quiera a sí misma, y más tratándose de gente con mentes infrahumanas. No sé quién dijo una vez que los hijos son como los pedos: Sólo te gustan los tuyos. Yo espero no tener nunca un demonio de esos. Por mí la raza humana se puede extinguir.

La experiencia con esta tía me ha ayudado a reconocer a las tías idiotas. Me ha llevado años conseguirlo, pero al final he descubierto cómo hacerlo. Las tías más detestables son aquellas que apenas tienen labios. Piensa en alguien que te caiga mal, ¿Ya? ¿A que tiene los labios finos? ¿A que sí? Es infalible. Alejaos de todas las tías que no tengan labios carnosos, son dementes psicópatas que os hablarán de sus hijos y sus pedos. ¿Qué pasa? ¿Qué no estás de acuerdo con mi teoría? ¿Es que no tienes labios y crees que eres una persona que vale la pena? No lo intentes justificar: eres una de ellas por mucho que digas. No entiendo por qué los científicos no se han dado cuenta antes. Debo estar agradecido a esta tía por el extraordinario hallazgo. Y es curioso, esta tipa me caía bien al principio. El primer día la escuché tararear una canción de Sabina y le pregunté si le gustaba, ella me dijo que sí, que se sabía todas sus canciones, que tenía todos sus discos y que su hijo de diez años también se sabía todas las canciones. Desde entonces sólo hablábamos de Sabina y de su música, me contó anécdotas que vivió en conciertos a los que ha asistido. Pero un día que ella quería impresionarme con lo mucho que sabía sobre Sabina me dijo:

- ¿Y sabes qué? También tengo el libro de la biografía de Sabina.
- ¿Ah sí? Qué interesante. ¿Y qué tal está?
- No lo he leído. Pero está muy bien.

Desde entonces la miré con otros ojos. Comencé a sospechar que era una imbécil más. No tardó muchos días en demostrármelo por completo. Vi cómo ella vendía los teléfonos libres sin que nadie se lo pidiera. En teoría, los que se encargan de vender los teléfonos libres son los empleados del centro comercial, los promotores de las distintas compañías no tenemos por qué meter la pezuña en esas vitrinas. Pero claro, los encargados están encantados con gente como ella, que ahorra el sueldo y el trabajo de otros trabajadores. Ella hace los trabajos que no son de su competencia porque cree que haciendo eso es una buena trabajadora y una buena persona. Eso agrada mucho a los jefes. Por culpa de gente como ella los que nos negamos tajantemente a vender teléfonos que no sean de nuestra compañía estamos mal considerados, y es que ahora los jefes quieren que todos hagamos lo mismo, que sigamos los pasos de esa esquirol que, por lo visto, lleva haciendo eso desde hace tiempo. Además, aparte de vender teléfonos que no son de su compañía, ella se pone a atender a los clientes que van a recoger las fotos reveladas o, incluso, se pone a vender cámaras digitales. No deberían existir personas como ella. No sé cuándo llegará el día en el que los propios trabajadores se apiñen y hundan las empresas desde dentro y el sistema se vaya a pique en pro de la holgazanería. Todo el mundo debería hacer una gran huelga general para pedir mejoras en los trabajos. La gente trabaja para enriquecer a otros que no pegan palo al agua. Estamos puteados mientras los grandes propietarios están bañándose en un gran jacuzzi con un puro en la boca sin hacer nada y sus cuentas corrientes aumentan por arte de magia y sus hijos seguro que no tienen que estar prostituyéndose en centros comerciales para pagarse una puta matrícula de la universidad, ni tampoco tienen que estar aguantando a la gente que viene a quejarse por vicio y que consideran a los dependientes los culpables de todas las desgracias que les ocurren en la vida.
..........

Esa tarde en el centro comercial fue soporífera. A veces me quedo mirando a la gente pasar y entro en una especie de trance místico, me hipnotiza el rumor de la gente que va y viene sin ton ni son. Intento adivinar sus vidas, sus preocupaciones, sus deseos, sus aspiraciones, pero todo eso me resulta cada vez más incomprensible e inaccesible.

En pleno trance místico se acercó un chico acompañado de su novia para comprar un teléfono. Me preguntó las características de todos los teléfonos que habían expuestos y cuando se las dije no parecía muy satisfecho.

- ¿Tienes teléfonos con brújula? - preguntó
- No.
- ¿Y para qué coño quieres un teléfono con brújula? – le preguntó la novia de mala manera, como si estuviese acostumbrada a las preguntas estúpidas de su novio.
- No lo sé –contestó él.
- La querrás para guiarte en medio del monte ¿Verdad? – dije yo con un tono muy serio pero con mucho recochineo.
- Es que una vez vi el teléfono con brújula y me gustó mucho. ¿De verdad no lo tenéis?
- De verdad que no.
- Qué lástima, yo es que lo vi... creo que era un modelo que vendían para los moros, para que sepan en cualquier momento dónde está la Meca.
- ¿Pero tú para qué quieres saber dónde está la Meca? – volvió a preguntarle la novia.
- Para nada, pero me gustó ese teléfono con brújula.
- Hay algunos teléfonos con GPS, que te pueden ayudar a saber dónde está el Norte.
- Ya, pero eso no me interesa.

Se fueron sin más, sin decir nada, sin brújula, sin rumbo...
El trance ya se me había pasado.
Era el último día de trabajo.
Siempre he creído que en este mundo todo es comprensible y tiene su explicación. Supongo que algún día renunciaré a entenderlo todo y simplemente asumiré las cosas como son. Creo que no tengo otra elección.

¿Te gusta leer? Capítulo 4

Estoy trabajando. No hay gente y me aburro. La tarde es angustiosa, hace calor y me quiero ir a casa. Intento distraerme como puedo y para ello me quedo absorto en las preguntas filosóficas que habitualmente suelo formularme: ¿Qué somos? ¿De dónde venimos? ¿Por qué se creó el universo? ¿Por qué nos crece pelo en los sobacos? ¿Por qué hasta el más idiota tiene novia y yo no?

Mi compañera me dice que se va un momento.
Me quedo solo.
Cuando veo que se aleja me acerco al ordenador y me conecto al messenger. Lo hago por inercia aunque no tenga nada que hablar con nadie. Pero me sigo aburriendo. ¿Qué puedo hacer?
Miro alrededor y compruebo que no hay nadie cerca.
Voy a aprovechar para visitar mi blog y ver si alguien me ha dejado algún comentario. Busco la página en google para que no se quede grabada la dirección en el Explorer; sería fatídico que mis compañeras se enterasen de que tengo un blog y que en él escribo lo que pienso de ellas. Entro y veo que alguien me ha dejado un comentario. Me alegra que me comenten, aunque últimamente no lo hacen mucho, supongo que todos estarán de vacaciones, aunque lo curioso es que últimamente estoy recibiendo más visitas que nunca. El problema es que la mayoría vienen desde google porque andan buscando a Jesucristo. Me he dado cuenta de que si pones la palabra “Jesucristo” en el google imágenes aparece mi página en primer lugar . Es todo un honor que mi página aparezca en primer lugar cuando introduces en el buscador el nombre del personaje más importante de la historia. Seguramente se trate de una señal. Ya sabemos que dios ha intentado comunicarse conmigo muchas veces y esto significará que mis escritos representan la palabra de Dios en la actualidad. No puede ser otra cosa. Einstein ya dijo que el azar no existe y que dios no juega a los dados.

- ¿Qué haces? – me pregunta mi compañera de repente.
- Nada, nada –respondo asustado, no la había visto venir.
- ¿En tierra firme? – pregunta mientras mira al monitor – ¿Qué es eso?
- Nada, nada, una página de teología –le digo mientras me apresuro para cerrar la ventana lo más rápido posible. Precisamente tenía abierta una historia de la saga que hablo de ella. Abro la ventana del messenger y finjo estar hablando con gente para disimular.

- Oye, yo quiero abrirme una cuenta de esas de messenger. ¿Cómo se hace?

Pienso que es una buena forma para que se entretenga. Le indico los pasos a seguir para que se cree una cuenta. Parece que eso la hace feliz.
Finalmente, le digo que abra el programa y que introduzca su dirección y su contraseña. Pone su dirección, le da al cursor en la casilla de la contraseña y me mira.

- ¿Qué contraseña he puesto?
- Tú sabrás, yo no lo te la he visto.
- Pues no me acuerdo.
- ¡Pero si no hace ni un minuto que la has puesto!
- Pues ya se me ha olvidado.
Tras 4 o 5 intentos fallidos consigue recordar que su contraseña era su fecha de nacimiento y, al fin, consigue conectarse.

- ¡Qué bien! ¡Ahora puedo agregar a gente!
- Eso ya es más difícil.

Se levanta y comienza a pedir el correo a todas las chicas de las otras compañías y una a una las va agregando. De pronto se dirige a mí y me dice:

- Dame tu correo.

Me quedo pensando. No puedo dárselo. Si me agrega y visita mi espacio verá que hay un link que dirige al blog y no puedo consentir que eso pase porque vería todo lo que escribo sobre el trabajo.

- Ahora me conectaré y te agrego yo, es que mi dirección es un poco complicada de escribir – le digo para intentar hacer tiempo.

Vienen clientes. Hacemos unos cuantos contratos y vendemos otros tantos teléfonos. Parece que ella ya se ha olvidado de mi dirección de correo. Eso me relaja.

Cuando ya es casi hora de cerrar ella vuelve a conectarse y se pone por el messenger con las compañeras que tiene a dos metros de ella.

- Oye, todavía no me has dado la dirección. Dámela ahora.
Santo dios... si se la doy leerá todo y me denunciará. No me hablará y seré una nueva víctima del mobbing. ¿Qué puedo hacer? Se la daré. Me da igual.
- La dirección es... entierrafirme@hotmail.com

Me agrega.

- ¡Ahora ya podré hablar contigo! ¡Qué bien!

Luego se pone a cantar una canción por lo bajo. Hablaba de amor y de alguien que deja a otro y que, por lo visto, se querían pero su amor era imposible.

- Oye, ¿Se puede saber qué cantas? –pregunto.
- ¡Camela! ¿Te suena la canción?
- No, era curiosidad.
- Es que tengo todo el día esa canción en la cabeza, la cantaba en mi adolescencia. ¿Sabes? Tengo tooooodas las cintas de Camela, imagínate el tiempo que tendrán, cuando me las compraba todavía no tenía ni un reproductor de CD.
- Qué interesante... ¿Y cómo se titula esa canción? – se lo pregunto con la intención de detallar en el blog semejante conversación.
- La canción se titula: “No puedo estar sin ti”. Si te gusta te puedo traer algunas de esas cintas y las escuchas.
- No, no, eres muy amable, pero no es necesario que te molestes.
- Pero si está guay.
Y de pronto comienza a cantar la canción entera: “No puedo estar sin ti, me muero por tu amor...” y se pone a bailar como si estuviese en una discoteca. Un cliente que anda por allí nos mira con mala cara. Yo siento vergüenza ajena. No sé dónde meterme. Ella sigue cantando y bailando. La situación es desesperante y prácticamente irreal. Yo comienzo a reírme sin parar en su cara. Para colmo le he dado mi dirección de correo donde tengo un espacio en el que aparece la dirección del blog. Leerá todo lo que he contado de ella y se lo contará a los jefes y me echarán. ¡No! ¡No puede ser! ¡Debo hacer algo!

Compañera de trabajo:
Sé que esto no es el Código da Vinci y posiblemente no lo leerás, pero si por alguna de aquellas lo lees y encima te enteras de lo que dice, que sepas que me caes bien y que todo lo que escribo aquí es mentira, lo único que pasa es que yo exagero la realidad para que los lectores se diviertan. Suelo hacerme pasar por un tipo duro al que todo le molesta y el mundo le asquea. Yo, en realidad, pienso que la vida es maravillosa y que ser católico es lo mejor del mundo. Como bien sabes, yo amo mi trabajo y en ningún momento pretendo criticarlo. De hecho, me gustaría trabajar más horas para poder estar con vosotras y que me contéis lo bien que lo habéis pasado en la discoteca y lo guays que son vuestros amigos. Ya sabes que me meo cuando me cuentas esas anécdotas tan divertidas que te suceden junto a tus amigos cuando estás en el parking de la discoteca. Espero que me perdones si te has sentido ofendida con alguno de mis comentarios sobre ti, sabes que me caes bien y no me perdonaría nunca hacerte daño. Debería haberte dicho antes que yo quiero ser escritor, y algún día me gustaría poder publicar una novela o escribir un guión de cine, y para ello se requiere decir tantas mentiras como las que yo he dicho aquí sobre ti.

Lo dicho, espero que no te haya sentado mal y que pronto nos podamos ir de fiesta para poder liarla por ahí.
Un afectuoso abrazo.

Fdo: Fredy


Espero que con esta carta tan sincera perdone mi desfachatez.

- Oye, pues tráeme alguna cinta de esas de Camela, igual me gustan –le digo.
- Vale, mañana te la traigo.

Está oscureciendo y es la hora de cerrar. La vida es maravillosa y todo lo que sale en las películas, en los libros y, por supuesto, en los blogs, es mentira.

Y justo en el momento de partir viene un cliente. Lleva un vaso de cerveza en la mano y va borracho. Tiene unas melenas que le llegan hasta la cintura, lleva una camiseta negra y pulseras de cuero. Es un auténtico heavy. Me mira y me dice con su lengua trabada:

- Quiero comprar el móvil más barato... es que cada semana pierdo uno.

¿Te gusta leer? Capítulo 3

- Oye. ¿Has visto la película del Código Da Vinci?
- Sí – le respondo.
- Es que yo la vi y cuando leí el libro no me enteré que la chica era descendiente de Jesús.
- Pues eso lo sabía yo antes de ver la película... y eso que no me he leído el libro.
- Se ve que no me entero cuando leo.
- A mí también me pasa.
- ¿Qué calor hace no?
- Sí.

Tres tristes tigres comen trigo en un trigal.

¿Se puede hablar en verano de algo que no sea el calor? ¡Ya sé que hace calor! ¡No hace falta que me lo digas! Si no sabes de qué hablar quédate callada que no pasará nada. Hazme el favor de no mencionarme el calor que solo de hablar del tema me dan ardores.

Viene un cliente.

- ¿Me puedes decir qué teléfonos suenan más alto?
- Todos suenan más o menos igual –le digo.
- Pero yo es que estoy un poco sordo. Necesito que suene muy alto.

Era extranjero. Se le notaba un poco de torpeza para hablar. Pero lo entendía bien. No sé si él a mí me entendía.

- Pues estos modelos, por lo general, suelen sonar muy alto – y le señalo un teléfono al azar.
- ¿Puedes sacarlo y ponerlo en marcha?
- Sí claro, ¿Cómo no?

Me produce fatiga enseñar los teléfonos. La mayoría de los que me piden que les enseñe los teléfonos luego no los compran. Los mejores clientes son aquellos que saben qué modelo quieren comprar y qué prestaciones tienen. Me gusta la gente con las ideas claras. Busco una tarjeta. Abro el teléfono. Quito la batería. Pongo la tarjeta. Monto el teléfono. Lo enciendo. Voy al menú. Selecciono los sonidos. Los pongo en marcha.

- ¿Qué me dice? ¿Le gusta?
- La verdad es que se oye muy bajito –me dice gritando.
- Pues el volumen está al máximo.

Le cambio la melodía con la esperanza de que se escuche mejor. El hombre arrima la oreja al teléfono y se concentra en la melodía polifónica como si estuviese recibiendo unas instrucciones militares.

- No, no se escucha bien –dice- enséñame otro modelo.

Saco la tarjeta. Monto el teléfono. Cojo otro teléfono de la vitrina. Le pongo la tarjeta. Lo enciendo. Pongo la melodía.

- ¿Y este qué tal? – le digo con la esperanza de que se lo lleve y con una flamante sonrisa en la boca al comprobar la gran potencia con la que suena el teléfono.
- La verdad es que este suena más. Pero me parece insuficiente. Enséñame ese otro –dice mientras señala a otro teléfono.

El hombre iba acompañado de su esposa y de su hija. La esposa parecía muy sucia y la hija hablaba el castellano a la perfección.

- Papá, este se escucha bien –le decía.

De nuevo otro teléfono. Ya me estaba tocando los cojones. Sigue sin gustarle. Dice que suena muy bajito. Me pide que le enseñe otros. Prácticamente le enseño todos los que hay. Cuando le enseño dos teléfonos más y me vuelve a pedir otro le digo:

- Oiga señor, todos los teléfonos suenan más o menos igual.
- Sí. Pero quiero ver si ese suena mejor.
- No va a sonar mejor. Es de la misma marca que el primero que te he enseñado. No va a encontrar ninguno que suene más. Si usted tiene un problema con su oído vaya al médico y que le pongan un sonotone, pero no esté buscando móviles especiales para usted –le digo ya cabreado.

La esposa se siente ofendida. La hija me mira como a un criminal. El hombre creo que no me ha oído. La mujer le tira del brazo.

- Vámonos, vámonos.

El hombre me sonríe. Definitivamente no se ha enterado de lo que he dicho.
- ¡Me lo pensaré! – me dice el sordo.

Se va.
Me giro.
Mi compañera de trabajo se está muriendo de risa.

- ¿Cómo le dices que se compre un sonotone? ¡Estás loco!
- Si lo dices tú, que eres psicóloga, te creeré.

Es la hora de la merienda. Todos quieren salir a merendar. Pero no podemos salir todos a la vez. Hay que turnarse. Como mucho pueden salir dos de las tres compañías que hay.

- Me voy a merendar. Digo.
- Oye, no vayas ahora. Que está ahí delante el jefe –me dice una.

Me señala a un hombre con corbata. ¿El jefe? ¿Y a mí qué? ¿Por qué la gente se comporta de una forma u otra delante o detrás del jefe? Ellas ponen buena cara cuando está delante. Le chupan el culo. Fingen que le adoran y que les gusta trabajar y detrás son unas escandalosas maleducadas. Yo al menos soy maleducado delante y detrás. Me paso por el forro lo que me dicen. Me meo en quien haga falta. Salgo de allí. Nadie tiene derecho a impedir que yo salga media hora a merendar. A mí me importa una mierda causar una buena sensación al jefe. Que le hagan otros la pelota. Quiero mi napolitana, mi kas de naranja y mi periódico. No soy un hipócrita. Yo no tengo miedo de que me echen. Yo no estoy pagando ninguna hipoteca ni ningún coche. No soy como todos esos que han vendido 30 años de su vida para pagar una mierda de piso. Después presumen de que su piso se ha revalorizado el doble de lo que pagaron cuando lo compraron, como si eso les hiciese mejores personas o fuese una grata noticia. ¿No te das cuenta de que si se ha doblado el valor de tu piso también se revalorizan los demás? ¿Qué vas a hacer? ¿Vender el tuyo para comprarte otro que está igual de caro? Estúpidos. Luego la gente se queja de que la vivienda está cara. ¿Qué se puede esperar de estos idiotas que se sienten orgullosos de que sus pisos valgan el doble?

Me paso media hora merendando. Vuelvo. Me pongo de nuevo al frente. El resto de gente se va a merendar. Yo me enfrento contra la gente.

Me doy cuenta de que mi puesto de trabajo se parece a una trinchera. Voy vestido de mi uniforme militar y los enemigos se acercan para intentar acabar conmigo. Me agacho tras la vitrina. Me apoyo contra la pared. Se oyen los estruendos de los disparos y los cañones. En la guerra uno está muy solo. Busco en mi bolsillo interior de mi chaqueta la foto de mi amada. Encuentro una foto de Carmen de Mairena. En la guerra uno se acuerda siempre de su amada. La beso. Espero que ella me dé fuerzas para enfrentarme a los enemigos. Oigo unos pasos. Alguien está cerca. Debo salir para ver qué pasa. La integridad de mi bando depende de mí. Me asomo. Hay una persona.

- ¿Qué desea? – le digo.
- Quiero pasarme de tarjeta a contrato. Pero no sé cuándo finaliza el periodo de seis meses que tengo que estar como mínimo utilizando la tarjeta.
- Yo no tengo acceso a esa información. Deberás llamar a atención al cliente.

El cliente enemigo se pone a llamar a atención al cliente. Se le pone el contestador. Me sé de memoria lo que dice.

- Diga que quiere otras consultas –le indico.
- Otras consultas – dice.
Por la cara que hace ya sé que el contestador le ha dicho: “perdone, pero no le he entendido”.
- ¡HE DICHO QUE OTRAS CONSULTAS! – grita como un loco. La gente se gira para ver qué le pasa al hombre. Por lo visto el contestador no reconoce la voz y mucho menos los gritos.
- ¡OIGA! –se pone a hablar con la máquina- ¡PÓNGAME CON UN SEÑOR DE ESOS QUE HABLAN!

Me meto en la trinchera de nuevo. Tengo que reírme. No lo soporto más. Ahí fuera son muchos y yo estoy solo.

Seguiremos en la guerra hasta que nos invadan.

Hasta la derrota siempre.

¿Te gusta leer? Capítulo 2

- Ya me he comprado el libro –me dijo.
- Me alegro. ¿Qué libro era?
- La sombra del viento.

A las nueve cortan el aire acondicionado en el centro comercial. A las diez salimos. Supongo que lo harán para ahorrarse una pequeña cantidad de dinero y para que los clientes no se sientan tan a gusto allí dentro y comiencen a pensar en marcharse a casa. Los que trabajamos allí sufrimos en nuestras carnes esa decisión tan rácana e inhumana.

Salió una cucaracha por debajo de los armarios y cruzó el estand

 

.

Las dependientas que estaban atendiendo a clientes salieron corriendo. Otras gritaron. Una se escondió detrás de mí como si en vez de una cucaracha hubiese salido un asesino con un cuchillo amenazándonos. La chica de fotografía dejó las fotos y se puso a gritar mientras el rollo de la máquina de revelar seguía rodando. La cucaracha se había detenido allí en medio, ante el estupor de los que estábamos dentro y la sorpresa de los clientes que estaban fuera.

- ¡Qué asco! ¡Qué asco! UUUUU – decía una como si viese a un muerto en estado de descomposición. Poco le faltó para desmayarse.

 

La cucaracha avanzó dos baldosas. De nuevo los gritos, las histerias, los lloros, los traumas y las lamentaciones. Algunas, que intuyeron que podían estar viviendo los últimos instantes de su vida, llamaron a sus familiares para decirles que les querían.

Un cliente que había por la parte de fuera me dijo:

- ¡Venga mátala! – y señalaba con el dedo a la cucaracha. Implorando que acabase con la agonía de las trabajadoras que estaban allí dentro en ese momento.
- ¡A mí me sabe mal matarlas! – contesté.
- ¡Sólo me faltaba por soportar esto en el trabajo! – Clamó una mirando al techo.
La chica que estaba detrás de mí me empujó. – Mátala, hombre. ¡Mátala! – me decía.

Todos me miraban.

Yo era el único hombre que había dentro del rectángulo del estand. Todas las chicas se habían ido a las esquinas huyendo del peligroso y abominable insecto.

Aquello era un cuadrilátero.

Por un lado teníamos a Fredy y por el otro a una cucaracha sin cerebro que paseaba tranquilamente. La gente de fuera comenzó a agitarse. Empezaron a hacer entre ellos apuestas por el ganador. La chica que se había escondido detrás de mí era mi manager y estaba alentándome como a Rocky.

- ¡Acaba con ella! – me decía a cámara lenta.

 


Yo imaginé que tenía una toalla en mis hombros y que tan sólo llevaba un pantalón corto. Me tenía que poner el protector dental. Las gotas de sudor se deslizaban por mi frente a causa de los focos. Nuevos clientes se acercaron para presenciar el combate. Era mi oportunidad, el momento de lanzarme a la fama consiguiendo el cinturón de campeón. Por fin demostraría que yo era un hombre que sabe combatir. Tenía que poner en práctica todos los conocimientos que adquirí en mi adolescencia jugando al Mortal kombat y al Street Fighter.

Sonó la campana.

¡Cooooooomienza el combate!

Los púgiles se miran. Dan vueltas al ring. Fredy se lanza al ataque y la cucaracha en vez de afrontarlo le da la espalda. Atención señores. Fredy se indigna con la afrenta y sale tras ella. La acorrala contra las cuerdas. La superioridad de Fredy es evidente. 70000 gramos contra 20. Puede aplastar a la cucaracha con su pie. ¿Pero qué hace? ¡Fredy ha cogido un folio! Se agacha a donde está la bestia inmunda y coloca el folio sobre ella.

- Es para no mancharme el zapato –expliqué a los asistentes.

El público vibra.

-¡Písala! ¡Písala ya de una vez!
- Acaba con nuestro sufrimiento Fredy –decían las dependientas.

Fredy se dispone a efectuar el golpe de gracia que dejará K.O. a la cucaracha, cuando ¡atención! La cucaracha escapa en el último momento del manto (folio) que había colocado su contrincante sobre ella. Parece que está herida. Ha sido pisada por una parte. Apenas puede caminar.

- ¡Písala! ¡Písala! – Gritaban al unísono.

Pero no podía hacer caso de la plebe. No quería ser un criminal. Me giré y miré a la grada. Allí estaba el Cesar. Le mostré mis respetos. El Cesar se levantó y echó una mirada a la grada. Estaba a punto de emitir su veredicto.

 

 

Dedo abajo.

Muerte.

Pisé a la cucaracha y la mandé a una vida mejor.

Fatality.

La gente invadió el cuadrilátero. Me felicitaron. Me abrazaron. Yo buscaba a Paulie y no la encontraba.
¡Pero qué coño! yo no conocía a ninguna Paulie.

Un operario se llevó el cadáver de la cucaracha y la tiró en la basura.

Yo era un asesino de cucarachas vendedor de teléfonos móviles.

- Nos has salvado la vida Fredy.
- Ha sido un placer.

¿Te gusta leer?

 

Una mañana aburrida en el puesto de trabajo. Yo estaba sumergido en mis pensamientos. Mi compañera contemplaba fijamente el monitor del ordenador. Deslizaba el ratón con desgana, parecía que ya había hecho todo lo que tenía que hacer en Internet. Me mira.

- ¿Te gusta leer? – me pregunta.
- Me encanta leer.
- A mí también, el año pasado me leí el Código Da Vinci y este año estoy pensando en leerme otro libro..
- Yo no pude leérmelo, cuando llevaba cien páginas me pareció una castaña y lo abandoné. Aunque leer es bonito. Para mí significa mucho y leo todo lo que puedo.
- Sí, pues eso es bueno ¿sabes? Yo por eso me obligo a leer un libro al año.
- ¿Y qué libro te gustaría leer?
- No sé. Me encantan los libros de amor. Me gustaban mucho esos libros en valenciano que nos mandaban leer en el instituto... ¡Qué bonitos eran!
- A mí esos libros me parecían lamentables. Malísimos y predecibles.
- Me han recomendado que me lea uno que se llama La sombra del viento. ¿Lo has leído?
- No.
- Pues ahora lo compraré. Espero que me guste.
- Puedes ir ahora, no hay mucho trabajo.
- Sí, podría ir, pero es que... gastarme 20 euros en un libro es un crimen. Con ese dinero podría comprarme otra cosa.

La aborrezco. Es cierto que los libros están caros. Pero no puedo con esta gente. Ella es licenciada en Psicología y no lee más de un libro al año. ¡Con la de libros que debería leer sobre el tema que supuestamente le apasiona! ¿Habrá leído a Freud? Seguro que no. ¿Así cómo iba a ejercer de psicóloga? Los hay que se sacan carreras y no saben nada. Se han dedicado a estudiar un mes antes del examen y luego lo vomitan y lo olvidan. No nacieron con vocación. En el futuro estará lleno de gente sin vocación que estudiará y no aprenderá y luego estará desempeñando un trabajo que no estarán capacitados para desarrollar. Jamás querría que me tratara una psicóloga como ella. Y eso que no quiero ir de intelectual vanidoso y pedante, yo no he leído ni la mitad de lo que me gustaría leer, no quiero que me confundan con uno de esos. Pero creo que leer es casi una necesidad que debería tener todo el mundo y sé que cada cual tendrá sus propias aficiones y no es necesario que todos las compartan. Pero bueno...

- Pues yo me gasto casi todo el dinero que tengo en libros. Prefiero gastármelo en libros que en ropa. De hecho, cuando voy a comprarme ropa suelo pasar por una librería y si me gusta alguno, lo compro, y luego no me queda dinero para ropa. Siempre me pasa.
- ¿Y qué te gusta leer?
- Pues últimamente estoy leyendo a escritores norteamericanos.
- ¿En inglés?
- ¡No por favor! Traducidos. No se me da bien el inglés.
- ¿Y de qué van?
- Pues son libros que hablan sobre la realidad. Gente que ha fracasado en la vida, deprimida, borracha, con aspiraciones de convertirse en escritor. Lo llaman el “realismo sucio”.
- ¿Qué divertido no? – me preguntó irónicamente con una mueca de asco.
- A mí me gusta. Los libros realistas están cargados de una crítica social. Los de fantasía suelen ser para entretener la mente.

Una psicóloga que no se interesa por la realidad. Le hablo de lo que me apasiona y me mira con asco. ¿Esto es lo que nos espera? ¿Quién tiene necesidad de ir al psicólogo si el que te atiende es como los demás? ¿Cómo le vas a explicar que te sientes incomprendido si el psicólogo forma parte de esos que te miran mal por ser diferente? Según me dijo, quería trabajar de psicóloga con enfermos de alzheimer. No me extraña, esos pacientes nunca se podrán quejar, no recordarán su falta de competencia para protestar. Si alguno le acusa de hacerlo mal ella puede negarlo y decir que se lo ha inventado.

- Podría comprarme algún libro de Danielle Steel.- continuó.
- No me he leído nada de ella – todos dicen que esos libros son para gente acabada, y yo, por suerte o por desgracia, nunca lo comprobaré.
- Dicen que está bien.
- Sí, eso dicen – mejor no le digo lo que pienso –, si quieres te puedo recomendar algunos títulos de libros de amor que me han gustado.
- ¡Sí! ¡Dime!
- A mí me gustó mucho “El desencuentro”, que te pasas una semana llorando. O algún libro de Jordi Sierra i Fabra que, aunque es literatura juvenil, me gusta mucho. Títulos como “La estrella de la mañana” o “97 formas de decir te quiero”. ¿Sabes? Cuando conocí a ese escritor me cambió la vida.
- El de la estrella de la mañana debe estar bien. Podrías dejarme alguno. Aunque yo tardo meses en leérmelos, así que no sé si te lo devolvería antes de que terminemos de trabajar aquí.
- No los tengo en casa – Mentí, paso de dejar un libro que no me va a devolver– esos son libros que cogí en la biblioteca.

Vino un cliente a preguntar una gilipollez.

- ¿Qué teléfonos te quedan? – me pregunta.
Saco un catálogo de teléfonos y comienzo a indicarle los que tenemos.
- Oye, oye. ¡Para! ¿Tú a mí me has visto con cara de comprar ese teléfono que me acabas de decir? – dice mientras se señala a la cara. Era extranjero, de tez morena. Llevaba cadenas y pulseras de oro. Los dientes los tenía torcidos. Tenía unos tatuajes penosos que parecían estar hechos por un niño. Realmente tenía pinta de traficante, de expresidiario o de delicuente.
- Yo sólo te estoy diciendo los teléfonos que me quedan.
- ¡Esos teléfonos son para viejos! ¡Yo no quiero esos teléfonos! ¡Yo quiero teléfonos buenos! ¡Mira! – saca un teléfono de su bolsillo. El último modelo de Nokia, el más caro, el mejor, tiene de todo. – ¡Estos son los teléfonos que yo quiero y no la mierda que me estás enseñando!
- Yo sólo respondí a tu pregunta.
- ¡Adiós!

Se va.

Pasa un rato.

- ¿Tú tienes la tarjeta del centro comercial? – me pregunta mi compañera.
- No. Paso de hacérmela. Con eso hacen una base de datos sobre lo que compras y dejas de comprar.
- ¿Y qué más da?
- Pues que a mí no me da la gana que controlen lo que compro. No me pienso vender por cuatro mierdas que regalen con los puntos. Se empieza así y al final, dentro de unos años, los gobiernos controlarán los libros que compramos y las revistas que leemos con el pretexto de defender al país del terrorismo. Investigarán a toda la gente que lea a Marx, que tenga ideas sospechosas por ser liberales, o que esté en contra del sistema. Tratarán de quitárselos del medio acusándoles de algún delito y encerrándolos.
- Tú estás loco.
- Claro, y además, si compras con la tarjeta esa y cometes un asesinato con un objeto que se venda en el centro comercial, filtraran a todos los que lo compraron y te pillarán enseguida.
- Yo no pienso matar a nadie.- Me contesta con desprecio, intentándome dejar en ridículo. Como si el último comentario lo hubiese hecho en serio – A ver si tenemos aquí entre nosotros a uno con la mente de psicópata. ¡Me das miedo!

Me das miedo, me das miedo, me das miedo. ¿Cuántas veces habré escuchado eso? ¡Si soy inofensivo! ¡Me sabe mal matar a las cucarachas y a las moscas! ¡Prefiero espantarlas antes de que mueran bajo mis garras!

- Oye.. y ahora en serio. Tú que eres psicóloga. Dime la verdad. ¿De verdad crees que estoy loco?

El mundo da muchas vueltas y por eso nos mareamos.

El mundo da muchas vueltas y por eso nos mareamos.
A veces me gustaría encontrar una salida pero no sé ni de dónde quiero salir. Me siento atrapado en la vida como una mosca que ha caído en una telaraña y espera a que la gran araña negra venga para comérselo. Si al menos encontrase un incentivo por vivir, una alegría, una ilusión... pero no encuentro nada. Todo tiene un sabor insípido y toda la carne es cruda. Falta algo grande, algo que me haga mantenerme despierto, algo que me quite el sueño.. pero ahora lo único que quiero es dormir. En Internet no encuentro ninguna noticia interesante, la gente se muere y yo me empacho de comida. Me cuesta leer cinco páginas seguidas de cualquier libro sin que me dé sueño. Sentarme a escribir me supone un suplicio. Caminar es aburrido, ver la tele es aburrido, las películas son aburridas, no aguanto a la gente y me cuesta mantener el hilo de una conversación con cualquier persona. Ya no quiero cambiar al mundo, simplemente quiero que desaparezca.

En el trabajo mato las horas pero también me suicido un poco cada día. La gente viene con sus teléfonos a preguntarme tonterías. Quieren los últimos modelos más modernos. Quieren tener de todo en su teléfono. Odio a la gente que se pasa todo el día enganchada al teléfono, parece que vivan dentro de su teléfono. A través de los teléfonos están lavando el cerebro a la población. Los móviles y la televisión hacen que la gente se vuelva imbécil. Los que quieren dominar el mundo a través de la globalización ya lo saben y por eso nos infectan la programación de la televisión con concursos que no estimulan la inteligencia, con programas del corazón donde hablan de personajes de mierda, de este modo consiguen que nadie piense y todos estén tranquilos y sin ganas de iniciar una revolución marxista. Los niños envidian los juguetes de sus amigos y la única preocupación que tienen es conseguir los mismos juguetes que ellos. La educación va a peor, la media de coeficiente intelectual disminuye cada vez más. Si os fijáis, cada año las notas de corte para entrar en las universidades son más bajas. La inteligencia brilla por su ausencia, y yo, que siempre he defendido la libertad, estoy trabajando para los globalizadores, para los destructores de principios y de ideales. En la educación pública ya no existe el individuo, sólo hacen que fomentar los trabajos en grupo para que las ideas de uno se disuelvan en beneficio del conjunto entero. Quieren que pensar esté prohibido. En los medios de comunicación sólo transmiten inseguridad para que el ciudadano esté intranquilo. Quieren que los propios ciudadanos sean los que demanden más seguridad, incluso a cambio de ceder su propia libertad individual. Los globalizadores saben que si siguen así, los padres acabarán viendo con buenos ojos que a sus hijos se les implanten chips para saber dónde están y, al final, la humanidad acabará esclavizada y controlada por cuatro grandes manipuladores de mentes. Y eso es fácil de conseguir: tan sólo tienen que reducir los presupuestos de seguridad para que las fuerzas del estado sean más deficientes y que así anden unos cuantos asesinos en serie sueltos sembrando el terror. Entonces la gente pedirá y cederá lo que sea por estar segura, incluso a costa su propia libertad. De hecho ya está muy difundida entre la población esta nefasta idea de decir: “a mí no me importa que me investiguen ni que escuchen mis conversaciones telefónicas, yo soy un hombre de bien y no tengo nada que ocultar, y si eso es a favor de mi propia seguridad que lo hagan”. Los que dicen esto o es que no han estudiado, o no han sabido lo que hemos conseguido a lo largo de la historia, la gente se olvida con facilidad de lo que significa la idea de LIBERTAD y lo que costó conseguirla.

El sistema está mal hecho, a nosotros, a los promotores, nos estimulan con el gran engañabobos de los incentivos para que compitamos por vender más. Nos dan un caramelito por haber vendido los 200 teléfonos al cabo del mes y ellos, los grandes, llenarán sus arcas a costa del esfuerzo ajeno, y si por casualidad te has quedado a 20 teléfonos de llegar a tu objetivo (que suele ser siempre, lo tienen más o menos estudiado) no te dan el caramelito y ellos han tenido muchísimos más clientes a los que les sacan los cuartos. También nos envían cartas diciéndonos que frecuentemente nos visita un cliente fantasma, de esos que contratan las mismas empresas para evaluar si somos eficientes en nuestro trabajo. Nos dicen que si les atendemos bien, les mostramos el teléfono, se lo encendemos y le descargamos cosas, podremos entrar en el concurso de una Play Station o un Mp3. Con eso quieren que a todo el mundo que se acerque a preguntar les enseñemos los malditos teléfonos, que los engatusemos con la cantidad de opciones que tienen, que se queden embobados con la gran tecnología 3G y se vayan a sus casas con uno de ellos. Sin embargo, no he conocido todavía a ningún compañero al que le hayan dado un premio por haber atendido bien al cliente fantasma. ¿Será una mentira para hacernos vender más? A mí no me estimula nada que me digan que entraré en un concurso, pero a otros sí, y es lo malo, para mí son los azotes que les dan a los condenados a galeras pero a la moderna. Les hacen remar para nada.

Adoro a la gente que me pide teléfonos simples, de esos que ya no se hacen, que sólo sirven para hablar y para enviar mensajes. Los que más los piden son los viejos, ellos saben lo que es práctico y lo que no. A esa gente puedo confesarles abiertamente que los teléfonos con cámara son una tontería, yo llevo dos años con uno y todavía no he mandado ninguna foto, lo que pasa que teniéndola creemos tener algo más valioso y nos vamos con la sensación de haber hecho una buena compra. Sin embargo, todos los niñatos desean los mejores teléfonos, quieren bluetooth, infrarrojos, melodías polifónicas, Mp3, cámara, vídeo, 3G, televisión. ¿Pero qué quieren demostrar con sus teléfonos? ¿Qué son más guays? ¿Quieren despertar la admiración de sus amigos? Cada vez que me viene un niñato a comprarse un teléfono porque el bueno se lo han robado me alegro. Se lo robarían porque no pararía de mostrarlo por ahí para creerse un poco más superior y algún envidioso se lo robaría. Eso te pasa por imbécil.

Y es que la tontería por los teléfonos llega hasta cuotas insospechadas. La semana pasada vino a comprarme un teléfono UN SORDOMUDO. Lo acompañaba uno que hacía de intérprete entre él y yo. Para colmo no era un teléfono de 3G con el que pudiera comunicarse por señas con otro sordomudo. Según me dijo lo compraba “porque le gustaba mucho”. Vale que pueden enviar mensajes, pero se lo compró más bien por el bluetooth y por el vídeo. ¿Por qué no te compras una cámara normal so tío idiota? ¿No sabes que las fotos de los teléfonos salen como el culo?

Y es que la superficialidad que me envuelve me puede. Mis compañeros de trabajo sólo hablan de compras, de discotecas y de tonterías. Yo no puedo integrarme, me dicen que soy calladito, ¿Pero qué quieren? ¿Que me ponga a hablar con ellos de sus mismas tonterías? Hoy mismo una compañera de trabajo me ha preguntado qué he vendido, le he dicho que he vendido cinco teléfonos de tarjeta, dos de contrato, y que he hecho dos reconversiones, al decir eso me he quedado pensando en la palabra y he dicho: “Qué jodido esto de llamar reconversiones a la gente que se pasa de tarjeta a contrato ¿no? Es como si se cambiasen de religión”. Ella, que estaba escribiendo en el ordenador, se para de pronto, se gira, me mira como si estuviese loco, hace un gesto de extrañeza y me dice: “Con eso de la religión me has dejado loca”. Y se vuelve a girar cara al ordenador y contina escribiendo mientras piensa que yo soy un loco al que se le va la pinza. ¿Cómo podía explicarle que a veces creo que las compañías de teléfono son las nuevas religiones del siglo XXI? Hoy en día o eres de Movistar, Vodafone o Amena. Entre las compañías se matan y se hacen la competencia por conseguir a los fieles de las otras empresas, para ello les hacen más descuento a los que vienen de otra compañía que a los que ya están en ella. Quieren tentar a los clientes, y cuando consiguen atraer a uno quieren que sean fieles a ellos, les estimulan con programas de puntos diciéndoles que cuanto más consuman más descuento les harán cuando quieran comprarse un teléfono nuevo, después les hacen firmar un contrato de permanencia de 18 meses con el que le obligan a estar pagando 9 o 25 euros al mes durante año y medio aunque no gaste el teléfono, y si por alguna de aquellas se le ocurre darse de baja antes, tiene que pagar una indemnización de 150 euros o de lo contrario pasará a formar parte en una lista de morosos, y a partir de entonces, les denegarían cualquier préstamo y crédito que soliciten, no se podrían pagar un coche a plazos ni comprar un piso, tampoco podrían hacerse otro contrato con otra compañía porque ya llevarían la cruz de morosos por siempre hasta que paguen.

Nos tienen cogidos por los huevos.

Pin de adultos

Los noto a distancia, los veo venir, tienen una especie de aura a su alrededor que indican que van a ser los protagonistas de una historia, los personajes rocambolescos siempre vienen con paso decidido hacia mí.

Este era bizco, de estos que mientras comen un coño pueden vigilar su coche. Se apoyó en el stand y yo ya estaba dispuesto a recibirlo, mira a un lado, mira a otro, y me preguntó:

- ¿Qué significa el pin de adultos?
- ¿Qué pin de adultos? – pregunté yo.
- Para entrar en ciertas páginas el teléfono me pide el pin de adultos y yo no sé qué hay que poner.
- Pues eso dependerá de la página o si usted ha puesto un pin.

Pensaba que era un padre preocupado por que sus hijos no entrasen a determinadas páginas con el teléfono y así preservar la integridad inocente de su infancia.

- Es que antes podía entrar a las páginas y ahora no.
- Aja... entiendo.
- Pues averígualo ¡Haz algo! ¡De un día para otro me pide eso y yo no he tocado nada!

Le observé la mirada, nada de buen padre, era un solterón que rozaba la cuarentena con una pinta de freak que no se la terminaba. Un completo y absoluto enfermo mental. Observé como hacía intención de sacarse el teléfono del bolsillo. ¿Es que se creería que iba a inspeccionarlo imaginando lo que hacía con su teléfono mientras visitaba ciertas páginas? ¡Me producía grima ese teléfono, nunca lo hubiese cogido!

- A ver caballero, el distribuidor telefónico no tiene que ver nada con ese tipo de páginas que usted entra. Para eso se tendría que poner en contacto con el servidor de esa página.
- Es que yo podía entrar por ejemplo a la página tentaciones sin problema, pero es que no sé que es eso del pin de adultos. En fin.. ¿Entonces no puedes averiguar nada?
- No – Ni pensaba hacerlo aunque pudiese.
- Pues nada.... hasta luego.

Y se fue desolado, como al que se le muere la gallina de los huevos de oro, como calimero perdido por la ciudad, como el niño sin su jueguete. Sentí pena por aquel pobre hombre que ya no podía visualizar sus páginas porno favoritas. Aquel que en un principio pensaba que era un padre sensible y de estricta moralidad católica. Me pregunté si no sería su madre la que le puso el pin de adultos a él.

Se perdió a la vuelta de la esquina, me disponía a escribir la historia que se merecía este hombre. Relaté la desgracia de aquel pobre hombre a mis compañeros, cuando de pronto, para acentuar mucho más la sensación de surrealismo que a veces vivo trabajando, apareció una vieja con un cuchillo en la mano, de haberlo llevado un joven con pintas extrañas hubiese sido amenazador, pero viendo a la pobre anciana inspiraba más bien pena pensar que hasta ahí podía llegar la tercera edad porque sus pensiones les impiden llegara fin de mes. Entonces la venerable anciana preguntó con el cuchillo en la mano:

- ¿Aquí afiláis cuchillos?

El hombre más guarro del mundo.

El hombre se acercó al estand.
Todas las historias que me suceden en el puesto de trabajo empiezan así, aunque la presencia de aquel hombre la sentí mucho antes de que llegase, antes de tenerlo enfrente de mí ya tenía en mi bulbo olfativo su característico olor a sudado que se podía apreciar a 3 kilómetros a la redonda. Hacía una peste que podía tumbar a un elefante. Era la asquerosidad personificada. Las flores marchitaban a su paso y las que no lo hacían se suicidaban. Era gordo, la piel la tenía sucia, los chorros de sudor caían por su frente, la camiseta la tenía empapada. Tendría aproximadamente 35 años. Iba acompañado por su mujer, la cual parecía más limpia, pero mi cabeza no podía entender como una persona podía casarse con una cloaca andante. No entendía como podía compartir una cama que olería como un vertedero, no sabía como podía haberse casado con una persona que dejaba indiscriminadamente ese hálito hediondo a su paso contaminando las fosas nasales de la gente que quiere vivir en paz. Esto demostraba que el amor, a parte de ser ciego, tampoco tenía olfato. Al final resultará que el amor no tiene ningún sentido.

Ese hombre se le podría acusar perfectamente de terrorismo porque atentaba contra las fosas nasales de la ciudadanía. Si yo fuese juez lo condenaría a un año de cárcel, pero en vez de meterlo en una celda lo metería dentro de una ducha en marcha entre mamparas de acero.

- ¿Qué vale este teléfono?
- 69 Euros – Dije. Posiblemente el hombre también era analfabeto porque hay un letrerito bien bonito en el que pone el precio.
- ¿Y es bueno?
- Sí. - ¿Qué voy a decir?
- Es que yo tenía un teléfono que me se estropeó y ahora quiero comprar otro, y es que mi mujer tenía este teléfono....

Me fijé en su boca. Cada vez que la abría se le quedaban varios hilillos de saliva entre el labio superior y el inferior. Era lo más asqueroso que había visto desde hacía tiempo. ¿Su mujer besaría esa boca? Yo ya estaba conmocionado y no sabía ni lo que le respondía.

- ¿Y este otro teléfono? – Dijo mientras señalaba y ponía su sucio dedo en el cristal de la vitrina.
- 109 euros.
- ¿Y no se podría quedar en 100?
- Aquí no regateamos.- El tío se pensaba que estábamos en el mercadillo.
- Ahh... es que yo pensaba ...- Se queda mirando los teléfonos y añade- ¿Me los puedes enseñar?
- Sí.

Le saqué los dos teléfonos y se los di. El hombre los sospesó como quién compra unos melones o unos melocotones. Como si un teléfono fuese mejor o peor por pesar más o menos. Mientras tanto yo seguía contemplando su cara. ¿Cómo se podía albergar tanta estupidez y asquerosidad en una sola cara?

- ¿Este que es más caro tiene cámara no?
- Sí.
- ¿Y este no?
- No.
- ¿Y si compro los dos no me puedes hacer un descuento?
- No señor, yo no puedo modificar precios, aquí se pasa el código por la máquina y aparece el precio. Es lo que hay.
- ¿Pero no puedes hacer nada?
- No. - ¡Qué no gilipollas! Me daban ganas de decir.

El hombre más guarro del mundo observó de nuevo los dos teléfonos, se quedó con uno en la mano, lo miraba como quién está tomando una decisión capital, parecía Hamlet y la calavera ¿Ser o no ser? ¿Con cámara o sin cámara? ¿Caro o barato?

Y mientras deliberaba su decisión se produjo lo inimaginable. El hombre empezó a resoplar debido a la presión que le suponía estar tomando esa decisión. Llegó hasta mi cara el aliento de su resoplido, una brafada nauseabunda que me impactó de lleno, una pestilencia hecha de una mezcla entre ajo, pescado y perro muerto en estado de descomposición que me produjeron arcadas y por poco estuve apunto de desfallecer. Se me pasaron varias cosas por la cabeza, pensé si valía la pena aguantar todo eso a cambio de un miserable sueldo a final de mes.

- Bueno, pues ahora vengo y ya veremos si me lo compro.
- De acuerdo.

El hombre se alejó de allí aunque su presencia todavía la notaba en mi resentida nariz. Me dirigí a mi compañera de trabajo:

- ¿Has visto lo asqueroso que era ese hombre que ha venido?
- Sí.
- ¡Hacía una peste asquerosa! ¡Ese no se habrá duchado ni en tres años!

Mientras esperaba a que volviese me pregunté como sería su casa. Me imaginé su cuarto de baño y visualicé que en su ducha habría una gran telaraña en el grifo y una araña bizca con grandes ojos que colgaba de ahí y con un matasuegras en la boca y un sombrero con forma de cucurucho en la cabeza.

Al cabo de una media hora volvió el sujeto, justo en el momento que llegó me pilló quitando unos plásticos que se habían quedado pegados en la vitrina, cuando los quité se veía que el cristal había quedado sucio. Y entonces, queridos amigos, se produjo algo insólito que, como dice Su, demuestra que el mundo gira sobre un eje podrido. Algo que confirma la irracionalidad de la que está compuesta el universo y que la vida no tiene sentido, una cosa que te quita la poca esperanza que tenías en el mundo. Una cosa que evidencia la no existencia de Dios, o que si existe, se estará descojonando en las alturas.

El hombre más guarro del mundo, al ver el cristal sucio dijo:

- Este cristal hace falta que lo limpien.

Y llegados a este punto yo ya me quedo sin palabras y no puedo narrar más.

El maniático

El hombre compró sus teléfonos y se fue feliz a casa. Días más tarde volvió:

- Este teléfono no va.
- ¿Qué le pasa?
- ¿Ves esto de aquí?- Me señala en la pantalla los botones del menú- Antes dándole a este botón accedía a los mensajes, ahora cuando lo pulso accede a la agenda. ¡Lo quiero como estaba cuando lo compré!

Me da el teléfono y lo empiezo a toquetear. Tras estar unos minutos dándole vueltas al menú sin encontrar la opción para editar las teclas de la pantalla principal le digo:

- De todas formas eso no tiene mayor importancia, puede acceder igual a los mensajes desde el menú.
- ¡¿PERO COMO QUE NO TIENE IMPORTANCIA?! ¡NO HE PODIDO DORMIR EN TODA LA NOCHE PENSANDO EN EL BOTONCITO.- Dijo histérico.
- ¿No ha podido dormir por culpa del botoncito?
- ¡No! ¡Es que soy un MANIATICO!

El hombre no hablaba de broma porque su rostro estaba desencajado por la ira. Me imaginé al hombre dando vueltas el la cama toda la noche pensando en el botoncito del teléfono. Entonces no pude aguantar más y empecé a descojonarme en su cara, contrayéndome de la risa, sin poder disimularlo.

- ¡Sí! ¡Tu ríete! ¡Pero yo he podido dormir en toda la noche!
- JAJAJAJAJAJA.
- ¡A MÍ NO ME HACE NINGUNA GRACIA!
- Tranquilicese señor – Dije mientras me incorporaba del ataque de risa.
- Si no se puede arreglar dame otro teléfono.
- ¿Qué te lo cambie?
- ¡No! ¡Quiero otro teléfono nuevo!¿Qué vale? ¿69 euros? Pues yo lo pago que a mí me sobra el dinero y este lo tiro a la basura.
- Pero señor.... su teléfono no tiene ni tres días.
- ¡Me da igual! Vas a ver tú quién soy yo, ¡Que a mí nadie me torea!
- No se precipite, no se gaste el dinero inutilmente.

Finalmente le pusé el menú igual que estaba al principio, el hombre observó el teléfono meticulosamente y se fue no sin antes echarme una mirada amenazante, como Terminator cuando dijo su mítico: “Volveré”.

Y volvió ... pero eso será en otro capítulo.

Ensayo. Cómo putear a los que te putean

- ¡SOIS UNOS LADRONES! eso no es servicio ni es nada, encima llamas a atención al cliente y se te pone un robot. Me voy a cambiar de compañía porque este teléfono es una MIERDA.

Impasividad máxima por mi parte, es lo que más les jode.

- A ver, déjeme el teléfono un segundo, veré que puedo hacer.

Empiezo a toquetear los botones del teléfono mientras el hombre sigue.

- Esta mañana he perdido un cliente por culpa de vuestra mierda de teléfonos, no podía hablar con él. Me he comprado más de veinte teléfonos en vuestra compañía y todos han ido mal.

El hombre ya empieza a tocarme las pelotas, yo sigo mirando el teléfono, a ver que le pasa. Y me dirijo al menú.

- Si es que salió en la tele, la playa se llena de turistas ¿Y qué pasa? ¿Qué pasa cuando hay muchos teléfonos y pocas antenas ehh?

Mi contestación es levantar la cabeza y mirarle, volví al teléfono.

ORGANIZADOR

- ¡No pienso comprar un teléfono más aquí! ¡Esto es engañar a la gente!

ALARMAS

- Bien que no os equivocáis a la hora de cobraros la factura a final del mes, para eso si que no os equivocáis.

¿HORA DE ALARMA?

- Y es que no es la primera vez que me pasa, es que llevo así desde que compré el teléfono, sin cobertura, la batería se gasta enseguida, ¿Para eso vendéis el teléfono?

05:00 (Madrugada)

- ¿Y ahora quién me va a pagar el dinero que he perdido por culpa de esta mierda de servicio? ¡Dime! ¿Quién?

¿MENSAJE DE ALERTA?

- Os voy a denunciar, voy a poner una reclamación

JODETE

- Si tuvieras que comer por los teléfonos que vendes te morirías de hambre

¿REPETICIÓN DE LA ALARMA?

- Esto no está nada claro

TODOS LOS DIAS

Levanto la cabeza de nuevo y le digo:

- Tome aquí tiene, creo que ya está, he configurado unas cosas y creo que ya no volverá a fallar más. De todas formas si el problema persiste venga de nuevo.

De cómo adoptar niños en Carrefour.

Todos sabemos que corren tiempos difíciles en lo que a fecundación se refiere, la calidad del esperma ha sido mermada a causa de los teléfonos móviles, los vaqueros y de los mordiscos de los perros y las pirañas en los testículos, por eso, muchas parejas buscan sin éxito su primer cachorrito, al igual que muchas parejas homosexuales intentan dejarse fecundados para procrear y fracasan estrepitosamente. Así que muchos recurren al método de la adopción, pero el método de la adopción es muy laborioso, y no por el hecho de que otros tengan que hacer el trabajo por ti, sino porque tienes que ponerte en contacto con agencias, incluso debes viajar a china y te puedes gastar un dineral. Por eso le sugiero que hagan lo siguiente:

Todos los días se pierden en Carrefour al menos 3 o 4 niños y anuncian por megafonía sus nombres:

- Atención por favor, se ha perdido el niño Perico El de los Palotes, se ruega a sus padres pasen a recogerlo por información.

Y la megafonía sigue su curso habitual:
- Queremos recordarles que sólo en Carrefour encontrarán los mejores precios, el kilo de pollo a 1,60 Euros, recuerde: 1,60.

Así que permanezcan un día entero en Carrefour, cuando anuncien por megafonía la pérdida del niño acudan rápidamente a información a recogerlo haciéndose pasar por sus padres. Ante la previsible reacción del niño diciéndoles a los de seguridad: “Estos no son mis padres” hay que actuar con contundencia y decir:

- Te tengo dicho que no me montes numeritos cuando vengamos a comprar, te he dicho que no te compro la play station y punto. – Y procedan a darle una ostia al niño y agregar: – Encima te vas a quedar sin postre toda la semana.

Cuando se lo lleven a casa a rastras y llorando, deben camelarlo, darle una vida mejor de la que tenía, en definitiva, comprarlo al igual que hacen los padres divorciados para ganarse el afecto de sus hijos, cómprenle videojuegos, llévenlo a zoológicos a ver hipopótamos, a parques de atracciones, consiéntanle todas las fechorías, déjenle comer todas las chucherías que le venga en gana, líbrenlo del tormento de ir a escuela todos los días y convénzalo de que ir a la escuela es una pérdida de tiempo porque no enseñan nada útil. Todo eso les resultará más económico que actuar por la vía legal.

Y no tengan miedo de que les puedan acusar de secuestro, los padres no notarán la ausencia de su infante hasta pasada una semana. Ellos estarán viendo “corazón de verano” mientras consumen grandes cantidades de alcohol, entre calada y calada de porro el padre notará la ausencia de alguien y preguntará a su esposa que está tumbada resacosa rascándose el coño:

- Oye María, ¿Nosotros no teníamos un hijo?

Ella hará un gesto de incorporarse, pero ante la imposibilidad de mover un solo músculo contestará.

- Creo que sí, pero ya es mayorcito, sabrá lo que se hace, cuando quiera volver ya volverá. Seguramente haya conocido a alguna perra en celo.
- ¿Pero de qué hablas Maria? No es un perro y además no tendría más de 7 años.
- Déjame en paz y pásame el porro.

Y es a partir de entonces cuando ustedes, jóvenes y yermos padres, podrán disfrutar de una bonita vida en familia y colmarse de felicidad cada vez que lleguen a casa y encuentren a un retoño que les espere con los brazos abiertos diciendo: “¿Ya estás aquí pedazo de zorra?”

El código Da Vinci Pérez mágico de Carrefour

Vuelve el código mágico, miles de premios pueden ser para ti, consigue tus cupones con la compra en tu centro carrefour y obtendrás el cupón que tendrás que ver si está premiado cuando salga la bola del código mágico en Telecinco, millones de euros en premios pueden ser tuyos.

Después de comprar el teléfono el cliente dice:

- Perdona, ¿los cupones del código mágico me los tienes que dar tú?
- No, ves allí a información y que te den. – Le digo en un tono completamente inocente mientras le señalo con el dedo donde está información.

Y el cliente se va satisfecho en busca de sus cupones del código mágico con la esperanza de que le toque algo, desconociendo por completo que el verdadero código mágico está cifrado en mis palabras de indicación.

¿Me podrías hacer el favor y me la metes?

Hoy me he quedado conmocionado, jamás me lo habían dicho tan directamente, con tanto descaro, además la señora tendría unos 50 años, parece que por lo visto estas no se andan con tonterías y me dice:

- Hola guapo, ¿Me podrías hacer el favor y me la metes?

Me quedé turbado, con la risa, con la incertidumbre.... hasta que me di cuenta que estaba hablando de una tarjeta de recarga para su teléfono.

Terrorismo, amenazas y el euro del carro

Ayer desalojaron el centro comercial donde trabajo yo por una amenaza de bomba, la gente salió histérica, algunos corrían, otros gritaban, una vez fuera algunas personas estuvieron a punto de desmayarse, la policía nacional rodeó el recinto, entraron con perros detectores de bombas, eran momentos angustiosos, los trabajadores permanecieron a la espera en un solar cercano al centro. Algunos lloraban por el susto.

Tras una inspección que duró bastante tiempo, dieron permiso para volver a entrar, en primer lugar los empleados y estos lo hicieron con miedo por si no habían buscado bien, consideraban que el tiempo que los policías habían estado buscando era insuficiente para revisarlo todo, así que armándose de valentía volvieron a sus puestos de trabajo aun con el miedo en el cuerpo. Los rostros los tenían pálidos, los pulsos temblorosos, el ritmo cardiaco acelerado y la respiración entrecortada.

De inmediato abrieron las puertas al público, sorprendentemente mucha gente volvió a entrar, haciendo un gran acopio de valor y demostrando una entereza inigualable. Es bueno que ningún terrorista modifique los planes de ningún ciudadano, que nadie haga interrumpir su vida normal. Pero hasta cierto punto. Y es aquí donde quiero llegar amigos.

Tras la debacle, tras el caos producido, tras haber tenido pensamientos como “este puede ser el último día de mi vida”. La gente volvió a entrar. Y no sólo eso amigos, los más osados se pusieron a buscar su carro y al no encontrarlo reclamaron en información la devolución de su correspondiente euro del carro, los cuales, habían sido retirados por motivos de seguridad para ser inspeccionados por la policía. Algunos de los que volvieron a entrar se pronunciaban enérgicamente en contra del centro comercial y exigían con vehemencia la devolución de su euro ante la mirada atónita de la chica de recepción, la cual todavía estaba conmocionada por lo que había sucedido tan sólo unos minutos antes.

Y no sólo eso queridos amigos, los más osados, incluso, protestaban porque habían estado durante un largo tiempo haciendo la compra y ya habían llenado dos carros y según decían ellos: “¿Y ahora qué? ¿Tengo que volver a hacer la compra?” Con un enfado fuera de lo normal.

Es ahora, queridos amigos, cuando uno se replantea su existencia y la de muchos seres de este planeta. Muchos volvieron a nacer tras creer que estallaría en cualquier momento el artefacto. Otros, estuvieron pendientes de toda la operación policial desplegada, no para observar las fuerzas de seguridad luchando en pro de la libertad, la democracia y la seguridad sino para que les devolviesen el euro del carro que se habían dejado dentro del carrefour.

Todavía hay quien se atreve a decir que el ser humano es un animal pensante. En vez de huir a la seguridad de sus putas casas, de marcharse lejos, de guarecerse o de esperar a otro día. En vez de darse cuenta de lo mucho que quieren a su mujer y a sus hijos, de decírselo, de demostrárselo, en vez de darse cuenta de lo finita que es la línea que separa la vida y la muerte se preocupan por estupideces.

No tengo más palabras para expresar la estupidez humana, esa especie pensante, pero retrasada.

FIN

PD: El euro del carro fue devuelto a los propietarios de los carros sin tener demostrar previamente que estaban comprando ahí. Por lo cual, se produjo una situación que tan sólo podía producirse en un país llamado España, mucha gente acudió a información alentada por la noticia de “Euros gratis para todos”, produciéndose un nuevo colapso de gente, paciencia y estupidez.

PD2: Ante semejante espectáculo, mi pensamiento asesino fue: Lástima que la bomba no explotase ahora ante esos imbéciles.

Play Station 3

Se acerca un personaje al stand de telefonía donde estoy yo y dice:

- ¿Tenéis la Play Station 3?

Ante semejantes preguntas de la gente perdida que no sabe ni donde está parada normalmente los remito a la sección correspondiente donde deberían formular la pregunta, pero este merecía una mención especial y le contesté:

- La play station 3 todavía no existe caballero.
- ¿Ah no? - Pregunta todo decepcionado, como si le hubiese acabado de quitar la ilusión de su vida.
- No, todavía es un proyecto - Le confirmé yo, y en un tono de voz seco, para dejarlo mal.

Pero lo mejor estaba por llegar. El hombre dijo:

- Es que anoche soñé que la sacaban.
- Ahh... entiendo...

Y me quedé de piedra pensando en lo mal que está la gente. Aunque en el fondo es un alivio pensar que yo no estoy tan mal.

En el puesto de trabajo

En el puesto de trabajo

No sé por qué trabajo, dicen que así ganaré dinero y con el dinero podré comprar cosas, al poder comprar cosas podré mantenerme, de esta forma podré vivir una vida decente y ser un hombre de provecho.
Pero no me gusta mi trabajo, pero también dicen que a nadie le gusta su trabajo ni trabajar y no hay otro remedio que aguantar, dicen que voy a estar igual de puteado en un sitio o en otro.

Trabajar tiene sus cosas buenas y también sus cosas malas. Yo me pregunto, estoy aquí para ganar dinero y luego comprar cosas, pero ¿Qué tengo que comprar? Dicen que la comida no se regala, y es lo único indispensable, pero hoy en día, a la persona que no posee las capacidades, medios o ganas suficientes para desarrollar tareas en puestos de trabajo las acogen en sitios donde les dan de comer gracias a la caridad de otros.

Si trabajas, también te puedes comprar un coche o un piso, el cual tendrás que pagarlo en cómodas mensualidades llamadas hipotecas, y es que hay unos sitios llamados bancos que son empresas que tienen mucho dinero y son muy gentiles y te prestan dinero para que se lo devuelvas poco a poco. Pero no son tan gentiles, porque a cambio te piden una cosa llamada interés, el interés es una cantidad que tienes que pagar a los señores gentiles para expresar tu agradecimiento por haberte dejado el dinero para comprarte un habitáculo. Por lo cual tendrás que trabajar más tiempo. Es igual que cuando haces algo por interés, le prestas dinero a un amigo para mantener la amistad y por ser tu amigo, regalas anillos, flores, poesías y peluches a la persona amada para que siga manteniendo disposición de apareamiento...

A mí no me gusta mi trabajo, yo preferiría ser un artista, hacer poesías, escribir libros, hacer música, guiones de cine, cantar, criticas literarias, hacer crónicas de lugares siendo corresponsal periodístico, me gustaría dedicarme a leer libros, me gustaría ser profesor pero nunca dejar de aprender.

Me gustarían muchas cosas, pero sobre todo escribir, pero ahora tengo un dilema. Esto que escribo lo estoy haciendo en un puesto de trabajo el cual no tiene nada que ver con escribir. ¿Significa eso que me gusta mi empleo?