¿Te gusta leer? Capítulo 5
Me pregunté si la acción de la chica estaba provocada por mi cara de asesino o por lo feo que soy.
- Oye. ¡Sólo quiero preguntar si la moto esa de ahí fuera es vuestra! – dije a través del cristal.
La otra chica, que parecía más calmada, me abrió la puerta y me indicó que la moto era del chico de la tienda de al lado. Fui a la tienda de al lado y el chico retiró la moto.
Ya llegaba tarde, no puedo remediarlo. Aunque en realidad me importa un comino (por no decir una mierda). No hace mucho llamé a la empresa para decirles que me pagasen la gasolina, les dije que me gastaba mucho dinero en ir y volver al trabajo y que eso me lo deberían pagar en una dieta de viaje. Les faltó poco para reírse de mí. Desde entonces decidí llegar tarde a propósito, si mi jornada laboral empieza a las cinco de la tarde yo salgo de casa a esa hora. Desplazarme al trabajo entra dentro de la jornada laboral y por lo tanto siempre llego media hora tarde. Soy justo con el trato que me han dado y, por suerte, a mis compañeras no les importa que llegue a la hora que me dé la gana. Como soy un refuerzo no requieren mi presencia allí y pueden arreglárselas a solas. De hecho, la chica que está allí me dice una hora antes de acabar que si quiero que me vaya, o me dice que llegue tarde y duerma tranquilo la siesta, incluso hay mañanas que me dice que no es necesario que vaya, dice que no le importa, como por las mañanas y a última hora no hay mucho trabajo puedo irme y no pasa nada. No hace falta que me lo diga dos veces, cuando me lo dice me voy al instante. Me agrada que me deje marchar pronto y que no le importe, aunque pienso que en realidad lo hace porque mi presencia le resulta desagradable y cuando me voy puede chatear mejor en messenger sin que yo la moleste. Bien por ella y bien por mí. A mí me pagan lo mismo aunque no vaya. De algún modo debo cobrar la gasolina que no me quieren pagar.
Hay una compañera de trabajo que detesto, trabaja en otra compañía y cada vez que la veo intento huir de ella. No soporto sus conversaciones, siempre que hablo con otra persona viene ella a dar la puntilla, cuenta su caso sobre lo que estamos hablando o nos da su opinión sin que nadie se la pida. De algún modo quiere sentirse protagonista en todo momento, se cree que es una tía interesante y que todo lo que dice es de interés general. No tía, te equivocas, cada vez que hablas es para soltar mierda por la boca, estoy harto de que me hables de tus jodidos hijos, ¿No sabes hablar de otra cosa? ¿Por qué la gente tiene que hablar de sus hijos y presumir de ellos? Yo no soporto que mis padres hablen de mí ni para bien ni para mal. A mí me importa un carajo si tu hijo se caga, si mea, si dice una tontería o si le vas a comprar un vestidito supermono. ¡No me interesa! Intentas justificar tu vida teniendo un hijo porque en tú vida has hecho nada. Los hijos son prolongaciones de uno mismo, se aman, se quieren y se les cuida, pero sólo porque son parte de ti, ¿Pero qué pasa si te odias a ti mismo? Yo lo que no entiendo es que haya gente que se quiera a sí misma, y más tratándose de gente con mentes infrahumanas. No sé quién dijo una vez que los hijos son como los pedos: Sólo te gustan los tuyos. Yo espero no tener nunca un demonio de esos. Por mí la raza humana se puede extinguir.
La experiencia con esta tía me ha ayudado a reconocer a las tías idiotas. Me ha llevado años conseguirlo, pero al final he descubierto cómo hacerlo. Las tías más detestables son aquellas que apenas tienen labios. Piensa en alguien que te caiga mal, ¿Ya? ¿A que tiene los labios finos? ¿A que sí? Es infalible. Alejaos de todas las tías que no tengan labios carnosos, son dementes psicópatas que os hablarán de sus hijos y sus pedos. ¿Qué pasa? ¿Qué no estás de acuerdo con mi teoría? ¿Es que no tienes labios y crees que eres una persona que vale la pena? No lo intentes justificar: eres una de ellas por mucho que digas. No entiendo por qué los científicos no se han dado cuenta antes. Debo estar agradecido a esta tía por el extraordinario hallazgo. Y es curioso, esta tipa me caía bien al principio. El primer día la escuché tararear una canción de Sabina y le pregunté si le gustaba, ella me dijo que sí, que se sabía todas sus canciones, que tenía todos sus discos y que su hijo de diez años también se sabía todas las canciones. Desde entonces sólo hablábamos de Sabina y de su música, me contó anécdotas que vivió en conciertos a los que ha asistido. Pero un día que ella quería impresionarme con lo mucho que sabía sobre Sabina me dijo:
- ¿Y sabes qué? También tengo el libro de la biografía de Sabina.
- ¿Ah sí? Qué interesante. ¿Y qué tal está?
- No lo he leído. Pero está muy bien.
Desde entonces la miré con otros ojos. Comencé a sospechar que era una imbécil más. No tardó muchos días en demostrármelo por completo. Vi cómo ella vendía los teléfonos libres sin que nadie se lo pidiera. En teoría, los que se encargan de vender los teléfonos libres son los empleados del centro comercial, los promotores de las distintas compañías no tenemos por qué meter la pezuña en esas vitrinas. Pero claro, los encargados están encantados con gente como ella, que ahorra el sueldo y el trabajo de otros trabajadores. Ella hace los trabajos que no son de su competencia porque cree que haciendo eso es una buena trabajadora y una buena persona. Eso agrada mucho a los jefes. Por culpa de gente como ella los que nos negamos tajantemente a vender teléfonos que no sean de nuestra compañía estamos mal considerados, y es que ahora los jefes quieren que todos hagamos lo mismo, que sigamos los pasos de esa esquirol que, por lo visto, lleva haciendo eso desde hace tiempo. Además, aparte de vender teléfonos que no son de su compañía, ella se pone a atender a los clientes que van a recoger las fotos reveladas o, incluso, se pone a vender cámaras digitales. No deberían existir personas como ella. No sé cuándo llegará el día en el que los propios trabajadores se apiñen y hundan las empresas desde dentro y el sistema se vaya a pique en pro de la holgazanería. Todo el mundo debería hacer una gran huelga general para pedir mejoras en los trabajos. La gente trabaja para enriquecer a otros que no pegan palo al agua. Estamos puteados mientras los grandes propietarios están bañándose en un gran jacuzzi con un puro en la boca sin hacer nada y sus cuentas corrientes aumentan por arte de magia y sus hijos seguro que no tienen que estar prostituyéndose en centros comerciales para pagarse una puta matrícula de la universidad, ni tampoco tienen que estar aguantando a la gente que viene a quejarse por vicio y que consideran a los dependientes los culpables de todas las desgracias que les ocurren en la vida.
..........
Esa tarde en el centro comercial fue soporífera. A veces me quedo mirando a la gente pasar y entro en una especie de trance místico, me hipnotiza el rumor de la gente que va y viene sin ton ni son. Intento adivinar sus vidas, sus preocupaciones, sus deseos, sus aspiraciones, pero todo eso me resulta cada vez más incomprensible e inaccesible.
En pleno trance místico se acercó un chico acompañado de su novia para comprar un teléfono. Me preguntó las características de todos los teléfonos que habían expuestos y cuando se las dije no parecía muy satisfecho.
- ¿Tienes teléfonos con brújula? - preguntó
- No.
- ¿Y para qué coño quieres un teléfono con brújula? – le preguntó la novia de mala manera, como si estuviese acostumbrada a las preguntas estúpidas de su novio.
- No lo sé –contestó él.
- La querrás para guiarte en medio del monte ¿Verdad? – dije yo con un tono muy serio pero con mucho recochineo.
- Es que una vez vi el teléfono con brújula y me gustó mucho. ¿De verdad no lo tenéis?
- De verdad que no.
- Qué lástima, yo es que lo vi... creo que era un modelo que vendían para los moros, para que sepan en cualquier momento dónde está la Meca.
- ¿Pero tú para qué quieres saber dónde está la Meca? – volvió a preguntarle la novia.
- Para nada, pero me gustó ese teléfono con brújula.
- Hay algunos teléfonos con GPS, que te pueden ayudar a saber dónde está el Norte.
- Ya, pero eso no me interesa.
Se fueron sin más, sin decir nada, sin brújula, sin rumbo...