Blogia
En Tierra Firme

Relatos

A todos los que se sientan valencianos: unios a la causa

Lo primero que tengo que decir es que me llamo Vicente, como un buen valenciano, y mi esposa se llama Amparo, como buena valenciana. Vivo en una barraca de L´horta valenciana. Tengo dos hijas, de 9 y 13 años. Estoy apuntado a la falla de mi barrio desde que nací, mi padre me apuntó cuando tenía una semana de vida. Mi padre también era fallero de esta falla, y el padre de mi padre, por lo que tengo las fallas en mi sangre. Puedo decir que llevo 40 años siendo fallero, soy un auténtico valenciano y me emociono cada vez que canto el himno de Valencia y veo salir a la geperudeta.

Desde hace un tiempo está de moda criticar todo lo que se desconoce: que si los toros, que si Estados Unidos, que si Canal 9... seguramente ninguno de los que critica ha ido nunca a los toros, ni ha viajado a Estados Unidos y no sabe cómo funciona canal 9 por dentro. Son como esos hippies que ahora les da por criticar las fallas, la fiesta grande de Valencia, la que nos identifica y la que nos une como pueblo y nación, caguen deu.

Debemos luchar contra este tipo de anarquistas peligrosos y reforzar nuestras convicciones. Hay que identificarse con nuestras raíces y señas de identidad. Debemos hacer de la pólvora, del arroz, de las naranjas, de la horchata y del sol de nuestras playas mediterráneas nuestras señas de identidad. Aunque haya antivalencianos que digan que eso no representa a nuestra tierra, no hagamos caso a esos que dicen que si la pólvora y las naranjas vienen de China y que la horchata la trajeron los musulmanes y que en las zonas del interior de Valencia no hace tanto Sol como en la costa… dejaros de tonterías: en la Comunidad Valenciana confluyen una serie de circunstancias que hacen que nuestra cultura y nuestras paellas sean únicas en el mundo.

Debemos entonar el himno con nuestras doçainas, un instrumento con un timbre agradable que hace que nuestros oídos se acerquen al deleite más profundo que puedan experimentar nuestros sentidos.

Debemos celebrar con solemnidad la conquista de Jaume I y hacer del 9 d´octubre una fecha histórica para nuestra Comunidad, al menos hasta que dentro de unos siglos venga otro conquistador y diga “esta tierra es mía” y entonces cambie la fecha del calendario para celebrar la fiesta en nombre de otro conquistador. No importa con qué causa nos invadan, ni el credo del que nos invada, lo importante es la fiesta que se celebrará después.

Debemos respetar, venerar y adorar a nuestros artistas falleros, pues sin ellos las fallas no se podrían celebrar. Ellos son merecedores de toda nuestra admiración y su contribución es impagable y por mucho que les paguemos y por mucho que invirtamos en los monumentos falleros… siempre será poco, aunque esos hippies digan que es una aberración quemar tanto dinero en cartón y pólvora habiendo tantas necesidades por satisfacer como que muchos niños tengan que dar clase en barracones, porque ellos no saben lo que es llorar viendo arder una falla, no tenen el sentiment per dins de la festa, no saben lo que es el olor a ninot quemado, nada en el mundo huele así. ¡Qué delicia oler a ninot quemado por la madrugada! Una vez, cuando era joven, nuestra falla ganó el primer premio de la secció especial, cuando la quemaron fui a ver las cenizas… no encontré a ningún ninot entero de aquella falla. ¡Qué olor a ninot quemado! Aquella falla olía… a… victoria…

Defengam les nostres arrels, les nostres idees, la nostra llengua, les nostres taronjes, les nostres costums, la nostra paella, el nostre arrós, la nostra fideua, el nostre all i pebre, les nostres falles, els nostres artistes fallers, la nostra senyera i el nostre President de la Generalitat: Francescs Camps.

Publicidad

Podría haber contestado al examen la definición que me sabía de memoria, podría haberles repetido lo que ponía en los libros, podría haberles satisfecho... pero en ese caso nunca hubiese dicho lo que he aprendido.

Según la definición oficial la publicidad es una disciplina científica cuyo objetivo es persuadir al público meta con un mensaje comercial para que tome la decisión de compra de un producto o servicio que una organización ofrece ¿Pero como iba a contestar eso?

Mi único crimen fue dejarme llevar y tomarme la pregunta “¿qué es la publicidad?” como si me lo preguntasen personalmente a mí. Evidentemente no contesté lo que debía.

Cogí la hoja del examen y contesté lo que realmente pienso, olvidándome de todo lo estudiado o de todo lo que intentaron hacerme creer.

Dije que la publicidad es el arte de engañar, de manipular a las masas, de aprovecharse de una situación de desconocimiento del receptor para tratar de hacerles recordar marcas o servicios. Que la publicidad también es propaganda (entiéndase propaganda como la propagación de ideologías) y que la democracia se basa en la mentira estadística y en la ignorancia general.

Dije que la publicidad es el instrumento más cancerígeno de la sociedad capitalista, que la propaganda se distribuye entre la ignorancia de la gente a través del “Pan y circo” (panem et circenses que decía Juvenal) que profesaba el visionario Julio Cesar 50 años antes de Cristo. Ya entonces sabían que para mantener controlada a la gente y ocultar las cosas importantes bastaba con darles comida y espectáculo. Es la Paella y fútbol de Canal 9 en Valencia, o las paellas gigantes que organizan los del PP en Valencia, pidiendo agua (aunque se destruya la delta del Ebro) para regar campos de golf.

Dije que la publicidad es el arte de llevar hasta la extenuación la célebre frase de Goebbels “Si una mentira se repite las suficientes veces acaba siendo verdad”. Y que es un insulto a la inteligencia y un aprovechamiento de la gente que no tiene un nivel cultural suficiente para poder discernir lo que las multinacionales quieren hacerles pensar. Dije que la publicidad es la ejecución de la propaganda nazi al servicio del capitalismo.

Dije que la publicidad es el enemigo de la democracia. Porque gracias a ella los que más dinero tengan para difundir sus ideas por los medios masivos serán los que alcancen el éxito electoral o comercial.

Dije que la publicidad es el engaño a los instintos más primarios para generarnos necesidades que no tenemos. Que utilizan los instintos maternales para vender una marca de pañales a una madre o los instintos sexuales para tratar de encasillarnos un coche. “Bebe este refresco y tendrás a esta mujer”, “Ponte esta colonia y las mujeres se pelearán por ti”, “Con la moda de esta firma los hombres siempre se fijarán en mí”.

Dije que la publicidad se ha asentado como algo normal en nuestras vidas. Que nos ha engañado para hacernos creer que es normal que en los edificios se cuelguen letreros con marcas, que vemos normal que las películas se corten para ver mayonesas y enemas desfilar por nuestro televisor.

Dije que en el mundo sobraban los publicistas. Que el señor Foster Kane ya nos enseñó de qué forma funciona la publicidad y la propaganda, y que uno triunfa porque alguien quiere que triunfe, porque alguien tiene dinero y quiere promocionarlo y nunca por méritos propios.

Y sobre todo, dije que yo no había venido a estudiar esta carrera para engañar a la gente, que yo no quería ser publicista, que el conocimiento de ella lo único que me ha aportado es una seguridad para ser inquebrantable ante ella, y que no estaba dispuesto a seguir contestando el resto de preguntas del examen. Yo estaba allí para aprender, para ser comunicador y transmitir algún día la verdad a la gente para intentar hacer un mundo mejor y no pensaba contestar esas definiciones absurdas de libro.

Dije que si lo que pretendían era convertirme en un robot que repitiera de memoria una definición para sacar un 10 y ser el mejor de la promoción que conmigo habían fracasado. Pero si por el contrario, creían que era un éxito que alguien lograse pensar por sí mismo, que tuviese ideas propias, que plantase cara a la afrenta que supone repetir mentiras y luchar por unos ideales, que conmigo lo habían conseguido.


La cuestión es que este examen no ha parecido gustarle a la profesora de publicidad. Que al día siguiente me llamó para ir a su despacho. Me pidió una explicación y lo único que le dije es que me remitía a lo dicho en el examen.

Me preguntó si me creía un graciosillo. Que la publicidad es un negocio que mueve mucho dinero, que es una industria de la que trabaja mucha gente y que tenía una idea muy equivocada. Le dije que la verdad está por encima de todo el dinero que puedan ofrecer las marcas, que para mí hay un millón de cosas más importantes que el dinero y que esas cosas estaría dispuesto a defenderlas con mi propia vida.

Me levanté de la silla y la insulté, le dije que era una incompetente y que era una vergüenza que gente como ella impartiera clases en una universidad. Que con gente como ella sería imposible llegar a una sociedad ideal, pues no pueden educar profesores que no están educados.

Juró que me acordaría de lo que acababa de decir.

Hoy me han citado ante el despacho del rector para comunicarme oficialmente mi expulsión por insultos y agresión verbal a una profesora. En la charlita que me han dado me han dicho que he echado a perder mi futuro, que no puedo ir así por la vida, que nunca obtendré el título universitario con esa actitud y que yo podría haber hecho mucho más si hubiese querido.

No he protestado, ni siquiera he tratado de defenderme. He abierto la boca el menor número de veces posible.

Mientras me comunicaban la decisión les miraba con desprecio porque ellos no saben que los principios de uno están muy por encima de los títulos universitarios. Que hay gente como yo que todavía tiene ideales, que es inquebrantable y que no le importa demasiado tener una orla de licenciados colgando en el despacho de su oficina si dentro de mí se anida el verdadero aprendizaje de la vida.

Relato científico-literario que demuestra de forma contundente que mentimos vilmente cada vez que decimos “Esto que he pasado no se lo deseo a nadie”

Relato científico-literario que demuestra de forma contundente que mentimos vilmente cada vez que decimos “Esto que he pasado no se lo deseo a nadie” He pasado una de las peores noches de mi vida. He estado vomitando, estaba mareado, tenía dolores de cabeza, de espalda... me dolía hasta el alma. He tenido taquicardias y todo tipo de contratiempos que, en algunos momentos, me han hecho pensar que me iba a morir.

He pasado una noche que no se la deseo a nadie. Ni al peor de mis enemigos. Bueno sí... a ese sí, para qué vamos a engañarnos. Y también se la desearía a todos esos que me caen mal y les tengo manía, sobre todo a todos aquellos que van de expertos sobre un tema sin tener ni puta idea de lo que hablan, pero más todavía a esos que intentan discutirte a ti, que eres entendido en la materia, diciendo disparates de un calibre sin precedentes. A esos no sólo les desearía la noche que he pasado, sino además, desearía que se repitiera todas las noches de sus vidas y, mientras están agonizando en sus camas, que un ave carroñera les saque los ojos en vida y se los coma. Después que vayan un par de jabalís hambrientos y comiencen a morderlo por la tripa y se le coman las tripas mientras todavía está vivo y agoniza.

Y no sólo eso, sino que me gustaría que a esa persona lo metieran en una trituradora de carne humana desde los pies para que sufra un poco más. Y además les desearía que les vaya todo mal en la vida y así me alegraría de verles jodidos (Sí, soy una persona cruel, que se alegra cuando a mis enemigos les va mal, pero si encima lo trituran pues mejor).

También me gustaría que encerrasen a esas personas en una habitación llena de pinchos por las 4 paredes y que estas se fueran cerrando poco a poco hasta hacer de él un coladero.

En esa sala de pinchos metería al director de Amelie, a Fernando Alonso y a todos los que llevan Gafas de Pasta, que son una lacra social a los que hay que combatir porque son más peligrosos que todos los terroristas de Guantánamo juntos. Debemos prevenir al mundo de posibles ataques de estos especimenes. No entiendo por qué los EEUU atacan las bases de entrenamiento de terroristas suicidas en oriente medio y no bombardeen todas las universidades europeas en las que se imparten clases de comunicación audiovisual y fnacs en los que se alojan estos personajes que son el cáncer del mundo. Podrían evitar que una catástrofe terrorista como que se vuelva a rodar una película parecida a Amelie, podrían hacer un ataque preventivo en toda regla. Y aunque puedan haber daños colaterales y maten a gente inocente, en este caso el fin justifica los medios. Debemos tomar medidas contra los gafas de pasta que ramonean al margen de la ley y que se cuelgan pósters de Amelie en sus habitaciones amparándose en los vacíos legales que existen para detener y crucificar a este tipo de gente.

También deberían bombardear todas las fábricas de gafas de pasta en las que echan un veneno especial que hace que quien se las ponga comience a ver Amelie y se crean que son Woody Allen, porque las gafas de pasta son la nueva arma de destrucción masiva que asola nuestro mundo. Es una nueva arma química y destructiva. La ONU, la Union Europea y todos los organismos internacionales del mundo no deben hacer la vista gorda ante este problema que nos afecta a todos, sobre todo a mí.

El Aleph está en tu nevera y no en lo íntimo de una piedra

El Aleph está en tu nevera y no en lo íntimo de una piedra Abro la nevera y está vacía. Tengo que ir a comprar.

Subirse a un autobús a las seis y media de una tarde de noviembre es un acto poético. Ya es de noche y la ciudad está iluminada de tristes y cálidos tungstenos. Miras a través del cristal sucio las luces de los coches y escuchas el rumor del tráfico. Los del asiento de atrás mantienen una conversación sobre móviles. El chico cuenta que se cambió de número y le dio el móvil a su novia, el problema es que mucha gente todavía tiene su antiguo número y llaman a su novia cuando quieren dar con él. No sé qué caras tienen, pero trato de imaginármelas.

Dos paradas después ellos se levantan para salir y les veo las caras. No eran como me esperaba. Tenían la cara mucho más demacrada de lo que creía. A la gente siempre se la imagina mejor de lo que es. Nuestra mente, nuestros ojos, nuestras lentes hacen más bellas a las personas. A veces me gustaría quedarme ciego para no poder ver la decrepitud de las personas. Todo sería más bonito y evitaría ver la erosión que el tiempo ejerce sobre nuestras caras. Tan sólo me quedarían las palabras, los gestos y el contacto físico. No vería nunca más una mirada esquiva, una mueca de asco y no vería las calles sucias con esos feos chicles asquerosos incrustrados en el suelo. Todo me lo imaginaría recién pintado y radiante. Toda la gente estaría siempre sonriente aunque sólo perciba de ellos el ruido de sus pasos. Ahora sólo veo a un inmigrante con la mirada perdida y con las manos destrozadas de trabajar.

Existe una fauna en la ciudad. Ratas, cucarachas, hormigas, gorriones, todos ellos se han adaptado a lo urbano. Saben que el árbol en el que viven está en un parque y que no están en plena naturaleza. Con los poetas ha pasado igual, se han tenido que urbanizar, ya no evocan a los lagos, ni a las praderas, ni hablan de la naturaleza. Tienen que hablar de azulejos, ladrillos, paredes o charcos. El Sol ya no se ve entre los edificios y a los pájaros ya no se les escucha cantar.

Hay una chica guapa en el autobús. Ella sabe que es la chica más guapa de todo el autobús porque está todo lleno de viejos. Al levantarse para bajar en su parada un viejo le mira el culo con una expresión que dice: “ojala tuviera 30 años menos”. Yo tengo los años que él desearía tener y no hago nada. El viejo piensa que soy idiota. Todos los viejos dicen lo mismo, que aproveche el momento, es un carpe diem sexual. Seguramente, cuando sea viejo (si no lo soy ya) pensaré lo mismo.

Llego al supermercado. Lleno el carro de la compra con lo primero que veo. Paseo mi cesta-carro entre estantes de tomate cruzándome con más gente con carrito. No nos miramos a las caras porque nos avergonzamos. Sé que todos están pensando lo mismo que yo. Que somos inútiles. No nos miramos por la vergüenza de no estar cazando, como debería ser, para conseguir nuestros alimentos. Nos hemos convertido en una auténtica basura animal. Compramos trozos de filetes ya cortados, ya ni siquiera los criamos para matarlos y comérnoslos, ahora nos los tienen que cortar ellos e, incluso a veces, cocinar. ¿En qué nos hemos convertido? ¿Dónde está mi espíritu guerrero y cazador? Las sociedad da asco. Nacimos así y ni siquiera nos hemos planteado nada. Todo está hecho e inventado. La era digital consiste en meternos los dedos hasta la campanilla para vomitar todo lo que hemos bebido.

Me pongo en la cola de la caja. Hay una empleada del supermercado que ha terminado el turno y se pone delante de mí. Sólo va a comprar una cosa: una caja de condones. La compañera de la caja le pregunta “¿Hoy toca eh?”, ella no dice nada, sólo sonríe con esa sonrisa que sólo puede tener una mujer que sabe que se la van a follar bien follada.

Salgo de allí pensando que todos somos irreales. Que no hay nadie auténtico. La gente de la ciudad se oculta en sus burbujas. Caminan abrigados con sus chaquetas, con sus mochilas llenas de apuntes y con sus ipods. A la gente de ciudad la distingues porque siempre llevan auriculares que resuenan débilmente. A los poetas los distinguirás porque están observando, intentando captar la belleza de las cosas, descubriendo en cada segundo que hasta en la más remota mota de polvo hay belleza. Hoy es de esos días que siento que dentro de mí se anidan los poemas más bellos. Hierven con burbujas y a veces salen por los poros como el vapor, pero la gran mayoría se quedan dentro y nunca ven la luz.

Cada vez que te subas en un autobús estarás escribiendo una poesía urbana. Luego, cuando llegues a casa, recordarás lo triste que es todo y verás que las cosas no son mejores en un autobús o en un supermercado. Te desesperarás yendo y viniendo de un lado a otro, estarás atrapado en casa, abrirás y cerrarás la nevera un millón de veces, como si dentro de esa nevera buscaras una respuesta a una pregunta indefinida, como si allí dentro algún día apareciera el Aleph que llene el estómago de nuestra curiosidad. Como si algún día, al abrir la nevera, apareciera ese algo que te fuera a solucionar la vida.

La mariposa

La mariposa
"Cuando la felicidad es demasiado grande, cuando a uno le curan de una herida demasiado mala, cuando todo es demasiado bonito, sólo hay un presentimiento que un hombre sensato pueda tener: algo está a punto de joderse."

Lorenzo Silva – La flaqueza del bolchevique

Me regalaron el póster cuando estábamos en Valencia. Me acuerdo que caminábamos sin rumbo, nos daba igual a dónde ir, lo único que importaba era estar juntos después de cinco eternos días sin vernos. Caminábamos cogidos de la mano. Cada dos pasos tenía la necesidad de apretarla hacia mí, quería sentirla cerca, quería que su tacto se quedase grabado en mí piel para recordarla cuando no estuviera.

Siempre había odiado a esas parejitas que caminaban encarameladas. Se les veía tan felices que me parecían gilipollas, lo único que deseaba era que cruzasen sin mirar la carretera y que un camión cisterna los atropellara a ellos y a su nube de amor. Pero yo me había convertido en el gilipollas que tanto odiaba y que, en el fondo, envidiaba.

Una vez caminaba con ella y me vi reflejado en el espejo de un escaparate. Fue una de las pocas veces en las que no me reconocí en el espejo. No era por mi cara, ni por mi tipo, tampoco había engordado ni me había salido nada raro. Lo extraño era que tenía una especie de apéndice a mi lado con forma de mujer. Se me hacía tan raro verme con alguien que me asusté. ¿Yo saliendo con una chica? ¿Eso dónde se había visto? Era como si no fuera yo.

Durante el paseo llegamos hasta Nuevo Centro. Allí había una exposición de animales que no me importaba un pimiento porque ella estaba a mi lado y cuando ella estaba conmigo el resto del mundo y el universo era insignificante. En una de las paradas había una azafata con una urna. Era el juego de adivinar qué había dentro de una urna con los ojos vendados. Ella me dijo que no era capaz de meter la mano allí dentro y yo, como soy un orgulloso, le dije que iba a participar en el juego.

Me vendaron los ojos y metí la mano sin miedo. Confiaba en que lo que hubiera dentro no fuese demasiado asqueroso. No creía que algo fuera peligroso porque no iban a poner dentro algún animal hambriento con dientes afilados. Entonces sentí un cosquilleo por mi mano, algo me la recorría, no era muy grande pero se adhería con ligereza en mi mano. No pesaba mucho.

- ¿Es un escarabajo? – pregunté.
- No, casi –dijo la azafata.
- ¿Una cucaracha?
- ¡Acertaste!

Me quitaron la venda y vi que tenía una cucaracha en la mano. Las cucarachas me daban mucho asco pero en mi mano parecía un animal normal e inofensivo. Pasa con todo, cuando una cosa te da miedo o asco lo más difícil es tocarlo por primera vez, luego, cuando te acostumbras, es muy sencillo tocarlas y acercarte a ellas. Ya me pasó con las serpientes y las tarántulas.

No espanté a la cucaracha. Saqué la mano de la urna y observé a la cucaracha. Me dijeron que era una especie de cucaracha de Asia, cosa que me daba igual.

El premio por meter mi mano y jugarme la vida fue el póster que he mencionado antes. Era un póster de una mariposa con las alas extendidas como las que ponen en los museos. Vi que a ella le encantó el póster y decidí regalárselo. Ella decía que no podía aceptarlo porque era muy bonito. Yo le insistí en que se lo quedara, que a mí no me importaba, pero ella se mantenía en sus trece. Entonces, cual Salomón, le propuse que partiéramos el póster por la mitad y nos quedásemos una mitad cada uno y eso le pareció buena idea.

Corté el póster justo por la mitad. A cada lado del póster se quedó un ala de la mariposa y prometimos que nos colgaríamos nuestra mitad de póster en nuestra habitación.

Cuando ella no estaba miraba el póster. Lo tenía enfrente de mi cama. Representaba a la perfección lo que éramos. Nos separaba una distancia no muy lejana pero lo suficiente como para no poder vernos todos los días. Las clases, la rutina hizo que lo nuestro se reducía tan sólo a los fines de semana.

“Me falta un ala para volar” Escribí una vez en el póster.

Juntos volábamos. Pero separados sólo éramos un ala inútil e inservible. Éramos como esos aviones de guerra a los que un misil les ha alcanzado en el ala y que caen abatidos dibujando espirales de humo hacia el suelo.

Un día llegó el frío.

Llegué a su casa ilusionado por verla, tenía ganas de estar con esa persona que me hacía sentir bien. Pero la besé y sentí el frío. No sé cómo lo supe, pero esas cosas se saben. Noté que ese beso no lo sintió, que me lo dio por compromiso, que era falso.

No le dije nada pero notaba que le pasaba algo conmigo. Estaba distante y me esquivaba, era incapaz de mirarme a los ojos. Aguanté eso durante tres días hasta que un día fui en bicicleta hasta donde ella veraneaba. Necesitaba hablar con ella y saber qué le pasaba. No me importaban los kilómetros de distancia, la necesidad superaba el cansancio que me podría ocasionar recorrer la distancia en bici.

Cuando llegué le dije que fuéramos al lago. El mismo lugar en el que pasamos nuestros mejores momentos. Allí era donde le leía las cartas que le escribía. Algunas de esas cartas que le escribía tenían más de 20 folios mecanografiados. Creo que desde entonces se me desató la pasión por escribir.

Le pregunté qué le pasaba. Y ella dijo que no me lo quería contar, que era una cosa que le había pasado y que no podía contármela. Le dije que necesitaba saberlo, que me estaba afectando a mí también y tenía derecho a saberlo. Tras media hora intentando convencerla accedió. Me lo contó todo.

Hubieron muchas palabras, pero era fácil resumirlo: el chico que le gustaba antes de conocerme se le declaró hacía unos días y tenía dudas.

Permanecí callado durante un tiempo escuchando. No pronuncié palabra, estaba procesando y digiriendo lo que me contaba.

- Pero yo te quiero a ti –concluyó ella.
- ¿Y si me quieres por qué tienes dudas?

En el lago se deslizaban los patos y el silencio. El sol se reflejaba en el agua.

- Será mejor dejarlo –dije yo– y cuando se te quiten las dudas me avisas.
- ¡No! ¡Eso no! Si no quería contártelo era para que esto mismo no sucediera. Te necesito, necesito que estés a mi lado, no quiero que te vayas.

Silencio y más silencio.

- ¿Para qué quieres que esté a tu lado? ¿Para que te ayude a decidirte entre otro tipo y yo? ¿Necesitas que te dé palmaditas a la espalda mientras decides si me cortas la cabeza o no?
- ¡No! ¡Eso no es! ¡Yo te quiero!
- Me voy, yo no voy a estar a tu lado para que te decidas.

Cogí la bici y me senté en ella. Antes de comenzar a pedalear me giré para verla por última vez. Estaba acurrucada mirando al lago y llorando. Yo no lloraba por fuera, pero sí por dentro.

Comencé a pedalear hacia casa. Iba a oscurecer y no tenía luces en la bici así que aceleré el vertiginosamente el ritmo de mis pedaleos. No me importaba el cansancio, estaba hecho una furia, no quería quedarme parado, necesitaba que me dolieran las piernas para no pensar en nada. Hasta que llegué a un camino de huertos donde no había nadie, tiré la bici al suelo y di el grito que necesitaba dar, un grito que venía desde el estómago con el que expulsé toda la rabia que contenía dentro. No me quedé mejor, pero era mi única forma de estallar.

Pasé unos días encerrado. No sabía qué hacer. Me ahogaba en su mar de dudas. Necesitaba saber qué pensaba, dónde estaba, qué hacía. Sentí que yo no dependía de mí sino de ella.

Y en medio de ese naufragio estaba el ala de mariposa colgada en la pared. Ella era la única testigo de lo que ocurría. Al fin y al cabo era la más afectada de todas.

En un arrebato le escribí una carta. En un sobre funerario metí a un amor agonizando y a un loco desolado. Le pregunté por dónde volaba nuestra mariposa.

Nunca recibí una respuesta.

Ella comenzó a salir con otro chico al cabo de unos meses. Se olvidó de mí, dejé de existir para ella. Lo último que supe de ella es que después de leer mi carta sólo tenía una cosa clara: que jamás volvería conmigo, que no debía haberle preguntado por qué tenía dudas entre un tío que sólo sabía hablar de porros y yo, y que nunca había dejado de ser egocéntrico que conoció.


Había una estela de ausencia en mi habitación cuando miraba el medio póster de la mariposa. Estaba enfrente de mi cama y todos lo días, antes de apagar la luz de la mesita era lo último que veía. El recuerdo que no podía volar me acompañaba en las pesadillas, el recuerdo de que yo era un avión abatido cayendo espiral me azotaba las pupilas.

Pensé que el único final posible era que las alas se volvieran a unir con una cinta de celo. O al menos que se juntaran y se enterrasen en algún lugar fértil en el que plantar una flor en un acto completamente psicomágico.

Un día de Noviembre todo cambió.

Me levanté como esos gatos que siempre caen de pie. Mis nudillos estaban destrozados de pelearme contra las paredes y los espejos. Mi hígado se resintió. Con valor, con rabia y sin pensar arranqué el póster de la pared. Lo aparté de mi vista. Estaba harto de él. Yo ya sabía que no podía volar, pero no quería que un póster me lo recordase como si fuera una maldición insultante.


Años más tarde hablé con ella. Fue una conversación formal. Nos pusimos al día, vimos los avances de uno y de otro. Fue una conversación repleta de “Yo sabía que tú llegarías a eso”, “yo sabía que tú podías hacerlo”, “Nunca dudé de que conseguirías tus sueños”, “siempre confié en ti”.

Y ya en el rellano, el lugar en el que se dicen las cosas importantes, antes de despedirnos con un “hasta pronto” que se traduciría en un “hasta tarde” quise preguntarle una cosa.

- ¿Te acuerdas de la mariposa?
- Sí, claro que me acuerdo. Durante mucho tiempo la tuve colgada en mi habitación y al verla siempre me acordaba de ti. Nunca quise quitarla y siempre la tuve allí. Pero el año pasado, cuando me mudé de casa, la quité. Desde entonces la guardo en una caja. ¿Tú qué hiciste con la tuya?
- También la guardo en una caja.

Nos quedamos mirándonos.

- Oye –dijo ella– tengo el estómago vacío, podríamos ir a comer algo.
- Es buena idea, yo también tengo el estómago vacío.

Y llenamos nuestros estómagos de comida para paliar algo más que el hambre. Y entonces, después de eso, ya pudimos decirnos un falso hasta pronto.

La triste y maravillosa historia del dinosaurio-galleta suicida

La triste y maravillosa historia del dinosaurio-galleta suicida. Una superproducción casera que conjuga la fuerza del amor a las galletas con el deseo irrefrenable de un dinosario que nació encarnado en galleta que quería quitarse la vida. ¿Por qué se extinguieron los dinosaurios? Quizá este demoledor relato pueda darles la respuesta.
 

Barrio sésamo y los guionistas que van de setas

Casimiro llegó drogado al trabajo, como siempre. Se había tomado una ración de setas alucinógenas que le estaban haciendo efecto en ese preciso momento. Estaba en su despacho. Eran las diez de la mañana y a las once tenía que entregar un texto para el capítulo de Barrio sésamo que tenían que rodar ese día.

Cogió papel y bolígrafo. Imaginó a una niña que paseaba una llama por las calles y la llevaba al dentista. La llama se llamaba Marichari, sí, era el nombre ideal para una llama. Entonces allí la recibiría el dentista y le harían una limpieza de dientes y la niña esperaría ansiosa a que termine de limpiarle la dentadura para irse a jugar con ella por la ciudad. La niña andaba orgullosa con la llama porque era muy grande y sus amigas tan sólo tenían perros enanos que podrían ser aplastados por su llama.

Pensó que lo mejor para la secuencia era que una voz femenina relatara lo que sucedía a modo de canción. Entonces escribió una bonita canción titulada “Yo y mi llama” que decía así: “Yo y mi llama, pues llama se llama, vamos a la clínica dental...”.

Ya eran las once. Abrió la puerta del despacho del director y le entregó el texto. El director lo leyó todo e hizo un gesto de incredulidad. Parecía que iba a decirle que aquello era una basura.

-¡Esto es una genialidad! ¡Enhorabuena! Este texto es lo mejor que has hecho desde que escribiste la canción de masticar . ¡Empecemos a rodar ahora mismo!

Y este fue el resultado:

La verdadera historia de la muerte

La verdadera historia de la muerte

Rodolfo era más feo que Picio (tenía feo hasta el nombre). Desde pequeño ya apuntaba maneras, su madre murió de un paro cardiorrespiratorio tras parirlo, pero no fue por culpa del parto, no. La tragedia comenzó cuando cogió a su bebé en brazos. Era tan feo que al verlo no pudo creer que había parido a una criatura tan horrible y su corazón no pudo resistirlo y murió. Nadie pudo hacer nada por salvar su vida porque parió sola en un granero de un pueblo perdido de Teruel. Así comenzó la historia de la muerte.

Durante el primer día Rodolfo se alimentó del pecho de su madre muerta. La macabra amamantación no sólo era un presagio de su siniestro futuro sino que fue el alimento de su vocación. Su complejo de Edipo le llevaría siempre a desear los senos muertos de su madre.

El segundo día de vida la madre ya no daba más leche y comenzó a apestar. Era una madre soltera, por lo que nadie echaba en falta su presencia. En Teruel nadie echa en falta la presencia de nadie. De hecho, lo raro es que haya alguna presencia en esa provincia que no existe, o, mejor dicho, que está muerta.

Por allí se acercó una loba que olió la presencia del niño. La loba estaba muy cultivada, leyó muchos libros (al contrario de lo que pueda parecer, los animales pueden leer, lo que ocurre es que nunca nadie se ha molestado en enseñarles). Su intención no era comerse al niño (al contrario de lo que pueda parecer, los lobos no son seres sanguinarios que se comen a los niños malos, a veces también tienen sentimientos, el cuento de caperucita dio la mala fama a estos animales), su verdadera intención era convertirse en un mito. Ella había leído la historia de Rómulo y Remo y quería convertirse en la patrona de Teruel (aunque era una ciudad que no existía), se visualizó como Luperca dando de mamar a Rómulo y Remo en el escudo de la Roma. Si amamantaba al niño algún día podría estar en el escudo del equipo de fútbol de Teruel jugando la Champions League (Al contrario de lo que pueda parecer, los animales son más tontos de lo que parecen).

Así que la loba se acercó al niño y se dispuso a darle una teta. De pronto le dio la vuelta a Rodolfo y vio su cara. La loba cayó fulminada, murió de un susto al ver la horripilante cara del niño.

Al día siguiente aquello parecía un desfiladero de animales. Todos querían darle de mamar al niño para convertirse en leyenda y algún día estar en el escudo del Teruel fútbol club jugando la Champions (aunque no exista equipo de fútbol en Teruel, porque, como todo el mundo sabe, Teruel no existe). Hipopótamas, luciérnagas, jirafas, velociraptoras, vacas, y un sin fin de hembras de todas las especies mamíferas se acercaron con la intención de amamantar al niño, pero todas murieron de un infarto al ver la cruel fealdad del niño. Las malas lenguas cuentan que incluso algún que otro macho fue a intentar darle de mamar al niño, pero no queremos imaginar qué iba a darle de mamar, por dios, qué asco.

Afortunadamente, por allí pasó una topa (la novia del topo). Se acercó y debido a su ceguera pudo darle de mamar al niño. Nunca sospechó que estaba amantando a un adefesio que provocaba sustos de muerte a todo aquel que lo mirase. Durante los siguientes años Rodolfo fue criado con topos que vivían bajo la superficie y se convirtió en una especie de Tarzán de los topos.

La topa lo crió pensándose que era una bellaza, imaginando que se convertiría en un adonis encantador. Se veía a sí misma (pese a ser ciega) en el escudo del equipo de fútbol del Teruel Fútbol Club jugando la Champions.

Rodolfo se fue haciendo mayor. De vez en cuando salía de los túneles subterráneos para ver la luz del día. Le gustaba jugar con mariposas, cada vez que cazaba una se moría al ver la horrorosa y asquerosa cara de Rodolfo. Tampoco le resultaba difícil salir de caza, le bastaba salir de detrás de un árbol para matar a toda una manada de ciervos y alimentarse durante varios meses. Podríamos decir que Rodolfo tuvo una infancia feliz, no muy distinta a la de cualquier niño de Teruel que, como todos, viven incomunicados en algún pueblo de cuatro o cinco habitantes que desconocen las maravillosas ventajas que la electricidad aporta al ser humano.

Cuando Rodolfo cumplió 14 años sintió un impulso incontenible de bañarse en un río. Quería experimentar la sensación de lavarse, pensó que podría ser algo estimulante. Cuando se acercó al río se vio un pequeño reflejo de su cara y se dio un susto de muerte. Por suerte sólo se vio la frente y tan sólo se desmayó, de haberse visto la cara entera podríamos estar hablando de un suicidio. A partir de entonces asoció el agua con el peligro y nunca más se le pasó por la cabeza bañarse.

Días más tarde, y aunque parezca mentira (ya que en Teruel no habitan personas)vio pasar cerca de su casa a una chica con dos coletas. Rodolfo se enamoró instantáneamente de ella. La observaba detrás de unos matorrales. Tras unos minutos de intensa emoción hormonal decidió salir de su escondrijo y presentarse ante su amor. Así que salió y ella murió ipso facto al ver la terrorífica fealdad de Rodolfo.

Entonces se enrabietó y comenzó a maldecir su suerte. Pero él hablaba en el idioma de los topos y dijo algo así: Puschif pufi cuschip pufit macawendios yenla virgen. Así que se fue a su refugio, donde todavía estaba el esqueleto de su madre, allí iba cuando se sentía triste. Entre los objetos del granero vio una guadaña y un traje negro. No sabía para qué servía la guadaña, pero quedaba muy bien estéticamente y decidió enfundarse la ropa y salir por el mundo teruelano para vengar la muerte de su novia.

No tuvo mucho trabajo en Teruel porque Teruel ya está muerto. Pero decidió traspasar las fronteras de Teruel. Fue un gran cambio para Rodolfo saltar al mundo civilizado. Entre Teruel y el resto de España hay una diferencia de varios millones de años de evolución. De hecho, se dice que en Teruel todavía quedan ejemplares vivos del hombre de Cromagnon.

Fue entonces cuando nació el mito del hombre que anda con una guadaña y al que visita se lo lleva al otro mundo.

Muchos científicos de pacotilla niegan la existencia de la muerte personificada. Pero es que los científicos a veces parecen idiotas, argumentan que nunca nadie ha visto a la muerte. Pero vamos a ver idiotas: ¿Es que no sabéis que si alguien lo ve se moriría y no viviría para contarlo? Es que parecéis tontos.

Otro tema controvertido sobre la muerte es su paradójica inmortalidad. Pero todo tiene una explicación científica: los virus tienen tanto miedo de su cara que nunca invaden su cuerpo. Ni los piojos quieren saltar a su cabeza. Tampoco envejece porque sus células nunca hacen copias de sí mismas. Las células son inteligentes y son tan consecuentes con el medioambiente que no quieren hacer más copias de sí mismas para que nadie sufra la fealdad de Rodolfo. Por lo tanto no se produce ese proceso de envejecimiento causado por los pequeños errores en las copias de las células.

Rodolfo, o la muerte, como se le quiera llamar. Aún va por ahí provocando muertes. Algún día nos visitará. Tengan cuidado y procuren mantener los ojos cerrados para no verle.

La topa que amamantó a Rodolfo todavía sigue viva y sueña que algún día su proeza se verá recompensada. Espera que el Teruel F. C. Gane la champions con ella en escudo. Pobre ilusa, pero es lo que tienen los ciegos: que a veces no quieren ven la realidad.

 

Pd: La historia se me ocurrió cuando vi a una chica tan fea que me dio un susto. Se me aceleró el corazón y pensé: joder, si llega a ser más fea ma mata de un infarto. Entonces imaginé a la chica fea y pensé que una persona tan fea que matase a la gente de sustos podría ser la muerte. Gracias a esa persona por inspirarme. No siempre las musas son guapas.

Pd2: Sergio, recupérate pronto. Estoy deseando que vuelvas a escribir tus obras maestras en tu blog. Un abrazo.

ACTUALIZACIÓN:

La muerte en acción, no se pierdan este video:

Lucidez hormonal

Lucidez hormonal
Justo cuando me corro dentro de ti comienzas a darme asco. Abro los ojos y lo único que veo en ti es vulgaridad. No eres más que una idiota a la que he engañado hasta conseguir abrirla de piernas. No eres esa chica especial que te he dicho, ni me siento bien a tu lado, ni siento como si te conociera toda la vida. No te engañes: todo eso te lo he dicho porque lo único que quería era follarte. A mí lo único que me interesa de ti es tu coño y ahora que lo he conseguido me gustaría echarte de mi cama a patadas para poder dormir bien ancho. Pero sigo fingiendo y te abrazo cariñosamente porque estaría mal echarte ahora de mi cama. Además, he de ser práctico, si te echo me odiarás y puede que algún día me pique la polla y no tenga a nadie mejor para metérsela.

Mírate, ¿Cómo has podido pensar que eres alguien especial? Si como tú habrán más de un millón de mujeres en el mundo. No destacas por nada y no eres nadie especial. Mujeres como tú las hay a patadas ¿De verdad ibas a pensar que yo iba a sentir algo por una imbécil como tú? ¿De verdad te has creído que me ha sorprendido lo inteligente que eres? Si yo tuviese que follarme a alguien por su inteligencia debería ser homosexual y necrófilo para profanar las tumbas de Oscar Wilde, de Nietzsche o de Cortázar y follarme sus esqueletos. Tú eres patética, te crees que eres especial sólo porque algún tío se te acerca de vez en cuando y no quieres ver la realidad, no quieres ver que ninguno se te acerca por tu forma de ser, que no se interesan por ti y por lo único que se interesan es por tus tetas, que es lo único destacable en ti.

Ahora lo que más me gustaría es que te callaras y te durmieras. No me interesa tu vida, no me interesa la ropa que te compras y no me interesan tus uñas. Eres como todas y no aportas nada interesante a mi vida. Ojalá pudiera acostarme contigo sin tener que aguantar tus putas conversaciones de mierda.

Yo me echo a un lado y miro al techo. Te miento y te digo que me has destrozado, que ha sido uno de los mejores polvos de mi vida y que eres una fiera. Disimuladamente voy cerrando los ojos, como haciéndome el cansado, para te veas que no puedo seguir hablando, no quiero soportare más. Atribuyo a tu potencia sexual el hecho de que esté destrozado para que así no te siente mal que me duerma e, incluso, te tomarás como un triunfo haberme dejado así. Después te apoyas en mi pecho y yo te acaricio el pelo.

Lo que me fastidia es que pronto acabará esto. Los cojones se me volverán a llenar y seré preso de mis instintos primarios, volveré a decirte que te quiero y que me gustas sólo para poder aliviarme. Pero antes de que acabe mi lucidez hormonal permíteme decirte algo: odio ser hombre y tener esta necesidad de meterla en algún lado. Estoy cansado de fulanas como tú.

La memoria del tacto

Nunca verás cómo mis manos baten el aire para extraer la memoria del tacto, aunque apenas te toqué. A veces mis manos eran útiles, pero tú podías hacerlas completamente inservibles cuando no las necesitabas.

No te gustan los poemas. Me preguntas qué es eso que escribo. Te lo enseño. Lo lees con indiferencia y no dices nada, no quieres decírmelo, piensas que pierdo el tiempo escribiendo cosas que no sirven para nada, que vale, que es una buena historia, pero ¿y qué?

Me pides que salgamos a dar una vuelta y yo te sugiero que vayamos a la Albufera. Tú me dices que está muy lejos, al final no salimos, nos quedamos otro día más en casa sin hacer nada. Tú miras en la tele estúpidos programas de cotilleos y a mí no me gusta la tele, tú quieres ver una película y a mí no me gustan las películas que a ti te gustan, te sugiero ver películas de los años cuarenta y me dices que quieres ver alguna actual, a ti te gustan los piratas del caribe y yo los odio.

Ni siquiera sé por qué hablamos, parece que hablemos en idiomas distintos y cuando trato de explicártelo me dices que estoy de nuevo con mis filosofías, que deje de decir lo que dicen esos libros que leo y que lo único que hacen es comerme la cabeza, me dices que tenga pensamientos propios y no sacados de otros autores. Yo te digo que son pensamientos propios, que los libros no sirven para darme ideas sino para ayudar a conocerme. Tú contestas irónicamente que nunca llegarás a mi nivel, que seguirás siendo una cateta y serás feliz así y que sientes no cumplir las expectativas de un sabio como yo. Luego me preguntas que si tan listo soy por qué no me presento a presidente del gobierno. Yo no contesto. Me quedo mirando la tele callado. Hay un hombre que habla de Julio Iglesias, ¿A quién le importará la vida de Julio Iglesias?

Estoy triste. No sé si soy feliz.

Le pido el mando distancia para cambiar el canal y ella me dice que ni lo sueñe, que si no me gusta el programa que me vaya al cuarto a ver lo que quiera.

Me voy a al cuarto sin darle un beso de buenas noches. Enciendo la tele y mientras hago zapping me acuerdo de ella. Estoy con una persona y me acuerdo de aquella chica que conocí hace tiempo. ¿Dónde estará? Apago la tele porque no hacen nada interesante, me tapo con la sábana, apago la luz de la mesita y se queda todo oscuro. Estoy aislado en medio de la oscuridad y no sé si esto es lo que llaman felicidad.

El ladrón de tiempo

He conseguido suficiente cianuro como para matar a un caballo y lo he inyectado en un producto de un supermercado. Alguien lo comprará, se lo beberá de un trago y se morirá al instante. No le dará tiempo ni de llamar a una ambulancia.

Pero no se escandalicen. Dejen que me explique:

Lo he hecho debido a mi incapacidad de poder tener un hijo inmortal. Si pudiese tenerlo lo tendría, me gustaría mucho ser padre de un niño inmortal. Pero no de un niño que algún día morirá. No quiero dar vida a alguien que va a morir.

Y yo no quería convertirme en un asesino.

Cuando una persona muere de vieja nadie se espanta. Dicen que es el ciclo natural de la vida. Nacer y morir. Sin embargo, cuando una persona es asesinada se clama justicia contra el asesino, y si se le detiene se le priva de la libertad e incluso puede que en algunos países lo condenen a muerte. Nunca ocurrirá eso con unos padres que tienen un hijo. Un niño viene a este mundo y está sentenciado a muerte desde el mismo momento en el que sale del útero de su madre.

No creo que exista una muerte digna y justa. Toda muerte, salvo el suicidio lúcido, es asquerosa e indeseada. En realidad nadie quiere morir y, contradictoriamente, todos se empeñan en perpetuar la especie, en perpetuar la agonía... en firmar nuevas sentencias de muerte. Traen al mundo seres que crecerán y morirán en manos de un asesino de guante blanco o de un verdugo en forma tiempo.

La gente celebra los nacimientos y se alegran cuando alguna mala puta se queda preñada. Todos los días nacen bebés que sin tener culpa de nada van a ser ejecutados. Sin embargo lloran cuando alguien se muere, cuando deberían alegrarse por haber terminado, por fin, con su agonía vital.

Sé que hay gente que piensa que la vida puede valer la pena. Puede que en determinados momentos podamos reírnos y entretenernos, en ocasiones podemos olvidar nuestro terrible y triste final. Pero eso no me sirve, no me consuela. No me alegra ver a más presos condenados a muerte mientras camino por el corredor de la muerte.

Algunos pensarán que soy un asesino por lo que he hecho. Pero yo no inventé la muerte. La persona que se beba la botella mortal tan sólo adelantará la fecha de su desenlace. En realidad él ya estaba sentenciado. Yo no le voy a quitar la vida. Tan sólo le habré quitado un poco de tiempo. Así que, por favor, no me llames asesino... llámame, más bien, ladrón de tiempo. Y si sigues empeñado en clamar justicia no me apuntes a mí con tu dedo índice, apunta hacia el cielo, hacia el lugar en el que se supone que está Dios, el asesino más sanguinario de todos los tiempos, por su culpa, por haber inventado la muerte, todos pasamos por el cadalso.

Y no creas que me voy a sentir culpable por eso. Si lo he hecho ha sido para compensar. Para tratar de reparar el error que cometí la semana pasada cuando acudí a aquel banco de esperma a cambio de 60 euros. Doné un poco de mi elixir vital tan sólo para poder comer. Con él fecundarán el óvulo de una mujer con marido infértil. Con ese esperma nacerá (y por lo tanto morirá) una criatura. Por mi puta culpa. Por una paja mal hecha. Envenenar a alguien es mi forma de pedir perdón.

 

Me acusarán de asesino, incluso puede que me acusen de terrorista. Mi única ilusión es que me condenen, que adelanten mi fecha de caducidad... puede que así perdone mi único crimen: traer una criatura a este puto mundo.

El planeta de cristal

El planeta de cristal
Existió hace tiempo un planeta en el que todo era de cristal. La gente, las casas, el suelo, la comida, las plantas... todo era de cristal transparente. Era un planeta en el que no existían las sombras, se podía ver a través de cualquier objeto, no había nada oculto.

Los habitantes del planeta podían ver todo. Si cerraban los ojos veían a través de sus párpados de cristal. Cuando se ponían una venda en los ojos veían a través de ella. Sus corazones eran de cristal. Las paredes eran de cristal. No existía la intimidad. No había nada oculto. No existían los secretos. No podían enterrar sus tesoros de cristal. No podían enterrar nada. Su pasado siempre estaba presente.

Un día llegó un visitante al planeta. Era un ser opaco procedente de un planeta lejano. Cuando bajó de la nave pronunció las palabras: “un pequeño paso para el hombre y gran paso para la humanidad” y al pisar tierra firme ensució el planeta con la suela de su zapato. Cuando puso el segundo pie en el frágil suelo de cristal todo comenzó a resquebrajarse. Las grietas se expandieron por todo el pequeño planeta. La gente también se resquebrajó. Impotentes vieron cómo sus cuerpos se descomponían. En cuestión de minutos el planeta se vio reducido a minúsculos trozos de cristal que se esparcieron por el universo.

Hoy en día no se sabe nada de aquella civilización. Toda su sabiduría se perdió para siempre. Pero, según cuenta la leyenda, todavía podemos verles cuando miramos hacia las estrellas a través del fondo de un vaso de cristal.

Después de la vida

Después de la vida
“No le temo a la muerte, sólo que no me gustaría estar allí cuando suceda”
Woody Allen

 

Estaba remando en la barca de Caronte. Me sorprendí mucho, pensaba que después de la vida no existiría un más allá. Creía que una vez muerto iba a llegarme la paz eterna, pero ahora un puto viejo me estaba haciendo remar como si me hubiesen condenado a galeras. En ese momento me arrepentí de no haber seguido con la medicación.

La situación era curiosa, yo remaba en la barca en compañía de un viejo harapiento y nunca en mi vida llevé a mi mujer a El Retiro. Ella siempre me preguntaba cuándo la llevaría y yo le contestaba con evasivas, ahora que estaba muerto lo estaba haciendo con ese viejo apestoso, lo que hay que ver.

Llegamos a la otra orilla. Esperaba que me llegase mi merecido descanso. Pero, cuando me dispuse a bajar de la barca, Caronte me dijo:
– Dame una moneda.
– ¿Una moneda? –pregunté extrañado.
– Sí, a todos les pido una moneda.

Busqué en mis bolsillos, encontré una moneda de dos euros y se la di. Nunca había pagado tan poco por un descanso tan largo. Si la gente supiera qué barato resulta un descanso eterno dejaría de gastarse el dinero en estúpidos balnearios y se suicidarían en masa.

– Gracias –dijo Caronte.
– De nada buen hombre. Ten cuidado no se te vaya a hundir la barca y te ahogues.

Después me adentré en aquella tierra desconocida. Tras avanzar unos metros me encontré con un abominable perro de tres cabezas que me miraba muy pero que muy mal. Me asusté mucho e intenté avanzar por un lado del sendero, pero el perro comenzó a ladrar.

– Perrito, perrito bueno... –dije asustado para tratar de tranquilizarlo.

Estaba aterrorizado, parecía un perro peligroso. No sabía qué hacer para quitar al chucho de en medio, así que en un acto heroico cogí una rama seca y la lancé para que el perro fuese a buscarla.

–¡Busca campeón!

El perro permaneció inmóvil y siguió la trayectoria de la rama con una de sus tres cabezas, las otras dos seguían mirándome fijamente.

– ¿Tú eres gilipollas? –Dijo la cabeza de en medio. Al parecer, era la mas autoritaria de las tres.
– Esto... yo –no sabía qué decir, me sentía estúpido– ¿Tú quién te has creído para llamarme gilipollas?
– Soy Cancerbero, me encargo de que ningún vivo entre vivo al mundo de los muertos y de que ningún muerto salga de aquí.
– ¿Entonces puedo pasar?
– Pasa Fredy, pero eso sí, ya no podrás salir de aquí nunca más –y el maldito perro pulgoso estalló en una carcajada.

Sentí deseos de darle una patada. Pero no quise cometer un pecado de última hora justo cuando se acercaba mi juicio final.

– Oye Cancerbero, ¿Ahora a dónde tengo que ir? –pregunté.
– Mira, ¿Ves ese sendero de ahí? –Señaló como un nativo que conoce el lugar a la perfección– Si sigues todo recto verás un cartel que dice "hacia el juicio final" tú sigue por ahí todo recto.
– Gracias perrito.
– ¡No me llames perrito! - Gritó enfurecido.

2

Seguí aquel largo camino. Odiaba el senderismo y ahora muerto tenía que hacer todo aquello que no me gustaba hacer en vida.

Subí por una pendiente muy pronunciada. Caminé durante media hora hasta que encontré una bifurcación en el camino en la que había una señal en el medio. Una de las flechas apuntaba hacia la izquierda y ponía “Hacia el juicio final”. La otra apuntaba hacia la derecha y ponía: “Hacia el cielo”. Decidí acortar camino y saltarme el juicio final. Al fin y al cabo el juicio era una pérdida de tiempo. Yo estaba seguro de que iba a ir al cielo.

Continué por aquél pesado camino. Subí tanto que las nubes se encontraban por debajo de mí. Aquella montaña parecía tener una altura infinita. Parecía que aquello no se iba a acabar nunca, pero finalmente, al girar una curva vi una puerta inmensa que irradiaba una luz desde dentro que nunca antes había visto. Era una luz que transmitía paz y amor. Me di cuenta de que el cielo sería algo así como fumarse un porro y apuntarse con un flexo en la cara. Era maravilloso.

Me acerqué a aquella puerta dispuesto a abrirla. Pero un portero que estaba allí me puso la palma de su mano en el pecho y me detuvo. Tenía el pelo rizado y en su mano izquierda custodiaba una llave.

– Hola ¿Es aquí el cielo? –Pregunté inocentemente.
– Sí, es aquí estimado Fredy. Mi nombre es San Pedro, custodio las puertas del cielo, ¿Has traído la documentación?
– ¿Qué documentación?
– Pues hombre, la del juicio. ¿Ya te han juzgado?
– No, pero te aseguro que yo he sido bueno en esta vida.
– Pero es que sin el certificado del juicio no puedes entrar aquí.

Me di cuenta de que la burocracia en el mas allá no había mejorado mucho más que en la Tierra. Aquello era como cualquier ventanilla de este maldito país en la que siempre te decían que faltaba algún papel.

– Pues dígame San Pedro, ¿Qué tengo que hacer?
– Mira, ahora es la hora del almuerzo, te puedo acompañar hasta nuestro Santo Padre.
– Gracias San Pedro, eres muy amable.
– De nada Fredy, para eso estamos.
Y emprendimos el viaje hasta los juzgados.

Por el camino le pregunté si se ganaba mucho dinero siendo pescador de hombres. En la Tierra no existía ninguna empresa en la que se ofrecieran esos servicios y alguien podría haberse hecho multimillonario con ello. También le comenté que por las noches muchas prostitutas salían por las calles para pescar hombres. No sé por qué extraña razón a San Pedro no le gustó ese comentario.

Pronto llegamos al juzgado celestial y me despedí de San Pedro, que tenía prisa por irse a almorzar al bar.

– ¡Hasta luego San Pedro! –Le dije amablemente como si fuésemos colegas de toda la vida.
– No estés tan seguro de que nos vayamos a ver.

No me gustó la broma de San Pedro.

Me giré y observé el edificio. La puerta era inmensa y estaba decorada con imágenes de santos talladas en oro. Supuse que la puerta era así de grande para que el gran Dios pudiese entrar. Aunque pensándolo bien, si Dios era omnipotente podría entrar por cualquier puerta. Subí las escalinatas del juzgado. Cuando me acerqué al edificio la puerta se abrió sola y una voz de ultratumba me dijo desde dentro “adelante”.

Atravesé el umbral con miedo. Miré a mi alrededor y vi que aquello tenía el mismo aspecto que un juzgado americano de esos que salen en las películas. Dirigí la mirada al asiento del Juez y lo vi. Era él. Estaba, por fin, cara a cara con Dios. Había soñado con este momento durante toda mi vida. Dios se parecía a Fernando Fernán Gómez. Él me miró y en esa mirada encontré la compasión y el amor de Dios. Era el momento más emocionante de mi vida, (bueno, mejor dicho: de mi muerte, pero si hubiese estado vivo sin duda alguna hubiese sido de el momento más emocionante de mi vida). Me embriagó una profunda emoción, estaban a punto de saltarme las lágrimas, sentí deseos de arrodillarme, se me puso la carne de gallina, el corazón me latía fuerte, la respiración...

– ¿Se puede saber qué cojones miras? –Dijo Dios enfurecido– deja de mirarme con esa cara de gilipollas y siéntate de una puta vez. No tengo todo el santo día.
– De acuerdo Santo Padre –le dije emocionado.

¿No tenía todo el santo día? Pensaba que aquí no existiría el tiempo, ¿Dios tendrá agenda? En ese caso debería ser un fastidio ser Dios y tener que atender todas las peticiones de los fieles, aunque para algo tenía el don de la omnipresencia.

– Vamos a empezar el juicio. Se ruega silencio en la sala.

Miré a mi alrededor, pero no vi a nadie en la sala.

Dios apagó la luz y sacó un mando a distancia. Presionó un botón y en el extremo opuesto de la sala descendió una impresionante pantalla de plasma de más de cincuenta pulgadas.

– ¡Joder! ¡Qué pedazo de tecnología tenéis aquí! –No pude evitar decirlo.
– ¡No blasfemes maldito inútil!
– ¿Y tú qué acabas de hacer? –Le dije extrañado, pues acababa de llamarme inútil.
– Yo tengo impunidad, ¿O voy a ser juzgado por mí mismo? –Dijo de forma despreciable– la cantidad de idiotas que tengo que aguantar a lo largo del día... Dios mío –dijo para sus adentros.
– Entiendo –Volví a mirar la tele. Debía medir más mis actos y mis palabras.

Eso de que el propio Dios dijera "Dios mío" me había dejado atónito. ¿Dios tenía otro Dios? ¿Tendría a otro creador por encima? ¿Hemos adorado a un simple creador que fue creado por otro?

Parecía que Dios estaba rebobinado la cinta. Reinaba un gran silencio. Pensé que ya que estaba ante él podría solventarme las dudas que siempre tuve.

– Oye Dios... ¿A ti quién te creó? ¿Por qué hay tantas injusticias en el mundo? ¿Por qué hiciste al hombre tan imperfecto y luego te enfadas cuando no actúa bien? ¿No deberías enfadarte contigo mismo por haber creado unos seres tan imperfectos? ¿No eres tú el causante de tanto mal? ¿No crees que eso de juzgar a seres que venían con defecto de fábrica es injusto?
– ¡Cállate idiota! ¡Deja de preguntar gilipolleces o te envío directo al infierno!

Me callé. En ese momento averigüé que ese amor de Dios al que todos imploraban no existía. Era todo mentira. Dios sólo era un dictador más.

Dios apuntó con el mando a distancia hacía la tele. Presionó con su pulgar uno de los botones repetidamente, pero aquello no parecía funcionar.

– Me parece que esta mierda no tiene pilas.

Permanecí callado y lo miré con una ligera preocupación. Dios era un torpe y a mí me hicieron creer que era perfecto. Me reí de mí mismo por haber sido tan ingenuo durante este tiempo. Tan sólo hacía falta ver a los hombres para darse cuenta de que Dios podría ser cualquier cosa menos perfecto.

Al cabo de un rato, Dios todopoderoso, consiguió encender la tele.

– Vamos a ver el vídeo –dijo como si fuera un presentador de televisión.

Las imágenes se proyectaron ante los dos. Eran escenas de mi vida. Lo primero que vi no me gustó nada y a Dios, por la expresión de su cara, parecía que tampoco. Aquello era muy desalentador.

3

Terminó el video. Dios apuntó con el mando, apagó la tele y me miró fijamente asintiendo con la cabeza.
– ¿Qué tengo que hacer contigo? –Preguntó Dios con resignación.
– ¿Y por qué no han puesto las cosas buenas que hice? ¿eh? ¿Por qué no ha salido el día que llevé a un ciego hasta su casa? –Protesté.
–¡Ese era un ciego de verdad y tú pensabas que era un borracho!
– Bueno, hay un refrán que dice: "haz el bien y no mires a quién". Además, he hecho muchísimas cosas buenas en mi vida.
– ¿Sí? ¡Dime cuales!
– Pues... –y vacilé unos segundos.
– ¡No has hecho ni una sola cosa bien en toda tu puta vida! –me interrumpió– ¡Te vas a pudrir en el infierno! ¡Vas a sufrir como un condenado! ¡Es lo único que te mereces inútil!
– ¡Pero esto es una injusticia!
– Ya sé que esto es una injusticia, ¿Pero alguna vez has visto algo justo en tu vida? Creé el mundo injusto para que pudieseis elegir entre el bien y el mal. Tú has elegido el mal camino. Muchas veces has dicho: "Si Dios existiese no pasarían estas injusticias". Pero existo y también creé las injusticias, yo mismo soy injusto. Hago tratos de favor, hace poco vino George Bush y le firmé la documentación para ir al cielo sin repasar el video. Hizo muchas donaciones a la Iglesia y me caía bien.
– ¿Pero tú no eras el que quitaba el pecado del mundo? ¿Tú no eras el que promulgaba la doctrina del perdón?
– ¡Ja! Eso lo dijo el bastardo de mi hijo. Él es un rebelde y no aprendió nada de lo que le enseñé. Estaba harto de mí y sólo por hacerme la puñeta se hizo hippie. Si hubiese nacido ahora seguro que fumaría porros y tocaría la guitarra. Anda que no me reí cuando dijo en la cruz: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". ¡Y tanto que los perdoné! Los perdoné y les di un puesto en el correccional en el que he internado a mi hijo. A ver si aprende y se le quitan las ganas de volver a liarla ahí bajo.

Estaba triste. Durante toda mi vida luché por la justicia y por el bien. Defendí a los inocentes e indefensos. Al descubrir quién era Dios, todo eso en lo que creía se fue por la borda. Entonces comprendí por qué nos crearon a su imagen y semejanza. Pero yo no era así. ¿Qué mecanismo celestial había fallado para que no naciese con esos valores? A Jesucristo lo había enviado a un correccional. No había nadie sentado a la derecha de Dios padre. Todo aquello era una vergüenza. Aquello sólo era un reflejo de la humanidad. La gente creía en un Dios imperfecto y se regía por sus normas. Yo era mejor que Dios, debería ser yo el que estuviese sentado allí y no ese viejo perverso.
Entonces... se me hizo la luz.

¿Qué tal si le pegaba hasta matarlo y ocupase su puesto?

– Toma hijo –Aún tenía la osadía de llamarme hijo– Aquí tienes la documentación firmada para ir al infierno.

Me acerqué para recoger el papel y lo miré. Sabía a lo que me arriesgaba. Dios era todopoderoso y probablemente al mínimo intento de matarlo podría hacer que un rayo me fulminase.

– ¡Cuidado! –dije– tienes una cucaracha detrás de ti.
– ¡Ahhhhh! ¡Socorro! ¡Tengo fobia a las cucarachas! ¡No sé por qué cojones las creé!

Se giró para ponerse a salvo de la cucaracha y entonces me abalancé contra Dios. Salté por encima de la tribuna y lo agarré del cuello para estrangularlo. Apreté bien fuerte mientras Dios se retorcía incrédulo ante lo que estaba ocurriendo. Caímos al suelo y me quedé encima de él. Continué apretándole el cuello y con movimientos muy bruscos le aporreé la cabeza contra el suelo.

– ¡Toma hijo de puta! ¡Eres un cabrón! –grité.
– ¡Guardias! ¡Guardias!¡Socorro! –Consiguió pronunciar a duras penas mientras se revolvía en el suelo y me agarraba las muñecas tratando de zafarse de mí.

Al fondo se abrió una puerta y aparecieron dos ángeles vestidos de blanco. Tenían alas en la espalda, el pelo rizado y un deje muy femenino en sus andares.

– ¡Oh! ¡Santo Dios! –Dijo uno de los ángeles con una voz afemeninada. Tenía mucha pluma, posiblemente era por las alas.

Ambos ángeles eran muy fuertes, estaban bien cuidados en el gimnasio. Me agarraron y enseguida consiguieron separarme de Dios.

Dios, que todavía estaba conmocionado en el suelo me dijo:
– ¡Pagarás por lo que acabas de hacer!
– ¡Deberías perdonarme ahora mismo y ofrecer tu otra mejilla! ¡Pónmela, chulo, que te la voy a partir!
– ¡A la mierda hijo de puta! ¡En el infierno te enseñarán lo que es bueno! –Se dirigió a los guardias que me sujetaban– Llevad al infierno a este pecador.

Los ángeles me sacaron de los juzgados a golpes y patadas. Al salir oí a Dios que decía en voz baja:
– Joder, voy a jubilarme pronto. Tengo demasiados años, ya no estoy para estos trotes, este es el tercer ataque que sufro en lo que va de semana.

Me metieron dentro de una jaula con ruedas. Aquello parecía la escena de Gladiator en la que Russell Crowe es deportado. En el pescante del carro estaban los dos ángeles guardianes. Parecían homosexuales. Durante el camino hacia el Averno estuve escuchando sus conversaciones. Uno trataba de convencer al otro de que necesitaba un masaje para aliviar la tensión y se ofrecía a hacérselo. El otro le contestaba que no era necesario, que se encontraba bien y que lo único que necesitaba era descansar un poco en la cama, aunque si él le acompañaba y le daba cariño sería mucho mejor. Después se miraban a los ojos y se sonreían. Mientras tanto yo me preguntaba por qué decían que los ángeles no tenían sexo.

Al cabo del tiempo llegamos a las puertas del infierno.
– ¡Aquí te quedas! Pronunció con su voz de niño y su deje homosexual.
– Muy bien –contesté.

Cuando se alejaron con el carro vi que uno apoyó la cabeza sobre el que llevaba las riendas. Deduje enseguida quién era el pasivo y quién el activo.

Me quedé contemplando la puerta del infierno. Se encontraba en una montaña. Me acerqué a la puerta y cuando la quise empujar se abrió sola. Al menos no había nadie en la puerta pidiendo la documentación. Estaba un poco asustado. Sabía que me esperaba la tortura y el castigo. Aullaría en la agonía infinita, estaría todo impregnado por el olor de la podredumbre, tendría la boca atosigada por la basura ardiente, y la piel se me caería a trizas y se me pudriría y una bola de fuego me quemaría las entrañas desgarradas.

Me adentré por aquella cueva candente. En el fondo había un rojizo alarmante. De pronto, se escuchó una pequeña explosión cerca de mí y entre el humo apareció un demonio terriblemente feo. Pensé que ese sería el demonio que ejecutaría mi castigo y el que me haría sufrir eternamente.

– Tú eres Fredy, ¿no? –preguntó al verme.
– Sí, soy yo. ¿Tú quién eres?
– Soy el Demonio, he venido a recibirte personalmente. Me he enterado del altercado que tuviste con Dios.
– Uff, como vuelan las noticias por aquí. Pero espero que no me tengas en cuenta eso que hice, estaba fuera mis cabales, de verdad, no me condenes por eso. ¡Te lo suplico!
– No te voy a condenar estimado Fredy. He venido a felicitarte.
– ¿A felicitarme? –pregunté extrañado.
– Aquí en el infierno admiramos a la gente como tú, Fredy.
– ¿Qué quieres decir?
– Es fácil, has llevado una vida todo lo contrario a ejemplar. Por eso estás aquí.
– ¿Y ahora qué? ¿Me castigaréis?
– Venga Fredy ¿Castigarte nosotros? ¿Por quién nos tomas? ¿Por unos funcionarios de prisión? El castigo es sólo para las personas justas. Nosotros somos demonios, somos holgazanes, injustos y sobre todo, no vamos a hacer justicia con una persona como tú. Todo lo contrario, estamos orgullosos de ti. Los demonios promovemos el mal, la violencia, la mala vida. Y tú has sido uno de los nuestros. ¿Por qué tendríamos que castigarte? ¿Por hacer lo que nos gusta que hagas? Si te castigásemos por todo lo malo que has hecho en la vida estaríamos siendo justos y por lo tanto buenos. Y aquí somos de todo menos buenos ¿Entiendes?
– Dios me dijo que aquí me ajusticiaríais.
– Tonterías. Dios es un viejo choto. No le hagas caso. Eso de hacer justicia está pasado de moda. Además ¿Nosotros vamos a obedecer las órdenes de Dios si es nuestro principal enemigo? Nosotros somos ángeles caídos y hacemos lo contrario de lo que él diga.
– Es interesante esto.
– ¿Sí verdad? Tengo entendido que te encanta Jonh Lennon ¿Es así?
– Así es. ¿Por qué lo dices?
– Esta noche hay un concierto de Lennon en la sala Lucifer. ¿Te apuntas? Te presentaré a personalidades importantes.
– ¿Pero aquí hacen conciertos? –Pregunté conmovido.
El demonio estalló en una carcajada.
–¡Qué mala imagen tenéis del infierno! Me encanta ver la cara de sorpresa que ponéis al enteraros de que el infierno es mejor que el paraíso. Aquí puedes disfrutar de los placeres carnales y encima tienes la ventaja de que no puedes morir de Sida porque ya estás muerto.
– ¿En serio?
– Ya lo comprobarás por ti mismo, no te lamentes por no haber entrado en el cielo, agradecerás estar aquí, de veras. Allí está todo lleno de pijos vestidos de blanco tocando arpas y llevan relojes Viceroy. Sin embargo, aquí en el infierno todo es rock and roll y guitarras eléctricas.
– ¡Eso es genial! y una pregunta ¿Por qué está Lennon en el infierno?
– ¿Por qué? ¿No recuerdas las declaraciones que hizo diciendo que los Beatles eran más famosos que Jesucristo?
– Sí, sí. Perfectamente.
– Pues a Dios no le sentaron nada bien esas declaraciones. Protege mucho a los suyos.
– Me habló muy mal de su hijo cuando estuve ante él.
– Sí, sabemos que no se llevan bien, pero es lo que hace el instinto paternal. Además, lo que más le jodió es que Lennon llevaba razón.
–¡Esto es una pasada!
– Por cierto, la gira de Lennon se llama “Imagine there´s no heaven”.
– ¡Muy ocurrente! ¡Sí señor!

Aquello parecía un sueño, no me lo podía creer. ¡Iba a ver un concierto de Lennon en el infierno! De haberlo sabido antes me hubiese pegado un tiro en vez de estar padeciendo con la enfermedad hasta el final.

– Estaré encantado de ir al concierto –dije–. No me lo perderé por nada del mundo. ¡Siempre ha sido mi ídolo!
– Pues te espero a las 22 en la sala Lucifer.

El demonio desapareció entre una gran bola de humo e impregnó el ambiente con un insoportable olor a azufre.

Me adentré por las cuevas rojizas y me metí en una plaza muy concurrida de gente. Vi a un hombre pasar por mi lado y le detuve.

– ¿Y tú qué has hecho para estar aquí? –pregunté.
– Inventé los abrefáciles de los tetabricks –contestó.

De pronto vi pasar a una rubia despampanante. Estaba buenísima. Nos miramos fijamente y ella me guiñó un ojo de forma maliciosa.

Al fin y al cabo no lo iba a pasar tan mal en el infierno.

La puerta mágica (relato audiovisual)

La puerta mágica (relato audiovisual)

El teléfono móvil que estaba encima de la mesa sonó con la melodía de un mensaje. Se escucharon unos pasos que se acercaban. Era Óscar. Cogió el móvil y miró la pantalla.

1 Mensaje recibido.
Leer.

Sofía amor:
"Cmo esta mi niño? Pasate a las 12 x mi ksa. Bsos"


Óscar se metió el teléfono en el bolsillo. Avanzó por la estancia hacia el perchero. Cogió una fina chaqueta y se la puso sin dejar de caminar. Hizo mutis por el pasillo. Se escuchó un tintineo de llaves. Una puerta se abrió y unos segundos después se cerró de un portazo. Después se escuchó el silencio.

 

LA PUERTA MÁGICA


La primavera había llegado. Los árboles de la avenida peatonal estaban poblados de hojas. Unas palomas se comían las migas de pan que una anciana tiraba desde un banco, y unas moscas revoloteaban sobre una mierda de perro que estaba en medio de la acera.

Óscar caminaba cabizbajo por la avenida. Miró su reloj sin perder el ritmo de sus pasos. Las 11:35. Luego volvió a fijar su mirada en las baldosas que pisaba. Pie izquierdo, pie derecho, pie izquierdo, pie derecho... lo mismo de siempre.

Óscar levantó la cabeza y vio a lo lejos algo raro en medio de la avenida. Hizo un gesto de extrañeza y siguió caminado. A medida que se acercaba pudo ver con más claridad qué era aquello. Se trataba de una puerta. Estaba en medio de la avenida. Tenía un pequeño marco pero no había ningún muro a los lados. Era bastante más alta y ancha que una puerta casera y tenía el travesaño arqueado. Parecía un arco del triunfo en miniatura.

Óscar se acercó a la puerta con pasos inseguros. Miro a un lado y a otro. Allí cerca estaba la anciana sentada en el banco y dando de comer a las palomas.

Óscar miró la puerta estupefacto como si fuera la cosa más absurda que había visto en la vida. Dio una vuelta alrededor de ella. Parecía que trataba de comprender por qué habían colocado una puerta tan inútil allí.

Trató de abrir la puerta por la parte contraria a la que había llegado. Giró el pomo pero estaba bloqueado. Dio la vuelta y miró el pomo opuesto. Se agachó y se percató de que tenía una cerradura. Aún así, sin muchas esperanzas, trató de abrirla. Al empuñar el pomo se dio cuenta de que en ese lado había colgado un pequeño letrero colgado que decía:

Esta es una puerta mágica, si la atraviesas llegarás al lugar que deseas.


Óscar miró el letrero con los ojos abiertos como platos. Lo releyó más de veinte veces. Miró a su alrededor; no había nadie por allí en ese momento, tan sólo la anciana de las palomas ajena a todo.

Se quedó absorto. Miró asustadizo a su alrededor. Vio a una pareja de transeúntes que se acercaban y se inquietó. Al llegar a su altura él fingió indiferencia, como si estuviese allí por casualidad. Miró de reojo cómo se alejaban. Cuando ya estuvieron lejos se acercó a la puerta y releyó el letrero mientras se rascaba la barbilla con el ceño fruncido.

Trató de girar el pomo de la puerta de forma suave. Al no poder abrirla se impacientó y giró el pomo repetidas veces como un maniático claustrofóbico que se había quedado encerrado en un cuarto oscuro. Apoyó un pie sobre la puerta para hacer palanca y forzarla. Pero era inútil. Desistió y retrocedió un paso. Tenía la respiración acelerada. Preso de la rabia propinó un puñetazo a la puerta y se hizo daño. Se miró sus nudillos. Los tenía raspados y sangraba levemente. No se le ocurrió otra cosa que limpiarse los nudillos con su camisa blanca.

Óscar se quedó inmóvil. Miraba la puerta y pensaba cómo podría abrirla. La anciana del banco tiraba pan a las palomas y se puso a hablar con ellas. Óscar la miró como si estuviera loca. Luego miró la puerta con deseo. Después se dio cuenta de que unos obreros estaban trabajando en una casa cercana. Salió corriendo hacia allí. Había un gran montón de ladrillos sobre un palé. Se acercó con cuidado y cogió un ladrillo enorme y volvió hacia la puerta.

Dejó el ladrillo delante de la puerta. Se remangó la camisa y los pantalones. Separó las piernas. Cogió el ladrillo y con todas sus fuerzas lo estrelló contra la cerradura. La puerta no cedió ni un solo milímetro. Óscar se enfureció y cogió el ladrillo con mucha más rabia y lo volvió a lanzar con tan mala fortuna que rebotó y cayó sobre su pie izquierdo. Oscar se agarró el pie dolorido. Tenía el rostro desencajado de dolor.


Pronto la avenida comenzó a llenarse de gente. Óscar estaba sentado y apoyado en la puerta. Llevaba los botones superiores de su camisa desabrochados. Se había quitado el zapato y el calcetín. Tenía manchas de sangre de sus nudillos por toda la ropa.

La gente pasaba de un lado a otro sin importarle la puerta ni el vagabundo que estaba sentado en ella. Apenas lo miraban de reojo y atravesaban ese muro invisible que separaba ambos lados de la puerta. Los transeúntes que caminaban rectos y se topaban con la puerta de cara simplemente la rodeaban y continuaban su camino. Óscar se quedó allí sentado contra la puerta y con la mirada perdida. Parecía fuera de sus cabales.

De pronto el sonido de su teléfono le hizo volver al mundo real. Lo sacó de su bolsillo y vio el nombre de Sofía en la pantalla. Óscar miró el reloj de su muñeca sin descolgar el teléfono. 14:34 . Se levantó con dificultades por culpa del pie dañado. La melodía del teléfono era la canción "We are the champions" de Queen. Óscar volvió a leer el letrero de la puerta muy serio. Suspiró lentamente. Miró a su teléfono durante unos segundos y después colgó. Volvió a mirar el letrero y con rabia lo arrancó y se lo metió en el bolsillo.

Se hizo de noche. Óscar se sentó debajo de un árbol que estaba enfrente de la puerta. No dejaba de mirarla. En sus manos tenía el cartelito que había arrancado. Le daba vueltas y vueltas con los dedos y de vez en cuando lo leía.

Esta es una puerta mágica, si la atraviesas llegarás al lugar que deseas.


Alzó la vista y vio a la anciana de las palomas levantarse de su banco. Llevaba todo el día allí dando de comer a las palomas. Ambos se cruzaron la mirada. Ella le hizo un gesto de despedida con la mano que él no devolvió. Se inquietó, ella era la única que había presenciado todo lo que había hecho ese día. La vio marcharse y observó que comenzó a hablar sola. La miró con desprecio e hizo un resoplido que expresaba un: "está como un cencerro".

Óscar miró hacia la puerta y su teléfono móvil sonó con la melodía de un mensaje. Lo sacó de su bolsillo para ver de quién era.

1 mensaje recibido.
Leer

Sofía amor:

"Se puede saber dónde estás? No has venido! He llamado a tu casa y tampoco me coges el teléfono. Haz el favor de venir a buscarme o llámame cuanto antes. Estoy preocupada"


Óscar se metió el teléfono en el bolsillo y continuó mirando la puerta. Los grillos cantaban. Su tripa rugió. Tenía hambre. Se llevó la mano a la barriga. Miró hacia la puerta como quien no quiere alejarse de ella. Quería comer. De pronto reparó en las migas de pan que la anciana de las palomas había dejado esparcidas por en el suelo. Se levantó y se acercó a ellas. Se aseguró de que nadie pasaba por allí. Se agachó y se las llevó a la boca. No dejó ni una. Después volvió a recostarse en el árbol que estaba y se puso a mirar la puerta fijamente.

No se sabe cuánto tiempo pasó. El viento soplaba. De pronto, una música lejana llamó la atención de Óscar. Se giró y vio a un grupo de gente uniformada que tocaban diversos instrumentos. Iban precedidos por un hombre vestido de negro que llevaba la cara pintada de blanco y caminaba de forma un tanto pintoresca. Cuando se acercaron pudo ver que se trataba de una banda de música y que el hombre de delante era un mimo que llevaba una alfombra enrollada debajo del brazo. Óscar se levantó y los miró desconcertado. El mimo se acercó a él y le sonrió al tiempo que pestañeaba exageradamente. Después se dirigió hacia la puerta y hábilmente desplegó la alfombra con un impulso y se desenrolló por el suelo hasta acabar justo en la puerta . La banda de música avanzó y se situó justo a un lado de la alfombra mientras tocaban música festiva. Sonaban los bombos, los platillos, los trombones y las trompetas. El mimo extendió los brazos y volvió a sonreír. Se acercó a Óscar y con un gesto le invitó a seguirle. Lo acompaño hasta el extremo de la alfombra y con las dos manos le invitó a seguir caminando. Óscar se contagió de la alegría que desprendía el mimo y la música. Avanzó por la alfombra junto al mimo. Al llegar a la puerta el mimo se apartó y sacó una llave del bolsillo y se la entregó a Óscar e hizo un gesto invitándole a abrir la puerta.

En ese momento la banda comenzó a tocar la canción We are the champions. El mimo se llevó las manos a los bolsillos y haciendo aspavientos de felicidad comenzó a tirar confeti. Óscar introdujo la llave. La rodó. Giró el pomo y la puerta se abrió. Por el umbral salió humo y una luz cegadora. Miró atrás, hizo un gesto de adiós con la mano al mimo y se adentró en la puerta entre el humo, la luz y el confeti.


Óscar abrió los ojos. Estaba tumbado sobre el árbol. Su teléfono sonaba la melodía We are the champions. La puerta seguía allí enfrente. Ya había amanecido. Miró su reloj. 07:27. Sacó el teléfono del bolsillo. Era Sofía. Colgó el teléfono con desdén y se lo guardó . Miro hacia la puerta. La anciana de las palomas se acercó hacia su banco y se sentó. Abrió su bolsa de pan y comenzó a tirar migas. Óscar la miró con desprecio.

Óscar se levantó. Tenía un aspecto desaliñado. Llevaba el pelo deshecho, los pantalones sucios, la camisa llena de sangre, la chaqueta arrugada y el pie izquierdo descalzo. Se acercó a la puerta. Miró el espacio donde colgaba el cartelito que arrancó. Estaba triste. Miró el pomo de la puerta. Cerró los ojos. Le vino la imagen del sueño en la que entraba feliz por la puerta entre el humo, la luz y el confeti. Abrió los ojos. El Sol brillaba más. Tomó el pomo de la puerta y lo rodó. La puerta se abrió con un molesto chirrido propio de una puerta vieja. Desde dentro no salía humo ni luz. Empujó la puerta un poco más y dio un paso hacia adentro. Atravesó el umbral lentamente y avanzó unos cuantos pasos.

Su rostro expectante se fue transformando poco a poco en una mueca de decepción. Miró a un lado y a otro esperando algo. Pero no ocurría nada. El silencio se hizo violento.

Miró al suelo con las manos apoyadas en las caderas. Después levantó la vista al cielo y se le escapó una lágrima mientras se mordía el labio inferior.

Tras permanecer un tiempo parado, vaciló y sacó el teléfono móvil.

Menu. Agenda. Letra S.

Sofía Amor.


Se llevó el teléfono al oído mientras derramaba otra lágrima y reemprendió el caminó que abandonó el día anterior.

La puerta seguía abierta.

La anciana de las palomas se levantó del banco y se fue hacía la puerta. A través del umbral vio a Óscar alejarse. Cuando se perdió de vista cerró la puerta. Sacó una llave de su bolsillo y la cerró a cal y canto. Después rebuscó en su bolsa de pan. Sacó un letrero y lo colocó en el mismo lugar en el que estaba el anterior.

En el letrero se podía leer lo siguiente:

Esta es una puerta mágica, si la atraviesas llegarás al lugar que deseas.


Después la anciana se dirigió a su banco. Se sentó, y continuó dando migas de pan a sus palomas.

Pd: Ahora que las visitas han aumentado consdierablmente, quiero decir que si hay algún productor multimillonario que se haya dejado caer por aquí al cual le haya gustado este proyecto, que se ponga en contacto conmigo a través de la dirección: entierrafirme@hotmail.com  Calculo que con 2000 euros podríamos realizar este corto. Lo cual es bastante rentable si pensamos en el beneficio y en los premios que nos darán por una genialidad como esta. 

Una historia de Neanderthal

Una historia de Neanderthal Hace treinta mil años, en un poblado que ahora conocemos con el nombre de Neandertal, se produjo un hecho que cambiaría el rumbo de la historia y que a continuación les paso a relatar.

Era una mañana soleada de verano, los gorriones piaban en sus nidos y las ranas croaban en la charca. En el planeta Tierra se respiraba aire puro, los continentes estaban repletos de frondosos bosques vírgenes y la naturaleza seguía su curso natural. Estamos hablando de la época en la que los especuladores urbanísticos tan sólo podían comercializar con cuevas.

Y precisamente, desde una cueva salían unos acalorados gritos de una mujer. Nos acercamos a la cueva haciendo un travelling con la cámara. (¿Qué pinta un comentario técnico como este en un relato de ficción?)

- ¡Vamos empuja! ¡¡Empuja!! - le animaba una comadrona a la parturienta.
- ¡¡¡AAAAHHHHHHHHH!!!

Fue un parto rápido y sin complicación alguna. No fue necesaria la cesárea.

- ¡Es un bebé precioso! – dijo la comadrona.
- ¿Es niña o niño? - preguntó la madre desde su lecho.
- ¡Es un niño!

La comadrona le dio la criatura a su madre, que lo acogió en su regazo colmada de felicidad. La madre y el padre miraban emocionados a su primer hijo. Después, la madre, con un gesto de amor, le pasó el bebé su marido, el cual lucía un esplendoroso atuendo de piel de ciervo, los cuales estuvieron muy de moda en aquella temporada primavera-verano.

El padre estaba entusiasmado ante la idea de tener un hijo varón, así podría enseñarle a cazar, a pescar, a construír herramientas y, sobre todo, a convertirse en un gran futbolista de élite.

Pero de pronto el padre cambió la feliz expresión de su rostro.

- Dios mío -dijo el padre- ¿No te has dado cuenta de cómo es el niño? – preguntó bastante preocupado.
- ¿Qué le pasa? -preguntó la madre extrañada.
- ¿No te das cuenta? Este niño es diferente.
- ¿En qué?
- Fíjate, tiene la cabeza más ancha, tiene la nariz más grande, tiene menos pelo en el cuerpo de lo habitual...
- No digas tonterías cariño, eso es porque acaba de nacer.
- No, mi vida, sé lo que me digo, este niño es diferente. Cariño, no es por nada, pero creo que has parido a un mutante.
- ¿Un mutante? ¿Qué estás diciendo?
- Pues que este bebé ha sufrido una mutación genética, es un eslabón más en la evolución del hombre.
- No entiendo nada, me estás asustando.
- Lo que te quiero decir, cariño, es que acabas de parir a un homo sapiens sapiens.
- ¡Dios mío! ¿Y eso es bueno o malo?
- Pues no sé qué decirte, la única diferencia es que él será mucho más inteligente porque tiene una masa encefálica muy superior a la nuestra.
- ¡Oh dios mío!
- Pero lo peor... no sé si debería decírtelo... – y vaciló.
- ¿Qué? ¡Dímelo por favor! ¡Necesito saberlo! -dijo ella desesperada.
- Este niño tiene alma -lo dijo como el que anuncia una terrible noticia, se podía escuchar ese silencio característico que puebla todo después de un gran mazazo.
- ¿Me puedes decir en qué consiste eso del alma?
- Sí, claro. Resulta que dios nos utilizó a nosotros como escala evolutiva para llegar al hombre que él quería, a su imagen y semejanza. Y ese hombre es como nuestro hijo, un homo sapiens sapiens que posee un alma inmortal, indivisible e inmaterial.
- ¡Oh no! ¡Eso es terrible! – dijo la madre horrorizada.
- Eso no es todo querida, cuando el niño muera seguirá viviendo porque su alma viajará hasta el purgatorio. Allí deberá permanecer durante muchos años hasta que venga a la Tierra el hijo de dios y se sacrifique en una cruz por los homo sapiens sapiens. Hasta que esto no ocurra no se abrirán las puertas del cielo, que es un lugar maravilloso donde las almas de los justos permanecerán el resto de la eternidad.
- ¿Y qué sucederá con las almas de los que no son justos?
- Los que no son justos, querida, irán a un lugar llamado infierno, que está lleno de fuego y torturan a las almas impuras hasta el fin de los tiempos.
- ¡Oh dios mío! ¿Por qué nos ha tenido que pasar esto a nosotros? -clamó al cielo la madre.
- No te preocupes, querida, esto antes o después tenía que suceder.
- ¡No! Yo quiero que me hijo sea un niño normal. Quiero que cuando muera todo se acabe, no quiero que tenga que estar viviendo eternamente. ¿Qué hemos hecho mal cariño? ¿Por qué nos suceden estas cosas?
- No hemos hecho nada mal. La evolución tiene estas cosas, de vez en cuando hay mutaciones genéticas y los bebés nacen con atributos diferentes, unas veces para mal y otras veces para bien, como nos ha pasado a nosotros.

En ese instante entraron dos vecinas de la cueva de al lado, querían conocer al nuevo bebé.

- ¡Hola! ¿Cómo ha ido todo? -preguntó una que tenía rulos de hueso en la cabeza.
- Mal –respondió la madre.
- ¿Qué ha pasado?
- El niño tiene alma.
- ¡Oh no! – dijo una de las vecinas.
- ¡Santo Dios! ¡Qué desgracia! –dijo la otra.
- ¿Por qué? ¿Por qué me pasan estas cosas? – lamentó la madre entre sollozos.
- Tengo una idea –dijo una de las vecinas– puede que aún estéis a tiempo de salvarle, ¿Por qué no lanzáis al niño por un despeñadero antes de que su alma se despierte? Tengo entendido que jurídicamente las personas no son personas hasta que no pasan 24 horas desde su nacimiento. Igual consigues que tu hijo muera en paz y no tenga que sufrir para el resto de la eternidad. Pero, sobre todo, evitariais que futuras generaciones tuviesen alma.
- Efectivamente –dijo el padre–, si este niño tiene descendencia transmitirá genéticamente su desdicha. En su ADN figura la existencia del alma y eso se transmitirá a todas las generaciones futuras.
- ¡Cariño! ¿Cómo puedes decir eso? ¡Nuestro bebé tiene derecho a vivir! ¿Por qué lo tendríamos que lanzar por el despeñadero? ¿Por ser diferente? Además, si lo que dices es cierto y el niño es más inteligente no hay por qué preocuparse, no tendrá descendencia pues nadie querrá hablar con él de filosofía ni de nada. Las hembras, por lo general, nos vamos con los que tienen el troncomovil tuneado.
- ¿Y si el niño aplica su inteligencia en maquear su troncomovil? ¡Se las llevará a todas de calle! -apuntilló el padre.
- ¡Oh no! –se lamentó de nuevo desconsolada.
- Me temo que el niño ya tiene su alma dentro de sí -siguió diciendo el padre- por mucho que lo sacrifiquemos vivirá en el purgatorio hasta que en el año cero muera el hijo de dios –dijo el padre.
- ¡Pobrecillo mi hijito! ¿Y en qué año estamos?
- Estamos en el año treinta mil antes de Cristo.
- ¿Tanto tiempo tiene que estar mi hijito en el purgatorio? ¡Oh no! –La madre seguía llorando desconsoladamente.

En la puerta de la cueva apareció el Profesor Andreu, el inventor de la época.

- ¿Es cierto que ha nacido un mutante? –dijo al entrar.
- ¡No llames así a mi hijo! También es persona, además, será más inteligente que tú.
- No creo que sea mucho más inteligente que yo. Últimamente estoy inventando cosas que serán muy útiles a la humanidad. ¿Sabéis cual es mi último invento?
- Dinos.
- He inventado una cosa llamada poesía.
- ¿Y eso qué es? -preguntó una vecina.
- Pues es una forma de recitar palabras de forma ordenada en la que tienes que hacer versos con rima asonante o consonante, o si lo prefieres sin rima. Que también hay otra modalidad de versos libres.
- Eso no sirve para nada, ¡sólo inventas cosas inútiles! Este invento es lo peor que has hecho desde que te dio por pintar animales en la pared de tu casa.
- ¿Cómo que no sirve para nada? Con este invento podremos expresar los dolores y desventuras del alma.
- ¿Has dicho alma? –respondió el padre– ¡Pero si tú no tienes alma!
- Ya lo sé, pero eso hará que las futuras generaciones con alma puedan expresar lo que sienten.
- ¿Quieres decir que mi hijo será poeta? – preguntó la madre preocupada.
- Puede serlo, perfectamente.
- ¡Oh no! ¿Por qué? ¿Por qué me tienen que pasar a mí todas las desgracias del mundo? ¡Voy a tener un hijo poeta!
- Tranquila amor mío, piensa que podría haber sido peor si hubiese sido torero –dijo el padre.
- ¡Torero! ¡Siempre he querido tener un hijo torero! Un torero al menos mata a animales con arte y nos trae comida. ¿Por qué dices que hubiese sido peor?
- Porque los toreros torturan a los animales indefensos y se divierten con eso.
- ¿Y cuando tú sales a cazar los animales no sufren?
- Es distinto, yo cazo para comer y no para dar un espectáculo.
- Pero los animales sufren igual, además, siempre estas contando batallitas de tus cazas de mamuts como si fuese un espectáculo.
- Lo que yo hago es distinto amor mío. Los toreros son seres sin escrúpulos que matan para aumentar su ego y su fama y, así, conseguir que todas las aficionadas taurinas quieran acostarse con ellos.
- Pues no es mala idea que ligue más siendo torero, así me dará mas nietecitos.
- Sí, nietos con alma...

Continuaron hablando de los pros y los contras de tener a un hijo torero, pero la madre seguía muy preocupada con el hijo. Ella lo miró amargamente y dijo:

- Amor, ¿Qué bebiste cuando engendramos? ¿Por qué ha salido así el niño?
- ¿Ahora se llama engendrar? Cariño, el alcohol todavía no existe. No es culpa mía, es la voluntad de Dios. Él ha querido elegirnos a nosotros como herramienta para evolucionar la especie. Piensa en la relevancia de este nacimiento, en un futuro nos recordarán como los padres del humano moderno, nos recordarán una vez al año, harán fiestas en nuestro honor, montarán belenes con cuevas en las que apareceremos nosotros y el niño recién nacido, y cantarán villancicos que relatarán esta historia.
- ¿Por nosotros? – preguntó extrañada la madre – Nosotros no merecemos que nos rindan un homenaje así, eso lo deberían hacer, en todo caso, con la madre de dios, pero no con nosotros.
- ¿Cómo que no? ¿No es igual de importante haber dado a luz al hijo de dios que haber dado a luz al primer homo sapiens sapiens con alma? ¡Nos tienen que recordar!
- Mira amor mío, a mí me parece que sólo dices tonterías. ¿Por qué motivo las futuras generaciones iban a celebrar esta desgracia?
- Es lógico, la gente lo hará. Se deben celebrar estos acontecimientos.
- Yo creo que sí que lo harán –dijo Andreu el inventor.
- ¿Lo ves cariño? Andreu me da la razón.
- Sí, estoy convencido de que deben celebrar este acontecimiento -dijo Andreu el inventor- y para ello deberían cantar villancicos como este:

En una cueva lejana,
Hay estrellas, Sol y Luna,
El hombre de Neandenthal
Y un mutante en una cuna

Y al unísono cantaron todos:

Ande, Ande, Ande, la marimorena, ande, ande, ande que la noche es buena.

Todos estallaron en una carcajada. El ambiente ya no estaba tan cargado. Parecía que a todos se les había olvidado que acababa de nacer el hombre moderno. Al fin y al cabo es comprensible, si hoy en día todavía ignoramos los principales problemas del mundo ¿Qué se puede esperar de un Neandenthal con una mente mucho menos evolucionada?


- Bueno gente -dijo Andreu- tengo que despedirme de vosotros y ponerme a trabajar. Estoy escribiendo un libro que en un futuro lejano se convertirá en un best seller y estoy seguro de que lo verán por todo el mundo a través de unos aparatos, que no me cabe duda que inventarán, con los que emitirán imágenes y sonidos a largas distancias.
- ¿Y como se llamará tu best-seller?
- Pasión de Gavilanes.
- ¡Por dios! Es un nombre feísimo. Te ruego que te marches y dejes de contarnos tus ridículas ocurrencias.
- De acuerdo. Adiós familia, y enhorabuena -y se marchó.

Acto seguido se marchó la comadrona y las vecinas. Solo se quedaron los tres, la madre a la derecha del niño arrodillada, el padre a la izquierda con un enorme bastón en la mano y el niño, en el centro, descansado en algo muy parecido a un pesebre.

- Oye -dijo la madre- creo que no es tan malo haber parido a un hombre con alma.
- Ya se verá cariño, yo espero que este nacimiento haga bien a la humanidad.
- Sin duda alguna lo será -contestó la madre más calmada-. Pero hay algo que no logro entender.
- ¿El qué?
- ¿Cómo sabes tantas cosas?

El saber no ocupa lugar

El saber no ocupa lugar
En una habitación hay colgada una orla de licenciados en filosofía de la universidad de Valencia. En una de esas fotos está él, Oscar, con semblante sonriente.

Oscar está tumbado en su cama, las sábanas son blancas, las paredes blancas, su ropa blanca. Su tripa ruge, es mediodía, hora de comer. Se levanta y se dirige a su cocina blanca. Abre su nevera blanca y ve que no hay ni un solo alimento. Tan sólo hay un libro blanco en una de las rejillas. Lo coge, es la crítica de la razón pura de Kant, lo pone en un plato. Coge un salero y sazona el libro como si fuera lo más normal del mundo. Mete el plato con el libro dentro del microondas blanco, programa el tiempo y cierra el microondas. Pasa el tiempo, suena la campanita del microondas, saca el plato con el libro calentado y se va al comedor. Pone el plato sobre la mesa, coge una servilleta y se la pone sobre su camisa blanca para no mancharse. Coge un cuchillo y un tenedor y mira al plato con ganas de devorarlo. Pero su rostro cambia, le invade una tristeza enorme, parece que va a llorar. El libro ha desaparecido del plato y ahora tan sólo están las espinas de un pescado. Sigue teniendo hambre, pero no puede comer.

Se levanta de la silla, se sienta en su sofá gris y enciende la tele. En la tele aparece el presentador del programa Saber y ganar, y anuncia una pregunta en la que los concursantes podrán ganar miles de euros si responden correctamente. La pregunta es la siguiente: ¿En qué libro de Kant se expone la tesis de que religión y moralidad pueden fundarse en la razón?

Oscar observa el programa con indignación, su rostro se vuelve iracundo, no lo soporta más, se le hinchan las venas de la frente y se levanta de un arrebato. Se acerca al televisor, arranca los cables de cuajo, lo coge, se dirige al balcón que está en esa estancia y lo lanza con rabia. Se escucha un estruendo enorme. Los transeúntes se paran alrededor del televisor y miran hacia arriba, no ven a nadie, chismorrean entre ellos. Se ve a Oscar que ha bajado de su casa y pasa por al lado de ellos, los mira con desprecio y pasa de largo.

Oscar se dirige al supermercado, pero en la puerta ve a un mendigo que pide para comer. Se detiene delante de él y lo mira con piedad, piensa que hay gente que está peor de él. En un alarde de infinita generosidad saca el libro de Kant y lo pone en su cuenco de monedas. El mendigo lo mira extrañado, no entiende por qué le ha dejado un libro, coge el libro y lo abre, agita sus hojas y ve que no cae nada de valor de dentro de ellas, el mendigo se cabrea y le lanza el libro en la cabeza y le insulta. Oscar lo mira muy sorprendido, hace gesto de no entender cómo alguien rechaza algo tan valioso, como si le hubiera dado un billete de 500 euros. Recoge el libro del suelo, se lo mete en el bolsillo y entra en el supermercado.

Luego pasea entre las estanterías del supermercado, ha llenado su cesta con un paquete de pasta y un bote de tomate. No le hace falta más. Pero pronto se cruza con una joven de buen ver que va de negro, lleva una caña de pescar levantada, en el anzuelo cuelga un letrero que dice: Compra algo que no necesites. Oscar la ignora, le da la espalda, se mete en otro pasillo y se le encuentra de frente acercándose hacia él. Él se asusta y vuelve atrás por otro pasillo y vuelve a encontrarse con ella de cara. Tiene un semblante siniestro y amenazante, su cara está llena de sombras. Oscar no sabe qué hacer, mira a su alrededor y ve unas chocolatinas, las mete en su cesta y vuelve a mirar a la chica de negro. Ella dibuja una leve sonrisa y se marcha con su caña de pescar.

Luego se dirige a la caja. Pone lo que ha comprado sobre la cinta, la cajera le indica el importe de la compra señalando la pantalla electrónica. Oscar mira con indiferencia el importe y como si sacase un billete de su cartera saca su libro, arranca una hoja y se la da a la cajera. La cajera mira estupefacta la hoja y no sabe si echarse a reír o asustarse por estar ante un loco, así que se gira buscando con la mirada al guardia de seguridad, el guarda de seguridad la ve, ella levanta la mano y le hace un gesto de que se acerque. Oscar ve que se acerca el guardia de seguridad a por él, se siente amenazado y antes de que llegue se lanza a correr para que no le coja. El guardia de seguridad sale corriendo detrás de él. Oscar sale a la calle y sigue corriendo, va en contra dirección de toda la muchedumbre, nadie camina en la misma dirección que él. Atraviesa un paso de cebra en el que sólo pisa las líneas negras, el resto de la gente pisa las franjas blancas. El guardia de seguridad se ha quedado atrás y deja de perseguirlo para volver a su puesto.

Oscar sigue corriendo un poco más y cuando dobla la esquina cae rendido de cansancio, se apoya sobre sus rodillas y resopla. Mira a su lado y ve un cartel que dice: Se ofrece empleo. Se reincorpora, está oscureciendo, sobre él se ve el cielo crepuscular. Se planta delante de la puerta donde ofrecen un empleo y tras dudar unos segundos entra.

Aparece en una estancia muy oscura y muy negra. En la pared ve un letrero en el que pone “Oferta de trabajo” y una flecha que apunta a unas escaleras que bajan. Casualmente sobre el letrero se encuentra la luz de emergencia con la inscripción “Salida de emergencia” que apunta hacia las mismas escaleras. Oscar baja las escaleras y encuentra una estancia similar, pero más deteriorada y más oscura, encuentra un cartel que indica que tiene que bajar por otras escaleras. Baja y aparece en otra estancia mucho más deteriorada, las paredes llenas de manchas y suciedad, un cartel le indica que baje. Llega abajo del todo, hay un pasillo oscuro en el que hay una tubo de luz que funciona a intervalos, al final del pasillo hay una puerta en la que dice “oferta de trabajo” y sobre la que se sitúa la luz de emergencia con el letrero de “salida de emergencia”. Con pasos temerosos avanza, la luz se enciende y se apaga, él está sucio y sudoroso. Abre la puerta con miedo y se adentra.

En la habitación hay una mesa redonda iluminada desde arriba, el fondo es negro, muy negro. Hay un hombre sentado que lleva un sombrero y un puro en la boca. Oscar lo mira y el señor le ofrece el asiento que está situado enfrente de él. Oscar se sienta y espera. El señor con sombrero saca un fajo de billetes del bolsillo y los agita. Se los acerca a Oscar y él se dispone a cogerlos, de pronto le aparta los billetes, le niega con la cabeza. Saca de otro bolsillo una pistola y se la da. Oscar la coge y no sabe qué hacer con ella. El señor con sombrero hace un gesto con la mano como apuntándose con una pistola en la sien y disparando, invitándole a hacerlo. Oscar, tras muchos titubeos, coge la pistola y se la coloca en la sien. El señor con sombrero se levanta, le da unas palmaditas en el hombro y se marcha de la estancia. Oscar cierra los ojos, se da un disparo y se cae al suelo. Se ve un reloj en el que pasan siete horas, más una extra. Cuando pasa ese tiempo Oscar abre los ojos y resucita, pero la herida no se le ha ido de la cabeza, con gesto confuso se levanta, lee un letrero en el que dice “hasta mañana” y abandona la estancia.

En el suelo ha dejado olvidado su libro, sobre el que sopla un viento procedente de ningún lugar que hace pasar las páginas que ahora están en blanco.

Rosa

Rosa
Había quedado con Rosa en el bar de siempre. Tenía ganas de verla, los dos días que habían pasado desde la última vez que nos vimos me parecían una eternidad. Ella era muy especial para mí. Pensaba todo el día en ella; me despertaba pensando en ella, me acordaba de ella en cada acción que hacía a lo largo del día, en el reproductor de mp3 tan sólo ponía las canciones que habíamos escuchado juntos; cada vez que me vestía, aunque no la fuera a ver, pensaba si a ella le gustaría lo que me iba a poner. Quería gustarle, era lo único que me preocupaba en la vida.

No hacía mucho me dijo que ella también pensaba mucho en mí, que hablaba de mí a todo el mundo, que sus amigas le decían de broma que se ponía muy pesadita cuando se ponía a hablar de mí. Eso me halagó mucho. Parecía que ella iba sintiendo por mí lo mismo que yo por ella. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien con una chica, ella me inspiraba confianza y seguridad, algo que no había hecho ninguna hasta el momento.

Llegué al bar antes que ella pero no quise entrar, prefería esperarla en la puerta pese al frío que hacía. Hundí mi cuello entre la chaqueta y la bufanda, levanté los hombros y metí las manos en los bolsillos para resguardarme del frío mientras miraba a un lado y a otro. Tras cinco gélidos minutos de espera interminables la vi aparecer. Dejé de apoyarme en la pared y me incorporé para ver cómo se acercaba. Estaba más guapa que nunca. Intenté disimular mi alegría al verla, escondí mi sonrisa tras la bufanda, aunque sospeché que se notaba. Cuando me vio sonrió, llevaba un gorro blanco que contrastaba con su fino pelo moreno. Llevaba una chaqueta de plumas, pero se podían adivinar las insinuantes curvas de su cuerpo. Simplemente era perfecta.

Nos dimos dos besos y entramos. Nos dirigimos al rincón y nos sentamos en unas banquetas que tenían un tapizado de piel de vaca. Ella se quitó la chaqueta y disimuladamente miré su adorable cuerpo. Cuando me miró desvié la mirada, pero no dejé de fantasear con ella. ¿Llegaría el día en el que caería rendida a mis brazos? Comencé a imaginar cómo sería ese momento que tanto ansiaba.

- Ariel -me diría-, tengo que confesarte algo, es algo que no puede permanecer dentro de mí más tiempo o estallaré, verás... eres el hombre de mi vida. He estado mucho tiempo ocultándolo pero no puedo más, te quiero Ariel, desde el primer momento en el que te vi. No puedo soportar estar un día sin ti.
A lo que yo le respondería:
- Yo también siento lo mismo, desde que te vi que quise conocerte, sabía que eras mágica, que no eres como las demás. Yo también he sentido lo mismo que tú durante este tiempo.
Entonces nos besaríamos y seríamos felices.

¿Pero cuándo llegaría ese día? Tenía la esperanza de que hoy fuera ese día y si no lo era al menos quería decirle algo, pero no sabía si me atrevería. Siempre fui un cobarde.

Veía las miradas que le arrojaban otros tíos que estaban en el bar. Era imposible no fijarse en ella, era realmente guapa. Se notaba que a todos les encantaría follársela, luego me miraban a mí y hacían un gesto de no comprender por qué una tía así estaba con alguien como yo. La diferencia entre ellos y yo es que yo no era un cerdo ni un salido, o quizás sí, pero al menos lo disimulaba. Realmente la quería, quería protegerla, cuidarla y ofrecerle lo mejor de mi persona. Para mí no era un trozo de carne más.

Quería decirle lo que sentía por ella, pero estaba seguro de que ella ya lo sabía, a veces no hacían falta las palabras para expresar lo que uno siente. Mi mirada y mis gestos se lo decían, era imposible que ella no lo supiera. Y lo que era más esperanzador, ella lo sabía y estaba conmigo. ¿Por qué estaba conmigo y no estaba con otro? Podría irse con otro, con quien le diese la gana, pero no, seguía allí, conmigo, pese a que sabía que me gustaba. Eso sin duda significaba algo, no quería hacerme ilusiones pero podría darse la quimérica posibilidad de que yo también le gustase. No hacía mucho me mandó al final un mensaje un TQ y eso no se lo mandaba a cualquiera. Yo inmediatamente le contesté y también le puse un TQ al final acompañado de unos besos. No había noche que no nos mandábamos un mensaje deseándonos las buenas noches. Sin duda esta historia prometía, todo estaba a mi favor, pero no me atrevía a dar el paso, seguía siendo el mismo inseguro de siempre.

Pedimos unas bebidas, ella una cocacola y yo una cerveza. Era muy habladora, una vez estuvimos cinco horas hablando por teléfono, me dijo que era su record, que nunca antes había estado hablando con alguien tanto tiempo. Ahora me hablaba de los problemas que tenía con su amiga, una que dejó de hablarle sin motivo alguno. Me gustaba escucharla y siempre estaba atento a lo que decía. Quería quedarme con todos los detalles de las cosas que me contaba para poder darle algún consejo útil cuando me preguntase qué podía hacer, quería ayudarla y que se diese cuenta de que conmigo no iba a tener problemas, que yo podría ayudarla a solucionarlos todos con mi sabiduría y experiencia. Debía impresionarla con alguna frase reveladora y comencé a rebuscar en mi memoria alguna frase impactante de uno de esos libros místicos que me leía, seguro que le encantaría. Debía tratar a toda costa de demostrarle que yo era alguien especial.

Pero antes de decirle lo que sentía debía tantear el terreno, tenía que estar seguro de que yo también le gustaba. Pero no sabía cómo hacerlo. Lo único que se me pasó por la cabeza fue preguntarle cómo le fue el fin de semana.

- Uff, te tengo que contar muchas cosas. No sé por dónde empezar. ¿Te acuerdas del chico que iba a mi clase con el que me reencontré?

Recordaba la historia perfectamente. Se trataba de un chico que iba a su clase cuando ella tenía poco más de diez años y que entonces le gustaba. Perdieron el contacto cuando se fueron al instituto. Pero no hacía mucho se encontraron por casualidad, se saludaron, se preguntaron por sus vidas y como puro trámite se intercambiaron teléfonos y direcciones de correo. Desde entonces hablaban por messenger y ella supo que él tenía novia. Pese a eso, el chico no dejaba de invitar a Rosa a su casa para recordar viejos tiempos. Ella preguntaba ingenuamente por qué quería quedar en su casa y él dijo que así era mejor, porque la gente no podría pensar nada malo si les veían en alguna cafetería y su novia no se enfadaría. Sin duda alguna se la quería follar y le puse alerta al respecto cuando me lo contó. Ella tomó nota de mi consejo y desde entonces le daba largas cada vez que le invitaba a su casa.

- Claro que lo recuerdo, ¿Qué pasa? ¿Has quedado con él? - pregunté interesado. La historia con él se había convertido en un culebrón, ambos nos divertíamos comentando la poca vergüenza que tenía el chico por tener novia y que le tirase los tejos a ella.
- No, mucho peor.
- ¿Qué ha pasado? - pregunté ansioso y extrañado.
- Pues como te comenté no paraba de invitarme a su casa. Yo no quería ir y le decía que si quería quedar conmigo tenía que ser en un sitio público, pero ante su negativa decidí vengarme. Así que quedé con su mejor amigo.
- ¿Con su mejor amigo? ¿El garrulo que te presentó por el messenger?
- Sí, ese.
- ¿Y qué ha pasado?
- Prefiero no hablar de ello.
- ¿Cómo que no?
- No lo he asimilado todavía.
- ¿Cómo que no lo has asimilado? ¡Cuéntamelo! ¿No confías en mí?
- Si no es que no confíe en ti, es que no me apetece hablar de ello.
- ¿Qué pasa? ¿Os liasteis?

Estaba acostumbrado a que ella me contara historias de tíos que le acechaban. Era normal en una tía así que doscientos tíos al día intentasen abordarla. No era nuevo para mí. Pero esto me estaba resultando muy sorprendente. Ella me miró con cara de cordero degollado y asintió con la cabeza.

- ¿Cómo has podido? ¡Si me dijiste que era un garrulo!
- Ay, no sé. No quiero hablar de ello.
- Pero cuéntamelo, si no pasa nada, si aquí hay confianza -quería saber qué sucedió allí.
- No, no, si no es por falta de confianza, simplemente ahora no es el momento de contarlo.

Respiré hondo. Estaba confuso. Un cuchillo afilado estaba atravesando mi pecho. Di un trago a la cerveza y me giré para ver cómo jugaban al billar. El chico que jugaba apuntó a la bola blanca, lanzó y metió una bola lisa. Se disponía a lanzar otra bola...

- ¿No dices nada? - me preguntó.
- Emm, si no me cuentas qué ha pasado no puedo decir nada -respondí.

Seguí mirando la partida de billar, no quería que se notase que me estaba rompiendo por dentro, debía disimular, no quería parecer un imbécil derrotado. Tenía que parecer como si a mí no me importase con quién se liara ella, no podía soportar la idea de que ella notase el disgusto que estaba invadiéndome. Me horrorizaba que se diese cuenta de que soy un gilipollas. Di otro trago a la cerveza y la dejé sobre la mesa sin soltarla. La miré a ella.

- Dime algo ¡No te quedes así! –insistió.
- Bueno, de momento no digo nada. Ya me lo contarás cuando estés preparada -dije fríamente. Todas las frases que había pensado para ella se habían esfumado de mi cabeza. No imaginaba que acabaría dándole consejos sobre otro tío.

Seguía con el botellín de cerveza en mi mano. Estaba nervioso. Presioné muy fuerte la botella. De haber sido de plástico la hubiese destrozado. Quería salir de allí pero ante todo no quería que percibiera mis sentimientos. Estaba muy tenso. Miré la botella y me dieron ganas de estrellarla contra la pared y dar un grito, pero debía aguantarme, al fin y al cabo yo sólo era un imbécil que se había hecho ilusiones con la tía más guapa de la ciudad, debía volver a mi lugar solitario y recordar que yo nunca iba a gustarle a una chica así, que ellas prefieren a los chulos de playa, a los imbéciles, a los descerebrados o los garrulos.

- Bueno, pues hablemos de otra cosa -dijo ella.
- De lo que quieras -contesté yo.
- ¿Estás mejor del resfriado? -preguntó.

Hice de tripas corazón y continué la conversación como si nada. La tensión continuaba en mí y quité todas las etiquetas de la cerveza poco a poco, las doblé, las enrolle e hice miles de figuras con ella. Tan sólo deseaba irme de allí.

Estuvimos dos horas allí metidos. Yo no iba a decir que quería irme, en ningún momento debía notarse mi malestar, así que fue ella la que sugirió que nos fuéramos a lo que accedí gustosamente. Salimos, cada uno había aparcado en un extremo de la calle, así que tuvimos que despedirnos y nos dimos dos besos.

- ¿Y mañana qué? -me preguntó.
- ¿A qué te refieres?
- ¿No te acuerdas? La semana pasada me dijiste que me ibas a invitar al cine.
- ¡Ah! ¡Es verdad! Mañana te doy un toque y quedamos ¿vale?
- Vale, ¡hasta mañana bonico!

Me giré. Bonico me había dicho... mala puta, cerda, guarra, que asco me daba. ¿Cómo se podía jugar así con la gente? ¡Ella sabía que me gustaba! ¡Lo hacía a propósito! ¡Quería ponerme a prueba! Yo ya estaba harto de que jugasen conmigo, no podía soportarlo más y me fui a casa.


Al día siguiente me despertó mi madre.
- ¿No has ido a clase hoy?
- No, mamá -le dije desde la cama- vuelvo a estar mal del resfriado.
- Tómate algo, si no ve al médico.
- De acuerdo.
- Por cierto, ¿Sabes que han roto el espejo del ascensor? ¡A ver si averiguan quién ha sido y que lo pague! ¡Es que no paran de cargar muebles dentro y no se puede!
Cerró la puerta sin esperar una respuesta.

Levanté la manta que me cubría. Saqué mi mano vendada y cogí el móvil de la mesita. Le di al menú de contactos y busqué su nombre. Tenía que llamarla para ir al cine. Seleccioné su nombre. Rosa. Le di a opciones y luego a borrar.

¿Está usted seguro de borrar este contacto?
Sí.

Me metí en la cama y me tapé.
Tan sólo quería dormir tranquilo.

El genio

El genio
No hace mucho tiempo me ocurrió algo insólito. Fui a una tienda de antigüedades a buscar algún trasto útil para casa. Me puse a buscar en una caja entre un montón de chatarra y allí encontré una lámpara que tenía un brillo un tanto especial. La cogí fascinado. Sabía que tenía un valor incalculable, pero la roña la hacía pasar desapercibida entre tanta basura. Froté la lámpara con mucho entusiasmo y de ella salió un fabuloso genio.

Yo estaba boquiabierto.

-Te concedo tres deseos –me dijo.

No me lo podía creer. ¡Por fin se iba a hacer justicia conmigo! Hacía mucho tiempo que esperaba un golpe de suerte así. Siempre había estado convencido de que mi suerte cambiaría algún día, que las cosas no siempre me iban a salir mal. Por fin había llegado mi fortuna, sin duda alguna la merecía. Este genio me iba a hacer olvidar todos los años de angustia que he pasado, por fin conseguiría todo aquello que siempre he querido y alcanzaría las metas por las que siempre he luchado sin cosechar ningún éxito.

¿Pero qué era lo que quería?

Comencé a cavilar sobre el asunto. En lo primero que pensé fue en pedir dinero y mujeres. En llevar una vida lujuriosa y derrochar toda mi fortuna en fiestas, drogas, borracheras y putas. Pero no acababa de convencerme, siempre me prometí que cuando llegase el éxito (aunque no me imaginaba que iba a llegar así) nunca dejaría de ser yo mismo. Jamás había derrochado de ese modo, eso no iba con mi personalidad. ¿Qué sentido tenía pedir eso? Comprar cosas no me hacía feliz; mis posesiones terminarían por poseerme. Además, no quería depender del dinero. El dinero era una mierda, lo único que hace es corromper todo y jamás me iba a dar lo que buscaba. Así que descarté esta opción.

Después me vino a la memoria la típica trampa que siempre quise tenderle al genio; si realmente podía conceder cualquier deseo, también podría cambiar la norma de las tres concesiones, y en vez de tres, podría pedirle que las cambiase por las que a mí me diesen la gana. Pero haciendo esto estaría incumpliendo las normas del juego que hay que respetar. Estaría jugando sucio. En los cuentos siempre aparecen una serie de normas inexplicables que el protagonista debe cumplir, en cuanto se rompen estas normas se rompe el hechizo o aparece el lobo. Hay que respetar las normas de los cuentos, aunque no las entendamos, aunque sean una mierda. Por lo tanto también descarté pedirle eso, tenía miedo de cagarla.

Mis deseos más lujuriosos dejaron paso a otro deseo más vivo: encontrar el amor verdadero. Sería maravilloso encontrar, por fin, a esa otra persona que circula por algún lugar del mundo, a esa que todavía no has conocido pero sabes que está hecha para ti. Pero, ¿Qué iba a hacer el genio para darme a esa persona? Seguramente escogería a una chica y la sometería a un encantamiento que la haría enamorarse de mí enloquecidamente. Entonces la chica no estaría actuando bajo los efectos del verdadero amor, sino bajo los influjos de la magia de un genio. Ella tan sólo estaría cumpliendo órdenes. Eso no sería amor, sería un montaje. Yo quería que mi amada actuase por voluntad propia y no porque yo lo haya pedido. Eso sería lo mismo que obligar a una persona a que se prostituya. Y no, yo no quería eso.

Luego pensé en pedir la inmortalidad. Así alcanzaría esa vida eterna que ninguna religión me puede a dar, podría espantar el miedo a la muerte, podría conocer todas las culturas venideras y tener un amplísimo conocimiento del mundo. Pero enseguida me acordé de la película de “Los inmortales”, o de “Entrevista con el vampiro”. Vería a todas mis amantes morir con el paso del tiempo, vería a todos mis amigos caer generación tras generación. Estaría sufriendo constantemente porque nunca encontraría a nadie como yo. Además, también pensé en un futuro a largo plazo. ¿Qué pasaría con un inmortal cuando la Tierra fuese inhabitable? ¿Qué pasaría si el Sol se convierte en una supernova y destruye la Tierra? Mi cuerpo quedaría flotando vivo por los confines del universo y yo tan sólo desearía morir de una vez por todas , tan sólo querría acabar con mi sufrimiento. No, no quería ser inmortal, yo quería morir algún día.


No sabía qué pedir. Era una decisión muy difícil. ¿Yo qué quería? De pequeño siempre soñé en ser una estrella de rock y ahora sueño con ser escritor. Podría pedirle al genio que me concediera el deseo. ¿Pero qué haría el genio por mí? Seguramente convencería a un gran productor musical para que se fijase en mí y me lanzara a la fama mundial. ¿Era eso lo que yo quería? Siempre había despreciado a esos productos de marketing de la MTV que no tenían talento y que lo único que tenían era a un multimillonario pagándole una gran campaña de publicidad. Yo tan sólo admiraba a los artistas que se habían trabajado su carrera con esfuerzo. Yo no iba a convertirme en uno de esos pidiéndoselo al genio. Tampoco me conformaría con que todo el mundo se volviese loco comprando mis libros. Yo todavía no era un buen escritor y el genio no me iba a ayudar a serlo. Era imposible ser un buen escritor por obra y gracia de un genio porque no existe la perfección en ese terreno. A la mierda con el genio, yo quería convertirme en un genio y no en un pedo de un genio.

¿Qué más podía pedir? ¿La paz mundial? ¿El cese de las guerras? ¿La erradicación del hambre? ¿Quién era yo para decidir sobre el devenir de la humanidad? La humanidad es así porque la gente lo quiere así. Los que ostentan el poder, los que pueden cambiar las cosas, nunca hacen nada por combatir las injusticias sociales. Los dirigentes de los países más ricos tienen poder para acabar con el hambre en el mundo y no mueven un dedo por hacerlo. Y lo que es peor: a esos dirigentes los han elegido sus pueblos de una forma democrática. Si yo impusiera mi criterio estaría obrando contra todos esos que quieren que las cosas sigan así. Estaría convirtiéndome en un dictador antidemocrático. Y yo, ante todo, repudiaba a los dictadores.

Estaba ante el planteamiento más difícil de toda mi vida. No sabía qué pedir, o tal vez sí. No, no, a mí no me hacía falta que un genio me conceda lo que quiero. No me gusta que nadie me dé las cosas hechas. No tiene ningún valor conseguir lo que quieres si no es con tu esfuerzo.

¿Qué me faltaba? ¿liberar al genio? ¡Qué cojones! ¡El genio era libre y todavía no se había enterado!

El genio me miraba impaciente, yo no quería hacerle perder más tiempo, me sentía presionado. Así que le dije:

- Oye genio, mejor métete en la lámpara, descansa y que te encuentre otro.

El genio se quedó con semblante estupefacto y yo me fui convencido de que nunca más jugaría a la lotería.

Ya no me hacía falta.


Vótame al mejor blog de ficción



convocado por:
20minutos.es





Una carta para ti

Hola querida:

¿Cómo estás? Espero que bien. Supongo que te extrañarás al ver esta carta, pero es que hoy, como muchas veces, he estado pensando en ti. Me he dado cuenta de que nunca te he dedicado ningún escrito y que nunca he hecho público lo que siento por ti, aunque ya sabes... no soy muy detallista y tampoco suelo mostrar en público lo que siento, me da bastante vergüenza. Pero como hoy es el día de Reyes y encima he tenido la insensatez de no comprarte nada, quiero que estas líneas sean un pequeño regalo para ti.

Ya llevamos muchos años juntos, aunque no sé el tiempo exacto, es muy difícil contarlo porque ha habido muchas interrupciones en nuestra relación, pero no sé por qué extraña razón siempre acabamos juntos de nuevo. ¿Te acuerdas cuando pensábamos que nunca más nos volveríamos a ver? ¿Quién iba a decir que después de aquello volveríamos a estar juntos? Muchas veces he pensado en eso, y creo que es obra del destino. Por alguna razón tú y yo estamos predestinados a estar juntos y hay una fuerza invisible que quiere que así sea. ¿Tú crees en la magia? Yo tampoco creía, pero tú me hiciste creer.

Sé que todos estos años han sido muy difíciles. Han surgido muchos problemas entre los dos. Sé que a veces me he portado mal contigo, que no te he dedicado el tiempo que te tenía que dedicar, que a veces me he ido con los amigos y me he olvidado de ti y que una vez te dije que lo mejor sería que lo dejásemos, que probásemos a estar con otra persona para ver si así éramos más felices. Sé que he dicho una cantidad enorme de tonterías que no debería haber dicho, sé que te fui infiel y que he cometido muchos errores, pero compréndeme... son tantos años juntos...

La gente no se creerá que tú y yo estamos juntos prácticamente desde que éramos pequeños. De pronto un día me desperté y tomé conciencia de la situación, tenía 15 años y me di cuenta de que tú y yo estábamos juntos de otro modo, que te sentía de otra forma. Descubrí que lo nuestro era algo más que aquella inocente amistad infantil, que aquellos contactos que manteníamos ya no eran iguales que antes, que tu presencia me hacía arder y que tus besos eran el aire de mis pulmones. Y entonces se desató el fuego entre los dos y juntos comenzamos a escribir poesía.

Ha pasado mucho tiempo desde que escribimos la primera letra de nuestra historia, y no puedes imaginarte lo mucho que he aprendido contigo y la cantidad de cosas que me has enseñado. Muchas veces pienso qué hubiese sido de mí sin ti y estoy seguro de que ahora sería un perdido, sin estudios y sin metas en la vida. Si no te hubiese conocido estoy seguro de que estaría muerto en vida y ahora no sería lo que soy. Sé que es inútil darte las gracias, pero estaré eternamente agradecido a lo que has hecho por mí y por lo bien que me has cuidado. Todo lo que soy te lo debo a ti.

Han sido tantas cosas las que hemos vivido juntos... hemos reído, hemos hablado, hemos cantado e, incluso, hemos llorado. Son momentos que nunca olvidaré y que permanecerán por siempre en mi memoria.

Sé que hay gente no entiende lo nuestro, los hay que me preguntan por qué estoy contigo y yo les contesto que me gustas, pero no lo entienden. No comprenden que quiera estar contigo y me intentan convencer de que no tienes nada especial. Me da rabia darles explicaciones, yo no tengo que dar explicaciones a nadie, no tengo por qué soportar que me digan que hay miles de mujeres ahí fuera que me pueden dar lo que busco. ¿Acaso saben ellos lo que busco? A la única que debería dar explicaciones es a ti, pero por suerte no me las pides y eso me hace sentir bien, porque sé que sin decirte nada me entiendes.

Esta carta la escribo porque quiero darte las gracias por estar siempre ahí, en los momentos más difíciles, y espero que estés conmigo durante mucho más tiempo, y que compartamos más momentos de alegrías que de penas. Y una cosa te quiero decir: aunque lo nuestro se rompa algún día (que no lo creo), espero que nos sigamos viendo porque te necesito y no podría vivir sin ti. Me gusta estar contigo. Me haces sentir bien y no quisiera perderte nunca porque eres tú con la única con la que me siento a gusto. Créeme cuando te lo digo, y espero que no te ofenda, que si de pronto encuentro a otra persona y desapareces, que sepas que siempre habrá un cuarto oscuro para ti, donde iré a buscarte en secreto, sin que nadie nos vea.

Si algún día acabo en un altar ante un cura, con mi mujer a mi derecha. Recuerda que en el momento de decir el “sí quiero” miraré a mi izquierda, hacía un lugar donde no haya nadie, y te guiñaré un ojo.

Te querré siempre Soledad.

En algún cajón polvoriento

En algún cajón polvoriento
Y ese día llegó. Tú y yo nos cruzamos entre la multitud. No lo esperábamos, ninguno de los dos pensábamos ya en el otro. El destino quiso entremezclarnos en esa maraña absurda y caprichosa que teje con nuestras vidas. Ambos andábamos acompañados de las personas que ahora forman parte de nuestro presente. Me viste y nos cruzamos la mirada durante unos segundos. Una mirada silenciosa que hizo estallar algo muy adentro de nosotros. Una bomba de sentimientos naufragados. De pronto, resucitaron los deseos frustrados de aquella historia de amor que nunca vivimos. En un segundo volvieron a resonar esas palabras que tantos años nos costaron olvidar, las mismas que están escritas en algún cajón polvoriento de nuestras habitaciones. La memoria nos atropelló y sonaron las campanillas. Pensé que el tiempo no había transcurrido, creí que abandonaríamos a nuestros acompañantes y, sin mediar palabra, nos daríamos, por fin, el beso que nunca nos dimos.

Pero apartaste la mirada y avanzaste cabizbaja, como sintiéndote culpable.
Yo al ver tu reacción también aparté la mirada. No quise ver, de nuevo, como te alejabas.
Y Ninguno de los dos interrumpimos el paso.

Yo continué mi camino...
...pero ya no sabía a dónde iba.