Blogia
En Tierra Firme

Relatos

Café tocado

Café tocado
Trabajaba de botones en un hotel de cuatro estrellas junto al mar. Era un buen curro. Recuerdo que el primer día, sin saber nada, conseguí 30 euros de propina. Cuando llegué nadie me explicó qué debía hacer. Así que me puse el uniforme, el cual se componía de un pantalón, una camisa y una corbata, y pregunté al de recepción qué tenía que hacer. En ese momento entró al hotel una pareja mayor. El chico de recepción me dijo que les llevase las maletas. Me dirigí a ellos y les cogí el equipaje. Ellos hicieron el checkin y me miraron como esperando a que yo les acompañase. Yo todavía no sabía ni por dónde se iba las habitaciones. Entonces les dije que era mi primer día y que todavía no conocía nada del hotel. Los clientes, que poseían un gran instinto paternal, comenzaron a ayudarme. En el ascensor me explicaron que la primera cifra del número de habitación indicaba la planta. Todo eso era nuevo para mí, yo estaba trabajando en un hotel y nunca en mi vida había estado alojado en uno. Al llegar a la habitación dejé las maletas y les dije: “Ahora les explicaría cómo funciona todo, pero es la primera vez que entro en una habitación del hotel”. En vez de enfadarse por la ineficacia que mostré les hice gracia, me dijeron que ya aprendería, que no me preocupase, y me desearon mucha suerte en mi nuevo trabajo. Cuando iba a salir por la puerta el hombre me llamó y se acercó. “Toma, tu primera propina”. Y me dio 3 euros. Entonces comprendí que ese trabajo era un chollo, que me darían dinero simplemente por llevar maletas y encima tendría una paga a final de mes.

Descubrí que el hecho de decirles a los clientes que era mi primer día de trabajo les hacía ser más generosos con las propinas. Así que estuve al menos durante dos semanas diciendo a todos los que llegaban que era mi primer día de trabajo. Instantáneamente me daban una propina muy sustancial. Incluso cuando tenía que llevar una toalla a una habitación me daban propina. Era el trabajo más agradecido del mundo. Cada vez que hacía un movimiento me daban propina, y si no lo hacían quedaban como unos agarrados hijos de puta.

Una vez, a una japonesa se le había roto el cierre de la cremallera de su maleta y me dijo si podía hacer algo por arreglarla. Entonces avisé al chico de mantenimiento, el cual tenía fama de ser un vago, y le comenté el problema. Él vino enseguida y lo arregló en cuestión de segundos. La japonesa, muy agradecida con el trabajo del chico, le dio 10 euros. Entonces me vio a mí, que tan sólo estaba mirando cómo lo reparaba y sacó otro billete de 10 y me lo dio. ¡Me acababa de dar dinero simplemente estar mirando cómo reparan algo! Sí, sí, desde luego este era mi trabajo.

Pero ningún trabajo es perfecto. En los hoteles los botones son los chicos que sirven para cualquier cosa. En principio sirven para llevar maletas, pero también nos hacían tramitar las reservas de habitaciones, coger el teléfono, enviar fáxes, llevar papeles de un lado a otro, hacer facturas. Hacíamos cualquier cosa que se pueda imaginar, incluso más de una vez nos tocaba hacer camas. Pero había algo que odiaba con toda mi alma, lo que más me repateaba era tener que llevar cafés al despacho de la directora. Era el trabajo más indignante que puede hacer un ser humano. Simplemente por el hecho de estar por debajo en la jerarquía de poder tenía derecho a pedirme que le subiera un café tocado de ron Negrita. Le llevaba cafés al menos tres o cuatro veces al día. Sin duda alguna ella tenía un problema con el alcohol. Normalmente, ella se estacaba una botella de vino para comer y cuando le llevaba el último café del día me invitaba a sentarme. Le gustaba conversar conmigo, aunque más que una conversación era un monólogo repetitivo de su vida. Todos los días la misma historia. Me contaba cómo empezó trabajando en los hoteles desde lo más bajo y ahora había llegado a lo más alto gracias a su esfuerzo personal. Me contaba qué compaginó el trabajo con los estudios de psicología, aunque de psicóloga tenía poco, ya que se le notaba que todas sus sonrisas eran falsas, que era manipuladora y que, además, fingía un falso interés por la gente. Cuando ella soltaba su discurso siempre me preguntaba después qué quería ser de mayor, qué estudiaba, si estaba bien en el trabajo, si tenía alguna sugerencia para mejorar el hotel. Todo eso día tras día, como si de un día para otro fuese a cambiar mi opinión. Despreciaba profundamente a esa gente que cada vez que te ve se interesa sin interés por tu vida. Te preguntan qué estás haciendo y tú mismo recuerdas que eso te lo preguntó la semana anterior pero no se acuerda porque, en realidad, les importa una mierda lo que estás haciendo.

Un día, la directora me llamó para que le llevase un ron con Negrita. Fui al bar, se lo pedí al camarero y me fui a su despacho. Ya estaba harto de que ella no fuese capaz de ir a por su puto café, como si tuviese algo importante que hacer, cuando en realidad lo único que hacía era navegar por internet y escuchar música. Llevando el café perdía un valiosísimo tiempo en el que podría estar ganando propinas. Cuando subí las escaleras miré el café. Estaba hasta los cojones de ella. Pensé varias veces si hacerlo o no. Miré alrededor y no vi a nadie. Entonces escupí dentro de la taza. Pero la mala fortuna hizo que se quedarse la saliva flotando como si fuese la espuma un café capuchino. Se notaba que había escupido ahí. Así que cogí la cucharilla y comencé a remover el café hasta que desapareció el rastro de la saliva.

Abrí la puerta y me recibió con su habitual sonrisa falsa. A continuación me invitó a que me sentara y me dio las gracias. Yo me senté y la miré. Entonces comenzó de nuevo sus preguntas de siempre: ¿Estás bien? ¿Te gusta el trabajo? ¿Has pensado qué vas a hacer cuando seas mayor?

Luego comenzó a sorber su café y me habló de la importancia que tenía el sacrificio en el trabajo. Me volvió a contar la historia de cuando dio a luz a su primera hija. Ella estaba trabajando en el hotel cuando rompió aguas porque quería estar trabajando hasta el último momento. Me daba asco escucharla, como si eso de ser más trabajadora la dignificase más. Como si los trabajadores fuesen los nuevos héroes modernos. Como si el hecho de haber dedicado más tiempo al trabajo que a su propio reposo por su propio bien y por el de su hija la ennobleciera. Mientras contaba la historia ella bebía café. Yo era el eslabón más bajo del hotel. Ella me daba por el culo ordenándome que le llevase un café y ella se bebía mis fluidos. Era un completo acto sexual metafórico. Me consolaba saber que aunque ella estuviese sentada en el asiento de dirección yo se la había metido mucho más adentro que ella. Hasta la garganta e incluso hasta el estómago.

Yo fingí que me fascinaban sus historias y que la admiraba. Terminamos la conversación y nos despedimos amablemente. Cerré la puerta de su despacho y sentí ese aire triunfal del que ha obrado anónimamente por una buena causa.

Tirarse por el balcón

Tirarse por el balcón
- ¿Bajamos?
- Prefiero hacerme otra.
- ¿Qué otra?
- Toma mi chaqueta.
- Gracias.
- ¿No tienes frío?
- No, hace calor.
- ¿Y por qué yo tengo frío?
- Para gustos los colores.
- Pero tener frío no se escoge.
- El sabor del queso tampoco.
- ¿Y el sabor de la mierda?
- ¿Te refieres al sabor de boca que tengo cuando no como?
- ¿Y qué ocurre con el agua?
- El agua es insípida, el agua baja, sube, desaparece, se congela, pemanece.
- Pero nunca nos bañaremos dos veces en el mismo agua.
- Aquí no hay quien se hunda.
- Tira todo el aire… ¿Qué pasa? ¿No te gusta mi chaqueta?
- ¿Qué no te gusta mi mierda?
- Siempre estamos con los gustos, a mí me gusta hablar de otras cosas.
- Yo tuve un hijo.
- ¿Y qué es nacer?
- ¿Bajamos?

He de partir

He de partir. Tengo un poco de miedo. Pero sólo me queda seguir adelante. Los motivos que me impulsan no sé bien de donde vienen, puede que desde la raíz de mi ser. Cuando uno se aleja de sus orígenes vuelve a sus raíces, se encuentra consigo mismo, uno no sabe quién es hasta que no se va. Arrastraré mi maleta por el asfalto mojado, alguien derramará una lágrima, pero yo podré respirar más tranquilo que nunca.

Necesito respirar, siento mi pecho oprimido, siempre he estado acompañado por una espiral circular que termina en sí misma, como un ratón en un laberinto sin salida, como si fuera parte de un experimento, pero he encontrado una salida, para desde la distancia ver en perspectiva... ahora me espera algo distinto, al menos siento eso... luego será lo que tenga que ser, y sabré si quiero volver, o si lo hago, al menos algo más sabré.

Uno sólo aprende a levantarse cuando se cae, yo creo que me caeré muchas veces, me dolerá, pero no me quedará otro remedio que salir adelante, los transeúntes no pararán para socorrerme y como mucho me pisotearán. Necesito sentir el dolor de la vida, que me atraviese el tiempo y saborear el placer de la risa. Más auroras y ocasos, más música, más aventuras, más derrotas y victorias, más de mí mismo...

Paulo tiene razón, “cuando no se puede retroceder, sólo debe preocuparnos la mejor manera de seguir hacia delante”. Eso haré, caeré, me levantaré, y seguiré firmemente hacia mí, a fin de cuentas yo camino, necesito caminar, hacia fuera y hacia mí... El dolor me hace sentir, los placeres también, ¿Qué dolores y placeres encontraré en esta partida...? ¿Qué clase de partida estoy empezando, ajedrez, cartas...? ¿ganaré o perderé esta vez?

Lo pienso, y creo que estoy en una partida de ajedrez que ahora va en serio. Es mi turno y muevo ficha. Cada acción de mi vida será un nuevo movimiento, a veces atacaré, a veces me contendré, a veces buscaré la simpleza, la rapidez, el riesgo, el sacrificio o una simple retirada. Sólo al final, cuando la muerte juegue su último movimiento, sabré si la “partida” valió la pena.
Agradecimientos a Fenix .

En un país lejano existió hace muchos años una oveja negra

En un país lejano existió hace muchos años una oveja negra. Vivía con un rebaño de ovejas blancas que la marginaron desde que llegó. Se mofaban de ella, la insultaban e incluso la agredían. Creían tener ese derecho, ya que la oveja negra no era como ellas y no merecía ningún respeto.

Pero un buen día llevaron al rebaño a esquilar. Las ovejas fueron despojadas de sus lanas una tras otra. Y cuando llegó el turno de la oveja negra, el peletero, consciente del insignificante valor que tenía la lana negra en el mercado, prefirió ahorrarse el trabajo de esquilarla porque no obtendría ningún beneficio con ella.

Al día siguiente todas las ovejas blancas tenían frío, algunas, incluso, murieron congeladas.

Inicios literarios

Estaba dispuesto a suicidarme. Acababa de descubrir que el amor no existía y todos mis ideales y principios se derrumbaron. Ya no confiaba en nadie y ya no tenía ninguna fe en nada. Yo no quería formar parte de un mundo tan hostil e injusto. Iba a tirarme de cabeza por el balcón, así no existiría ninguna posibilidad de sobrevivir y quedarme gilipollas para el resto de mi vida. Con mi muerte todo volvería a su cauce, ya que yo nunca debí nacer, tan sólo fui fruto de un embarazo no deseado de dos borrachos imprudentes que no tomaron las medidas oportunas antes de entregarse al placer carnal. En definitiva: yo tan sólo era un polvo mal echado. Mi verdadero destino era estrellarme contra el látex y no estar aquí sufriendo, llorando y deseando la muerte. Esta era mi última noche en la Tierra. No quería vivir más de este modo y la muerte era mi única escapatoria.

Antes de lanzarme al vacío decidí sentarme y redactar una carta de despedida. Quería que todo el mundo supiera por qué había tomado esta decisión. Quería que entendiesen que yo no tenía intención de seguir viviendo así de mal, y mucho menos seguir trabajando en algo que detestaba, ya que a mí no me llenaba comprarme teléfonos móviles, ni televisiones de plasma, ni siquiera todo el oro del mundo podía llenar el profundo vacío que me provocaba saber que no existía el amor. Tampoco podía hacer como otros que conseguían hallar el sentido de la vida en cualquier cosa, yo no lo encontraba ni en Dios, ni en el fútbol, ni en la música, ni en el cine, ni en la literatura, ni en nada, absolutamente nada. A mí todo eso me la traía floja. El mundo estaba podrido y yo no me iba a pudrir con él.

Así que comencé a redactar mi carta de despedida. Una carta que quien la leyese se diese cuenta de que llevo razón, que suicidarse era lo mejor que podía hacer cualquier persona con dos dedos de frente. Una carta desgarradora y demoledora capaz de estremecer al mundo entero. Una carta que iba a tener tal cúmulo de verdades proféticas, que en el Vaticano se verían obligados a celebrar un concilio para incluirla en las nuevas ediciones de la Biblia.

Abordé el papel con ímpetu y seguridad. Conseguí escribir cuatro palabras del tirón, pero enseguida me estanqué. No sabía cómo continuar. Releí lo escrito y me di cuenta de que todo aquello era una puta mierda. Arrugué el papel y lo lancé a la papelera. Cogí otra hoja y comencé de nuevo. Repetí el proceso varias veces, pero no conseguía escribir más de dos líneas seguidas sin que me invadiese la sensación de estar redactando una carta digna de un suicida mediocre. Yo era un perfeccionista y no podía dejar una carta cualquiera. Tenía que expresar con total precisión cuál era mi fatalista visión del mundo.

No sé qué pasó luego. Sólo recuerdo que me desperté con la luz del día. Me había quedado dormido sobre la mesa. Estaba envuelto de decenas de folios repletos de tachones. Me incorporé y vi que la papelera también estaba llena de bolas de papel.

Era un nuevo día y ya llegaba tarde al trabajo, cosa que no me importaba: no pensaba volver. Yo era otro hombre. Un superhombre. Sobrevivir ya no tenía sentido para mí y, por lo tanto, mucho menos sentido tenía ir a trabajar. En la noche anterior había matado, sin darme cuenta, a un “yo” que no me gustaba y ahora me sentía mucho más ligero sin él. Descubrí que para suicidarse no era necesario quitarse la vida y, si algún día quería hacerlo, debería convertirme antes en un buen escritor capaz de redactar la carta de mi suicidio, esa en la que explicaría con todo lujo de detalles por qué este mundo es un estercolero.

Yo todavía no era consciente de la magnitud de mis actos. Hasta entonces había escuchado infinidad de veces la importancia que tenía escribir. De hecho, en lo único que coincidían todos los grandes escritores era en decir que escribir era vivir, y en el momento que ya no pudiesen hacerlo estarían muertos. El propio Hemigway se pegó un tiro cuando se dio cuenta de que estaba acabado como escritor. Sin embargo, yo estaba en el otro extremo, yo no conseguí redactar aquella carta, de haberlo hecho ahora estaría muerto. Por eso puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que no saber escribir me salvó la vida.

Decidí dar un paseo y disfrutar de aquella mañana. Y es curioso: cuando atravesé el umbral para salir de casa sentí como si la puerta fuese mucho más ancha... más ancha que nunca.

Genealogía

Genealogía
Estaban sentados el padre y el hijo ante la comida. Llegó la madre y los tres comenzaron a comer. El padre tenía semblante serio, era un cabeza de familia respetable con un trabajo envidiable con el que podía mantener a toda la familia. La madre era una fiel ama de casa que ponía lo mejor de sí en cada tarea que hacía. El hijo tenía diez años y daba muestras de una inteligencia y curiosidad impropias de su edad.

El hijo comía ensimismado, sin quitar la mirada de la sopa. De pronto miró a su padre por encima de esas gafas que le daban aspecto de empollón.

- ¿Cómo os conocisteis? – preguntó el niño.

El padre se iba a llevar una cucharada a la boca pero se quedó inmóvil ante la pregunta. Dirigió la mirada hacia su esposa. Ella dejó la cuchara en el plato y con un gesto nervioso se limpió la boca con una servilleta.

Ambos recordaban aquella noche hacía ya 12 años.

Él caminaba por el paseo marítimo y una chica que iba con unas amigas se le acercó.

- Oye guapooo, ¿Tienes porros? – dijo en un tono que evidenciaba su estado de embriaguez.
- No, no tengo. Pero tengo otra cosa –contestó él para insinuar que tenía unos gramos de coca en su bolsillo y con la esperanza de comerse un rosco si la invitaba.
- ¿Sí? ¿Qué pasa? ¿Tienes la polla gorda? – Ambos estallaron en una carcajada.
- ¿Qué tal si vamos ahí a la playa y lo compruebas por ti misma? – dijo mitad en broma mitad en serio.
Ella sonrió maliciosamente y le guiñó un ojo.

El padre se llevó la cucharada a la boca, miró a su hijo de reojo y con la boca llena le dijo:

- ¡Come y calla, joder!

El niño reanudó la comida sin entender nada.

Querida Nora:

8 de diciembre de 1909
44 Fontenoy Street, Dublín

Mi dulce, pequeña, lasciva Nora, hice lo que me dijiste, so marranita, y me pajeé dos veces mientras leía tu carta. Me siento entusiasmado de saber que te gusta que te jodan por el culo. Ahora puedo sacar a relucir aquella noche en que te jodí tantísimo por detrás. Nunca he pasado contigo una velada de jodienda con más mierda, cariño.
Mi polla estuvo clavada en ti durante horas, entrando y saliendo por la parte inferior de tu culo levantado. Sentía unos gruesos y sudados jamones bajo mis pelotas y veía tu cara sonrojada y tus ojos enfebrecidos. A cada estocada mía, tu lengua enfebrecida brotaba ardiente por entre tus labios, y si la estocada era más enérgica que de costumbre, te manaban de atrás pedos recios y cochinos. Tenías el culo pedorriento aquella noche, cariño, y te los fui sacando, gordos ellos, huracanados, rápidos, menudos, alegres petardeos, y muchos pedos breves y desobedientes que acababan en un prolongado farfullar de tu agujero.
Es maravilloso joder a una hembra pedorrera si a cada embestida le sacas un pedo. Creo que no desconocería los pedos de Nora en cualquier parte. Ruido juvenil, y no como esos follones húmedos que supongo han de tener las casadas gordas. Repentino, seco y hediondo, como el que una muchacha descarada se tiraría por la noche y para divertirse en el dormitorio de un pensionado. Espero que Nora no deje de tirárselos en mis barbas para que pueda reconocer su olor…

Dices que me la chuparás cuando vuelvas, y que quieres que te coma el coño, granujilla depravada. Espero que me sorprendas en alguna ocasión en que me quede dormido con ropa, te me acerques con fuego de puta en tus ojos soñadores, desabroches mi bragueta botón a botón, desenfundes con amabilidad el recio pájaro de tu amante, te lo introduzcas en la boca húmeda y lo chupes hasta que se ponga gordo y tieso tieso y se corra en tu boca.
También yo te sorprenderé dormida, te alzaré la falda, te abriré las calientes bragas con suavidad, me tenderé junto a ti y comenzaré a lamer sin prisas tu pelambrera.
Te estremecerás inquieta cuando lama los labios del coño de mi amor. Te quejarás, gruñirás, suspirarás de gusto en tus sueños.
Buenas noches, Nora, pequeña pedorra, mañanita, chocholoco. Hay una palabra adorable, cariño, que has subrayado para que me pajee más a gusto. Escríbeme más cosas por el estilo y también de ti, con dulzura, con mierda, con más mierda.

James Joyce 

El refugio

El refugio
A veces, creo que mi habitación es el refugio ideal donde puedo estar en paz y tranquilo. Imagino que mi casa es una trinchera en la que me resguardo del campo de tiro que hay en el exterior. Mi objetivo no es otro que encontrar la calma y la soledad absoluta. Quiero ser invisible; que nadie sepa que existo. Me tumbo en la cama y observo detenidamente el techo. Hay una telaraña en un rincón, pero me da igual ¿Qué más dará que esté o no? Cierro los ojos y me hundo más y más en la cama. El colchón parece estar hecho de chicle. Las sábanas se tragan mi cuerpo como si fueran arenas movedizas. Me hundo a través de una puerta espacio-temporal que me conduce hacia otros mundos en otros tiempos. Quiero viajar hasta la Grecia clásica, quiero hablar con Platón, quiero pasear por las ágoras junto a Sócrates y escandalizar a unos cuantos mediocres. Me encantaría haber vivido en ese tiempo, por aquel entonces la gente no tenía nada mejor que hacer que pasear y filosofar. Hoy en día no se puede encontrar una plaza así, llena de idealistas en la que se puedan hacer disertaciones filosóficas sobre la vida y la muerte. Si ahora saliese de mi zulo y comenzase a preguntar a los transeúntes si ya están preparados para la muerte, lo más seguro es que me encerrasen en un manicomio. En Grecia sabían lo que era bueno: comenzaban discutiendo sobre cuántas partes tenía el alma y acababan montando una orgía.

Estoy en paz, pienso que lo he conseguido, creo que por fin he alcanzado mi meta: soledad y silencio. Pero pronto los muelles de la cama de mi vecina comienzan a molestarme. A la hija de puta siempre le da por echar un polvo a estas horas y con los ruiditos del colchón y los jadeos me jode la siesta. A la mierda Grecia y a la mierda mi paz interior. Si Sócrates hubiese nacido en estos tiempos, de buen seguro que se bebería el cianuro sin que nadie se lo ordenase. Me levanto y me voy al cuarto de baño. Me lavo la cara y me miro en el espejo.

- Ariel, ¿Quién eres Ariel? – me pregunto.

Llaman al timbre. Tengo visita. Es un amigo. Sube y le ofrezco asiento y bebida. Me habla de sus problemas, por lo visto está deprimido. No le presto mucha atención, él habla yo sigo preguntándome dónde podría encontrar algún refugio en el que pueda olvidarme del mundo y que este se olvide de mí. Pero ahora no puedo huir, hay alguien en mi casa, ¿Cómo se puede escapar cuando te están molestando en tu propia casa? No quiero decirle que se vaya, no quiero que se sienta ofendido. Le sugiero que nos vayamos a un bar y acepta. Allí estamos durante media hora y luego le digo que me quiero ir a casa, que ya estoy cansado. Él se va por otro camino y yo, por fin, soy libre; estoy solo y nadie me molesta.

Decido coger el coche. Cuando conduzco me siento aislado del mundo exterior: puedo cantar y desafinar, puedo gritar, puedo insultar a la gente sin que me oigan, puedo poner la música a tope sin que ningún vecino se queje, puedo hablar sólo sin que me miren preguntándose si estoy bien de la cabeza.

Aparco cerca de la escollera. Al final del camino rocoso hay un faro verde al que me gusta subir y disfrutar de las impresionantes vistas. Desde allí, rodeado del mar, veo caer el atardecer. Lo único que oigo es el rumor de las olas. Por fin respiro aire puro, por fin lejos de la humanidad, por fin solo. Recuerdo que, una vez, estando en este mismo faro verde, llamé a una chica que vivía en la ciudad y le dije que se asomase al balcón y observase al faro verde. Me dijo que había algo que obstruía la luz, y le dije que era yo. Qué bonito era comunicarse con la persona a la que amaba mediante señales de luz...

Pronto comienza a llover, de nuevo se quiebra la paz de mi refugio. Me largo de allí cabreado con las inclemencias del tiempo. Arranco el coche apresurado y acelero. Quiero volver al refugio de mi casa, que es el mejor lugar del mundo aunque haya ruidos molestos.

Transito por la ciudad. Los limpiaparabrisas se agitan. Estoy parado en un semáforo. La gente camina con sus paraguas de un lado a otro sin sentido alguno. De pronto, y sin saber por qué, me asaltan unas terribles ganas de atropellar a alguien. Lo peor que me puede pasar si lo hago es que me metan en la cárcel. Pero no me importa, puede que allí encuentre mi refugio ideal. En la cárcel me suministrarían comida y tendría una celda en la que podría dormir tranquilo y sin que nadie me incordie . El único inconveniente de estar en la cárcel es que te den por el culo en las duchas, pero no me preocupa demasiado, ya estoy acostumbrado a que lo hagan aunque en otra modalidad. Pienso que en la cárcel tendría tiempo de sacarme una carrera o dos. Es más, incluso, podría escribir un libro al igual que hizo Cervantes. De hecho, mi libro sería mucho mejor y más extenso que El Quijote, puesto que yo no soy manco y no tendría que dejar de escribir cada vez que tuviese que rascarme los cojones. Al fin nacería un verdadero genio desde la Edad de Oro. Ariel Pérez Amarte: El mejor escritor del siglo XXI, conocido porque escribía con una mano en el papel y la otra en los cojones, el único escritor capaz de transmutar en literatura la portentosa energía de su chacra sexual. Conseguiré que la gente abra los ojos gracias a las revelaciones de mi obra. Convenceré al mundo las innumerables ventajas de vivir en la cárcel. Publicarán mi libro, la gente lo leerá, y en las televisiones ya no se hablará de otra cosa. Enseguida la gente comenzaría a cometer asesinatos con la esperanza de poder entrar en la cárcel y, con un poco de suerte, coincidir en la misma celda que yo. El mundo se volverá loco gracias a mis palabras. Me traducirán a todos los idiomas posibles y a partir de entonces necesitarán construir nuevas cárceles capaces de albergar a todos los seguidores de mi filosofía. Al cabo del tiempo toda la humanidad acabará encarcelada por mi culpa. Los funcionarios de prisiones serán los últimos en encarcelarse, se meterán dentro, cerrarán la puerta con llave y la arrojarán lejos del alcance de nadie. Llegado ese momento aprovecharé para salir de allí. Me escaparé y el mundo será mío. Todos habrán caído en mi trampa y yo, por fin, podré pasear por el mundo tranquilo y sin molestia alguna. Mientras tanto, en las cárceles, comenzarán a escasear los alimentos y a los reclusos no les quedará más remedio que recurrir al canibalismo. Se comerán los unos a los otros hasta que, finalmente, el último hijo de puta se muera de hambre.

Y una vez fuera no me molestaré en rescatar a nadie de las cárceles. Lo único que haré será acudir a los zoológicos para abrir las jaulas y liberar a todos los animales en cautiverio. Mi conciencia no podría estar tranquila sabiendo que existe un solo animal encerrado. Gracias a mis flamantes ideas habré conseguido que la Tierra vuelva a su hábitat natural y salvaje, y, de paso, habré encontrado mi refugio ideal.

No cabe duda de que encontrar la paz tiene un precio... por eso vale la pena pisar el acelerador y llevárselo todo por delante.

Argumento para un videojuego

Argumento para un videojuego

Nombre del videojuego:

Grand theft Auto. Cullera City.
(Fredy quiere vivir en paz)

 

Primera fase

Fredy está durmiendo y el perro del vecino no deja de ladrar. Para poder conciliar el sueño Fredy debe lanzar desde su balcón salchichas envenenadas para matar al maldito perro de los cojones. Es una prueba de extrema violencia, ya que matar a un animal es más grave que matar a una persona.

Segunda Fase

Fredy quiere seguir durmiendo hasta el mediodía, pero en su casa no paran de poner la tele a tope. Fredy deberá coger una katana y degollar a todos sus familiares. El nivel de dificultad aumenta porque si uno de ellos consigue escapar llamará a la policía y te detendrán. ¡Suerte!

Tercera Fase

Fredy debe ir a trabajar con su coche de mierda y no soporta que lo adelanten los pijos con cochazos que ponen música puchipuchi. Cuando uno de estos descerebrados intente adelantarle, Fredy deberá acelerar para que el pijo no pueda reincorporarse al carril y se estrelle con los coches que vienen de frente. Cuantos más coches de pijos consigas destrozar más puntos ganarás.

Cuarta Fase

Fredy intenta trabajar. Pero la gente le molesta. Fredy deberá matar a todos los que se acerquen al estand de telefonía con los rayos infrarrojos de un teléfono mortífero. Hay que aplicarse con contundencia ya que los clientes tienen la capacidad de resucitar y convertirse en zombies y volver al ataque. Deberá procurar que no acaben con él. El nivel de dificultad aumenta a medida que se matan a más personas.

Quinta Fase

Fredy está harto del consumismo que hay en su centro comercial. Considera que toda la gente es idiota y merece morir. Para ello robará una pistola al vigilante de seguridad e iniciará una matanza indiscriminada contra todo sujeto que circula por el centro comercial. La policía entrará en acción y te podrá detener. Podrás matar a policías y robarles sus armas cada vez más superiores. Nivel de dificultad altísimo.

Sexta Fase.

Tras salir airoso del cerco policial, Fredy intentará salir un poco para relajarse. Entrará por accidente en una discoteca en la que ponen reaggeton y Fredy se indignará. Ante esto, deberá colocar una carga de dinamita en la discoteca y salir vivo de allí dentro. Fredy repetirá en proceso en todas las discotecas del lugar en las que se atente contra el buen busto y la inteligencia.

Séptima fase

Fredy intentará tomarse algo. Pero los precios están muy altos. Fredy, haciendo gala de su sentido de la justicia, deberá pelear contra todos los camareros que le toman por un turista idiota. La pelea será del estilo Street Fighter, con barra de energía en la parte superior de la pantalla. El combate finalizará cuando uno de los dos acabe k.o o muera.

Octava fase

Fredy está harto de la Iglesia. Para acabar con ella roba un tanque en una academia militar y se lanza por la ciudad en busca de Iglesias y conventos que destrozar. La matanza de curas y monjas aumentará tu reputación.

Novena fase

Fredy pasea por Cullera y se da cuenta de que no hay librerías. Los únicos negocios que hay en Cullera son inmobiliarias y la especulación urbanística de cuatro mafiosos. Ante esta situación Fredy pasa a la acción directa y debe incendiar con cócteles molotov todas las inmobiliarias de Cullera.

Décima fase

La fase final. Extrema dificultad, casi imposible. Fredy intenta ligar y deberá encontrar a una mujer adecuada a sus pretensiones. Fredy deberá buscar entre 50 millones de chicas y encontrar a la chica ideal. (si es que existe).

 

Un hombre con el alma corrupta defecando.

Un hombre con el alma corrupta defecando.
Entró en el cuarto de baño, se situó de culo al inodoro y se bajó los pantalones. Una persona aparentemente normal se hubiese sentado, pero él introdujo su cabeza en el inodoro e hizo el pino. Haciendo un gran esfuerzo consiguió alcanzar el equilibrio y que su culo apuntara hacia el techo, hacia arriba, hacia la Idea de Bien. Comenzó a hacer fuerza. De su culo iba apareciendo lentamente una figura cónica marrón que crecía como una flor, como una montaña que se eleva hacia el cielo, como una orca que sale del océano para dar un salto. Cuando aquel cuerpo castaño estuvo medio fuera, el hombre dejó de moverse y la mierda abrió los ojos, miró a su alrededor y se vio atrapado en aquel ano. Hizo un gran acopio de fuerzas y logró sacar sus extremidades superiores aprisionadas y con ellas pudo impulsarse para salir de aquel agujero negro. La caca caminó hasta el botón para tirar de la cadena, lo presionó y el cuerpo fue engullido por el inodoro y transportado a través de las cañerías hacia una vida mejor.

Y así, queridos amigos, la mierda salió de aquel cuarto de baño dispuesta a encarar su nueva vida mostrándose tal y como era. El alma que habitaba dentro de él, la que daba movimiento a su cuerpo, se había desprendido de su disfraz.
 
Pintura: Elisa M. Rufat 

El maravilloso cuento de Fredyzzila (Remake)

El maravilloso cuento de Fredyzzila (Remake)

Érase una vez un hombre muy pequeñito que se llamaba Fredyrico y vivía en un país muy lejano llamado Torolandia (se llamaba así porque habían muchos toros y toreros). Fredyrico no sabía torear y los toros que andaban sueltos por la calle siempre le cogían cuando iba al colegio. Sus compañeros de clase se burlaban de él porque siempre iba herido de cornadas y con las ropas rasgadas. Fredyrico no era feliz en su país y, por eso, un buen día decidió irse a vivir a Japón. Allí se instaló en una ciudad llamada Hiroshima. Un día, pasó por allí un avión llamado Enola Gay y arrojó una bomba atómica que destrozó toda la ciudad. Por suerte, esa mañana Fredyrico había ido a las afueras de la ciudad a robar naranjas y sobrevivió, aunque resulto malherido.

Su casa fue reducida a cenizas y decidió irse a vivir a otra ciudad japonesa, concretamente a Nagasaki. Días más tarde, los americanos volvieron a arrojar otra bomba atómica que desintegró el lugar. Una vez más, por suerte o por desgracia, Fredyrico sobrevivió a la explosión. Pero resultó malherido y estuvo expuesto durante muchos días a la radiación nuclear y a la lluvia radioactiva.

Pasó un tiempo y, debido a la radiación nuclear, Fredyrico sufrió una mutación genética que lo transformó en un ser asquerosamente grande y peludo. Medía 350 metros de altura y fue expulsado de Japón por feo. Meses después de su metamorfosis, se dedicó a surcar los mares como el patito feo de un lado para otro sin que nadie le hiciese caso. Ningún país quiso acogerlo porque no querían hacerse cargo de los gastos que acarreaba hacerle una casa a su medida y mantenerlo.

Fredyrico se sentía desgraciado y llegó a lamentar no haber muerto en ninguna de las dos explosiones.

Durante un tiempo vivió en el mar alimentándose de orcas y ballenas. Luego se convirtió en una leyenda para los pescadores al que lo bautizaron como: Fredyzzila.

Un buen día, Fredyzzila, que estaba hastiado y aburrido, decidió vengarse de los americanos a los que consideraba responsables de su desdicha y cruzó el océano hasta llegar a Nueva York.

Cuando llegó no fue bien recibido por la población. Todos huían despavoridos al ver al gigante pasear entre los rascacielos de la Quinta Avenida. Varios aviones kazas aparecieron en escena y le dispararon algunos proyectiles sin éxito alguno. Fredyrico había mutado a prueba de bombas y se deshizo de los kazas de un manotazo como si fuesen unas moscas cojoneras.

Fredyrico se acercó al Empire State y lo escaló y vio que la gente que se arrojaba desde lo alto. De pronto, observó a una hermosa mujer en una ventana, la cogió y continuó trepando hasta arriba del todo. Una vez arriba se puso a hacer el paripé y a gritar como un mono. Se pensaba que era King Kong en vez de Fredyzzila. Cuando se cansó de hacer el idiota observó a la mujer que tenía en la mano y se dio cuenta de que era muy bella. Se le empezó a poner morcillona y, entonces, le asaltaron unas ganas terribles de penetrarla y utilizó su fuerza bruta para hacerlo. Cogió su polla erecta de 35 metros y se la intentó meter a la mujer hermosa que gritaba horrorizada. La abrió de piernas y le dio una embestida que la mató en el acto de un pollazo. Hizo un boquete de siete metros de profundidad y cinco de diámetro alrededor del cadáver.

Fredyrico rugió de rabia por haberla perdido.

El problema al que ahora se enfrentaba Fredyzzila es que todavía estaba erecto y no sabía cómo atajar sus ardores. Así que, sin ningún tapujo, comenzó a masturbarse con rabia, dolor y amor mientras pensaba en la mujer que acababa de perder ante la mirada atónita de los ciudadanos de Nueva York y ante las cámaras de la CÑÑ que emitían en directo para todo el mundo lo que estaba sucediendo.

Los ciudadanos de todo el mundo estaban aferrados a sus televisores comiendo palomitas. Todos los informativos hicieron conexiones especiales para narrar en directo la masturbación de Fredyzzila. Las madres tapaban los ojos a los niños para que no viesen la escabrosa escena. Muchas ancianas de todo el mundo murieron de un infarto al ver tal polla descomunal y hubieron varios intentos de suicidio de algunos varones que, debido a esa costumbre varonil de compararse los penes entre ellos, sintieron un gran complejo de inferioridad al ver la titánica polla del monstruo .

De pronto Fredyzzila empezó a decir algo:

- ¡Dios! ¡Dios! ¡AHHHHH!

Y aceleró vertiginosamente el ritmo de su mano y empezó a surgir del diabólico miembro una eyaculación descomunalmente caudalosa. Un torrente de semen que era arrojado sobre la ciudad de Nueva York con saña y alevosía. Un chorro a presión de una sustancia acumulada por años y años de sequía sexual que formó un gran tsunami de lefa que avanzaba amenazante por las calles hacia una población que huía corriendo delante de la gran ola lechosa que se tragaba a los coches, los taxis y a los negros mártires de las películas. La riada de lefa tenía más fuerza que las olas del diluvio universal, ante la cual, la que la mismísima arca de Noe hubiese naufragado.

Desde las imágenes del satélite parecía que sobre Nueva York hubiese caído una gran nevada.

Mientras tanto, Fredyzzila continuaba eyaculando y gritando con una voz atronadora y cavernosa:

- ¡¡Tomad hijos de puta!! ¡¡AHHH!! - y cada vez gritaba más.

Una pareja de jóvenes mancebos, permanecía en un primer piso ajenos a toda la hecatombe que estaba aconteciendo en su ciudad mientras hacían el amor. En el momento álgido del orgasmo de ella el chico le pregunta:

- ¿Hoy me dejarás correrme encima de ti? Porfa, porfa, porfa, porfa, es mi mayor deseo.
- ¡Te tengo que dicho que no! ¡que sólo de pensarlo me da asco! ¿Pero de qué vas? ¿A ti no te daría asco que se corrieran encima de ti? ¡Venga! ¡Sigue moviendo el culo imbécil!

Entonces la ventana estalló estrepitosamente a causa de la presión de la ola de lefa y toda la secreción entró manchando las cortinas, los cuadros de familias sonrientes, la cama y a los jóvenes. Se ahogaron entre el semen y espermatozoides del tamaño de una serpiente.

Tras la torrencial eyaculación, la ciudad de Nueva York se convirtió en zona catastrófica. Fredyzzila se perdió por el mar y se escondió en paradero desconocido.

Tras unas largas horas de incertidumbre la CÑÑ comenzó a entrevistar a los primeros supervivientes:

- ¿Dónde estabais en el momento de la eyaculación?- preguntó el periodista a una chica.
- Estábamos en la calle asustados viendo al monstruo. No sabíamos de qué se trataba. Por un momento pensamos que estaban rodando una película pero cuando vimos venir la ola nos fuimos corriendo y conseguimos aferrarnos a un semáforo. Hemos estado a punto de morir y hemos tragado mucho semen. Ha sido horrible – Decía lachica con su cara todavía llena de heridas y de lefa.
- ¿Ves cariño? – habló el novio intentando consolarla- has tragado bastante semen y no te has muerto, no te pasará nada si te tragas un poquito a partir de ahora.

- ¿Hemos estado a punto de morir y tú sólo piensas en sexo? ¡VETE A LA MIERDA INÚTIL! - Respondió ella.

Semanas más tarde Fredyzzila repitió el proceso en varias ciudades norteamericanas. Las ventas de máscaras anti-lefa se dispararon en todo el país. Al cabo de unos meses Fredyzzila había eyaculado en todo el territorio de los Estados Unidos echando a perder millones de toneladas de cosecha, Burlando a todo el ejercito americano y haciendo tragar semen a la mayoría de sus habitantes.

Pero lo peor estaba por llegar: 9 meses después de los acontecimientos, las mujeres que fueron bañadas por la ola de lefa comenzaron a dar a luz ya que fueron fecundadas involuntariamente y el aborto había sido prohibido en todo el país. Nacieron más de tres millones de niños varones que sufrieron la misma mutación genética.

A los 2 años, las criaturas ya median más de 100 metros de altura y a los 8 todos querían ser compositores. Pero al no recibir la educación adecuada las criaturas empezaron a componer canciones de reaggeton y se expandieron por todo el mundo con ritmo sabrosón y cantando temazos como "Ay ven báilalo, ay ven báilalo, ven gosalo, ven gosalo". Los pesqueros no podían salir a faenar porque temían a estas nuevas criaturas marinas.

A los 12 años, la nueva generación de Fredyzzilas ya se la cascaban y pronto empezaron a eyacular sobre la humanidad. Se repartieron por todos los los contiententes e inundaron el mundo de lefa mientras cantaban canciones de reaggeton. La odisea continuó durante años. Los mares y los océanos estaban viscosos. Los barcos y los trasatlánticos se quedaron encallados en medio del mar y el mundo entero estaba pringoso. Mientras tanto, continuaban naciendo millones y millones de nuevas generaciones de Fredyzzilas.

Y así, queridos amigos, confirmando los peores presagios de Nostradamus y San Malaquías, bajo una nieve blanca que hacía parecer que estábamos ante la cuarta glaciación navideña y con la música reaggeton de fondo, fue como llegó la destrucción del planeta Tierra, que a partir de entonces, fue un lugar en paz y seguro, donde no habían infelices ni se comían perdices... y colorín colorado este cuento se ha acabado.

Ilustración:  Robotv . Gracias por Ilustrar este anticuento.

Borges me perdonaría

Borges me perdonaría
Fui a la biblioteca del instituto a estudiar. No había nadie. No era extraño: en mi biblioteca nunca había gente. Ese día no estaba ni el bibliotecario. Abrí los libros y me concentré en el estudio. Entonces sentí una extraña sensación: miré a mi alrededor y por un momento sentí que los libros de la biblioteca habían cobrado vida y me estaban mirando con pena. Nadie les hacía caso, parecía que se estaban muriendo del asco. Los libros estaban marginados por los alumnos del instituto. En ese lugar la cultura estaba abandonada. Entonces me dirigí a la estantería de literatura española. Desde hacía tiempo que quería leer a Borges, todos decían que era un Dios de las palabras. Vi un libro de relatos del maestro, era una edición del año 82, el año en que nací. El libro parecía nuevo. Seguro que tan sólo lo habrían leído dos o tres alumnos en 23 años. Cogí el libro, lo metí en la mochila y me largué de allí.

Al salir, imaginé que Borges comprendía el acto solidario que realicé con su libro. Él sabía que rescaté a su libro del olvido y que ya no volvería a estar más en esa polvorienta biblioteca. No me sentí culpable, todo lo contrarío: me sentí un santo, como Fray Guillermo cuando en el Nombre de la Rosa rescató de las llamas el mayor número de libros posible.

Aquel mismo proceso se repitió durante semanas con otros libros que merecían estar en un lugar mejor, como, por ejemplo, en mi casa.

Paseo

Baldosas rojas y amarillas bajo mis pies. Las analizo una a una. Intento adecuar mi paso para pisar siempre las baldosas amarillas. Es imposible. Tengo que dar un paso más largo que otro y parezco idiota.

No sé hacia dónde camino.

Mi ciudad está muerta aunque ahora está en plena efervescencia turística. No veo más que resquicios de lo que un día fue y fui. Caminando me acuerdo de aquellos veranos en los que nunca estaba sólo. Siempre podía buscar a alguien. Éramos mucha gente. Pero ahora parece que no queda nadie, todos se han marchado y yo ando sólo por la noche.

Me cruzo con gente normal. Siento que soy un espectro que pasea. Un perro que se cruza con humanos. Hay un parque por donde paseo. Ahora está cerrado. Los patos de dentro han salido de su charca y están entre ellos reunidos. Yo sigo solo. Los humanos se reúnen también en manadas. Yo no soy un humano. Los seres humanos no concuerdan con la naturaleza. Todas las fotos en las que salen humanos son antiestéticas. Sólo los paisajes son dignos de ser fotografiados. Debería estar penado hacer fotos de carnet.

Mi teléfono no suena. Es el síntoma de que el mundo se ha olvidado de que existo. Los teléfonos a los que intento llamar comunican. Me siento incomunicado. No puedo trasladar a otro semejante el pesar que llevo dentro de mí. Estoy rompiendo con mi pasado. Una fractura se abre entre los recuerdos y yo. Me estoy convirtiendo en un hombre de hielo. Mis lágrimas están secas. Me asfixio en el mundo y no puedo huir a las colinas para convertirme en ermitaño. No me arreglo para salir. Tan sólo a veces me digno a ponerme elegante para mí mismo. Deseo encontrarme bien conmigo. A veces deberíamos tener citas a solas. Soy un experto en saborear las delicias de la soledad y eso comienza a inquietarme. Muchos deberían aprender a estar solos consigo mismos y deberían salir a pasear junto a ellos. Me gusta mirar al suelo cuando camino. Allí está mi sombra acompañándome. La comparo con otras sombras. Me parece ver una sombra única.

Mi alma debe ser como mi sombra.

Dicen en los informativos que hay sequía. La gente bebe licores en los chiringuitos. Mezclan la bebida con la música. Soy una isla desierta en medio de un manantial de gente. Busco los frutos de mis cosechas y no encuentro ni mis tierras. Todo lo que tengo me lo he ganado. Lo he querido así. Yo no elegí el mundo y no puedo cambiar el mundo ni cambiarme a mí.

Asumo que no puede haber una reconciliación entre la vida y yo.

Se bebe mucho. Se ríe mucho. Se fuma mucho. Pero nunca es suficiente. Yo sigo arrastrándome. A veces me despierto en medio de la calle, apoyado en un coche y manchado de mi propio vómito. Estoy acabado.

Mis gritos de ahogo no los escucha nadie.

Caen gotas desde lo alto de los edificios. Alguien ha regado las plantas o se ha dejado los grifos abiertos. A mí me parece que los edificios están llorando. La ciudad es testigo de este paseo infernal. Piso las hierbas. Piso las flores. Piso hormigas. Piso los pies a mi sombra.

La arena se mete en mis zapatos. Me molesta. Me molesta mucho. Camino. Odio la arena. Veo una cara conocida tras la barra.
“¿Cuánto tiempo no?”
Dos besos.
“¿Recuerdas cuándo te escribía cartas de amor?” Le digo con mi pensamiento.
“Ponme una cerveza.” Le digo con mi voz.
Me las pone.
Le extiendo dos monedas de euro.
No quiere cobrarme.
Se va.

Al menos no eres una puta.

Quiero ser humano. Quiero poder hablar. Quiero conversar como ellos.

- Antes hacían los edificios sin plazas de aparcamiento. Ahora los hacen con parkings. – afirma una.

Quiero ser experto en urbanismo. Quiero poder hablar de algo con ellos. No quiero decirles que la noche es triste y que las luces de neón me producen fatiga. Quiero sentarme en un bar con amigos. Como todos esos del bar de enfrente. Quiero tener un coche con el que pasear acompañado de amigas y chicas. Quiero tener planes. Ir a la playa con mis amigos. Ser sociable. Pero no encuentro gente entre la gente.

Quiero escupir mis dientes.

Tengo llagas en los pies. ¿Y mi voz? ¿Dónde está mi voz? ¿Me acordaré de hablar?
¿Sé el idioma que hablo? ¿En realidad sé cómo me llamo? A veces cuando me preguntan cómo me llamo no sé ni qué decir. No sé ni lo más elemental de mí. No soy capaz de descubrirme.

Yo camino y las estrellas brillan. Brillaron en su momento. Su luz me llega ahora miles de años después. ¿Tanto  tiempo viajando para chocar contra mi retina? Creo que no ha merecido la pena tan largo viaje.

Me vacío... dentro de mis pulmones se oprime el universo. En mi caja torácica se esconde la fuerza que hizo estallar el big-bang.
Los edificios siguen llorando.
Mi alma sigue cantando.
Una voz se oye de fondo, pero no es a mí a quién le habla.

Me gustaría tener uñas para rascar tu espalda y dejar unos hilos de sangre. Me gustaría tener una lengua larga con la que poder estrangular la tuya.

Quiero morder el anzuelo de nuevo.

El muerto al hoyo y el vivo al bollo

 

Las sirenas que sonaban en el exterior llamaron mi atención. Me asomé al balcón y vi una patrulla de la Guardia Civil y una ambulancia dirigiéndose a toda pastilla hacia el paseo marítimo.

Traté de averiguar qué estaba pasando y dirigí la mirada hacia la playa. Se había formado un tumulto. Al parecer, había una persona tendida en el suelo. Rápidamente, los agentes se abrieron paso entre la multitud y pude ver que se trataba de una señora, de unos cincuenta años y de complexión gruesa. Los operarios de la samu iniciaron el proceso de reanimación. Los guardias civiles trataban de alejar a los curiosos para que no entorpecieran el trabajo de los médicos, pero la gente seguía el espectáculo desde la distancia. Las madres más cautelosas mandaron a sus hijos a casa. No querían que los niños presenciasen el macabro desenlace que se auguraba en el ambiente.

 

Un cuarto de hora, media hora, no sé cuánto tiempo pasó. Los de la Samu se levantaron y dieron por concluido el trabajo: no fue posible reanimar a la señora. Algunos curiosos habían perdido la paciencia y se fueron, pero habían sido sustituidos por otra tanda de curiosos que alargaban el cuello como pavos para ver qué estaba pasando. Querían presenciar la muerte en directo. La agonía de una persona que estaba debatiéndose entre la vida y la muerte.

 

Algunos de los que estaban con sus toallas cerca de la fallecida se marcharon angustiados, otros, más prácticos, cogieron sus bártulos y se desplazaron unos cien metros para alejarse del molesto dispositivo que había montado y poder seguir disfrutando de aquel maravilloso día de verano.

 

Los de la cruz roja taparon el cuerpo y para evitar las miradas curiosas de la gente, los guardias civiles colocaron a cada lado de la fallecida dos sombrillas abiertas y tumbadas. El espectáculo parecía haberse terminado, pero de pronto llegó una señora, acompañada por un agente, que se avalanzó sobre el cuerpo y comenzó a llorar desconsolada frente al cadaver. Agarró con sus manos el rostro del cuerpo, incrédula, suplicando y maldiciendo con un llanto desgarrador el maldito destino que le había arrebatado a su ser querido. Los agentes trataron de animarla y alejarla, pero nadie puede consolar a alguien que acaba de perder a un ser querido.

 

La Samu se fue. Los guardias civiles se quedaron. Comezó la larga espera para que llegase el juez y autorizase el levantamiento del cadaver. Era medio día y posiblemente estaría almorzando. Quizá por eso tardó tres horas en llegar. Durante ese tiempo, la gran mayoría de curiosos que estaban allí se fueron marchando poco a poco. Pensaron que ya no quedaba mucho más por ver. Yo seguía en la terraza del apartamento como uno más. Incrédulo ante lo que estaba aconteciendo. La espera se hacía infinita. Alrededor del cadaver con las dos sombrillas tan sólo estaban los guardia civiles custodiandolo. A un radio de cien metros todo iba volviéndo a la normalidad. La gente fue llegando a la playa. Los niños comenzaron a jugar con la pelota a pocos metros de allí. Vida y muerte estaban conviviendo con total harmonía, como en las más sagradas familias budistas del Tibet. Por fin se había contagiado algo de la cultura oriental a este mundo sin espíritu. Completa indiferencia. Llegó un momento en que los niños que jugaban a fútbol le dieron a la pelota muy fuerte y llegó hasta el radio en el que no había nadie. El niño se apresuró a ir a por la pelota, sacándola de un pelotazo hasta donde aguardaban los amigos.

 

Ahora que había llegado el verano, la gente solía comer en las terrazas. A mediodía, cuando sales a comer al balcón, siempre puedes escuchar las conversaciones de los vecinos, que hablan mientras se escucha el habitual tintineo de los cubiertos. La gente salió a sus balcones como siempre, y comieron disfrutando de la brisa del Mediterraneo, del paisaje de sus aguas, y del tufo a muerto que desprendía la playa, pero eso no importaba.

 

La gente que paseaba por la orilla de la playa, cuando veían que había un cuerpo tapado, se paraba preguntándose si era posible. Todos reaccionaban igual: paraban, observaban, se miraban entre ellos, se preguntaban si estaba muerta la persona, se sorprendían un poco y luego continuaban el paso. Era sólo un muerto tapado al que se le veían los pies. Nada interesante.

 

Durante ese tiempo a mí también me dio tiempo a comer y aunque no entendía muy bien por qué, seguía pendiente de lo que estaba pasando en la playa. La gente se bañaba, los niños jugaban a la pelota, otros tomaban el Sol, otros paseaban por la playa, la gente comía en las terrazas... el muerto al hoyo y el vivo al bollo.

 

Por fin llegó el juez. Nunca entenderé por qué la justicia tarda tanto en hacer las cosas. Vale que es un muerto, que no van a solucionar nada llegando antes, pero hay otros que están vivos a los que una decisión y una acción judicial a tiempo, les puede salvar el cuello. Pero lo que menos entendía era a la gente, y mucho menos a mí, que permanecí allí, más fiel que nadie, para ver qué sucedía.

Microrelato: El rescate

Microrelato: El rescate
    Unos encapuchados entraron en mi casa mientras estudiaba la Crítica de la razón pura de Kant para un examen que tenía el próximo Martes. Antes de que me diese tiempo a gritar me amordazaron y me sacaron de casa a empujones. En la puerta esperaban otros secuestradores que estaban vigilando. Un coche aguardaba en la calle con la puerta abierta y me metieron dentro de una patada. El coche arrancó y se saltó un semáforo en rojo.
    No sabía adónde me llevaban pero estaba profundamente agradecido: Esos secuestradores, sin saberlo, me habían rescatado de algo muchísimo peor.

Un sentimiento

"Estoy buscando algo que no voy a encontrar ... Quiero mi parte de Victoria y Soledad... " Andrés Calamaro.

 

Conducía el coche cerca de su casa. Ya había dado varias vueltas a la manzana sin encontrar ninguna plaza libre para aparcar. Eso le estresaba mucho. Lo único que quería era llegar a casa y darse una ducha cuanto antes. Tras un cuarto de hora merodeando vio a un coche que se marchaba y aparcó allí. Salió del coche y se dirigió a su portal.

Una vez allí sacó las llaves y pensó en qué cenaría. Mierda. No tenía nada en la nevera. Debería ir al supermercado. Se metió de nuevo las llaves en el bolsillo y se fue a comprar.

Entró al supermercado y cogió un carro. Curiosamente el carro era de los que se podía sentar un niño. No le gustaría llevar a su hijo allí, pensó, parecía inestable y peligroso. Pero él no tenía hijos. No sabía si algún día los tendría. A sus treinta años ya era hora de empezar a plantearse la cuestión. Aunque de momento estaba bien. No quería tener una responsabilidad más. Suficiente tenía él con el trabajo. Pero apenas amaba su trabajo y tenía la sensación de dar a la empresa mucho más de lo que se merecía. Creía que todas sus preocupaciones y renuncias no valían ese sueldo que recibía a final de mes. Quizás estaba en la época ideal de su vida para buscarse una pareja. Aunque todas sus relaciones anteriores habían fracasado. No estaba muy dispuesto a afrontar de nuevo una relación seria. No quería sufrir nunca más. Después de su último fracaso se prometió no sufrir por nadie jamás, ni por la persona a la que amase. Tan sólo valían la pena las relaciones de amistad duradera y la afectividad familiar. Aún así, hacía tiempo que no telefoneaba a sus padres. ¿Cómo les iría? Lamentaba no hablar mucho con ellos. Últimamente no tenía tiempo de hablar con la gente a la que quería y si lo hacía era a regañadientes.

Se paseaba entre los pasadizos de botes de tomate y de pastas. Veía a familias enteras acudir juntos a comprar. No era lo normal, pero a veces iban juntos. Parecían felices, aunque armaban mucho escándalo. Eso contrastaba con el silencio que lo envolvía. Metió unos cuantos paquetes de pasta en el carro. Le encantaba la pasta. Se cruzó con la familia y los observó disimuladamente. Una familia, una mujer y unos hijos esperándote en casa, pensó. Parecía algo bonito... Pero los niños podían salir demonios a los que no les gusta estudiar, posiblemente no respetarían nada al igual que todos los niños de ahora, vociferarían y romperían sus cosas. También podría salirle una mujer rana, de esas que son ideales durante el periodo de noviazgo y a partir del “sí quiero” se convierte en una marujona que te considera su esclavo particular y te exige que le digas a todo que sí, y se enfada por nada y constantemente está reclamando tu atención y te echa en cara que no le das todo el amor que ella se merece. Había que pensárselo dos veces antes de tomar una decisión así.

Llegó a la caja. Había una cajera hermosísima. Dejó todo el contenido del carro sobre la cinta transportadora y pasó delante de ella sin quitarle el ojo de encima. Con una chica así se le quitarían todos los miedos, pensó. No le importaría lo que le pidiese; él accedería. Sería su princesa perfecta. Ella pasó todos los productos por el lector de códigos de barras. Él preparó unas bolsas y mientras se fijaba en sus manos, en el corte de sus uñas, en su palidez de alta alcurnia, en sus ojos verdes, en su peinado recogido. Era perfecta. Pensó en invitarla al cine, o a su casa, o a toma runa copa. Cualquier cosa. Mientras tenía todos esos pensamientos, ella le dio el ticket y le indicó el importe total de su compra sin mirarle a los ojos. Él sacó un billete y se lo dio. Ella le devolvió el cambió y al hacerlo tuvo un pequeño contacto físico con su mano que a él le pareció un roce divino y a ella algo insignificante de lo que no había ni tomado conciencia. Cogió sus bolsas, respiró hondo intentando retener el aroma de la chica para que se quedase en sus pulmones todo el tiempo que pudiese. Reteniendo el aire conseguiría que una parte de ella se extendiese por sus venas como el oxígeno. Se despidió sin respirar y cuando salió del supermercado expulsó el aire. No podía aguantar más.

Mientras volvía a casa vio a una muchacha pasear un perro. Se le ocurrió la idea de comprarse un perro para que le hiciese compañía. Todos los días saldría a pasearlo y quizás tuviese la posibilidad de entablar amistad con las otras paseadoras de perros de su barrio. Primero hablarían, luego se tomarían juntos un café y algún día la invitaría a su casa y harían el amor mientras que sus respectivos perros también copulan entre ellos. Sería excelente celebrar una orgía animal de ese tipo. Pero para él los perros siempre habían sido unos animales sucios y asquerosos. Lo único que hacían era cagar, mover el rabo y dar por el culo. Cuando uno se marchaba solamente ladraban y molestaban a medio mundo. Tendría que llevarlo al veterinario, vacunarlo, comprarle cosas. Los perros no le gustaban. Preferiría comprarse un periquito y tenerlo en una jaula.

Llegó a la puerta de su casa. Mientras se volvía a sacar las llaves observó el timbre de su puerta, ¿Para qué servía? Nunca nadie le llamaba. Sólo algún que otro comercial extraviado o testigo de Jehová hablándole de dios. Cada vez que alguno llamaba él les preguntaba si habían leído a Nietzsche, les recomendaba a todos que se leyesen “El anticristo” para que entendiesen por qué él era ateo.

Entró en casa y dejó las bolsas en la cocina. Cogió una cerveza y comenzó a bebérsela. Su casa era grande. Había dos habitaciones, dos cuartos de baño, un salón enorme en la que había una mesa con cuatro sillas. Sobraban tres sillas pensó, también sobraba un cuarto de baño y una habitación. Sobraban todos los cubiertos, la mayor parte de la vajilla y vasos. Siempre utilizaba los mismos. Se dirigió al balcón con su cerveza y se asomó. Lo tenía todo, cualquier cosa que quería se la podía comprar. No estaba mal. Aunque entrar en su casa era lo mismo que entrar en una cripta y por eso siempre sentía la necesidad de encender la televisión o la radio. Quería espantar a las voces que pueblan el silencio. Así se sentía un poco acompañado. Aunque odiaba todo lo que decían en la tele.

Se terminó la cerveza y tiró la lata en la basura. Entró en el cuarto de baño para darse la ducha que deseaba desde que había terminado de trabajar. Se desnudó y entró en la bañera. Todavía sentía en sus venas el aroma de la cajera del supermercado. Encendió la ducha y mientras el agua caía por su cara comenzó a masturbarse pensando en ella.

El pez alérgico al agua

EL PEZ ALÉRGICO AL AGUA

No encontraba la inspiración por ninguna parte, así que encendí la televisión. Al menos en Navidad la programación variaba un poco, no de contenido, sino de forma. Los logotipos de las cadenas aparecían cubiertos de nieve y la publicidad mostraba su lado más altruista acordándose de los juguetes de los niños. El resto continuaba igual; programas vulgares para gente vulgar.

Empecé a recordar que antes había otro tipo de televisión, cuando yo volvía del colegio hacían dibujos animados. Ahora los niños se encontraban con programas como A tu lado, en el que salían personajes infames insultándose, acusándose de tomar drogas o de prostituirse. A finales de los años setenta, posiblemente hacían mejores programas, por ejemplo A fondo; un programa donde entrevistaban a “las primeras figuras de las ciencias, las artes y las letras”. Descubrí las entrevistas en Internet gracias a programas de intercambio de ficheros donde había gente sensata que compartía material de calidad. Encontré entrevistas a Salvador Dalí, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges... ¿Y ahora qué? Encendía la televisión y tan sólo veía entrevistas al último expulsado de Gran Hermano, de La casa de tu vida, o de Operación triunfo. Lo peor no era eso, lo peor era ver a las masas seguir esas entrevistas como si en sus comentarios encerrasen el sentido de la vida. Todo eso era normal en España. Luego había gente que todavía se preguntaba por qué había fracaso escolar. En Japón, uno de los programas con más audiencia del país era el de un matemático que ponía problemas a los telespectadores y daba clases de matemáticas de una forma clara y divertida. Me pregunté qué pasaría si emitiesen aquí algo parecido, más de uno se echaría las manos a la cabeza preguntándose cómo hacen un programa tan malo sin que salga ningún famoso de pacotilla contando su miserable vida. Aunque igual si lo presentase Bertín Osborne tendría éxito. ¿Quién sabe?

Permanecí sentado un buen rato, las imágenes televisivas seguían sucediéndose ante mí. Sólo me movía para levantar el mando a distancia y hacer zapping. Mientras tanto, me rondaban muchos pensamientos desconcertantes por la cabeza. Mucha gente me decía que utilizaban la televisión como una vía de escape para evadirse de la realidad, pero yo no me lo creía. Aunque en ocasiones hiciesen buenos contenidos, la mayoría de las veces esa vía de escape se convertía en un desagüe fecal pero al revés. Yo no era el único que así lo creía, mucha gente opinaba lo mismo y se indignaba de la misma manera. ¿Y la publicidad? ¡Ay, la publicidad! Querían hacerte creer que no tenías nada, intentaban generarte infelicidad y necesidad. “Compra este perfume y la chica caerá rendida ante ti”, “el coche de tu compañero de trabajo es mejor que el tuyo y tú eres un desgraciado por eso”, “si no compras este teléfono de última generación serás un cavernícola con tu teléfono obsoleto”, “con esta comida de perros tu perro será fuerte y tú más feliz por eso”, “compra esta ropa y serás superguay”. Todo me parecía un mercadillo para idiotas y, aun así, luego veía a la gente alardear de su coche o comprándose esa ropa para ir a la moda. Enseñaban sus teléfonos para compararlos con los de sus amigos para así ganar una especie de reputación vanidosa. Era horrible. A menudo escuchaba conversaciones banales en las que tenía que hacer grandes esfuerzos para contener las arcadas, sobre todo cuando se comportaban como pavos reales desplegando sus plumajes y hablando de sus televisiones de plasma, teléfonos de última generación, de las joyas que se ponen en las bodas o cuando una parejita presumía de su futuro yerno que estaba trabajando de ingeniero y cuya posición económica era excelente. Todos pavoneaban con sus pertenencias. Frecuentemente se olvidaban de la verdadera utilidad de las cosas, no se acordaban de que los teléfonos eran para hablar, los relojes para señalar la hora y los coches para desplazarse. Había gente que se compraba coches carísimos y no tenían ningún sitio a donde ir, como mucho iban al trabajo para pagarse su propio coche. A veces creía que yo no tenía nada en común con nadie. Me preguntaba si algún día harían una propaganda que dijese: “No compres nada, no te creas nada, despréndete de todo lo que tengas y dedícate a la vida asceta y contemplativa en la orilla del río Ganges”. No soportaba ver más televisión, así que la apagué y me fui.

Bajé las escaleras y salí a la calle. Era Navidad, pero extrañamente no caían copos de nieve por ninguna parte, no había trineos paseando por el cielo, ni estrellas resplandecientes que deslumbraban a unos transeúntes absortos con la boca abierta ante el fenómeno. Tampoco me crucé con ningún calvo que repartiera suerte con su mirada. Absolutamente nada. Todo era igual que siempre. Lo único que cambiaba eran las luces parpadeantes que habían colocado en los comercios, no sé si para adornar o para llamar la atención de los que van con sus pagas dobles de diciembre en busca de regalos para la familia. Todo me resultaba extraño, no entendía nada. A veces me decían que no respetaba los gustos de los demás, que siempre creía tener la razón, que hablaba con demasiada prepotencia y seguramente llevaban razón, no tenía derecho a opinar sobre los gustos y forma de vida de los demás, los coprófagos también tenían cabida en el mundo.

Me di cuenta de que estaba paseando sin saber a dónde me dirigía. Di media vuelta y tomé el mismo camino de siempre para ir al bar de Paco, un sórdido tugurio que difícilmente superaba alguna inspección de sanidad. Allí hablaría con Henry, un vividor al que le dieron una paga por invalidez a raíz de un accidente laboral que tuvo. Se limitaba a pasarse todo el día en el bar bebiendo y jugando a las máquinas tragaperras. En su casa ya nadie le esperaba para cenar, su mujer lo abandonó. Pese a eso jamás perdía la sonrisa. Era de esos borrachos que reían cuando bebían y no de los que lloraban. Me gustaba hablar con él.

Llegué al bar y abrí la puerta. Entré y allí estaba Henry, sentado en la barra y bebiendo cerveza. Me acerqué a un taburete libre que había a su lado y me senté sin decirle nada. Henry bebió un trago de cerveza, dejó el vaso en la barra y sin mirarme dijo:

- ¿Qué tal, Alex?

- Es sorprendente, sin mirarme me has reconocido.

- Te he visto reflejado en ese espejo –dijo mientras señalaba al espejo mugriento que estaba situado detrás de la barra–. ¿Qué quieres tomar?

- Nada.

- ¡Camarero! –levantó el brazo como si llamase a un taxi–. Ponle una cerveza a mi amigo y otra para mí.

- Siempre haces lo mismo.

- Por cierto, Alex... feliz Navidad.

- Déjate de pamplinas, desear la felicidad a alguien es desearle la muerte en vida. Prefiero que me digas que descanse en paz.

- ¿Ya empiezas con tus tonterías?

- No es ninguna tontería, eso de ir deseando la felicidad gratuitamente sin saber ni lo que es me parece una irresponsabilidad muy grave. Ahora en Navidad la gente se desea la felicidad una a otra sistemáticamente. En la televisión te lo desean antes de pasar a publicidad y en todas las propagandas. Hasta en las bolsas de plástico de los comercios aparece el dichoso “Feliz Navidad”. Nadie te pregunta antes si eres feliz, ni saben si lo eres, sólo te lo desean y lo esperan sin más. Como quien tira una bolsa de basura al contenedor y espera que por la noche pase el camión a recogerla.

- ¿Pero qué tiene de malo desear la felicidad? –preguntó con su habitual sonrisa cínica. Esa sonrisa que expresaba que le hacía gracia lo que decía y, a la vez, sabía que yo estaba completamente equivocado.

- ¿Qué tiene de malo? ¿Alguna vez has pensado cómo sería una persona completamente feliz? Imagina por un momento que un genio de la lámpara de Aladino le concede a alguien su tan ansiado deseo de ser feliz. ¿Cómo sería esta persona? Esta persona sonreiría ante todo, estaría muy bien los primeros días, sentiría un bienestar sin igual y tendría todas las necesidades saciadas. ¿Pero qué pasaría cuando empezasen a suceder desgracias a su alrededor? Se moriría un ser querido y sería feliz. Lo continuaría siendo si le despidiesen del trabajo o, incluso, si lo metiesen en la cárcel. Esa persona nunca lucharía por nada, porque nada le haría más feliz de lo que está. Lo podrían enterrar vivo, vejar, torturar, someterlo a cualquier tipo de escarnio y el hombre seguiría feliz como un idiota. Esa persona nunca lloraría cuando fuese el momento de llorar, nunca más se estremecería viendo alguna terrible noticia del telediario. Todos se apiadarían de él por ser un feliz desgraciado e inconsciente. Lo que te quiero decir, Henry, es que los que aspiran a ser felices en este mundo no quieren ver las desgracias de las que se compone la vida, quieren cerrar los ojos a la realidad. Creo que no se puede ser feliz mientras estemos viviendo en este mundo imperfecto. No se puede tener conciencia de las injusticias del mundo y ser feliz. De vez en cuando te puedes olvidar de que la vida es una mierda, reírte y ser feliz un rato, pero no durante toda tu vida. Muchísimas veces me sorprendo cuando pregunto a alguien a qué aspira en la vida y me dicen “quiero ser feliz”, creyendo ser modestos por estar pidiendo poco y, a la vez, creyendo que esa meta es inalcanzable. ¡Pues claro que lo es! ¿Nunca has oído hablar del sufrimiento de ser feliz?

- ¿Pero qué forma tan maquiavélica tienes para enfocar las cosas? –dijo Henry–. Siempre estás igual. Eres un retorcido. Sabes bien que la felicidad no es eso, la felicidad es luchar por lo que quieres dentro de las desdichas. Estoy harto de decirte que eres sumamente pesimista y eso no es bueno. ¿Sabes? Está probado estadísticamente que los pesimistas se mueren antes.

- Eso es discutible, estimado Henry. Por si no lo sabías, los optimistas son los únicos que se suicidan.

- ¿Cómo te atreves a decir semejante barbaridad?

- No es ninguna barbaridad; sólo se suicidan aquellos optimistas que dejan de serlo, en un momento u otro pueden perder su razón de ser. Sin embargo, los pesimistas que no han encontrado un motivo para vivir, ¿por qué lo iban a encontrar para morir? En el crack del 29 se suicidaron en masa todos aquellos que tenían todo su optimismo depositado en sus acciones. ¿Cuántos mendigos asqueados de la vida se suicidaron en el 29?

- Eso es un disparate. Yo no sé de dónde te sacas esas cosas –. Parecía realmente disgustado con lo que decía, se le había ido la sonrisa de su rostro.

- No lo digo yo, eso lo leí en un libro de Emily Ciorán. Era un filósofo rumano, aunque yo lo considero más bien un poeta.

- Deberías dejar de leer esos libros. Acabarán volviéndote loco. No dicen más que una sarta de burradas. Eres joven y no puedes pensar así. Lo que deberías hacer es leerte el libro que te recomendé, seguro que se te quita ese pesimismo de la cabeza y enfocas la vida de otro modo.

- ¿Qué libro?

- El de ¿Quién se ha llevado mi queso?

- Ya me lo leí y antes de terminarlo ya sabía cuál era la moraleja.

- ¿Ah, sí? – preguntó muy interesado – ¿Y qué conclusión sacaste?

- Que para ser feliz tienes que ser una rata descerebrada y no un liliputiense que piensa. No me vuelvas a recomendar más libros de esa infraliteratura barata, por favor.

- ¡Dios santo! ¡No hay forma con este chico! –dijo lamentándose. Cogió la cerveza y se la bebió entera de un trago. Respiró y añadió: –No tienes remedio.

- Lo sé –respondí.

Entonces se abrió la puerta del bar y apareció Luis.

- Hola, Alex –me dijo.

- Hola, Luis, qué sorpresa verte por aquí –contesté.

- Te estaba buscando, sabía que te encontraría aquí.

- ¿Cómo lo has sabido? ¡Si he salido de casa sin saber a dónde iba!

- Siempre estás aquí.

- ¡No puede ser! ¿Me estoy convirtiendo en un asiduo del bar?

Luis era uno de mis mejores amigos. Se podía hablar con él, era una persona profunda. Escribía poemas y lo hacía realmente bien, aunque no era de esos que escribían un poema rimando amor con dolor y decían llamarse poetas. Su vida, su pensamiento y su corazón tenían madera de auténtico poeta. Para él, escribir era algo más que una necesidad.

- Alex. ¿Me acompañas a un sitio? Así mientras hablo contigo.

- ¿Cómo no? –le respondí.

Me despedí de Henry y le dije que tendríamos que retomar la conversación otro día. Salimos de allí y caminamos.

- ¿Cómo estás, poeta? – le pregunté.

- Ya sabes que no me considero poeta.

- Sí, pero escribes unos poemas increíbles, si a tus dieciocho años escribes así, ¿qué harás cuando tengas treinta?

- No lo sé, de todas formas desprecio bastante lo que hago. No me gusta.

- Mira, yo sé que tú vales mucho, no he visto a nadie de tu edad escribir esos sonetos tan perfectos, con rima perfecta y que transmitan tanto. ¡Ya me gustaría a mí escribir como tú lo haces!

- Gracias por decirme eso, de verdad. Pero escribir es algo secundario, no le doy importancia, nada tiene importancia. Observo lo que hago y todo me parece absurdo, lo único que pasa en mi vida es que envejezco cada día un poco más y me da la sensación de que no hago nada útil.

- Por eso no te preocupes, Luis, recuerda que en esta vida sólo los mediocres se dedican a hacer cosas útiles.

- Sí, pero no se puede vivir de la poesía, nada de eso me va a dar de comer. Hay que trabajar o estudiar algo, haciéndolo o no, seguiré sintiéndome un desgraciado. No me gusta ningún trabajo, y eso de estar estudiando cosas que no me interesan... no sé cómo explicarlo... Carlos Edmundo de Ory dijo una vez: "La física nuclear no me ayuda a comprender por qué lloro por amor." Pues eso mismo pienso yo, aprender cosas innecesarias no me ayuda en nada.

- Qué genio. La verdad es que queda muy poca gente como tú.

- ¿Y de qué sirve? Sólo somos los raros, los colgados de la vida, los que no tenemos futuro. Si preguntas a alguien qué es la belleza te miran raro y te dicen que estás “rayado” o que no estás bien de la cabeza. Creen que te calientas la cabeza por tonterías, que piensas demasiado. Fíjate lo que dicen: ¡pensar demasiado!

- Sí –contesté–. A veces he contado algún problema que me atormentaba a alguien y para ayudarme me han dicho “no pienses en eso”, y se quedan tan anchos. ¿Es que es tan fácil dejar de pensar? ¿Es que uno puede hacer que su corazón deje de latir en cualquier momento? Vivimos en un mundo donde te enseñan a no pensar y, si lo haces, te miran mal. A través de los medios de comunicación están idiotizando a la gente, cuanto más idiotas estén, más propensos a consumir estarán, sólo les importa tu dinero. Tienen estudiado todo, saben hasta cuántos pasos das cuando entras a un supermercado, te colocan los productos estratégicamente para incitarte a consumir. A medida que pasa el tiempo me doy cuenta de que este mundo no dista de aquel que creó George Orwell en 1984 o del Mundo feliz de Aldous Huxley

- Menos mal que hay alguien que me entiende –dijo Luis.

- Por cierto, ¿has escrito algo últimamente?

- Sí, no puedo parar de escribir. Sabes que es algo superior a mí. Pero a veces me da la sensación de que no soy yo el que escribe, sino que es ella la que escribe.

- Los hay que sin sus musas no hubiesen sido nadie. Fíjate en Gala para Dalí, en Yoko Ono para Lennon... sin ellas nunca hubiesen alcanzado el equilibrio.

- Pero ellos tuvieron suerte, no como yo... –no dije nada, permanecimos en silencio un rato. Sólo se escuchaban nuestros pasos y el ruido del tráfico, entonces Luis preguntó: –¿Y tú has escrito algo?

- Estoy intentando escribir un cuento de Navidad pero no puedo... Parece que siempre hay que sacar una moraleja positiva de todo y los buenos tienen que acabar casándose con la amada. En la vida real, tu mejor amigo se va con tu novia por muy héroe que seas. Además, creo que sobre la Navidad ya todo está dicho..., está muy visto eso de criticar a la sociedad de consumo, la hipocresía del mundo o relatar cómo es la Navidad de un pobre que intenta sobrevivir mientras otros niños ricos se divierten con los juguetes que les ha regalado Papá Noel.

- ¿Sabes qué dijo una vez el gran poeta Benjamín Prado?

- Dime.

- “Que algo ya se haya dicho, no significa que no pueda volver a decirse por primera vez”

- Me fascinas. ¿Por qué siempre tienes respuesta para todo?

Me sonrió y no respondió. Nos habíamos quedado parados en un semáforo en rojo, los coches pasaban de un lado a otro. Una chica se situó a mi lado esperando a que el semáforo se pusiese en verde, llevaba una bolsa en la mano. Parecía ausente ¿Qué pensaría?

- Oye, Luis, ¿Se puede saber a dónde vamos?

- Al centro comercial, tengo que comprar unas cosas.

Cruzamos la calle y fuimos directos al centro comercial. Nos mezclamos entre todo el río de multitud que entraba al centro comercial, mientras hablábamos de la hipocresía del mundo y de lo incomprendidos que nos sentíamos.

Cuando estábamos en la cola de la pescadería reparé en un salmón que había expuesto.

- Mira ese salmón –dije–. ¿Tanto nadar contracorriente para qué? ¿Para acabar frito?

- Ese salmón nunca ha nadado contracorriente, ahora los crían en piscifactorías.

- ¿Qué? –grité conmocionado– ¡No puede ser! ¿Entonces a qué se dedican esos salmones? ¡Sus vidas no tienen sentido!– los que estaban en la cola me miraban como si estuviese loco.

- ¡Tampoco te pongas así, hombre! Que te estás poniendo pálido y todo... –vio que me estaba poniendo realmente enfermo– Oye, de verdad, que tienes muy mala cara ¿Estás bien?

Me encontraba muy mal, pero ya conocía esos síntomas. Alcé la vista y vi un letrero colgado en el que ponía Bon Nadal que no mejoraba mucho la situación, pero al menos no me planteaba las mismas dudas.

- Tengo alergia a algo –dije–, pero los médicos todavía no han conseguido averiguar a qué.

En la megafonía apareció una voz femenina que decía:

- Aproveche las ofertas exclusivas de Navidad. Hoy en Hiperfour puede encontrar el salmón por sólo seis euros el kilo, recuerde, seis euros el kilo. Sólo en Hiperfour. Porque en Hiperfour... pensamos en ti.

Hay que tener la autoestima por las nubes

Soy un ser completamente despreciable. Me doy un asco indescriptible, soy como un virus que habla. Nunca maduro, nunca aprendo, jamás creceré, soy vomitivo y todo lo que toco se pudre. Los de Greenpeace deberían iniciar campañas contra mí porque no hago más que contaminar al mundo con mi sola presencia. Muchas veces pienso que soy la aberración de la materia, que un ser como yo no merece ni vivir. Es imposible saber cómo puedo ser tan feo, tan raro, tan insociable y tan desagradable. Es extraño que un espermatozoide como yo haya ganado la carrera hasta el óvulo; o bien la calidad del esperma era ínfima; o gané haciendo trampa; o maté a todos mis contrincantes; o simplemente, los que viajaron conmigo vieron que me dirigía por un camino y pensaron: “Si el idiota este, que no sabe ni donde está parado, va por ese camino, es que debe ser por el otro”.

            No merezco tener hijos porque sería una desgracia poseer mi carga genética. Soy un piojo sin sentimientos que sólo dice barbaridades. Soy la vergüenza del ser humano. Merezco ser torturado, maltratado, asesinado y una vez muerto que troceen mi cuerpo y se lo den de comer a los cerdos para que me conviertan en embutido y en mierda, y así volver a mi verdadero estado natural. Puedes escupirme si me ves, insúltame sin piedad cuando te cruces conmigo, mata a toda mi familia por ser los culpables de crearme, pincha las ruedas de mi coche, quema mi casa, denúnciame ante la justicia por ser tan repugnante, roñoso y mezquino. Que me condenen a muerte y que borren todos los archivos del registro civil donde aparezco para que así nadie recuerde que alguna vez existí. Bórrame de tu memoria para que no se te pudran las neuronas con mi recuerdo.

         Y todo esto lo digo en una época donde está de moda quererse a sí mismo. Yo no soy una excepción, me quiero más que a nadie.... así que imagina lo que pienso de ti...

Una historia del Neandertal

Una historia del Neandertal

Hace muchos años, cuando aún habitaban en la Tierra los ahora conocidos hombres de Neandertal, una mujer estaba dando a luz. Era una mañana soleada de verano, los pájaros cantores piaban en el amanecer y unos gritos salían del interior de una cueva.

- ¡Vamos empuja! ¡Empuja!

- Ahhhhhhhhh.

Fue un parto rápido y sin complicación alguna.

- ¡Es un bebé precioso! – dijo la comadrona.

- ¿Es niña o niño?

- ¡Es un niño!

Le dieron la criatura a la madre, que lo acogió en su regazo colmada de felicidad. El padre, que estaba presente en el parto, pidió coger a su nuevo hijo en brazos, la madre se lo cedió con un gesto de amor y miró a su nuevo hijo al que esperaba con ansia. Tenía la ilusión de que fuese niño para enseñarle a cazar, a pescar, a construir herramientas, a diferenciar animales, a jugar a fútbol...

- Dios mío, ¿No te has dado cuenta de cómo es el niño? – dijo el padre en un tono de voz bastante preocupante.

- ¿Qué le pasa?

- ¿No te das cuenta? El niño es distinto a nosotros.

- ¿En qué?

- Fíjate, tiene una cabeza más ancha, la nariz más grande, tiene menos pelo en el cuerpo de lo habitual...

- No digas tonterías cariño, eso es que acaba de nacer.

- No, no, sé lo que me digo, este niño es diferente. Cariño, no es por nada, pero creo que has parido a un mutante.

- ¿Cómo que un mutante? ¿Qué estás diciendo?

- Pues este bebé ha sufrido una mutación genética, es un eslabón más en la evolución del hombre.

- No te entiendo nada, me estás asustando.

- Pues acabas de parir a un homo sapiens sapiens.

- ¡Dios mío! ¿Y eso es bueno o malo?

- Pues no sé qué decirte, la diferencia entre él y nosotros es que él será mucho más inteligente debido a que su masa encefálica es superior a la nuestra

- ¡Oh dios mío!

- Pero lo peor... no sé si debería decírtelo... – y vaciló sin saber qué hacer.

- ¿Qué?

- Este niño tiene alma

- ¡Oh! ¿Y en qué consiste eso?

- Pues resulta que dios, nos utilizó a nosotros como escala evolutiva para llegar al prototipo de hombre que él buscaba, y ese hombre es este, el homo sapiens sapiens. Estos seres tienen un alma inmortal, indivisible e inmaterial que habita dentro de ellos.

- ¡Oh no! ¡Eso es terrible! – dijo la madre horrorizada.

- Eso no es todo querida, el niño cuando muera seguirá viviendo, pues su alma viajará hasta el purgatorio donde permanecerá años y años hasta que venga el hijo de dios a la Tierra y se sacrifique en una cruz por los homo sapiens sapiens, y hasta que esto no suceda no se abrirán las puertas del cielo, que es un lugar maravilloso donde todo es bonito y las almas de los justos habitan ese lugar para el resto de la eternidad.

- ¿Y los que no son justos?

- Los que no son justos, querida, irán a un lugar llamado infierno, donde está lleno de fuego y los torturan para el resto de tu vida.

- ¡Oh dios mío! ¿Por qué nos ha tenido que pasar esto a nosotros?

- Antes o después tenía que pasar querida.

- Oh, yo quiero que mi hijo sea un hijo normal, que cuando muera todo se acabe, que no tenga que estar viviendo eternamente o que tenga que sufrir. Cariño ¿Qué hemos hecho mal? ¿Por qué suceden estas cosas?

- No hemos hecho nada mal, amor mío, esto es cosa de la evolución, de vez en cuando hay mutaciones genéticas y los bebes nacen diferentes, unas veces para bien, y otras veces para mal.

De pronto entraron en la cueva un par de vecinas interesadas en conocer al nuevo bebé.

- ¡Hola! ¿Cómo ha ido todo?

- Mal – respondió la madre.

- ¿Qué ha pasado?

- El niño tiene alma.

- ¡Oh no! – dijo una de las vecinas.

- ¡Santo Dios! ¡Qué desgracia! – dijo la otra.

- ¿Por qué? ¿Por qué me pasan estas cosas? – lamentó la madre entre sollozos.

- Oye – dijo una de las vecinas – aún estáis a tiempo, ¿Por qué no lanzáis al niño por el despeñadero antes de que sea tarde? Igual el alma todavía no se ha despertado y el niño muere en paz y evita tener que sufrir para el resto de la eternidad y evitáis que sus hijos no hereden su ADN con alma.

- Sí – dijo el padre – si este niño tiene descendencia, transmitirá genéticamente su desdicha. En su ADN figura la existencia del alma, y eso lo transmitirá a todas las generaciones futuras que tenga.

- ¡Cariño! ¿Cómo puedes decir eso? ¡Nuestro bebé tiene derecho a vivir! ¿Por qué lo tendríamos que lanzar por el despeñadero? ¿Por ser diferente? Además, si dices que el niño será inteligente, no habrá por qué preocuparse, no tendrá descendencia pues nadie querrá hablar con él de filosofía ni esas cosas, nuestras hembras, por lo general, se van con los que tienen el troncomovil tuneado.

- ¿Y si el niño aplica su inteligencia en maquear su troncomovil? ¡Se las llevará a todas de calle!

- ¡Oh no! – Y la madre se lamentó de nuevo desconsolada.

- Me temo que el niño ya tiene su alma dentro de sí, por mucho que lo sacrifiquemos vivirá en el purgatorio hasta que en el año cero muera el hijo de dios. – dijo el padre.

- ¡Pobrecillo mi hijito! ¿Y en qué año estamos?

- Estamos en el año treinta mil antes de Cristo.

- ¿Tanto tiempo tiene que estar mi hijito en el purgatorio? ¡Oh no! – La madre seguía llorando desconsoladamente.

En la puerta de la cueva apareció Bugus, el inventor de la época.

- ¿Es cierto que ha nacido un mutante? – dijo nada más entrar.

- ¡No llames así a mi hijo! También es persona, además, será más inteligente que tú.

- No creo que sea más inteligente que yo, sigo inventando cosas que serán muy útiles para la humanidad. ¿Sabéis cual es mi último invento?

- Dinos.

- He inventado una cosa llamada poesía, consiste en recitar palabras de forma ordenada, haciendo que rimen los versos entre ellos.

- Eso no vale para nada, ¡sólo sabes inventar cosas inútiles! Prefería cuando te dedicabas a pintar animales en las paredes.

- ¿Cómo que no vale para nada? Con este invento podremos expresar los dolores y desventuras del alma.

- ¿Has dicho alma? – respondió el padre – ¡Pero si tú no tienes alma!

- Ya lo sé, pero eso hará que las futuras generaciones con alma puedan expresar lo que sienten.

- ¿Quieres decir que mi hijo será poeta? – preguntó la madre preocupada.

- Podría serlo, perfectamente.

- ¡Oh no! ¿Por qué? ¿Por qué me tienen que pasar a mí todas las desgracias del mundo? ¡Voy a tener un hijo poeta!

- Tranquila amor mío, piensa que podría haber sido peor si hubiese sido torero – dijo el padre.

- ¡Torero! ¡Siempre he querido tener a un hijo torero! al menos mata a animales con arte y nos trae la comida. ¿Por qué dices que hubiese sido peor?

- Porque los toreros torturan a los animales indefensos y se divierten con eso.

- ¿Y cuando tú sales a cazar los animales no sufren?

- Es distinto, yo cazo para comer, no para dar un espectáculo.

- Pero sufren igual, además, siempre estas contando batallitas de tus cazas de mamuts, ¿eso no es dar un espectáculo?

- Es distinto amor mío. Los toreros son seres sin escrúpulos que matan para aumentar su ego y su fama, y así, conseguir que todas las aficionadas taurinas quieran acostarse con ellos.

- Así me dará mas nietecitos.

- Sí, nietos con alma...

Continuaron hablando de los pros y los contras de tener a un hijo torero, pero la madre seguía muy preocupada con su hijo, lo miró amargamente y dijo:

- Amor, ¿bebiste algo raro cuando engendramos? ¿Por qué ha salido así el niño?

- ¿Ahora se llama engendrar? Cariño, el alcohol todavía no existe. No es culpa mía, es de Dios, que ha querido elegirnos a nosotros como herramienta para evolucionar la especie. Piensa en la relevancia de este nacimiento, en un futuro nos recordarán como los padres del humano moderno, nos recordarán una vez al año, harán fiestas en nuestro honor, montarán belenes con cuevas donde apareceremos nosotros y el niño recién nacido, y cantarán villancicos que relatarán esta historia.

- ¿Por nosotros? – preguntó extrañada la madre – No creo que merezcamos eso, eso lo deberían hacer, en todo caso, con la madre de dios, pero nosotros no lo merecemos.

- ¿Cómo que no? ¿No es igual de importante haber dado a luz a dios que haber dado a luz al primer homo sapiens sapiens con alma? ¡Nos tienen que recordar!

- Mira amor mío, a mí me parece que sólo dices tonterías. ¿Por qué motivo las futuras generaciones iban a celebrar esta desgracia?

- Sí, es lógico, la gente lo hará. Se deben celebrar cosas así.

- Yo creo que sí que lo harán – dijo el poeta.

- ¿Ves cariño? Ya hay alguien que me da la razón.

- Sí, estoy convencido de ello - añadió el poeta - y podrían cantar villancicos como este:

En el portal de Jaén,

Hay estrellas, Sol y Luna,

El hombre de Neardenthal

Y un mutante en una cuna

Y al unísono cantaron todos:

- Ande, Ande, Ande, la marimorena, ande, ande, ande que la noche es buena.

- Oye, pues al fin y al cabo no es tan malo haber parido a un hombre con alma. – dijo la madre ya más tranquila.

- Todo se verá cariño, yo espero que este nacimiento sea por el bien de la humanidad.

- Sin duda alguna lo será.

- Bueno gentes, me tengo que despedir de vosotros, - dijo el poeta- tengo que irme, que estoy escribiendo un libro que será un best seller en un futuro, estoy seguro que lo emitirán por todo el mundo a través de unos aparatos, que no me cabe ninguna duda que inventarán, con los que emitirán imágenes con las narraciones de esta historia.

- ¿Y como se llama tu best-seller?

- Pasión de Gavilanes.

- ¡Santo Dios! Es un nombre repugnante, te ruego que te vayas por donde has entrado y dejes de contarnos tus ocurrencias dignas de un demente.

- Adiós familia, y enhorabuena.

A continuación se marchó la comadrona y las vecinas. Se quedaron los tres solos, la madre a la derecha del niño arrodillada contemplándolo, el padre a la izquierda, de pie con un enorme bastón en la mano y el niño, en el centro, descansado en algo muy parecido a un pesebre. La madre preguntó:

- Oye cariño, ¿Y tú cómo sabes todas esas cosas?

La belleza está en el interior. (El poeta y su poesía 2ª parte)

Érase una vez una chica muy guapa, tal era su belleza que desde pequeña la llamaron la Bella. Vivía con su padre, un viejo mercader millonario que de repente perdió todas sus riquezas y se tuvieron que trasladar al campo para trabajar. A la Bella la rondaban muchos hombres, entre ellos, un poeta que todos los días le recitaba en forma de sonetos el profundo amor que sentía por ella. Este poeta se dedicaba a limpiar botas en la plaza del pueblo, y aunque era un miserable, siempre llamaba a la Bella “mi princesita”. A la Bella le gustaba el poeta; era gentil, la amaba de verdad y además le encantaba que la llamasen princesa aunque no lo fuera, pero no se imaginaba al padre de sus hijos alimentando a la familia a costa del ridículo sueldo de un limpiabotas.

Un día, el padre de la Bella, que no sabía cómo echar a su hija de casa, se inventó una historia y le dijo a su hija que una bestia asquerosa le había perdonado la vida a cambio de que ella se fuera con él, pero en realidad, lo que había hecho el padre era vender a su hija a un proxeneta adinerado para salir de la miseria. La Bella no tuvo otro remedio que partir e irse a la casa de la Bestia. Al llegar, la Bella se quedó gratamente sorprendida ante la magnificencia del palacio y ante la cantidad de sirvientes que trabajaban allí. Al cabo del rato llegó la bestia, que era un chulo hijo de puta, y haciendo alarde de su falta de educación, cogió a la Bella del pelo y la arrastró hasta su habitación donde la violó repetidas veces. Y así se acostumbró; cuando la Bestia quería sexo, cogía a la Bella y se la beneficiaba. Cuando la Bestia no tenía ganas de nada, la Bella permanecía en su celda donde tenía libros, conexión a internet y podía llamar a los sirvientes en cualquier momento para pedirles lo que le quisiese. Así estuvieron durante mucho tiempo, hasta que un día llegó la bestia y le dijo a la Bella:

- Mira nena, yo ya tengo más de cincuenta años, estoy harto de tanta mujer. Durante este tiempo me he dado cuenta de que eres mi favorita, además, estás bastante buena. Quiero que te cases conmigo, eso sí, a mí el rollo ese de la fidelidad ni me hables, de vez en cuando echaré una canita al aire, pero necesito algo estable para ir a fiestas y esas cosas. ¿Qué te parece?

- No sé – respondió la bella.

- ¿Cómo que no sabes? Mira nena, si no eres tú puede ser cualquier otra, tengo ahí fuera más de mil tías que se morirían por estar conmigo.

La Bella se acordó del poeta al que amaba, pero ya estaba experimentando en sus carnes el síndrome de Estocolmo, le había cogido cariño a la Bestia y aunque era feo follaba bastante bien. Además, pensó que la Bestia tenía un palacio impresionante, más de cien sirvientes para él solo y de vez en cuando le regalaba collares de diamantes... ¿Qué cojones? A tomar por culo el poeta, la Bestia, aunque era un imbécil, tenía mucho dinero en el interior de su cuenta corriente.

- De acuerdo, me casaré contigo.

Y a partir de entonces la Bella fue feliz viviendo como una princesa.